LA CAUSA
Era
una noche estrellada.
La luna rielaba clara
sobre la serena esplanada.
Era
cuando la Revolución.
Mi padre
se encaminó al vecino rancho
a buscar alguna provisión.
"Compadre,
llévese el puerco
que es buena alimentación".
Con
una varilla en la mano
por el camino vacuno
mi regocijado padre
guiaba al hermoso cuadrúpedo.
"¡Detente,
viejo!
Este mugroso cochino
es para la Suprema Causa".
"Señores,
yo admiro su justa Causa,
pero permítanme decirles
que la mía
son mis cinco hijos
que hambrientos
me esperan en casa".
Mi
padre
alzó los ojos a la nublada luna.
Diez arrollitos de lágrimas
por cinco inocentes rostros
vio que se deslizaban agrias.
Por
el camino vacuno
sin la varilla en la mano
mi desconsolado padre
caminaba cabizbajo.