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Epistolario de Gabriel y Galán
Gabriel y Galán, José María


Bagaje literario de G. y Galán

Sus precursores

     Cuando escribió El Ama nuestro querido maestro se dedicaba en el Guijo de Granadilla a la vida de campo; así que por muchos era tenido por labrador, no sabiendo que había sido maestro, dando como acontecimiento extraordinario que un hombre sin cultura escribiera de cosas tan hondas como las que en algunas ocasiones trata. En honor de la verdad, diré que él estudió bien su carrera de maestro normal, y ganó después muy disputadas oposiciones con el primer lugar. Leyó mucho la filosofía de Balmes, Fray Ceferino y otros, y se entregaba a profundas meditaciones en lo que leía; su claro talento, que demostraba en la conversación de estas materias, y sobre todo el verbo del lenguaje que en él era instintivo. Se extrañó una vez un pensador salmantino de cómo Pereda, siendo tan buen escritor, tenía una cultura que no respondía a su nivel literario. Yo creo que en el arte descriptivo hay mucho de espontáneo, y quien está dotado de sensibilidad de artista sin conocimiento de clásicos y lenguas extrañas, puede interpretar un campo, una vida o un sentimiento y conmover a quienes le lean.

     Por no saber francés, ni otras lenguas, quizá se expresara mejor y más castizamente; nació en tierra donde se habla bien, y se nutrió de nuestros clásicos.

     El P. Cejador, a quien he tenido el gusto de comunicar datos sobre el poeta, le dedicará un estudio tan sincero, como acostumbra a hacerlo en el libro que está escribiendo. Para aclarar conceptos puedo decir que leyó y admiró mucho a Zorrilla y Núñez de Arce, cuyo Idilio se sabía de memoria, y después de la lectura de Cansera, poesía de Vicente Medina, comenzó a escribir versos en jerga extremeña. Quise ver la influencia que sobre él ejercieron Meléndez Valdés y Ruiz Aguilera; en los cuatro tomos que el cantor del Zurguen tiene de romances están algunos dedicados a los asuntos familiares de la esposa y el hijo, como Galán, con frases y conceptos parecidos que en nada aminoran su inspiración y originalidad. Ruiz Aguilera sólo tiene semejanzas con él cuando es más profundo y delicado, cuando llora en estrofas amargas la muerte de su hijita.

     De sus biógrafos, comentaristas e imitadores, mucho se puede decir; lo peor, que éstos, en vez de estudiar la Naturaleza, como él lo hizo, imitan sus repeticiones y metros, y quizá entonces sólo sirve para que al compararlos, acusen como más vigorosa la personalidad artística del poeta.

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SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.

SALAMANCA.

     Mi distinguido amigo: No creí que tuviera ya siete años su niño, el que estuvo enfermito siempre, y supuse, por lo mismo, que el fallecido sería otro, Dios le conserve sanos y buenos los que le quedan[104].

     Nunca diga, tratándose de cosas mías, que es meterse donde no le llaman. Además de sobrarle autoridad para ello, resulto muy honrado, y le quedo de veras agradecido.

     Eso último de la Revista de Extremadura, era una cosa que hice mucho tiempo ha: no tenía otra, ni tiempo para hacerla, cuando me pidieron algo, precisamente para ese número, y les envié aquello, que es, ni más ni menos, lo que usted dice en su grata.

     El consejo que en ella me da de que lea poesía con parsimonia[105], vengo practicando desde hace mucho tiempo, no sólo porque no tengo libros, ni hay por aquí quien los tenga, sino porque estoy convencido de la bondad del consejo, que da el modo mejor de evitar los más funestos inconvenientes.

     Lo poquísimo que contienen unos minúsculos tomitos de poesía clásica, lo he leído ya muchas veces, y no lo miro: me cansa ya.

     Lo que siento es que la carencia de libros se extiende a los de otra índole, que, como usted me dice, me convendrían muchísimo.

     No leo más que cartas, noticias de periódicos, una o dos revistas y algún librito que me dedique su autor. Con esta gran ignorancia de lo que se ha escrito y se escribe, el aislamiento en que vivo y el poco tiempo que el campo me deja libre, ya ve usted qué podré hacer, aun contando con que pudiese hacer algo que mereciera la pena de leerse.

     Así, que me limito a aprovechar mis ocios escribiendo algo, salga lo que saliere. Y así suele salir ello[106].

     Ahora voy a permitirme hacerle un ruego, en nombre de este pueblo, que tal me pide.

