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Epistolario de Gabriel y Galán
Gabriel y Galán, José María


Carácter satírico

     Una de las cualidades de nuestro maestro era el ser un profundo observador y psicólogo, hacía su conversación amena y divertida remedando a cualquiera o mirando las cosas por el lado ridículo.

     En verso cultivó estas facultades, y en su mesa le vi unos que hizo a los concejales de su pueblo. Quizá fuera este aticismo, mezclado con la claridad de expresión lo que nos hacía atender a sus lecciones, cuando en la escuela nos iniciaba en las asignaturas que después ampliamos y cuyas nociones se quedaron impresas para no olvidarlas.

     Se publicaba por entonces un periódico llamado el «Heraldo de Ávila», y allí retrató con finura muchos tipos de Piedrahita examinando sus defectos. Esto lo hizo siempre con nobleza y no es el peor medio pedagógico la burla de buena ley para corregir defectos, como sólo me he propuesto publicar sus cartas, no he adquirido estos versos que, como de principiante, no tienen otro carácter que la nota festiva y ligera de los que a diario leemos.

••••

2 de Noviembre de 1899.

     Querido Mariano: Recibí tu última y quedo enterado de que vives en la calle de la Tea, en casa de un señor que se llama D. León, y que, por añadidura, es Revuelta de apellido. Todo ello es espantoso, si juzgamos las personas y las calles por el nombre que llevan; pero como «el nombre no hace la cosa», nada tenemos que temer, y mucho menos yo desde que me has dicho que estás muy bien en tu nueva residencia. Yo lo celebro.

     También me alegro de que tus nuevos profesores te estimen y te distingan, aun antes de conocerte bien, pues para esto no han tenido todavía el tiempo que es menester. En tu mano está conseguir que esa estimación sea cada vez mayor, pues para ello bastará que observes buena conducta, privada y académica, con lo cual, además de captarte las simpatías de tus Maestros, ganarás para ti lo que gana el que cumple bien sus deberes.

     Me gusta que no te envanezca el buen concepto que hayas merecido a todos, y me atrevo a decirte que sí que probablemente pegan bien, como tú dices, los versos de la fábula que citas, aplicándolos a la actual situación de tu persona. Tú procura hacerte digno de cuantos «fueros, preeminencias, franquicias y privilegios» puedan conceder esos señores catedráticos a sus discípulos más estimados; y que el disfrute de todo ello vaya enderezado al progreso mayor y más rápido avance posible en el curso de la carrera, que es bastante larga para los que, como tú, tienen algo estropeada la salud... y la familia.

     Dispensado estás por lo de los versos[120], aunque ya debes saber que has caído dentro del Código, con la mejor intención del mundo, que yo te agradezco. Conmigo todo va bueno, pero te aconsejo que, cuando lo quieras hacer con otros, se lo adviertas previamente, porque tú no puedes adivinar las razones que el interesado pueda tener para no publicar cualquier escrito. Yo mismo tenía una para no publicar esos versos, y es la de que necesitan para la publicación algunas correcciones de forma... y hasta de fondo.

     Y si no, fíjate en el final de la composición, donde se habla de una «victoria sin lucha», lo cual es absurdo, dicho de ese modo; porque donde no hay lucha no puede haber victoria. Lo que había que decir en vez de «victoria sin lucha» era «victoria fácil», por ejemplo, pues este es el sentido verdadero de la idea. De modo que el verso «la victoria sin lucha, así lograda», debía haberse modificado, diciendo por ejemplo:

«esa fácil victoria, así lograda».

     Otro lunar hay al final. Decir en absoluto que no se llega a Dios o al cielo «por caminos de flores alfombrados», es mucho decir, porque un malicioso podría interpretarlo diciendo que el que sea dichoso en este mundo no puede salvarse; y eso no es verdad, ni yo quise decir eso tampoco. Quise decir que así como es más meritoria la victoria obtenida con lágrimas y sangre que la lograda en una vida de relativa paz, en el aislamiento, en la soledad, así también es más segura la salvación por el camino del dolor y del sacrificio que por el del reposo y la paz que se pinta en la composición como el más feliz estado de vida de este mundo. Esto es lo que yo quise significar y lo que entendería un lector de buena intención; pero el que escribe para todos debe saber decir lo que sienta y piense con claridad y exactitud, y si no, que se esté quieto, que a nadie ahorcan por no ser escritor público. El delito es serlo malo, y tampoco ahorcan a los muchos que hay de éstos.

