Nº 2. Abril 2004/Revista
Electrónica Cuatrimestral.
Mariana Pineda. 1925
Romance popular en tres estampas
II-VIII
Escena VIII
Aparece por la puerta el Conspirador 4. Es un hombre fuerte;
campesino rico. Viste el traje popular de la época: sombrero puntiagudo
de alas de terciopelo, adornado con borlas de seda; chaqueta con
bordados y aplicaduras de paño de todos los colores en los codos,
en la bocamanga y en el cuello. El pantalón, de vueltas, sujeto
por botones de filigrana, y las polainas, de cuero, abiertas por
un costado, dejando ver la pierna. Trae una dulce tristeza varonil.
Todos los personajes están de pie cerca de la puerta de entrada.
Mariana no oculta su angustia, y mira, ya al recién llegado, ya
a don Pedro, con un aire doliente y escrutador.
Conspirador 4:
¡Caballeros! ¡Doña Mariana!
(Estrecha la mano de Mariana.)
Pedro: (Impaciente.)
¿Hay noticias?
Conspirador 4:
¡Tan malas como el tiempo!
Pedro:
¿Que ha pasado?
Conspirador 1: (Irritado.)
Casi lo adivinaba.
Mariana: (A Pedro.)
¿Te entristeces?
Pedro:
¿Y las gentes de Cádiz?
Conspirador 4:
Todo en vano.
Hay que estar prevenidos. El Gobierno
por todas partes nos está acechando.
Tendremos que aplazar el alzamiento,
o luchar o morir, de lo contrario.
Pedro: (Desesperado.)
Yo no se que pensar; que tengo abierta
una herida que sangra en mi costado,
y no puedo esperar, señores míos.
Conspirador 3: (Fuerte.)
Don Pedro, triunfaremos esperando.
La situación no puede durar mucho.
Conspirador 4: (Fuerte.)
Ahora mismo tenemos que callarnos.
Nadie quiere una muerte sin provecho.
Pedro: (Fuerte también.)
Mucho dolor me cuesta.
Mariana: (Angustiada.)
¡Hablen más bajo!
(Se pasea.)
Conspirador 4:
España entera calla, ¡pero vive!
Guarde bien la bandera.
Mariana:
La he mandado
a casa de una vieja amiga mía,
allá en el Albaicín, y estoy temblando.
Quizá estuviera aquí mejor guardada.
Pedro:
¿Y en Málaga?
Conspirador 4:
En Málaga, un espanto.
El canalla de González Moreno...
No se puede contar lo que ha pasado.
(Expectación vivísima, Mariana, sentada en el sofá, junto a don
Pedro, después de todo el juego escénico que ha realizado, oye anhelante
lo que cuenta el Conspirador 4.)
Torrijos, el general
noble, de la frente limpia,
donde se estaban mirando
las gentes de Andalucía,
caballero entre los duques,
corazón de plata fina,
ha sido muerto en las playas
de Málaga la bravía.
Le atrajeron con engaños
que él creyó, por su desdicha,
y se acercó, satisfecho
con sus buques, a la orilla,
¡Malhaya el corazón noble
que de los malos se fía!,
que al poner el pie en la arena
lo prendieron los realistas.
El vizconde de La Barthe,
que mandaba las milicias,
debió cortarse la mano
antes de tal villanía,
como es quitar a Torrijos
bella espada que ceñía,
con el puño de cristal,
adornado con dos cintas.
Muy de noche lo mataron
con toda su compañía.
Caballero entre los duques,
corazón de plata fina.
Grandes nubes se levantan
sobre la tierra de Mijas.
El viento mueve la mar
y los barcos se retiran
con los remos presurosos
y las velas extendidas.
Entre el ruido de las olas
sonó la fusilería,
y muerto quedó en la arena,
sangrando por tres heridas,
el valiente caballero,
con toda su compañía.
La muerte, con ser la muerte,
no deshojó su sonrisa.
Sobre los barcos lloraba
toda la marinería,
y las más bellas mujeres,
enlutadas y afligidas,
lo iban llorando también
por el limonar arriba.
Pedro: (Levantándose, después de oír el Romance.)
Cada dificultad me da más bríos.
Señores, a seguir nuestro trabajo.
La muerte de Torrijos me enardece
para seguir luchando.
Conspirador 1:
Yo pienso así.
Conspirador 4:
Pero hay que estarse quietos;
otro tiempo vendrá.
Conspirador 2: (Conmovido.)
