LA AMISTAD
Cuando
los tropiezos de la vida
nos vapulean
contra el aciago y ancho mar
la única firme ancla
como la roca de Gibraltar
la hallaremos solamente
en una fiel amistad.
Fue
aquel día...
en que mi madre
después de un largo penar
Dios se la llevó consigo
quedándome yo
sin estrella polar.
No tenía yo a nadie,
pero una tierna amistad
me sacó de la vorágine
devolviéndome la paz.
Fue
aquel día...
en que la brújula
comenzó a trepidar.
Cambié de estado de vida.
Me vi solo
en el oleaje salado
de una voraz
altamar.
No había
nadie
con quien compartir
mi espíritu aciago
en el vaivén
de un mar encorajinado.
Un sobreviviente
por salvarme
de aquel amargo oleaje
entre las filosas rocas
se quedó atrapado.
Fue
aquel día...
en que perdí el trabajo.
Sufrí humillaciones
y hambre.
Unos ojos negros
intensos como el azabache
me miraron tiernos
y como dos anclas
en el mar bravío
me salvaron del oleaje.
Fue
aquel día...
en que perdí a mi hija.
El mar inmenso
de la soledad
abrió sus fauces
y me quiso tragar.
Precipicio sin fondo.
Ojo de enorme ventosa
y desdentada boca
me volvían a la nihilidad.
Soledad de soledades
y todo soledad.
Entre
la penumbra
de aquel aciago mar
una mano dulce
y tierna
me mostró de nuevo
la brillante
estrella polar.