     Resumen: que por no avisarme tú, cuando lea esos versos míos algún lector poco benévolo dirá: ¿Y con qué permiso echa de la gloria este señor a los que no han cometido más delito que vivir dichosamente en este mundo, con la relativa dicha que por acá puede haber? En fin: ya no tiene la cosa remedio, y si lo tiene todavía, pónselo tú, rogando con la mayor cortesía a ese señor[121] que te devuelva los versos para corregirlos algo antes de que ordene su publicación. Y exprésale mi agradecimiento más sincero por su gran benevolencia para juzgar lo que tan poquito vale.

     Iré a verte... cuando pueda, porque yo también estoy ahora muy ocupado, y lo estaré más durante la recolección de las aceitunas, que pronto empezará, si Dios quiere.

     Hace pocos días recibí carta de D. Silvestre[122]. Me decía que ya estaba nombrado cura ecónomo de Lanzahita, pueblo distante 14 leguas de Piedrahita, y no muy lejos de Arenas.

     Tendrá que hacer el traslado de la casa en caballerías, por no consentir los caminos otra cosa. Era de esperar. La cuerda se rompe siempre por el lado más débil, y así se lo había yo dicho tiempo ha. Perdió, al fin, su pleito, y en tu pueblo se quedan sin un sacerdote virtuoso y trabajador, que eso era realmente D. Silvestre. Yo lo siento mucho, porque le quiero y le veo, injustamente lastimado en sus derechos. Pero, en cierto modo, casi celebro el traslado, con el cual creo que ha de disfrutar de más paz y tranquilidad de espíritu que hasta aquí ha podido tener, porque ¿quién puede tenerla al lado de aquel desgalichao, como dicen en mi pueblo? Por cierto que a los de Ávila se les habrán vuelto los sesos agua para encontrarle al conflicto semejante solución. ¡Qué tino para hallar fórmulas de conciliación de personas e intereses; qué energía para con el otro, que se quedará riéndose de la broma y hasta considerando premiada su conducta; qué sabiduría para decidir y qué... parto de los montes, después de tanto pensarlo!

     Eso que han hecho ahora, si otra cosa mejor no se les ocurría, han podido hacerlo hace muchísimo tiempo, y con ello, siquiera, hubieran evitado muchas cosas que después han sucedido, y acabado con un estado de cosas que no era conveniente para los interesados ni para los espectadores que han presenciado la lucha sin provecho alguno para sus conciencias. ¿Verdad, ustez?

     Lo que deseo vivamente es que a D. Silvestre le vaya muy bien en su parroquia y sea estimado de todos por allá, pues no hay que dudar que se lo merece. Él me escribe perfectamente resignado con su suerte y apoyando todos sus pensamientos en éste: «cuando Dios lo consiente, será que me conviene así, aunque mi pobre entendimiento no alcance hoy a comprenderlo».

     Recuerdos de Desideria, y sabes te quiere tu amigo,

JOSÉ MARÍA.

••••

Piedrahita, 28 de Enero de 1896.

     Querido Mariano: Creí que era un error tuyo lo del nombramiento de coadjutor, pero en seguida nos sorprendió el traslado inesperado del bueno de D. Silvestre. El cual se fue a esa capital y consiguió con mil trabajos que le repusieran en su destino, y aquí continúa, con gran contentamiento de todos.

     El nuevo párroco está ya instalado en la casa que antes ocupó el juez. El domingo pasado tuvo misa mayor y predicó su sermón de entrada. Me gustó. Su palabra es fácil, abundante y elocuente a veces. Algo duro, algo seco me parece, de cuerpo tanto como de carácter[123]; y si no tiene mal genio, como si lo tuviera, porque tampoco debe tenerlo muy bueno. En todo cuanto digo puedo equivocarme, porque lo juzgo en un solo sermón, desde lejos, y en una visita de diez minutos, desde cerca. Y los ojos míos no son escalpelos que se cuelan hasta el corazón humano para conocerlo con prisa y exactitud.

