Dos ojos lucientes.
En el banco del juzgado
estaba el negro reo
con los ojos abiertos
tieso y asustado
Con sus dos gruesas
lupas
el juez McCloud
tenía sobre la mesa
sus dos brazos apoyados.
Otro reo mexicano
en un cepo negro sentado
escuchaba muy sumiso
las acusaciones del jurado.
Enseñando sus
blancos dientes
muy serio el juez prorrumpió:
ustedes los dos
son la escoria de la gente.
Es, pues, mi soberana voluntad
que en cadenas perpetuas
los dos reos permanezcan
alejados de la sociedad.
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Dos ojos nublados.
Dos inocentes niños
durmiendo ambos
en los dos platillos
estaban acostados
Con la venda sobre
los ojos
la dama del negro lazo
sostenía a dos infantes
en su amplio regazo.
Los dos tiernos niños
en los platillos acostados
succionaban los dos pechos
con los ojos muy cerrados.
La dama del alma vidente
con el corazón blando habló:
ustedes los dos
son mi ya rica simiente.
Es, pues, mi maternal voluntad
que batan sus alas tiernas
por esa atmósfera inmensa
con soberana libertad
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