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Nº 2. Abril 2004/Revista
Electrónica Cuatrimestral.
Los cuadros secretos del Prado
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Dánae, una obra maldita
Dánae, una obra maldita.
La pintura más veterana en experiencias en lugares de
reclusión era la Dánae de Tiziano, cuya protagonista
fue encerrada en una torre por un padre temeroso de que se cumpliera
la fatal profecía que le auguraba una segura muerte a manos
de su nieto. El destino se cumplió, y Acrisio murió
petrificado por Perseo, el hijo que un Júpiter transformado
en lluvia de oro concibió en el vientre de la joven.
La suerte de este cuadro parece marcada
por la propia historia que narra, y el papel del padre fue interpretado
por los sucesivos monarcas que gobernaron España durante
trescientos años, en los que la princesa vivió encerrada,
no ya en torres, pero si en salas de acceso sumamente restringido.
Pero no a todos sus carceleros les movieron las mismas razones para
mantenerla recluida. Algunos, como Felipe II o Felipe IV, la contaron
entre sus bienes más queridos y estimados, y reservaron para
ella sus espacios de placer; mientras que otros la consideraron
una amenaza pública que era imprescindible mantener alejada
de las miradas de la gente; y no faltó quien llegó
a proyectar su extinción en una hoguera purificadora.
Dánae fue pintada para el primero de sus carceleros, Felipe
II, por Tiziano, quien la concibió como parte integrante
de un conjunto de cuadros mitológicos destinados a un "camerino"
privado y en los que se llevaba a cabo una reflexión plástica
sobre el desnudo, el amor y la fábula antigua. La primera
noticia que se conoce sobre ella se encuentra en una carta de 1554
con ocasión del envío de Venus y Adonis: "Y porque
la Dánae, que ya mandé a VM., se veía toda
por la parte de delante, he querido en esta otra poesía variar;
y hacerle mostrar la contraria parte, para que resulte el camerino,
donde había de estar, más agradable a la vista. Pronto
os mandaré la poesía de Perseo y Andrómeda,
que tendrá una vista diferente a éstas; y también
Jasón y Medea".
Aunque el texto demuestra que el
artista veneciano se guiaba por intereses primordialmente formales,
el destino de la pintura ha sido recibir las interpretaciones más
variadas, que oscilan entre las que ven en ella una alusión
a la Inmaculada Concepción, las que la interpretan como una
alegoría de la prostitución, o por las que quieren
encontrar oscuras referencias al mítico Toisón de
Oro.
A diferencia de lo que ocurrió con la princesa mitológica,
el cuadro de Tiziano no vivió su clausura en solitario, pues
desde muy pronto estuvo acompañado por una colección
de maravillosas pinturas de diosas y dioses en carnes, cuyo número
osciló mucho a lo largo del tiempo. Por eso, hacer un repaso
a los lugares en los que estuvo encerrada esa obra significa también
estudiar la peculiarísima relación que se estableció
en España entre el desnudo y sus coleccionistas durante tres
siglos. Eso, a su vez, permite reflexionar de una manera completa
sobre el peculiar estatus que ha tenido siempre esta forma artística,
que durante siglos ha encarnado la idea más alta de "arte"
y perfección, pero a la que también han estado asociadas
numerosas connotaciones peyorativas desde el punto de vista moral
y social.
La fortuna de la Dánae y sus compañeras fue muy variada,
y sufrió constantes altibajos dependiendo de los gustos estéticos
y los criterios morales de sus sucesivos dueños. Así,
tras el episodio de aprecio protagonizado por Felipe II, nos encontramos
con que su hijo prefirió depositar estos cuadros al cuidado
de su guardajoyas, para que no ofendiesen, según un contemporáneo,
"su modestia y gran virtud". El sucesor; Felipe IV, cambió
radicalmente su actitud respecto a las pinturas de desnudo, a las
que convirtió en la parte más íntima, personal
y querida de sus colecciones. Los diferentes episodios por los que
pasaron durante su reinado sirven muy bien para mostrar cómo
fue afianzándose su gusto artístico.
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