     Dicen que sabe mucho[124] y yo lo creo porque lo dicen los demás. Para saber yo si él sabe mucha teología, necesitaba yo saberla también, y como no la sé, bendita sea la fe humana que me hace creerlo sin necesidad de demostrarlo.

     Conmigo estuvo en la visita seriamente cortés, fresco porque no llegó del todo a frío, escasamente expresivo y pare usted de contar.

     Y yo estuve con él seriamente cortés, fresco, sin llegar a frío, expresivo escasamente, y pare usted de contar. Cuando me devuelva la vista, si me la devuelve, me presentaré de otro modo más amable, porque... en mi casa mando yo y en mi amabilidad también. ¿Verdad ustez? como dicen los chulos.

     El pueblo... ¡oh el pueblo! Ya te hablaré del pueblo en sus relaciones con el nuevo padre de almas.

     A estudiar, a estudiar, a estudiar mucho, que el tiempo pasa y todo llega.

     Te quiere mucho tu amigo,

JOSÉ MARÍA.

••••

Guijo de Granadilla, 30 de Octubre de 1904.

     Mi querido Mariano: Tienes razón. Te tengo sin carta no sé cuánto tiempo hace; desde que vino de esa corte Santiago[125].

     Muchas gracias por lo que le atendiste, vino de ti muy contento.

     Voy a darte noticias de todo, ya que casi siempre te tengo a media correspondencia.

     Y apenas he dicho que te voy a dar noticias, ya me tienes sin memoria de ninguna, cosa que me ocurre siempre.

     Sudaré y recordaré alguna cosa. Después que salga ésta para Madrid, se me vendrá todo al magín.

....................................................................................................................

     Por aquí buenos, a Dios gracias. Yo he tomado este año baños en Montemayor. Tengo algo de gastralgia. Lo atribuyo a disgustos, exceso de trabajo, irregular método de vida, etc.

     Desideria, hecha una esclava de estos tres muchachos, que son traviesísimos, Jesús y Juanito van a la escuela. Todos muy guapos.

     De libros y papeles poco puedo decirte. Sigo escribiendo algo para periódicos y revistas. Hace pocos días de volví la prueba de una poesía para Blanco y Negro. Creo que la publicará en el número próximo. Estoy preparando originales para otro libro, que no sé cuándo publicaré.

     Cuando vino el rey a Salamanca me llamaron. Habían dispuesto que en la fiesta de gala, en el teatro, leyera yo algo y se representase una loa de Luis Maldonado[126]. Yo no fui, mandé unos versos.

     Además, me pidieron algo para el extraordinario de la revista Las Hurdes, y solté otras complejas, firmadas con pseudónimo, de cuyo aire te dará idea el de la primera de ellas, que decía:

                                                                                                                                                                  
    Señor: no soy un juglar
soy un sincero cantor
del castellano solar.
Canto el alma popular,
no tengo nombre, señor.
 

     Él pidió todos los números de Las Hurdes anteriores al extraordinario y dijo a los que le presentaron el grupo de jurdanos: «Conozco las Hurdes por una poesía de Galán, que leí no sé cuándo, y que, lo confieso, me impresionó profundamente». Y basta de jurdanos y de reyes, que son seres unos y otros que no parecen todos hijos de Adán y Eva, porque... ¡qué horrendas desigualdades Dios mío!

     Baldomero me trabaja para que escriba una cosa para el teatro. Hasta me ha prometido un argumento. Yo tengo poco tiempo... Y pocas ganas de aventuras. Tengo del público un concepto algo parecido al del de Unamuno. «Nadie hay más estúpido que un público. Cada hombre, por separado, puede ser una persona discreta. Juntos, forman un imbécil».