     Pronto hará seis meses (desde antes de las vacaciones de verano), que está cerrada la escuela de niñas por falta de profesora. La propietaria, doña Regina Alonso, fue nombrada hace tiempo para Villaflores; esta gente ha acudido a la junta provincial, pidiendo maestras con urgencia, porque el pueblo, que no es muy chico, la desea y la necesita de veras.

     Nada resuelven, la escuela cerrada sigue, y acudo a usted para que evite cuanto antes estos perjuicios, cosa que ha de ser muy de su agrado.

     Y puestos ya a pedir a usted maestra, nos atrevemos a pedirle todo lo buena que sea posible, en cuanto de usted dependa, pues supongo que la que ahora venga será interina.

     En nombre de todos, como en el mío, le doy mil gracias anticipadas, y le ruego perdone esta forma extraoficial de pedir lo que necesita el pueblo.

     Mande todo lo que quiera a su agradecido amigo, S. S., q. b. s. m.,

JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.

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1.º de Junio de 1900.

     Mi queridísimo amigo[107]: Ocupadísimo estos días con las tareas de la recolección, no he tenido tiempo de escribirte, ni de enviarte los versos prometidos. Aún hoy tengo que darme prisa para atender a lo demás. Te envío adjunta una copia de los referidos versos. Con tanta prisa la he hecho, que no sé cómo irá. Cuando te escriba otra vez te enviaré una poesía, que creo te agradará.

     ¿Y el eclipse por ahí?

     Supongo que el fenómeno no habrá sido tan maravilloso visto desde ese país como desde este pueblo, que estaba comprendido en la zona de visibilidad total. Una tropa de gente de Castilla que bajaba a Plasencia[108] a presenciar el eclipse quiso que me incorporara a ella en la estación del Villar. No acepté la invitación, porque me olió a juerga, pues llevaban hasta un cocinero con ellos; y además, yo quería ver el eclipse, no desde los balcones de una fonda ni desde un pueblo grande lleno de gente, sino desde las soledades del monte, donde todo dice más y hace sentir cosas mejores que la proximidad de la muchedumbre, que en su mayor parte es necia, cuando no es bárbara. Observé a mi sabor el sublime espectáculo desde la cumbre más alta de un monte precioso, sin más compañía que la de mi vaquero, que es un astrónomo cuyo lenguaje técnico tira de espaldas a cualquiera, por lo graciosísimo que resulta. Desde el hermoso punto de vista que ocupábamos, y con el auxilio de un anteojo y lentes ahumados, vimos el eclipse desde el momento en que se verificó el primer contacto hasta que los discos del astro eclipsado y el interpuesto volvieron a separarse. Los momentos de la totalidad fueron verdaderamente sublimes en aquellos sitios. Callaron todos los pájaros, las vacas y los chotillos se llamaban y huían hacia la majada, descendió la temperatura muchos grados, durmióse el aire, se dejaron ver las estrellas y todo quedó envuelto en una luz que no era cárdena, ni violácea, ni lívida, aunque parecía todas estas cosas. Era una luz vaga y tristísima, que todo lo llenó de su profunda melancolía y de hondísima tristeza. Si Dios quisiera matar el mundo de pena, no tenía que hacer más que teñirlo de aquella luz por espacio de ocho días. Ya lo dijo el astrónomo que me acompañaba: «si los clisis jueran largos y amenúo, yo cascaba deseguía». Y tenía razón: cualquiera se moría de pena, viviendo envuelto en aquella luz, que no era luz, o en aquella oscuridad, que tampoco era oscuridad. Después, cuando el sol volvió a lucir y dejó de parecerse a «una luna renegría, con el reondali mal jechu», como nos decía el muchacho que cuida nuestro ganado cerdal), todos los pájaros del monte desataron el pico y saludaron aquella resurrección de la luz solar con más alegría que cuando cantan en un amanecer de primavera.

JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN[109].

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     Mi querido amigo: En cuartillas le voy a escribir hoy.

     Recibí su libro y los números de El Adelanto que con aquél me envió. Por el libro no le doy gracias. Se lo pagaré tal vez muy pronto con otro mío, aunque quede mal pagado; pues, así y todo, siempre querrá usted mejor la firma de un buen amigo que las gracias.

     De esas Briznas nada le diré, porque ni yo soy un buen crítico, ni falta le hacen a usted cuatro cosas mal dichas que yo pudiera decirle. Que me gustan mucho, sí; eso puedo yo decirlo como cualquiera hijo de vecino que lea una cosa y le entre.

