JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN
ALMA CHARRA
A la manera de pensar del tío Gorio sobre cualquiera cuestión le llama él "la mi sistema". Y hay que ver la sistema del tío Gorio en las cosas que interesan a los hombres más de cerca. El tío Gorio dice que es cristiano, como su padre, como su abuelo, y no diré que es católico, apostólico, romano, porque eso sería hablar de mi cuenta y riesgo, pues el tío Gorio no alcanza tales conceptos con su magín. Para él no hay más que dos religiones: la cristiana, que es la suya, y la no cristiana, la de los judíos, que es la del boticario del lugar, que no va a misa ni se confiesa. La religiosidad del tío Gorio está cuajada de un sentido utilitario acentuadísimo. Este es su móvil inmediato. En su credo, junto a Dios, tienen un puesto las brujas, de cuya existencia va desconfiando un poco; pero si las hay, pueden hacer mucho daño, y por si acaso, es prudente no negarlas a tenazón la existencia. Así va él pasando la vida, capeando temporales y contemporizando con los poderosos. En la fe del tío Gorio hay de todo. Lo mismo cree en la eficacia de la oración que le echa a San Antonio para que le busque la ovejita extraviada, que en el mágico poder del conjuro que mata a los gusanos que se crían en las llagas de los animales. Allá en sus adentros, tiene el tío Gorio secretos teológicos, que no suele revelar porque teme perjudicarse con ello. -Creo en Dios; pero no creo en los curas -dijo, un domingo por la tarde, en un momento de abandono, mientras bebía con tres convecinos el vino que habían jugado a la brisca en el corral de la taberna. No estaba borracho, estaba sincero; aquel era el verdadero tío Gorio, abandonado a sus pensares y sentires, no el tío Gorio de todos los días, siempre cauteloso, siempre en guardia, disfrazado. Y aquella tarde, ya orientado hacia la herejía, sentó una segunda posición, todavía más fuerte que la primera: -¿Sabéis lo que sos digo? Pues que la religión no es naa más que a moo de una maroma que tienen pa sujetarnos a toos. Nunca el tío Gorio había levantado tanto la puntería. Con todo, los tiros no iban contra Dios. Dios era una cosa de arriba, del Cielo, y la Religión era una cosa de abajo, los curas, la confesión, los sufragios por los difuntos, los treinta realazos que costaba una boda... Con Dios no se mete el tío Gorio. Lo teme mucho por hábito y por egoísmo. Le hace daño en los oídos la blasfemia, que nunca suena en su casa; y cuando la oye cerca de él, siente miedo, y algunas veces mira instintivamente hacia arriba como temiendo ver vibrar el rayo vengador que viene a carbonizar al blasfemo. Reza bastante el tío Gorio, y mucho de ello es por temor a que un zarpazo de la Divina Providencia, irritada contra él, lo deje sin cosechas, sin salud o sin vida; sobre todo, sin cosecha; porque si para él Dios es su Dios, la hacienda es su diosa, y acaso me quedo corto. Se lo da todo: sus días, sus noches, su salud, su vida y hasta sus hijos. No cree que Dios le da la hacienda para sus hijos, sino que le da hijos para la hacienda. No pongamos al tío Gorio en duras alternativas que se vienen a las mientes. No le hagamos contestar ningún dilema. En la sistema politicosocial de nuestro hombre hay muchos más puntos negros que en sus concepciones religiosas. Es escéptico y pesimista del más cerrado sistema. Ante todo, el Gobierno es un ladrón. El tío Gorio no admite siquiera la excepción del individuo. Todos, todos los que suben van a chupar el sudor de los labradores. Cuando bajan, ya están ricos, y dejan sus puestos a los que están esperando la hora de chupar también. Tienen hecho ese convenio; y vengan pagos, y vengan quintas, y vengan holgazanes en las oficinas, y vengan sueldos. Y