     Yo me resignaría con cualquiera juicio individual desfavorable, ya fuese de Menéndez Pelayo, ya de un tío de mi lugar. Y hasta respeto esos juicios. Pero el del público, ni lo respeto, ni quiero solicitarlo. No digo que no lo solicitaré, sino que no quisiera solicitarlo. Por lo demás, buena falta me hacían cuatro cuartos, y el teatro los produce... si se acierta, como dicen bárbaramente los que hablan de eso. ¡Los P de nuestra literatura!

     No dirás que hoy no te he escrito largamente.

     Hazlo tú pronto, y recibe un abrazo de tu amigo

JOSÉ MARÍA.

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     Querido Pepe[127]: Empiezo lamentando lo de tu cuñado y haciendo votos porque Dios le dé lo que los médicos no sabéis darle.

     Llegaron tu carta y tu postal. De ésta... los angelitos del óvalo. Lo demás, no ya tanto. Lo demás eres tú, pues no tendrás la demencia de considerarte ángel, sino novelista espeso[128]. Venga, hombre, venga ese cáliz; lo apuraré hasta las heces; y, por lo visto, heces será todo él[129]. Venga la novelita, pero de mí no esperes dulzores críticos al estilo de aquellos de que me hablas en tu carta, refiriéndote a otra novela recientemente publicada. Ni esperes que yo cometa el pecado mortal (demasiado tendrá uno a las espaldas) de contribuir a que te la publiquen, suponiendo, claro es, que la cosa sea tan... tarán-tan como me dices, o aún más de lo que me dices, que todo me ha pasado por la mente a la hora esta. Comprenderás que no se trata de mí, esto es, que yo por desgracia, ya no me espanto por pincelada más o menos. Es más: cualquier cosa, en literatura, resisten los nervios míos mejor que una cosa ñoña.

     Esto no quiere decir que no se me encalabrinen también con las porquerías, pero las ñoñeces ¡ay! no las puedo resistir. Pero lo siento por los demás, que no todos tienen filtros para las aguas que beben... Bien me comprendes: ¿no sabes que el pueblo bajo es un bruto por culpa nuestra, y que ya que lo dejamos ser bruto no debemos hacerlo también cerdo? Bien sabes que no digiere. ¡Oh! si le hubiéramos enseñado a digerir, ya podríasele hablar de otra manera. Y bien comprenderás que el pueblo bajo de autos no lo forman precisamente los tíos más tíos, porque esos no leen más que el calendario zaragozano.

     En fin, no adelantemos el sermón. Vengan las cuartillas, que yo te prometo no quemarlas[130] después de leídas, sino devolvértelas con algún apercibimiento. Más no prometo por ahora, y no es ello poco prometer, querido novelista.

     Sí; sí, yo también soy partidario de cosas que tengan... vida. Ya has visto, sin ir más lejos, el cuento de El Noticiero, de que hablas. Me parece que más escabroso... más vivillo, no sé yo, porque hasta oirías sonar un beso. ¡Ah, bribón! por eso tal vez, y sólo por eso, te llenaría el ojo el cuento. También recuerdo que te gustó mucho otro cuento mío (como que hablaste en los papeles de él) otro cuento digo, titulado El Vaquerillo, que publicó la Revista de Extremadura, y que era más acrotontilado que ese otro de El Noticiero. ¡Como que te voy conociendo!

     No te he escrito antes porque he tenido unas magníficas tercianas, cosa que en mi vida había padecido. Tan magníficas que la segunda llegó muy cerca de los cuarenta grados, ya ves. Las ahogué en quinino, como dicen los médicos de esta tierra, y continúo ahora tomándolo, no ya en sellos, sino en píldoras, que tienen hierro también.

     Estoy bajo la influencia de tales cosas, y hecho, por lo mismo, una caballería menor.

     Me han mandado el programa de los Juegos de Béjar, y Carlos Cano, el de los de Murcia, y ésta es la hora en que no tengo hecho nada de provecho. Y a Béjar quería mandar algo, porque no digan nuestros paisanos que le parece a uno poco Béjar y sus juegos. Te lo diré si algo mando a un punto o a otro.

