LA VIOLADA
¡Qué
linda
estaba
la niña
Anita Ayala!
¡Malhaya
el que me la robó!
Vivía
ella en la misma calle
de nuestro barrio.
Yo la
quería
como a mi misma hija.
¡Malhaya
el que me la secuestró!
Su mejor
amigo
era un gatito calico.
Yo se lo había regalado
para su décimo
cumpleaños.
Acostados
sobre la hierba
de la delantera yarda
jugaban
inocentemente los dos.
¡Malhaya
el que me la ultrajó!
Su lonchera
bajo el brazo
saliendo para la escuela
con sus dos largas trenzas
se despedía del gato.
Luego,
con su manita trigueña
pestañeando sus brillantes ojos
desde lejos
le enviaba un tierno adiós.
¡Malhaya
el que me la raptó!
Un día
a la escuela
el gatito la siguió.
La incauta maestra
le indicó
que a casa se volvieran.
Por
la calle solitaria
iban solitos los dos
cuando un robusto brazo
salido por la ventana de un Ford
me la arrebató.
¡Malhaya
el que me la forzó!
Gritaba
desconsolada
la niña
Anita Ayala.
No quería separarse
de su gatito calicó.
Por
el escape del carro
un humo gris y espeso
se desgarró.
¡Malhaya
el que me la desfloró!
Mientras
tanto
sobre el pasto
del jardín
acostado
el gatito envejecía
esperando
a que pronto llegara
su única amiga
Anita Ayala.
Por
todas partes
se pusieron bandos
y proclamas.
El día
de su duodécimo cumpleaños
aparecieron sus enrojecidas enaguas
desenterradas por un herrumbroso tractor.
¡Que
un rayo parta
la podrida alma
del desgraciado
en dos!