dilatando el concepto, comprende en él a casi todos los ciudadanos que no cultivan la tierra. Para el tío Gorio la palabra señorito es sinónimo de pillo. Para juzgar de la honradez de los hombres le basta saber cómo visten. Si tienen pantalones finos, chaquetón y sombrero alto, están juzgados. Cuando los ve en la ciudad, cree que todos son empleados y dice para su capote: -¡Cuánto holgacián! Yo no sé cómo la tierra da pa tanto. En el fondo los odia; pero los adula y los respeta, porque los teme. Cualquiera de ellos le parece muy capaz de enredarle en un lío de papeles que le dejase sin calzones. No se fía de ninguno. En la vida le ha dicho la verdad al abogado a quien acudió en consulta, ni al candidato que le solicita su voto, ni al señor juez de instrucción que le llama para hacerle declarar. Hay que suponer que al cura se la dirá en confesión; pero a los demás no suele decirles más que lo que le conviene. La mayor de las imprudencias cree él que es entreabrir las puertas del alma ante los señoritos. Todos son iguales. Yo defendí cierto día a uno de ellos, que era todo un honrado caballero, de injustísimos ataques que en el pueblo del tío Gorio le dirigían, y el tío Gorio exclamó cuando lo supo: -¡A cualisquiera hora le iba a quitar al otro la razón! ¡Bien dice el refrán que los lobos no muerden a los lobos! Y después censuré la conducta de otro señorito que era un vividor, un grandísimo tunante. Y supe luego que el tío Gorio me había puesto esta corona: -¡To!, pues no, que iba a alabar al otro. Bien dice el refrán: "¿Quién es tu enemigo? El que es de tu oficio." A ninguno de los aspirantes a diputados por el distrito le niega el tío Gorio el voto, y menos cuando los mismos candidatos le hacen su petición a quema ropa; pero los candidatos se van, y entonces ya es otra cosa. Hay que averiguar si dan cuartos o es "no más que una convidá" y ver "cual es el que tiene mas cuenta a la gente", y tener muy presente también "pa onde está ladeao el secretario, porque no se le pue faltar ni tiene cuenta quedar repunteao con él". Los mayores apuros del tío Gorio sobrevienen cuando el secretario trabaja en favor del candidato que no da cuartos, o da "una convidá más misere" que la del otro. Inspiraciones domésticas le obligan a decidirse siempre en favor del secretario; pero ¡qué amarguras y qué sudores le cuestan! Los diputados son también unos señores ladrones a quienes hay que tener siempre contentos "pa si se ofrece meter enfluencias pa alguna cosa", porque "somos piedras que rodamos", y "pa cualisquiera custión se necesitan empeños hoy día", porque el que hizo la ley, hizo la trampa", y esa gente "te saca en un santiamén de cualisquiera enreá, y más si le alumbras un pa e duros pa café". Cree firmemente el tío Gorio que los señores diputados prometen sin intención de cumplir lo prometido; pero "de toos modos y maneras, las enemistaes, pa el que las quiera son buenas, que na más traen que muchas desazones y muchas perdas, si a mano viene". Para que el tío Gorio desconfíe de un negocio le basta conque cualquiera se lo proponga, aunque sea con la mejor buena fe. Proponérselo y sentirse alarmado, todo es uno. Muchas veces se deja escapar positivas ganancias que entre las uñas le ponen, porque no ve delante de los ojos otra cosa que la sospecha de que tratan de engañarle. -¿Qué quedrá este pájaro? -dice maliciosamente cuando se aleja el que le propuso el negocio. La gran vanidad del tío Gorio consiste en no ser ratero. Y, en efecto, no lo es; pero ¡cuántas veces lo dirá al cabo del día! Es su eterno sonsonete... "Porque otra cosa no tendré -dice el hombre; pero en tocante a quitarle nada a naide, no hay quien ande con los pies más asentao que yo y los mis muchachos." Y es