     Sé que andan a darte la encomienda de Alfonso XII. No te servirá de mucho, pero no te estorbará. Yo también estuve amenazado de lo mismo hace algún tiempo, no sé por qué ni por quién, pues sólo vi en los periódicos que el ministro, que ya no lo es, iba a conceder tal honor a varios literatos de provincias, entre los cuales estaba yo.

     Cayó el Ministerio y me quedé sin la prebenda.

     Sé que tengo los originales que te prometí cuando lo de Castellanas. Los buscaré, y allá irán.

     Vi tu crítica de... ¡Todo lo comprendí en el momento! Te lo perdono, porque quiero que me perdones los pecados del mismo género que yo te he hecho cometer. ¿Ya no recuerdas aquellas críticas de Castellanas que encendían el pelo al lector más desconfiado? ¿Y no recuerdas que en otro artículo, me sueltas un los Galán entre los Roso de Luna y otros así? ¡Ah, pecador, y qué tizonazos te esperan en la otra banda, Negociado de Literatura, sección de crítica[131]!

     El infierno está empedrado de buenas intenciones: mi deber es advertírtelo, aunque comiences por mí tu obra de regeneración, llenándome de motes en los papeles públicos.

     El 14 salgo, Dios mediante, para la feria de Galisteo, a vender unos chotillos ......................................................................................................» (porque yo vivo en la grata y dulcísima confianza de que tú rezas el Padrenuestro, ¿eh? No las tengamos: que aunque anden de por medio las novelas naturalistonísimas, y aunque precisamente por eso mismo hay que rezar algo, hombre, porque todo esto que traemos entre manos está llamado a desaparecer, por no decir a lo bruto que se lo va a llevar Pateta). ¡Qué paréntesis! Estoy atroz.

     Veo que adelantaste mucho en tu afición de fotógrafo. Me ha gustado muchísimo la postal. Chico, servís para un fregado lo mismo que para un barrido. Además, sabéis manejar el tiempo. Os da de sí para todo; te tengo envidia, envidia de la buena.

     Esto no es contestar a aquella galantería tuya (que mejor debiera llamar gran tomadura de pelo) de que «los hombres cuando llegamos a cierta altura...» Hombre, como mejor mozo que tú, sí que lo soy, aunque me esté mal el decirlo, porque la altura de tu físico no es la de un quinto de hogaño. Si tal quisiste decir, verdad es, y pase la picardía de hablarme con picardía. Pero si de veras me ves más alto que tú -no en el sentido material de la palabra-, en ese caso, yo te doy una enhorabuena grande por tu modestia y tu hermosísima humildad.

     Hasta la tuya. Te quiere tu invariable amigo,

GALÁN.

••••

     Querido Crotontilo: Leí el manuscrito de tu novela. Mil gracias por tu atención.

     Yo no sé hacer prólogos[132] ni creo que tus libros los necesiten. Al que sabe andar solo le estorban y hasta le afean los andadores. Solamente los débiles necesitan ajeno apoyo. Al buscarlo en mí, has procedido como los niños que están aprendiendo a andar: buscan fortalezas sin pensar si las hay en los brazos de las personas queridas. En ti, además de cariño instinto, eso es modestia. Sea enhorabuena.

     Pero ¿de qué podría yo hablar en el prólogo de tu libro? ¿Del libro mismo? Pues para ello me falta sabiduría literaria, y por lo mismo, osadía para pretender ilustrar a tus lectores, que son cultos y son muchos.

     Hablar de tu persona sería ridículo. Pretender yo a estas horas descubrirte, sería no estar en mi juicio... ¡Ah! te lo niego en redondo, y espero que me des por ello las gracias.

     Otra cosa es mi opinión privada de buen amigo acerca de la novela. Esa pobre opinión hubiera ido muy pronto en busca tuya, aun sin habérmela pedido; y allá va monda y lironda, en cueros vivos, como te place y me place.

     No es este libro lo mejor que has escrito. En Briznas, verbi gracia, tienes artículo que vale por la novela. (Hablo y seguiré hablando con el modesto yo opino por delante.)