     Las Briznas (llamémoslas como usted), entran de veras, y algunas de ellas hasta las propias honduras del alma del lector; créalo usted, amigo mío, porque también le digo que una de ellas, la primera, Vida por vida, se la arrancaría del libro. ¿Que por qué? Pues es bellísima, pero me dolería que algún... pequeño perverso, dijera que eso es, ni más ni menos, El Señor, de Leopoldo Alas, que publicó hace bastantes años. Tengo la seguridad de que usted no leyó aquel cuento, porque, de haberlo leído, fuera otra cosa Vida por vida, y no lo que usted soñó, coincidiendo con Clarín.

     Afortunadamente, todo lo de usted -y para mí es tal vez el mayor mérito- tiene un sello personal de tan precisas líneas que... no hay necesidad de deducir la consecuencia. Y entienda usted que esto se lo diría yo a los maliciosos, pues yo no lo necesito para mí. Más que ese sello personal literario, me decide a mí la persona de usted... Y no hay que hablar más de esto. Sólo, sí, he de repetirle, pero sin relacionarlo ya con lo anterior, que ya le conozco a usted como escritor. Tanto, que creo no necesitar ver la firma de usted debajo de sus escritos. Lo cual no hay que decir que es un mérito del que escribe y no del que lee. El que lee podrá confundir al plagiario con el plagiado; pero al que es original, se le conoce en seguida, lo cual no es poner ninguna pica en Flandes.

     Ahora, a lo otro. Lo otro es El Imparcial, Maeztu, La Gaceta, la Reina, la nación entera... Ya no faltará más enhorabuena que la mía, ¿verdad?

     Pues ahora es cuando me gusta más dársela, porque ya irá usted, e irán ustedes, más descansados.

     ¡Qué bien ha hablado usted en El Adelanto sobre eso! Lo esperaba de usted, tal como ello salió, lo celebré, lo coreé, se lo puse delante de los hocicos a quien pude, ¡y no he podido ponérselo a todos los españoles!

     ¡Mire usted que se necesita... tener agallas para, cuando todos estamos saboreando la merecida publicidad de la excepción, que, por presentarse como tal, era de una fuerza extraordinaria para probar primero, y para estimular después, descolgarse con autobombos inoportunos y horribles y hasta con pordioseos y peticiones -por tabla- de los honores concedidos a usted por los de arriba y los aplausos que les tributamos los de abajo... ¡Válgame Dios, y qué flacos y qué débiles somos los hombres!

     El deseo de la publicidad será muy humano, yo no lo niego; pero, ¡ay!, es muy español, muy español.

     Mi parabién por todo, pero señaladamente por el hecho de enseñarles a esas gentes cuanto puedan, y por su modestia, al rechazar las cruces y ante la nube de incienso oficial, jamás tan justamente quemado como ahora, que se les vino encima.

     En cuanto termine el tomito de versos, se lo mandaré[110], para que lo vea antes que sea impreso y publicado. Ayer me escribió Villegas, metiendo prisa y ofreciéndose a hacer el prólogo. Aún no sé si lo editarán en Madrid o en Salamanca. Serra lo editaría de buenas ganas; pero aún no le he dicho nada. Me fastidia tratar con editores: ya sabe usted lo que son casi todos; yo no puedo dejar ahora mis tareas de aquí para hablar con alguno de ellos allá, y no sé cómo arreglar esto.

     Le quiere su amigo

JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.

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12 de Julio de 1902.

     Mi querido amigo: También yo te tengo a media correspondencia; pero vivo en la confianza de que nunca me lo tomarás a mal, pues sabes la eterna causa que me impide dedicarte más tiempo y más espacio.

     Acabo de regresar de un viaje de quince días a Frades, adonde fui con objeto de asistir al aniversario de aquella santita que perdí. Nos acompañaron muchos amigos de aquella comarca, aunque no hemos repartido esquelas ni nada parecido, por voluntad expresa de la que está en el cielo. El de Llen[111] me fue a buscar en el coche y me tuvo en su alquería y en otras próximas dos días, con mi hermano Baldomero y su mujer. Hubo tienta de erales[112] y cacería.

     Quedo enterado y comentando con Desideria cuantas noticias me das en tu última. La desgraciada muerte de N. es noticia que me dieron en el Guijuelo[113] al regresar. Ya que hablo de Guijuelo, cuando llegué a él me encontré con un banquete que en mi obsequio habían organizado veinte señores de allí y tres o cuatro curas de los pueblos próximos. Me quedé con ganas de dejarles con los paños puestos, porque yo no traía ganas de banquetes; pero vi que el desaire, si se lo hacía, era horrible, y acepté. Degeneró en velada literaria a última hora, pues me hicieron leerles algunas cosas[114].