verdad. Hay en eso algo de hábito virtuoso, adquirido por herencia; hay también un terror pánico a caer, con toda su hacienda, entre las uñas de la curia; hay para él un argumento de fuerza contra el convecino ratero que le sustrae medio pie de la tierra en la linde con la punta de la reja, o le lleva medio cuartillo de trigo en los zapatos cuando le ayuda a limpiar una parva, o le corta a medianoche la regadera de las patatas para que beban las del ratero un traguillo antes que le llegue la vez; y hay, por último, un principio, de tácito egoísmo calculador, que podría traducirse así: "Yo no robo para tener derecho a que no me roben." La sistema jurídica del tío Gorio se mueve toda entera alrededor del derecho de propiedad, que es para él el más sublime, el más sagrado, el más perfecto y hermoso de todos los derechos y el más merecedor del respeto de los hombres. Quisiera él establecer en el pueblo un pacto, firmado y todo, cuya única cláusula fuese esta: "El que le coma algo a otro, será condenado al pago del duplo de lo comido y a veinte años de presidio"; pero que lo condenen los justiciales, porque el tío Gorio le tiene un miedo espantoso a toda clase de litigios. Cuando coge al ratero con las manos en la masa, se pone como un energúmeno y jura que lo ha de entregar a los Tribunales, que lo ha de perder. No hay tal cosa. El secreto del tío Gorio es precisamente este: dejarse robar hasta los calzones puestos antes que meterse en denuncias y líos de papeles. Lo que hace es irse con mucho sigilo a casa del secretario para que este amedrente al ratero y le haga pagar lo hurtado, prometiéndole, en cambio, intervenir en el asunto para que el tío Gorio no lleve las cosas más adelante. Algunas veces no le resulta la estratagema y se queda sin lo rabado y hecho un basilisco. Por eso tiene vivos deseos de romperles la cabeza a unos cuantos convecinos; pero no lo hace porque dice que "eso es lo que quie la curia que haiga pegas tos los días y que el que da tenga pa responder". Y maldice de todo por eso, porque se ve sin medios de defensa contra los ataques a su propiedad. -Si no doy parte, tuito me lo comen los golosos; si los meto en un trebunal, me enrean a mí también, y si escalabro a uno y coge testigos, me arrascan bien la bolsa entre unos y otros. Si valiera tomarse la justicia por su mano, al tío Gorio le iría bien, porque dice que "a los sus muchachos no había más que apitarlos una miaja, y ya se vería luego quién llevaba los gatos al agua". Y él mismo haría también lo que pudiera, porque "no se le arruga el ombrigo asín como asín, ni lo amedranta a él ningún majito que le venga turreando, porque a él le tufa el aliento y no le coge miedo a naide"..., a no ser a ella. Ella es su mujer, la tía Pulía, el ama y señora absoluta de la casa, de la hacienda, de los hijos y del tío Gorio, que la teme como a una nube de verano, cargada de rayos y granizo. Fuera de la casa la llama siempre así: ella; y algunas veces, la tía. En casa tampoco la llama por su nombre: la llama chacha, y siempre bajito y como con algo de cariño vergonzante, preñado de temores y respetos. La tía Pulía es más lista que su marido y trabajadora en demasía. Dicen de ella que "es una, cendra; la tía más árdiga que hay pa el trabajo". Ella espada lino, hila, echa telas, excava los garbanzos, espiga las cortinas, asiste a los cerdos, cría pollos, remienda, lleva al campo las comidas, compra y vende, cobra y paga, lo dispone todo, lo dirige todo, lo absorbe todo. Y todavía le queda tiempo para hacer algo de fruta de sartén "pa si se ofrece", y para poner bien majos a los dos mozos los días de fiesta y para hacer diplomáticas gestiones cerca de las madres de las mozas que a ella le gustan para novias de