     Has querido sorprender la realidad, y no precisamente con el pincel, sino con la máquina fotográfica, aspirando a presentar el objeto como él es, ni más ni menos. Pues bien; la realidad, o si quieres, la verdad, tienes reparos que poner, en primer término al ambiente general de la fábula, es, aunque no te lo parezca y con ciertas salvedades, muy romántico... (como tú, que también lo eres por dentro, tal vez sin saberlo y a despecho de todas las apariencias).

     Reparos del mismo género hay que poner también al tipo de tu colega, y aun al de la hermosa hembra heroína de tu libro. La señora de Yévenes te salió tonta del todo, o, lo que es lo mismo para el caso, ciega, sorda, muda y torpe; sólo conviniendo en que sea todo esto, puede creerse que ignora que está casada con un Tenorio groserote, sultán de un serrallo de odaliscas celosas como panteras y envidiosas como demonios, pero tan caritativas y generosas que ninguna, en sus períodos de desgracia o en sus días de puercas aspiraciones, denunció a la rival de al lado o a la de enfrente ante el tribunal de doña Damiana. Y eso que en el serrallo se cultivaba el anónimo, cosa, por otra parte, innecesaria para descubrir tapujos de pueblos chicos. Y sólo contando con una doña Damiana crédula, que no en Tegilla vivía, sino en el limbo, puede pasar lo del cuento de Yévenes y lo de la admisión de la Sarito en su propia casa, una casa por donde vagaban aires que transcendían a cristianas purezas patriarcales, con asomos de vanidosas hidalguías en almas y pergaminos.

     De los amores del médico y la Sarito también hay algo que hablar. Por lo pronto, hay que andarse con cuidado en materias de redenciones, si ellas son de hembras perdidas que de pronto nos resultan enamoradas por lo platónico... Si yo fuera confesor y a mis pies se arrodillara una perdida, contándome la vulgarísima historia del cambiazo, le diría: «la gracia de Dios te salve»: pero jamás le dijera: «ama a ese hombre, hija mía, que su amor te salvará». En materia de repentinas conversiones, barrunto como un milagro de por medio, o, cuando menos, un suceso maravilloso. Tú crees que el amor hace el milagro: yo creo que lo hace Dios... o el amor como medio de que Dios quiera valerse... Pero es el caso que tú hiciste caer a tu Sarito de rodillas ante una imagen de la Virgen, llorando, rezando mucho... El amor no hace esas cosas, si no se lo manda Dios, y siendo esto así, parece que tenemos que convenir en que fue cosa de Dios la conversión de Sarito. Y convendríamos en ello... si no me opusiera yo, que no puedo creer que Dios inspire amores que tiene muy condenados, como que se llaman nada menos que adulterio. ¡Donoso medio para ser cosa de Dios! Sarito se redime amando al médico adúltero, y al médico bienhechor que lo parta un rayo. Y no vale aquí decir que la coima le proponía amores espirituales, puros (llamémoslos así), porque ya sabes quién dijo que el adúltero con el corazón...

     El médico redentor, como impropiamente lo llamé, es un tipo que recuerda aquel dicho decidero de que «el diablo harto de carne se metió fraile». Porque no fue un atracón amoroso, sino muchos atracones (los suficientes para llegar al hastío o al arrepentimiento conciencias como la suya) los que necesitó el buen galeno para pensar seriamente y sentir del mismo modo sus deberes y el estado de espíritu de la bella aventurera.

     Y todavía le hizo falta, para llegar a la victoria, el terror de que los tíos de Tegilla sitiasen su hogar por hambre y la pasaran su mujercita y sus hijos. Así, cualquiera se metería a redentor de Magdalenas guapísimas.

     Todo esto del médico es muy verosímil, muy humano; y si yo trato de restar bondades a tu colega, es porque se ve a la legua que tu deseo fue pintarlo todo un hombre... y no resulta tal cosa.

     Lo que de éste y su amante te llevo dicho, hubiéralo suprimido si comprendiese que tu propósito había sido escribir una novela inmoral; mas como ello no es así, he intentado demostrarte que, sin quererlo, inmoral te ha resultado.