¡Tiempo lejano.!
Pedro:
Pero mis fuerzas se agotarán.
Mariana: (Bajo, a Pedro.)
Pedro, mientras yo viva...
Conspirador 1:
¿Nos marchamos?
Conspirador 3:
No hay nada que tratar. Tienes razón.
Conspirador 4:
Esto es lo que tenía que contaros,
y nada más.
Conspirador 1:
Hay que ser optimistas.
Mariana:
¿Gustarán de una copa?
Conspirador 4:
La aceptamos
porque nos hace falta.
Conspirador 1:
¡Buen acuerdo!
(Se ponen de pie y cogen sus copas.)
Mariana: (Llenando los vasos.)
¡Cómo llueve!
(Fuera se oye la lluvia.)
Conspirador 3:
¡Don Pedro está apenado!
Conspirador 4:
¡Como todos nosotros!
Pedro:
¡Es verdad!
Y tenemos razones para estarlo.
Mariana:
Pero a pesar de esta opresión aguda
y de tener razones para estarlo...
(Levantando la copa.)
«Luna tendida, marinero en pie»,
dicen allá, por el Mediterráneo,
las gentes de veleros y fragatas.
¡Como ellos, hay que estar siempre acechando!
(Como en sueños.)
"Luna tendida, marinero en pie."
Pedro: (Con la copa.)
Que sean nuestras casas como barcos.
(Beben. Pausa. Fuera se oyen aldabonazos lejanos. Todos quedan
con las copas en la mano, en medio de un gran silencio.)
Mariana:
Es el viento que cierra una ventana.
(Otro aldabonazo.)
Pedro:
¿Oyes, Mariana?
Conspirador 4:
¿Quién será?
Mariana: (Llena de angustia.)
¡Dios Santo!
Pedro: (Acariciador.)
¡No temas! Ya verás cómo no es nada.
(Todos están con las capas puestas, llenos de inquietud.)
Clavela: (Entrando casi ahogada.)
¡Ay señora! ¡Dos hombres embozados,
y Pedrosa con ellos!
Mariana: (Gritando, llena de pasión.)
¡Pedro, vete!
¡Y todos, Virgen santa! ¡Pronto!
Pedro: (Confuso.)
¡Vamos!
(Clavela quita las copas y apaga los candelabros.)
Conspirador 4:
Es indigno dejarla.
Mariana: (A Pedro.)
¡Date prisa!
Pedro:
¿Por dónde?
Mariana: (Loca.)
¡Ay! ¿Por dónde?
Clavela:
¡Están llamando!
Mariana: (Iluminada.)
¡Por aquella ventana del pasillo
saltarás fácilmente! Ese tejado
está cerca del suelo.
Conspirador 2:
No debemos
dejarla abandonada!
Pedro: (Enérgico.)
¡Es necesario!
¿Cómo justificar nuestra presencia?
Mariana:
Sí, sí, vete en seguida. ¡Ponte a salvo!
Pedro: (Apasionado.)
¡Adiós, Mariana!
Mariana:
¡Dios os guarde, amigos!
(Van saliendo rápidamente por la puerta de la derecha. Clavela
está asomada a una rendija del balcón, que da a la calle. Mariana,
en puerta, dice:)
!Pedro..., y todos, que tengáis cuidado!
(Cierra la puertecilla de la izquierda, por donde han salido
los Conspiradores, y corre la cortina. Luego, dramática:)
¡Abre, Clavela! Soy una mujer
que va atada a la cola de un caballo.
(Sale Clavela. Se dirige rápidamente al fortepiano.)
¡Dios mío, acuérdate de tu pasión
y de las llagas de tus manos!
(Se sienta y empieza a cantar la canción del Contrabandista,
original de Manuel García 1808.)
Yo que soy contrabandista
y campo por mis respetos
a todos los desafío,
pues a nadie tengo miedo.
¡Ay! ¡Ay!
¡Ay muchachos! ¡Ay muchachas!
¿Quién me compra hilo negro?
Mi caballo está rendido
!y yo me muero de sueño!
¡Ay!
!Ay! Que la ronda ya viene
y se empezó el tiroteo!
¡Ay! ¡Ay! Caballito mío
caballo mío careto.
!Ay!
¡Ay! Caballo, ve ligero.
!Ay! Caballo, que me muero.
!Ay!
(Ha de cantar con un admirable y desesperado sentimiento, escuchando
los pasos de Pedrosa por la escalera.)
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