sus hijos. Las conoce como si todas fueran hijas suyas. Para eso tiene un ojo envidiable la tía Pulía. Hay que oírla hablar así: -¿Cuál, la del tío Gorrilla? ¡Ay queridota, y qué comenencia pa un probe! Mucho hacer puntilla, mucho sacarse pa fuera la chambra, mucha gamonita con los mozos, mucho abanicarse en misa, mucho barrer el enrollao, y luego pa dentro de casa los tapujos, y las marranás, y las zancajerías, y los camisones curtios y los paños como tizones. Y encima entrampaos hasta los ojos. ¡Si tuito lo da a hacer! ¡Anda, que a la maestra bien la va con ella! Por cuatro monás de na que le cosiquea, allá van los mandilaos de frejones, y las buenas cazuelas de garbanzos como abogallas, y la buena torta reciente, y los buenos pucheraos de calostros y de suero en el tiempo. Y luego, cuando viene el cobraor de la contribución, ¡a echar la vela pastora por el lugar en cata de los cuartos! ¡Buena gobierna de casa anda allí!... ¡Pues no sos quió decir na de las mocitas de nuestra comadre! ¡Que las revendiera a dambas! ¡Má que las crió, y qué fiesteras, y qué monas, y qué holgacianotas, y qué amigas del buen bocao, que no gana su padre pa golosás! Allí rosquillitas, allí coquillos, allí perrunillas, allí floretas, y venga escachar güevos, y venga mercar azúcar, y la fanega de trigo pa el tío de las uvas y la tarja diendo y viniendo de la taberna y un buen caramillo de trampas en ca la tendera... ¡Quítalas delante, y quién cargará con ellas! Y no es decir que en la casa no haiga entrás, que su padre anda reventao siempre, buenos años que ha tenido, porque bien le ha pintao el trigo del rozo hogaño y otros años que no miento y bien se han enllenado de garbanzos y garrobas y de too; pero alantan más las gallinas a esparramar el montón que él a ajuntarlo... Y de parecido modo va pasando la tía Pulía minuciosa revista a las mozas del lugar, indicando "a los su muchachos cuáles pueden convenirles y advirtiéndoles que se estén quietos hasta que ella le tire alguna puntá a fulana pa saber si hace cara o no hace cara". Los dos mozones hacen lo que el tío Gorio: oír, callar y obedecer. El tío Gorio, según él dice, "está desimío de esas cuestiones, que son como para las tías na más". En realidad, está desimío de todas las cosas, porque la tía Pulía, que ejerce sobre él un dominio irresistible, le invade todo el campo de sus atribuciones e iniciativas. Le proponen a él la compra de una vaca, por ejemplo, y aun sabiendo que ella quiere que se venda, contesta invariablemente: "¡Pchs! Pues hombre, en queriendo ella, por mí no hay pero nenguno." -Mira, Gorio, que ha venío el alguacil pa que vayas mañana a Concejo; y a ver la palabra que sueltas allí; cuidaíto con que te dejes enrear; mira que tú eres el tío mas fiao y más desmaliciao del lugar, y te dejas entruchilar en un santiamén... Van a determinar del istierco del rodeo, y ya te he dicho que yo no quio rebujinas. Si el compadre quiere mercarlo allá se las vea; tú no me vengas con medias, que las medias son buenas pa las piernas, y la grasa se la chupa siempre el demonio de alta peña y a casa no me traes más que las pedras. Si determinan también de echar la derrama pa mercar el reló, ahora te lo digo: tú te desimes de eso, que yo no quio reló ni reloa; ¿estás enterao? No me vengas luego con que si pitos, con que si flautas, y tengamos en casa alguna que sea soná. Y de los pastos, ya sabes: si le rebajan un real a las ovejas y le suben tres a las vacas, entras en la comunidá, y si no, no... Y no me vengas, como hogañazo, con la música de que tenían ley pa hacerte entrar, porque hogaño no entras, ya lo sabes; y si te dejas engatusar, a casa no vengas, Gorio, porque no estoy yo aquí hecha una esclavita de lo que hay pa que tú me lo