     Y esa es mi pobre opinión; en resumen: que la obra es, en el fondo inmoral, y a veces inverosímil. Lo primero no es cosa buena para ti... ni para tus lectores, sobre todo los de veinticinco años abajo. Lo segundo, es pecado literario grande, y más en quien como tú, se propuso regalarnos un pedazo de realidad echando sangre.

     Esos dos aspectos de tu libro no me gustan, y dicho sea con perdón del más autorizado de quien me hablas.

     Hablaremos algo de la forma. Tu temperamento de periodista, porque lo tienes, y de periodista de los buenos, te precipita, te hace escribir muy deprisa, y el lector no lee con igual cuidado al Crotontilo periodista que al Crotontilo autor de novelas. No es esto decir que en el periódico lo hagas mal, ¡qué ha de ser! si precisamente yo creo que lo haces a maravilla. Esto no es mas que recordarte -porque otra cosa no necesitas tú- cuán diversas cosas son un artículo de periódico y un capítulo de novela.

     Yo sé que escribes tus hermosos trabajos periodísticos a vuela pluma, con toda la prisa de que tu mano derecha es capaz; pero deseo que cuando escribas un libro... te salga un panadizo en el índice de dicha mano. Nada más eso; porque viéndote obligado a escribir siquiera a media velocidad, el estilo de tu obra ganaría mucho en peso, en concisión, en densidad de pensamiento y en robustez y fortaleza.

     En la novela advierto escasez de diálogos. Todo nos lo cuentas tú, todo nos lo explicas tú... y ya sabes que eso es más fácil que hacer hablar a tus tipos, para que el lector los conozca, no por referencias, aunque ella sea cosa exacta, sino de modo directo.

     El lenguaje que pones en boca del médico o del que tú mismo empleas para pintar, verbi gracia, las reuniones del señorío femenino en casa de Yévenes, es demasiado violento, excesivamente grueso, agresivo, sañudo. Desaparece el artista que debiera pintar miserias tan horribles con vivos colores sí, pero sobre un fondo triste de superior piedad augusta, y aparece el hombre emberrenchinado y descompuesto, como el que hace coléricas piruetas criando riñe henchido de ira menuda y rabiosilla. No quiero decir ahora que no haya Tegillas como esas que tú nos pintas, sino que tu modo de pintarla, parece así como un modo de venganza... artística y todo.

     Lo que más me desazona del libro son ciertos episodios, ciertas escenas y algunas frases sueltas que huelen que apestan a una cosa que no es arte. Dos o tres escenas íntimas entre el redentor y la redimida, que a la cuenta se iban así preparando para su singular santificación, varias frases alusivas a Yévenes y a las mujeres de Tegilla, muchas de las que emplea Ramiro en sus juicios sobre las gentes del pueblo; sus denuncias de horrendas intimidades conyugales, el espantoso episodio del muchachuelo y la yegua... ¿Por qué haces eso, hombre, si sabes que ello no es arte? ¿Si sabes que todo autor que sea verdadero artista u hombre de buen gusto artístico repugna esos procedimientos? Ni siquiera es original el procedimiento, porque todo hombre que sepa escribir cuatro renglones en limpio, sabe escribirlos en sucio. ¿Me niegas esto? ¿Me niegas que todos somos capaces de dejar en cueros vivos las cosas... y las personas, escribiendo y describiendo en ese estilo brillantemente grosero, hasta producir sensaciones de visión real en el lector y estropearle el candor si es un chiquillo, y el estómago si es un hombre que sepa serlo de veras? Pues eso lo sabemos hacer todos. Lo que no poseemos muchos es el secreto de producir en el lector la emoción correspondiente sin refregarle las cosas en los hocicos. Coger con la mano izquierda al lector por el cogote, acercarlo a la sentina y chapotear en ella con la derecha, ¡vive Dios! que es un medio muy decente y muy difícil de hacerle sentir hedores.

     Lo difícil, lo portentoso del Arte, es que éste consiga dar al lector, en la precisa medida, y a distancia, la sensación necesaria, sin meterle la cabeza en el fangal, sin estropearle la... inmaculada pechera, porque al que limpia la tiene, no lo dudemos, le fastidia que se le llene de fango. Nada más difícil que el Arte naturalista, en el sentido en que debes interpretarme la frase en estos momentos.

