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Epistolario de Gabriel y Galán
Gabriel y Galán, José María


Religiosidad de Gabriel y Galán

     El poeta de los tiernos afectos, que se hace niño para hablarnos de un mundo en que los ángeles se comunican con las estrellas, no podía menos de ser moral y religioso, con fe sencilla, sin dudas, su Jesús conduce muchedumbres, es el Dios del amor que le concede para darle alegría bajo un sol incubador de gérmenes, un hijo que perpetúe su arcilla; no anida en las bravas sierras de su fantasía el buitre de Prometeo, que atormenta con la duda el humano pensamiento, sino que en su lugar el águila, sube en rápido vuelo hasta quemarse con lumbre divina, muy por cima de los nubarrones que enturbian las serenas regiones del creyente. No contempla al Hijo de Dios cuando discute con los Doctores sino al que da al César lo que es del César; se resigna con la dura brega del que tiene que abrir la entrarla de la tierra para de ella esperar el pan cuotidiano.

     Nacido en una región de Castilla, donde se hereda con el amor al trabajo las raigadas creencias, influyendo mucho que el labrador está pendiente del Cielo el asegurar su cosecha, su alma tiene la fe del creyente sin vacilaciones; el nombre de Dios siempre, siempre está en sus labios, y esto le sirve de gran consuelo para cuando le cierra el paso la desgracia, resignarse.

     Era yo huérfano de ambos padres cuando se terminaba el tiempo de asistir a la escuela y tenía que decidirse mi porvenir, y un día me llamó y dijo: ¿Qué camino vas a seguir? Tú vales para estudiar, no te diré que seas un Séneca, pero sirves para ello. Por entonces se fundó un Colegio, pagando el Ayuntamiento seis plazas, y una de ellas la ocupé yo, cursando el primer año del Instituto. Al examinarnos en Ávila en las asignaturas que él me explicó fue mi mayor éxito, y después incorporé mis estudios al Seminario. Me alentó para que terminara la carrera de sacerdote, pero el destino no lo quiso, la salud no me ayudó y en varias cartas se conduele de verme sin punto fijo. Luché en Madrid sin protección alguna, y al verme trabajando con tan poca fortuna se conduele de que no terminara la carrera.

     El mismo afán tuvo con su cuñado Cruz, que también la abandonó.

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Guijo de Granadilla, 29 de Abril de 1904.

SR. D. CÉSAR REAL Y RODRÍGUEZ.

SALAMANCA.

     Mi distinguido compañero: Aunque estos oficios del campo me tienen siempre atareadísimo, he podido realizar antes de ahora mi deseo de escribirle, lo cual es, además un deber mío. De propósito y por motivos de delicadeza, he dejado de cumplir ese deber de gratitud hasta hoy.

     Me refiero al artículo que acerca de mi modesto libro Campesinas publicó usted en El Noticiero Salmantino, cuyos números, con su cariñosa carta, recibí oportunamente.

     Por todo le envío en estas líneas sinceras y muy expresivas gracias, tanto más expresivas y sinceras, cuanto espontánea y directa fue la defensa que usted tuvo a bien hacer de mi pensamiento. Lo interpreta usted cual es[90], y si alguien le da otras orientaciones, convendremos en que yo no poseo el don de la clara expresión de mis ideas, pero no en que usted no haya logrado interpretarlas de manera fidelísima.

     Esto es lo que principalmente tenía yo que agradecerle, pues aunque mucho le agradezco también sus laudatorias frases relativas a la parte literaria de mi libro, las considero en gran parte benevolencia de usted y he de hacer constar que me parece no merecerlas.

     Sinceramente le estima su amigo y agradecido compañero

JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALÁN.

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Piedrahita, 26 de Febrero de 1898.

     Querido Mariano: Me agrada que te hayas sometido a un plan de vida metódico y ordenado, porque de ello pueden venirte muchos bienes y provechos, de alma y cuerpo.