malrotes en pagos; ¿te enteras? No digas luego que no te advertí bien advertío; y ¡no las tengamos, no las tengamos!, que soy enemiga de desazones, y tú paece que le andas buscando siempre tres pies al gato, y tiene cuatro. Yo debía hacer contigo lo que hacen otras con el marido: no dejarte ni resolgar siquiera, ni meterse en nada, ni hacer tratos ni contratos con la otra gente; pero velay, todas no tenemos la suerte de tener un marido que se deja llevar, como hay otras. Una de esas que yo me sé te debía haber caído a ti a la cola, Gorio, pa que supieras lo que es bueno; y no que tú, encima de no servir pa na, empeñao en meterte en todo y salirte siempre con la tuya. El tío Gorio aguanta paciente y mudo estos chubascos, y ni siquiera le entran ganas de discutir las sinrazones de ella. "La tiene como dejá porque las tías son asín toas; y porque en muchas custiones no va ella descaminá, y de toos modos y maneras, más ven cuatro ojos que dos." Allá para sus adentros, se quieren bien. Los amores del tío Gorio y la tía Pulía no fueron nunca vehementes. Unió a la pareja, no el amor precisamente, sino la mutua conveniencia, medida y pesada por la familia de ambos. "Había tierras que lindaban que en rompiendo la miaja de linde, quedaban unas alhajas, y dos praos pegando, que na más quitar el medianil, y aquello era una jesa." Y se casaron con el afecto que puede nacer de una previamente sentida comunidad de intereses y de un par de años de trato, reducido a un rato de charla los sábados por la noche y los domingos por la tarde. La vida común avivó después aquello, y llegaron a quererse con cierta pasión, más sincera que fogosa. Por entonces iban juntos a la feria de la ciudad y a las fiestas más notables de la comarca; y así llegaron días en que se amaron, no como héroes de novela, pero sí más y mejor que ninguna otra pareja del lugar. La sangre, en aquellos tiempos, estaba inquieta, y como en casa no había testigos, que eran los enemigos más grandes de aquel amor cobardón y pudoroso, salía este de sus hondos escondites, y los vieron muchas veces las paredes de la modesta casita corretear por allí... Pero vinieron los hijos, crecieron, y "antes de que tuvieran conocimiento" se hundieron para siempre en el fondo del baúl los juguetes del querer, y allí no volvieron a cruzarse dos miradas que hablasen de tales cosas. Fuego había, pero sin humo y sin llamas. Pasaron los años, y aquello no era ya fuego; era suave calor de cenizas no movidas, tibio pero duradero. Los hijos lo barruntaban, sin saber de dónde venía, y se criaron en aquella templada atmósfera con la absoluta inconsciencia de quien vive en su elemento. Y así fueron luego lo que son: naturalezas simples y sanas de pasiones sosegadas, dóciles a todo freno, tranquilas, equilibradas, mudas, sufridas y austeras. Ambos son buenos mozos, trabajadores y cobardones; no fuman, no beben vino, no conocen más juego que el de la calva. Su madre los echa a la calle los días de fiesta para que luzcan sus ajustados calzones; los blancos borceguíes nuevos con pespuntes amarillos; las gorrillas de embudo, adornadas con un lirio o unas hojas de romana; los camisones como el ampo de la nieve; las blusas nuevas de engomadas telas rebeldes a la adherencia; los grandes tapabocas con flecos de chillones colorines. El tío Gorio, cuando ellos se van al baile de tamboril, se reúne siempre casualmente con algún compadre, "y se la echan a dos a la brisca". No lleva nunca consigo más que diez céntimos, que le da ella cada día de fiesta, siempre con la amenaza de suprimirle la pensión la primera vez que vaya a casa chispo; pero no sirve. El día que pierde la partida, menos mal, porque no bebe más que la cuarta parte de lo que pierde; pero