     Vamos a tu consulta. Harmonía se ha escrito casi siempre, y aún se escribe por muchos (que constituyen seguramente una gran mayoría), sin h. Pero otros y yo de éstos, escriben esa palabra con h. No sé lo que dirá sobre el caso la Academia, ni creas que me interesa mucho saberlo, porque su Diccionario y su Gramática, que, como autoridades oficiales debían ser modelos irreprochables, están perramente hechos. Y no porque los señores académicos no lo entiendan, pues precisamente en la Academia están, no digo todos, porque me equivocaría tal vez, sino la inmensa mayoría de los buenos literatos y filólogos que tenemos. Pero de la Academia hay que decir lo que el inglés aquel que al regresar a su país, después de haber recorrido toda España, le preguntaron, entre otras cosas, qué le parecían los cabildos catedrales de nuestra patria, y contestó en el mal aprendido castellano que ya hablaba: «la canóngia, buena; la calbilda, mala».

     Y así son los académicos: cada uno de ellos, generalmente, una gran cosa; en corporación, cuando trabajan anónimamente, cosa perdida; no tienen celo con ciertas cosas. Y volvamos a tu pregunta. Te aconsejo que escribas harmonía no porque lo escriba yo, que nadie soy, sino porque eso es lo racional y lo debido. Lo exige así la etimología de la palabra, que «procede del griego, harmozéim, arreglar harníos, unión, arreglo, harmonía, ajuste, concierto». Esta etimología, como todas las de los derivados de la palabra, que son muchos, la tomo, no de cualquier librejo, sino del gran Diccionario etimológico del insigne Roque Barcia, cuya autoridad en la materia nadie podrá discutir. Y luego dice: «La h es incorrecta según nuestra errada ortografía». Y en otro lugar afirma redondamente: «Las formas de esta palabra, sin h, son incorrectas».

     No tengo la última edición del diccionario de la Academia, pero sí la idea vaga de que ya ha mandado también que se escriba con h. Y si no fuera así, yo he de seguir escribiendo con h una palabra que con esa letra se escribe en griego, de donde es originaria, y del mismo modo se escribe en latín.

     Salgo poco de caza. Vivo muy ocupado, pero no quiere esto decir que haya colgado la escopeta, no. En cuanto puedo, ya estoy con ella al hombro, sin acordarme de otra cosa que de echar a rodar un conejo o tumbar una perdiz[115]. Es cosa que me distrae y me quita el mal humor cuando lo tengo, y aunque sólo fuera por eso, tendríales siempre cariño y afición.

     Iba a publicar por cuenta propia Extremeñas; pero es el caso que en Salamanca se está publicando una biblioteca de pequeños tomitos, uno cada mes, con el nombre de Colección Calon, que es quien la edita. El tomito del mes pasado fue de Francisco Acebal (de Madrid); el del actual es de Unamuno, y aun a mí me han pedido el del mes de Agosto. Y como contesté que lo haría, y a esta hora nada he podido hacer por falta de tiempo, he decidido darle seis o siete composiciones extremeñas que tenía escritas, y con ellas, que son idénticas, y El Cristu y Varón, que ya no lo son, se llenará el tomito.

     Hoy mismo mando a Salamanca los originales.

     De mi tierra tengo una porción de peticiones, y todo ello sin contar con que no faltan escritores y filólogos que me piden datos de este país, de su lenguaje, etc., etc., y todo ello consume tiempo. Iremos pasando, procurando complacer a los que con sus peticiones me honran más que merezco, y no excediéndome en el trabajo hasta el extremo de fastidiarme, porque tengo que atender y pensar en otras muchas cosas de índole distinta[116], que constituyen mi manera de vivir y son el pan de mis hijos.

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     Un abrazo a tus hermanos y otro para ti de tu buen amigo, que te quiere siempre,

JOSÉ MARÍA.

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Guijo de Granadilla (Cáceres), 17 Agosto 1904.

SR. D. NEMESIO OTAÑO, S. J.

VALLADOLID.

     Muy distinguido y respetable señor mío: Ha llegado hasta mí, por caminos tan buenos como el del P. Eguía y mi hermano Baldomero, su muy grata del 7 del mes corriente, que me apresuro a contestar.

