LA AGUJA
En medio de la pobreza
con las manos callosas
nuestra madre nos zurcía
la escasa y humilde ropa.
Un día,
prendida de una blusa,
a mi madre se le quedó
olvidada la aguja.
Mi hermanita
azarosa e incauta
se puso la blusa,
que se hallaba
colgada de la hamaca.
La estaban esperando
para comenzar
el juego.
En medio del alboroto
se le clavó la aguja
en el lado izquierdo
de su tierno pecho.
Un grito denodado
atrajo la atención
de mi madre, padre
y demás hermanos.
Un hilo blanco
teñido de hiel
se dejaba ver
por entre la tela
y su delicada piel.
Mi padre,
hecho cirujano,
jaló de la hebra
muy despacio.
Un surtidor colorado
taponó el orificio
y empañó
su diestra mano.
Mi madre,
llena de sudor
frío y pálido,
con el delantal remendado
se limpió la frente
y exhaló
un agónico hálito.
El intrépido cirujano
susurró:
"la vida es un juego.
Mi hijita se salvó
por un milímetro,
más o menos".