cuando gana no quiere llevar los diez céntimos a casa, por no sentar precedentes perjudiciales, y los echa en vino, que se bebe amigablemente con el compañero ganancioso. No se emborracha; se pone alegre, bromista, charlatán y muy cariñosete, que es lo que no puede resistir la tía Pulía. Siempre regresa él a casa con el decidido propósito de aparentar serenidad, para que la mujer no se entere; pero la alegría que hormiguea todo su cuerpo le hace olvidarse de todo, y cuando asoma por la puerta de la cocina, ya sabe la tía Pulía cómo viene. Lo primero que suele hacer el hombre es llamarla con cierto mimo "parienta", en lugar de chacha, y eso la pone a ella fuera de sí. -¡Mal relobado te entrara, Dios me perdone, re... peinetero! ¿Sos paece qué escarmiento el de este tunante? Mira, reladrón, o te quitas delante de mis ojos, o esta es la noche que te enderezo con el badil en los hocicos. ¡Vergüenza te podía dar!, tener dos hijos mozos que están en su casa, como Dios manda, desde el ponerse el sol, y tú enfochao en la taberna hasta las ocho de la noche, derrotando lo que otros ganan y dando escándalo. ¡Quítate lante, que no tienes rayo de vergüenza, ni la conoces siquiera! Más te valía darle mejor ejemplo a los muchachos. ¡Anda que ya, ya te ataré corto, ya!; te aseguro y te prometo, como esta es cruz, que vas a mudar de librea desde hoy, o el demonio va a andar en Cantillana. La perra que esta tía te vuelva a dar pa vinarra que me la claven en la frente, bausonazo. Esa vivienda que traes, yo, yo te la quitaré, yo, bribón. O mudas de bisiesto, o nos van a oír en too el lugar, conti más en la vecindad. Todo esto lo dice la tía Pulía sin dejar de trajinar en la cocina, andando de un lado para otro, con mucho manoteo al aire, mucho estrépito de cacharros, mucho sorroscar los tizones del hogar y mucho entrar y salir de la cocina sin hacer oficio de provecho. El tío Gorio, como no está del todo solo no se asusta, y su prurito irresistible de mostrarse cariñoso le hace decir: -Vamos a menos, parienta, que no hay nengún motivo para desazonarse asina. ¡Mia que hijos nos ha dao Dios! ¡Mia qué dos mozos, mujer! Si hay otros dos más plantaos en el lugar, que salgan, ¡mecachi en sanes! Esto quita las penas; y eso que ni quio decir na de ti, de si tú eres asín o eres asao, que me paece que a trabajadora y a aseá y a vividora y a conocimiento, no quiero yo que haiga quien te eche la pata encima en tos estos contornos... -Pero ¿sos paece qué tío este? ¡Malos moros me cautiven si vuelves a entrar en casa desde el punto y hora en que toquen a las oraciones, resinvergüenza! Acuérdate de lo que te digo esta noche y ya estás zutando a la cama, que te aseguro y te prometo que esta noche no te da acedía con la cena. El tío Gorio, después de oír otra docena de improperios, acaba por irse a la cama, sin preguntarle siquiera a los mozos "si están ya apajás las vacas, y si tienen ensobeao el carro pa mañana, y goberná la coyunda vieja, y bien aguzaos los destrales, que hay que dir a la desa a esmochar unas encinas". En la cocina se quedan como sordos, cuando el tío Gorio se va a la cama. -Echai sopa -dice la madre a los mozos. Ella, entre tanto, da la última vuelta a la humeante puchera de garbanzos, berza y fréjoles y prepara la mesa, que es el naso del pan. Y mientras cenan, como recordando la escena pasada y sintiendo el gran vacío que la ausencia del tío Gorio ha producido entre ellos, dice a los humildes mozos: -Velay, no tiene más que esa miaja de falta, y hay que tapársela, que él bien bueno y bien vividor que es; y pa vusutros es un padrazo, que no sabe negaros ningún gusto...
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Colaboración de:
[Profesor Emeritus de Literatura Española]