Premio
Punto de
Excelencia

 

Nº 2. Abril 2004/Revista Electrónica Cuatrimestral.

Mariana Pineda. 1925

Romance popular en tres estampas

II-IX

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Escena IX

Las cortinas del fondo se levantan y aparece Clavela, aterrada, con el candelabro de tres bujías en una mano y la otra puesta sobre el pecho. Pedrosa, vestido de negro, con capa, llega detrás. Pedrosa es un tipo seco, de una palidez intensa y de una admirable serenidad. Dirá las frases con ironía muy velada y mirará minuciosamente a todos lados, pero con corrección. Es antipático. Hay que huir de la caricatura. Al entrar Pedrosa, Mariana deja de tocar y se levanta del fortepiano. Silencio.

Mariana:
Adelante.

Pedrosa: (Adelantándose.)
Señora, no interrumpa
por mí la cancioncilla que ahora mismo
entonaba.
(Pausa.)

Mariana: (Queriendo sonreir.)
La noche estaba triste
y me puse a cantar.
(Pausa.)

Pedrosa:
He visto luz
en su balcón y quise visitarla.
Perdone si interrumpo sus quehaceres.

Mariana:
Se lo agradezco mucho.

Pedrosa:
¡Qué manera
de llover!

(Pausa. En esta escena habrá pausas imperceptibles y rotundos silencios instantáneos, en los cuales luchan desesperadamente las almas de los dos personajes. Escena delicadísima de matizar, procurando no caer en exageraciones que perjudiquen su emoción. En esta escena se ha de notar mucho más lo que no se dice que lo que se está hablando. La lluvia, discretamente imitada y sin ruido excesivo, llegará de cuando en cuando a llenar silencios.)

Mariana: (Con intención)
¿Es muy tarde?
(Pausa.)

Pedrosa: (Mirándola fijamente, y con intención también.)
¡Sí! Muy tarde.
El reloj de la Audiencia ya hace rato
que dio las once.

Mariana: (Serena e indicando asiento a Pedrosa.)
No las he sentido.

Pedrosa: (Sentándose.)
Yo las sentí lejanas. Ahora vengo
de recorrer las calles silenciosas,
calado hasta los huesos por la lluvia,
resistiendo ese gris fino y glacial
que viene de la Alhambra.

Mariana: (Con intención y rehaciéndose.)
El aire helado
que clava agujas sobre los pulmones
y para el corazón.

Pedrosa: (Devolviéndole la ironía.)
Pues ese mismo.
Cumplo deberes de mi duro cargo.
Mientras que usted, espléndida Mariana,
en su casa, al abrigo de los vientos,
hace encajes... o borda...
(Como recordando.)
¿Quién me ha dicho
que bordaba muy bien?

Mariana: (Aterrada, pero con cierta serenidad.)
¿Es un pecado?

Pedrosa: (Haciendo una seña negativa.)
El Rey nuestro Señor, que Dios proteja,
(Se inclina.)
se entretuvo bordando en Valençay
con su tío el infante don Antonio.
Ocupación bellísima.

Mariana: (Entre dientes.)
¡Dios mío!

Pedrosa:
¿Le extraña mi visita?

Mariana: (Tratando de sonreir.)
¡No!

Pedrosa: (Serio.)
¡Mariana!
(Pausa.)
Una mujer tan bella como usted,
¿no siente miedo de vivir tan sola?

Mariana:
¿Miedo¿ ¡Ninguno!

Pedrosa: (Con intención.)
Hay tantos liberales
y tantos anarquistas en Granada,
que la gente no vive muy segura.
(Firme.)
¡Usted ya lo sabrá!

Mariana: (Digna.)
¡Señor Pedrosa!
¡Soy mujer de mi casa y nada más!

Pedrosa: (Sonriendo.)
Y yo soy juez. Por eso me preocupo
de estas cuestiones. Perdonad, Mariana.
(Pausa.)
Pero hace ya tres meses que ando loco
sin poder capturar a un cabecilla...

(Pausa. Mariana trata de escuchar y juega con su sortija, conteniendo su angustia y su indignación.)

Pedrosa: (Como recordando, con frialdad.)
Un tal don Pedro de Sotomayor.

Mariana:
Es probable que esté fuera de España.

Pedrosa:
No; yo espero que pronto será mío.

(Al oír eso Mariana tiene un ligero desvanecimiento nervioso; lo suficiente para que se le escape la sortija de la mano, más bien, la arroja ella para evitar la conversación.)

Mariana: (Levantándose.)
!Mi sortija!

Pedrosa:
¿Cayó?
(Con intención.)
Tenga cuidado.

Mariana: (Nerviosa.)
Es mi anillo de bodas; no se mueva,
y vaya a pisarlo.
(Busca.)

Pedrosa:
Está muy bien.

Mariana:
Parece
que una mano invisible lo arrancó.

Pedrosa:
Tenga más calma.
(Frío.)
Mire.
(Señala el sitio donde ve el anillo, al mismo tiempo que avanzan.)
!Ya está aquí!

(Mariana se inclina para recogerlo antes que Pedrosa; éste queda a su lado, y en el momento de levantarse Mariana, la enlaza rápidamente y la besa.)

Mariana: (Dando un grito y retirándose.)
¡Pedrosa!
(Pausa. Mariana rompe a llorar de furor.)

Pedrosa: (Suave.)
Grite menos.

Mariana:
!Virgen Santa!

