LA NAVAJA
Recuerdo...
que, en mis años de infancia,
mi mejor y fiel amiga
era la navaja.
Admiraba
yo,
en los domingos de catecismo,
las hermosas estatuas.
Y, en mi ausencia a la escuela,
los barcos en la playa.
Bajo
el susurro de los pinos
tranquilo me sentaba
y, con la corteza entre mis manos,
iba apareciendo redonda
la forma de una barca.
Apretando
en mi mano izquierda
un pedazo de pan bolillo
y, haciendo varias tajadas,
rebanando el bocadillo
giraba la navaja.
Dándole
vueltas
a un pedazo de duro palo
con gracia se deslizaba
dejando ver del trompo
la obesa panza.
Un día...
bajo el sol poniente
le entregué a mi amada,
como herencia de artista,
la reluciente hoja plateada
de mi agonizante navaja.
En un
momento de angustia,
en forma de un sangriento Cristo,
dejó la hoja clavada
sobre un olvidado ataúd
que yacía en su fría espalda.