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Epistolario de Gabriel y Galán
Gabriel y Galán, José María


Galán y su amor al campo

     Quien tuvo la serena visión del campo, que refleja en sus poemas, no es el enamorado que se deleita en paisaje, como espectáculo, y le ve a través de los libros, sino que apagó su sed en el vivo venero en el que se espejó su frente ardorosa. El poema del campo salmantino fue escrito calientes aún las cenizas de su madre y los epítetos que describe en El Ama parecen esculpidos para que sirvan eternamente en el recuerdo del que los admira como la intuición precisa de su mejor intérprete.

     No necesitó traducir y recordar a Horacio, como hizo Fray Luis de León en La Flecha, sino que como sacó de la entraña de la tierra el pan de sus hijos, también sacó de la misma entraña la inspiración. Recibió la lluvia y la escarcha, y vio el cambio siempre igual y siempre nuevo de las estaciones; por eso coincide, no imita, a Juan de la Encina, aquel músico, y poeta, ingenuo paisano suyo.

     Por ser sincero, se identifica tanto con el asunto y huele su poesía a terrón removido.

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14 de Febrero de 1899.

     Querido Mariano: Hora es ya de que te dedique unas líneas. Vergüenza me daría hacerlo ya, si mi silencio pudiera llamarse olvido. Pero bien sé yo que no existe tal olvido, ni tú debes haber imaginado semejante desatino, tratándose de quien sabes que te quiere.

     Por una porción de causas y concausas no te he escrito. La enumeración detallada sería larga y creo que innecesaria. Suprimámosla.

     Tampoco hay que hablar de estas dos tristes noticias: la muerte de mi pobre tía Vicenta (que en paz descanse) y la de Ángeles, la niña mayor de Carlota[97]. Todo lo sabrías cuando sucedió, y yo no podría hacer más algún comentario que necesariamente habría de ser triste. Y ya, para qué?...

     Hablaremos algo de mi traslado a este pueblo; ¿no es eso lo que quieres? Supongo que sí, porque ni casi te he dicho todavía que aquí estoy, y eso no está ni medio bien, ya que tú te interesas en saber cómo me va.

     Pues me va bien, gracias a Dios, y no tengo, hasta la fecha, motivo alguno que me incline a volver la vista atrás para pensar en lo que dejé, al verlo lejos de mí. Claro, que esto no reza con algunos buenos amigos y personas a quienes quiero de veras, y de las cuales siempre estaré muy agradecido. Para esos amigos no hablaba yo, y si hablo alguna vez, será para lamentar su ausencia. Fuera o aparte mis amistades, no me queda, como te digo, cosa que me haga pensar en lo de atrás. No gozo de diversiones de ciudad o pueblo grande, porque aquí no las hay; pero ni me acuerdo de ellas. Casino, bailes, paseo, conversación de los amigotes, café, billar, tertulia; nada me parece que existe. ¡Y me aburro menos que antes! (Este aburro es persona del verbo aburrirse, en el presente caso; no del verbo aburrarse, si lo hay. Aburrarme, puede que me aburre ahora más que antes). Mi vida ordinaria es ésta: levantarme a las siete de la mañana o antes, si así lo dispone mi Jesús; almorzar cerca de una lumbre que sólo aguanta con gusto mi tío, que nos va a tostar el cuero a todos; disponer y hablar con él de lo que hay que hacer en el día: irme con mi tío[98] o sin él al Tejar; pasar allí el día y regresar a casa al oscurecer; cenar al calor de las fraguas de Vulcano, charlar hasta las once, y a dormir todos para volver a empezar como el día anterior. En el Tejar, o por la noche en casa, leo los periódicos, cuando no leo ni me interesa algo la tertulia, juego con el criado una partida al tute y otra a la brisca. Esto último creerás tú que es mi síntoma de desesperación, o de imbecilidad, o de perversión del buen gusto. Pues, no, señor; no hay tal cosa. Lo de la desesperación y la imbecilidad sobrevenidas por jugar al tute en casa, no es cosa formal, no lo dicen más que Luis Taboada y los señoritos exagerados. Y lo del buen gusto está por ver. Por lo pronto, es de mejor gusto, sin duda alguna, jugar al tute con mi criado que con licenciados tan cursis como A.; banqueros tan cerrojos como B. y sastres ilustrados tan infames como C. Por este lado he ido ganando algo.