     No por ese buen amigo de usted, que ganará mucho con ello, sino por mí, que pierdo una excelente compañía, lamento no poder aceptar la tentadora proposición de laborar en una empresa artística en unión de tan buen compositor; única garantía que podía yo llevar al terreno de la lucha para vencer, o a lo menos, para dar un asalto vigoroso a la fortuna.

     No puedo.

     Y no mis ocupaciones, que ahora son muchas, ni mi falta del necesario reposo, ni mi contraria disposición de ánimo, son las causas que me impiden ir del brazo de ese buen artista al certamen de la Academia. Me lo vedan razones y dificultades más invencibles que las arriba alegadas.

     Yo no sé si por temperamento, o desvío, que bien pudiera llamarse aversión (tal vez no muy bien justificada) a las cosas del teatro, o sencillamente -y esto es lo más malo, aunque aquello no es muy bueno- por falta de aptitudes especiales para ello, es lo cierto que yo no podré hacer nunca un buen libreto de ópera o de zarzuela.

     Apremios cariñosos, a que no pude o no supe resistir, me obligaron hará ya un año corrido a prometer a un gran músico de Madrid que intentaría escribirle una de esas que llaman zarzuelas serias, por el estilo de las que usted cita en su carta.

     El prestigio del compositor, y él mismo en sus correspondencias me aseguraron que la obra se estrenaría inmediatamente en el Lírico, que yo no tendría que molestarme para nada, etc., etc. Y abrumado por tantos mimos, que yo nunca merecí, me puse a escribir un día, como el que se pone a cumplir el más ingrato deber. Vea usted qué disposición de espíritu para semejantes cosas.

     Hilvané un pobre argumento que yo mismo no sabía si era una vulgaridad o una cosa de sabor nuevo, fuerte y rico, y hasta escribí la escena primera: un coro de vaqueros semisalvajes cantando el amanecer en la majada, ordeñando vacas y esperando la llegada de los amos.

     Los dejé con las cuernas llenas de leche en las manos, y esta es la hora en que no los he movido.

     A ruegos del compositor le mandé aquello y me contestó lleno de entusiasmo, diciéndome que su gran pena iba a ser que aquellos versos no llegaran como eran a los oídos del público por causa de la música, etc. En fin, cosas cariñosas para levantar mi ánimo. Y yo confieso el pecado -ni siquiera por gratitud y por cortesía he dado un paso más en el camino emprendido.

     Toda esta historia yo bien veo que es muy larga, y sería muy poco oportuno si yo no necesitara justificar con razones de fuerza incontestable mi negativa a una cosa como la que usted me brinda.

     Dios me hace la merced de dejarme conocer que no sirvo para el caso, y usted mismo celebrará que yo haga discreto uso de tan útil conocimiento.

     Si algún día oyera usted que en el teatro se decía o se cantaba algo mío, puede asegurar dos cosas: que yo había perdido algo muy bueno y que el arte no había ganado absolutamente nada.

     Mucho me place hacer coplas, pero no son de ese género las que yo hago con el alma. Y bien sabe que no podrá hacer cosa buena el que no pone algo del alma en esas cosas.

     Doy a usted muchas y muy expresivas gracias por el honor que ha querido dispensarme, y ruégole que las haga llegar también a ese inspirado artista, a quien saludo con el mayor reconocimiento.

     Agradezco a usted de veras -aunque no creo merecerlas- las bondadosas palabras que dedica a mis modestos trabajos literarios.

     Y aprovecho la ocasión de ofrecerle el testimonio de amistad y afectos de su seguro servidor, que besa su mano,

JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN[117].

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SR. D. MIGUEL DE UNAMUNO.

SALAMANCA.

     Estimado amigo mío: Gracias por todo cuanto en su carta me dice y señaladamente por aquello de la amistad. No merezco las alas que se me dan, pero las acepto agradecido. Y usted, que me las ha puesto, no ha de extrañar que yo vuele largo y tendido.

     Tengo ya una pequeña serie de palabrotas que enviarle, recogidas al azar, en el campo y en la calle. Se las mandaré «ca y cuando», como por acá se dice, y veremos si es eso lo que me pide.

     «La Ilustración Española y Americana» es de todo mi agrado y hasta me parece mucho periódico para mí.

     Si en ella no le es posible publicar «El Cristu benditu», publíquelo donde mejor le parezca, sin tener en cuenta otra cosa que la excepción que yo hago de tres o cuatro periódicos, en los cuales no puedo escribir.