     ¿Que si no veo más que esto en la novela? Sí, querido Pepe, ¿pues no he de ver mucho, muchísimo más? Veo mucho bueno; mas no te he escrito esta carta para regalar tu oído con la música de un cántico entusiasta, dedicado a tu corazón de hombre, que raya todas sus obras con una estela de jugo de su propia sangre; sangre que al derramarse, lo empapa todo de un profundo sentido de alta justicia, de honda piedad y de nobleza generosa; a tu corazón de artista, que tanto y tan bueno siente, y a tu ingenio literario, que nos lo sabe contar de manera que nos obliga a sentirlo.

     De todas estas cosas, no dichas como te las digo hoy, que tengo prisa, pudiera hablarte mucho, mucho y dulce, mucho y justo. Perdona si sólo he tenido tiempo para hacer el capítulo de cargos, que es más corto que el de méritos que me dejo en el tintero.

     Y perdona el sermón. No extrañes que así te haya regañado, sobre todo por aquello que no huele a rosas precisamente. Bien sabes que detesto las ñoñeces literarias; que no soy, por desgracia, asustadizo, desde que al suelo se me cayeron las alas; pero de esto a lo de la yegua, verbi gracia, hay distancias que no las salva aquélla en cuatro días de carrera vertiginosa...

     Adiós... ¡Ah! se me olvidaba. Dile a Sarito del Oro que no pretenda ir al cielo muriéndose de un empacho de felicidad humana, porque eso... son gollerías.

     Y al médico de Tegilla, cuando tropiece con Mesalinas romanticonas, tocadas de la nostalgia del bien, que observe con gran cuidado si esos estados de alma son un deseo sincero de vida pura o un gran lujo psicológico... ¡vamos! un deseo de cambiar de playa por el momento, como Sarito cambió por la de Tegilla la de Biarritz y la de San Juan de Luz...

     Y dile también al médico, ya que es tan bueno, que perdone las miserias de Tegilla y que siga predicando con el ejemplo, porque con siete como él en cada pueblo, es posible que para el siglo que viene ya no queden Tegillas en el mundo.

     Te abraza tu mejor amigo,

JOSÉ MARÍA.

••••

 

 [120].- Los versos figuran en sus poesías con el título de «A solas».

 [121].- Don José Campos, sacerdote.

 [122].- Silvestre Barcia, virtuoso sacerdote muy amigo suyo.

 [123].- En cuatro líneas está retratado de un modo magistral el Sacerdote a quien se refiere. El estar enfermo cuando llegó a Piedrahita influiría no poco.

 [124].- Don Gabriel Herráez había tenido la primera calificación en el concurso parroquial.

 [125].- Casado con una cuñada del poeta.

 [126].- Catedrático y Senador del Reino.

 [127].- Está dirigida a D. José G. Castro.

 [128].- Le había anunciado yo el envío de una novela inédita titulada La Coima, que por entonces estaba terminando. A ese envío alude (Notas de Crotontilo).

 [129].- Al anunciársela, le indicaba que la novela era algo naturalista.

 [130].- Le decía yo que se las enviaría si me aseguraba de antemano que no había de quemarlas.

 [131].- Ese era el hombre. Su modestia, llevada a extremos inconcebibles, le hacía suponer exagerado cualquier elogio que de él se hiciera.

 [132].-Al enviarle yo mi novela La Coima, le decía que si le gustaba y quería darme una alegría, que me hiciera el prólogo.

          A eso contesta con la magnífica crítica que va a continuación, en la que se aprecia toda la grandeza de aquella inteligencia, toda la honradez del escritor y cariño más acendrado del amigo. Su crítica produjo en mí efecto tal, que primero modifiqué muchos pasajes de la novela, y después... la guardé bajo siete llaves, y bien guardada está. (La carta está copiada del «Adelanto» y la nota también).


Seleccionado y editado por Mariano de Santiago Cividanes

Edición digital basada en la edición de Madrid, Fernando Fe, 1918


 

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