     Pero dejando a un lado estas pequeñeces y volviendo a lo principal, mi género de vida actual, es más favorable a la salud que el que siempre tuve[99]. Tiene que estar el tiempo muy bravo para que no salga de casa, y el salir al campo diariamente es cosa buena, más buena que aquellas encerronas de ocho días que antes me imponía el oficio, o las lecturas[100], o el capricho sencillamente. Ahora sucede lo contrario; es el oficio mismo, ya que no el propio deseo, el que me echa de casa, cuando es posible salir de ella sin verdadero riesgo de perder la salud.

     Siempre hay mucho que hacer; y mucho que no puede ser abandonado. Por eso, ando siempre ocupado, y por eso no me siento aburrido un momento. A esto último contribuye especialmente la variedad de ocupaciones, que contrasta notablemente con aquel repetido martilleo de mi anterior oficio[101], cuya monotonía eterna fastidia el ánimo y acaba la paciencia más probada. Siempre las mismas horas de trabajo, siempre la misma tarea, y casi siempre la misma manera de desempeñarla, sin que haya nunca libertad para romper con la uniformidad, son cosas que molestan a cualquiera. Por este lado también he ganado algo, y mucho.

     Ni las tareas son siempre iguales, ni las horas que ocupan son las mismas todos los días, ni el modo de trabajar, aun en tareas repetidas, que parecen iguales, es siempre el mismo.

     Un día hay que ir a ver si las vacas comen bien en donde estén; al otro hay que salir forastero; al otro, a señalar árboles para que corten ramo a las reses; al otro, a ver si las aguas crecidas hicieron daño en un prado; al otro, a caza; al otro, a ver si parió una cerda; después, a cambiar de sitio para las vacas, a ver lo que descuajó un jornalero, a llevar algo de lo que siempre se está necesitando en el Tejar[102], a traer las jacas del prado, a señalar un chotillo recién nacido, etc., etc. Y estas varias ocupaciones, al par que distraen, por eso mismo de ser tan variadas, no le sujetan a uno a esa tiranía del reloj, con lo cual no es uno dueño ni de su persona, mientras la hora no lo diga. Esa tiranía puede romperse cuando se quiera en mi nuevo oficio, y basta para no tener ni deseos de romperla la sola idea de que puede romperse cuando se quiera.

     Pero no todo es paraíso. Si todo fuera como se pinta, cuando se pinta lo bueno, el mundo, ya ves, sería un idilio. Lo que yo he pintado como bueno, bueno es en realidad. Falta ahora lo que hay de malo en el asunto. Cuando en un camino le sorprende a uno la lluvia y el caballo y el jinete cargan con el agua que quiere mandar la nube, y llegan a casa como una sopita, no hay idilio, ¿verdad? Y las mañanas de Enero para el que las pasa caminando sobre la helada con un frío que corta el pelo, tampoco son nada idílicas. Como tampoco es nada poético, ni siquiera nada agradable, que un cerdo te dé un hocicazo y te llene del brebaje que come los pantalones, o una jaca te eche al suelo, o una vaca te propine un topetazo, o una tapia quiera aplastarte al saltarla, o el lodo te llene los pies de humedad, et sir de caeteris (¿está bien aquí este latinajo?)[103]. Todo esto, es el reverso de la medalla, y yo supongo que tú no creerás que hay medalla sin reverso o hay atajo sin trabajo. Pero del mal, el menos. Se acaba el papel, y no escribo ya de más asuntos. ¿Cómo vas de estudios? ¿Y de salud?

     Mándame periódicos, aunque no los compre Baldomero. Pídele dinero, y todos fiaremos cuentas.

     Te abraza tu amigo

JOSÉ MARÍA.

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 [97].- Hermana del poeta, casada con el médico de Frades de la Sierra.

 [98].- Al casarse el poeta con una sobrina de la mujer de su tío, abandonó el cargo de maestro que ejercía en Piedrahita y se fue a vivir con sus tíos, que tenían en Extremadura labor y ganadería.

 [99].- El continuo encierro, las lecciones particulares y los versos le hacían padecer neuralgias.

 [100].- No falta quien se sorprende de la cultura de G. y Galán habiendo cursado sólo la carrera del Magisterio; se quedaba hasta altas horas de la noche leyendo a Balmes y otros autores, y le gustaba meditar sobre cuestiones filosóficas y morales.

 [101].- El de maestro de escuela.

 [102].- Una finca de sus tíos, que hoy pertenece a la viuda e hijos del poeta.

 [103].- Entonces le hablaba yo de los clásicos 1atinos, que estaba traduciendo; él los leía traducidos por fray Luis de León.

 


Seleccionado y editado por Mariano de Santiago Cividanes

Edición digital basada en la edición de Madrid, Fernando Fe, 1918


 

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