     Y si no puede usted meter esos versos en ningún papel, nos quedaremos como estábamos, y yo, además, muy agradecido de usted. El amigo que me los pedía, hacíalo en nombre del señor Escobar, Deán de Plasencia, que escribe en la «Revista de Extremadura», de que yo soy suscriptor. Y en esa revista supongo que quería publicarlos, aunque mi amigo, sin duda equivocado, me hablaba en la «Revista Cacereña», que yo creo que no existe. Sea como fuere, yo les negué ya el permiso que solicitaban de mí.

     ¡Escribir yo una novela![118]. Menester será decirle a usted quién soy yo, literariamente, para que no vuelva usted a darme sustos como ese. Nada, no; no soy ningún... (iba a decir Unamuno, pero fuera muy descarado y de mala forma el elogio) no soy capaz de escribir una novela que pudieran llamar mediana los que entienden. Y para hacerlas como las hacen hoy muchos, ¿no es mejor vivir callado? Esto no es el orgullo de la importancia: es, sencillamente, el conocimiento que tengo de las propias fuerzas, y es, además, si me apura algo, un poquillo de buen gusto que Dios nos ha dado a todos. Todo esto es, y cualquiera cosa más, menos falsa modestia, cosa que se me olvidaba decir, porque no había pensado en ella.

     No puedo, no. ¡Y cuidado que la carta de usted es de las que infunden alientos para todo! Dios se lo pague como yo se lo agradezco; pero en eso tenemos que quedarnos, a lo menos por ahora[119].

     Una cosa voy a hacer; un artículo, un cuento, algo como esto en prosa, para darme dos placeres; el de escribirlo y el de enviárselo a usted para oírle luego. Poco le cuesta decirme en ocho o diez líneas qué es lo que he hecho.

     No sé por qué, me meten menos miedo los versos que aquello de la novela (¡voy a soñarme con ella!) Poquito a poco, sin poder prometer nada, porque no estoy seguro de que en la mina haya algo bueno, voy a seguir haciendo versos a ver en qué para esto, aunque me huele, en qué para. Me cuesta mi trabajillo parirlos, y a lo mejor, después de mala noche...

     Veremos. Por lo pronto, lo que ya está visto es que el crío no puede ser digno de semejantes padrinos.

     Gracias otra vez por todo y mande lo que quiera a su afectísimo amigo,

JOSÉ MARÍA G. Y GALÁN.

     Guijo de Granadilla, 8-XII-1900.

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 [104].- Hoy tiene ocho hijos el Sr. Unamuno.

 [105].- Le decía que leyera tratados de Geografía e Historia y poetas como José Asunción Silva.

 [106].- Para los críticos que han dicho que su poesía era reflejo de lecturas, no de visión directa, puede servir la sinceridad de esta carta y la biblioteca que tenía.

 [107].- Esta carta, tomada de un periódico, ha circulado mucho.

 [108].- La zona de totalidad comprendía Plasencia, y allí fueron astrónomos en gran número.

 [109].- «Diario de Salamanca», del que D. José G. Castro es redactor.

 [110].- Era muy frecuente antes de publicar sus versos que él los enviara a su amigo Crotontilo, a quien va dirigida esta carta; conserva este señor originales de varias poesías.

 [111].- Así llaman familiarmente a D. Manuel P. Tabernero, Marqués de Llen, con cuya familia desde antiguo tenían gran amistad; a dicho señor le dedicó «Regreso», una de sus mejores composiciones.

 [112].- Las tientas en la provincia de Salamanca constituyen espectáculos muy divertidos.

 [113].-  Guijuelo, pueblo de la provincia de Salamanca, donde, a la edad de diecisiete años, ejercía el cargo de maestro. Hay un teatro allí a él dedicado.

 [114].- Leyó unas poesías festivas que figuran en la obra escrita por los hermanos Carrafa.

 [115].- La caza era una de sus diversiones; un día salimos en Frades, su pueblo, y mató diez perdices en una hora.

 [116].- Se refiere a las labores de campo y ganadería.

 [117].- Esta carta ha corrido de mano en mano copiada; para mí el mayor mérito es cuando dice que en sus obras pone el alma, y es verdad, por eso el artificio teatral le era extraño.

 [118].- En los ensayos en prosa publicados bien demuestra que tenía dotes extraordinarias, para escribir esta clase de obras literarias.

 [119].- Tenía el poeta en mucho la opinión de D. Miguel Unamuno, y sobre él influyeron los consejos literarios.

 


Seleccionado y editado por Mariano de Santiago Cividanes

Edición digital basada en la edición de Madrid, Fernando Fe, 1918


 

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