LOS CARACOLES
Recuerdo...
en mi frágil
memoria de niño
que mi cansado padre,
por convicciones honestas,
como hacen los caracoles,
andaba con la casa a cuestas.
Varias veces,
mi hermano mayor lo vio,
le habían puesto la pistola
en la espalda.
Le hacían que bajara el crucifijo
que de la pared colgaba.
Más de una vez
los niños de la primaria
vieron a mi padre, postrado,
la preciosa reliquia
guardar bajo el brazo.
Mientras caía
el granizo
salían los caracoles,
como perdigones de escopeta,
en busca de alimento
por entre la maleza.
Y mi madre adolorida
cantaba
en forma de plegaria
y amasaba el poco pan
con dos hilos de lágrimas.
Las botas
de los revolucionarios
pisaban cristos de afiladas lanzas,
y los campesinos escondían
lo poco que les quedaba.
El crucifijo
mi padre bajo el brazo
guardado lo llevaba,
mientras los caracoles
desfilaban con su pesada carga.
Nosotros,
para protegernos del frío,
nos metíamos bajo la manta
que mamá nos tejiera
para nuestra única cama.
Y los caracoles
con su pesada carga
en la hierba mojada
dibujaban una sábana
de luto y de baba.