Pedrosa: (Sentándose.)
Me parece que este llanto está de más.
Mi señora Mariana esté serena.

Mariana: (Arrancándose desesperada y cogiendo a Pedrosa por la solapa.)
¿Qué piensa de mí? ¡Diga!

Pedrosa: (Impasible.)
Muchas cosas.

Mariana:
Pues yo sabré vencerlas. ¿Qué pretende?
Sepa que yo no tengo miedo a nadie.
Como el agua que nace soy de limpia,
y me puedo manchar si usted me toca;
pero sé defenderme. ¡Salga pronto!

Pedrosa: (Fuerte y lleno de ira.)
¡Silencio!
(Pausa. Frío.)
Quiero ser amigo suyo.
Me debe agradecer esta visita.

Mariana: (Fiera.)
¿Puedo yo permitir que usted me insulte?
¿Que penetre de noche en mi vivienda
para que yo... ? ¡Canalla! No sé cómo...
(Se contiene.)
¡Usted quiere perderme!

Pedrosa: (Cálido.)
¡Lo contrario!
Vengo a salvarla.

Mariana: (Bravía.)
¡No lo necesito!
(Pausa.)

Pedrosa: (Fuerte y dominador, acercándose con una agria sonrisa,)
¡Mariana! ¿Y la bandera?

Mariana: (Turbada.)
¿Qué bandera?

Pedrosa:
¡La que bordó con esas manos blancas
(Las coge.)
en contra de las leyes y del Rey!

Mariana:
¿Qué infame le mintió?

Pedrosa: (Indiferente.)
¡Muy bien bordada!
De tafetán morado y verdes letras.
Allá en el Albaicín, la recogimos,
y ya está en mi poder como tu vida.
Pero no temas; soy amigo tuyo.
(Mariana queda ahogada.)

Mariana: (Casi desmayada.)
Es mentira, mentira.

Pedrosa:
Sé también
que hay mucha gente complicada.
Espero que dirás sus nombres, ¿verdad?
(bajando la voz y apasionadamente.)
Nadie sabrá lo que ha pasado, yo te quiero
mía, ¿lo estás oyendo? Mía o muerta.
Me has despreciado siempre; pero ahora
puedo apretar tu cuello con mis manos,
este cuello de nardo transparente,
y me querrás porque te doy la vida.

Mariana: (Tierna y suplicante en medio de su desesperación, abrazándose a Pedrosa.)
¡Tenga piedad de mí! ¡Si usted supiera!
Y déjeme escapar. Yo guardaré
su recuerdo en las niñas de mis ojos.
¡Pedrosa, por mis hijos!...

Pedrosa: (Abrazándola, sensual.)
La bandera
No la has bordado tú, linda Mariana,
y ya eres libre porque así lo quiero...
(Mariana al ver cerca de sus labios los labios de Pedrosa, lo rechaza, reaccionando de una manera salvaje.)

Mariana:
¡Eso nunca! ¡Primero doy mi sangre!
Que me cueste dolor, pero con honra.
¡Salga de aquí!

Pedrosa: (Reconviniéndola.)
¡Mariana!

Mariana:
!Salga pronto!

Pedrosa: (Frío y reservado.)
¡Está muy bien! Yo seguiré el asunto
y usted misma se pierde.

Mariana:
!Qué me importa!
Yo bordé la bandera con mis manos;
con estas manos, !mírelas, Pedrosa!
y conozco muy grandes caballeros
que izarla pretendían en Granada.
¡Mas no diré sus nombres!

Pedrosa:
!Por la fuerza
delatará! ¡Los hierros duelen mucho,
y una mujer es siempre una mujer!
¡Cuando usted quiera me avisa!

Mariana:
¡Cobarde!
¡Aunque en mi corazón clavaran vidrios
no hablaría!
(En un arranque.)
!Pedrosa, aquí me tiene!

Pedrosa:
¡Ya veremos! ....

Mariana:
¡Clavela, el candelabro!

(Entra Clavela, aterrada, con las manos cruzadas sobre el pecho.)

Pedrosa:
No hace falta, señora. Queda usted
detenida en nombre de la ley.

Mariana:
¿En nombre de qué ley?

Pedrosa: (Frío y ceremonioso.)
¡Buenas noches!
(Sale.)

Clavela: (Dramática.)
¡Ay, señora; mi niña, clavelito,
prenda de mis entrañas!

Mariana: (Llena de angustia y de terror.)
Isabel,
yo me voy. Dame el chal.

Clavela:
¡Sálvese pronto!
(Se asoma a la ventana. Fuera se oye otra vez la fuerte lluvia.)

Mariana:
¡Me iré a casa de don Luis! ¡Cuida los niños!

Clavela:
¡Se han quedado en la puerta! ¡No se puede!

Mariana:
Claro está.
(Señalando al sitio por donde han salido los Conspiradores.)
¡Por aquí!

Clavela:
¡Es imposible!
(Al cruzar Mariana, por la puerta aparece doña Angustias.)

Angustias:
¡Mariana! ¿Dónde vas? Tu niña llora.
Tiene miedo del aire y de la lluvia.

Mariana:
¡Estoy presa! ¡Estoy presa, Clavela!

Angustias: (Abrazándola.)
¡Marianita!

Mariana: (Arrojándose en el sofá.)
¡Ahora empiezo a morir!
(Las dos mujeres la abrazan.)
Mírame y llora. ¡Ahora empiezo a morir!

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