     Haz higiene, haz higiene, porque tú más que nadie la necesitas. Come bien y pasea siempre que puedas y el tiempo te lo permita, que en ese pueblo no lo permitirá cuantas veces fuera menester hacerlo[91]. Ordena tus horas de trabajo y procura que sean pocas: las necesarias solamente para ir ganando cursos académicos... con más o menos sabiduría, pero con buenas carnes y perfecta salud, que es lo que más te interesa, al menos por ahora.

     Y el alma... que te la arregle tu director espiritual, que ese es su oficio y debe de entender bien esas cosas.

     Yo tengo más de Lagartijo que de Fr. Luis de Granada, y cuenta que nada tengo de Lagartijo. Y perdóneme Fr. Luis que hable de él al mismo tiempo que del Kalifa de Córdoba.

     Cierto es que necesitas corregirte de algunas faltas, y no es malo que tú mismo lo reconozcas. Después de Dios, tú eres quien más puede hacer por ti mismo, porque tienes mucho adelantado para ello con el conocimiento que pareces tener de tus propios defectillos. ¿O es que quieres darte el placer de oírnos a los demás disertar acerca de esas materias? Acaso sea otra cosa: que pides refuerzos, estímulos, ayuda... ¿eh? Esto sí que será tal vez lo que tú buscas, y, de paso, un poquito de armonía para el oído y algo de poesía religiosa para el corazón. ¿A que sí?

     Te gusta a ti, tal vez demasiado, el misticismo artístico y ahí tienes tú una cosa de la cual te habrás preocupado poco, y merece atención muy especial, sobre todo, tratándose de ti. Tú no sabrás decir lo que es eso, supongo yo; y hasta no lo sentirás más que de una manera vaga, indecisa y borrosa, como una figura gris pintada sobre un fondo también gris. Pero yo creo que lo sientes, y que te agrada sentirlo, y que procuras también sentirlo, en momentos de esos en que el horno no está para cocer roscas. Así lo creo yo; pero como pudiera equivocarme y perder en vano el tiempo hablándote de lo que te convendría hacer y pensar acerca de esto, no paso hoy más adelante, pero prometo pasar, si es necesario, cuando tú lo determines.

     Respecto a esos otros defectos no corregidos de que me hablas, recuerda la forma en que siempre yo te los he reprendido y mi constante tenacidad en la reprensión de la misma cosa, lo cual te probará la mala enmienda.

     En esas cosas, tú, con tu confesor, podéis hacer mil veces más que yo desde tan lejos. Pero te lo recomiendo: pocas disquisiciones, pocas sutilezas, pocos discursos, pocas filosofías para buscar la virtud. Humildad sincera, deseo de ser bueno sencillamente, voluntad firme y fervor para pedírselo todo a Dios. Lo demás son ñoñerías que no me gustan. Para saber que la murmuración está reñida con la caridad, no se necesita estudiar a Aristóteles, y para corregirse de ese pecado, menos. A los que tienen el genio como el vinagre, por no decir como el petróleo, les dice el Catecismo que «Contra ira, paciencia» que es cuanto hay que decir, y que los mansos poseerán la tierra como «señores de sí mismos».

     Respecto al modo como estas malas inclinaciones pueden vencerse... es algo largo de decir y es muy corto el tiempo de que yo dispongo hoy.

     Tengo a Desideria con un dedo malo a consecuencia de una picada de una aguja. Su hermana está constipada.

     Hoy no puedo escribirte más; recuerdos de mi mujer y un abrazo de tu amigo

JOSÉ MARÍA.

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Febrero, 1900.

     Querido Mariano: Cruz me escribió hace ya unos cuantos días y me preguntaba cuál era tu apellido y cuáles las señas de tu casa. No dejó de llamarme la atención el hecho y supuse inmediatamente que quería cartearse contigo, lo cual no deja de ser una singular determinación, llevada a cabo por el muchacho sin que nadie le haya inclinado a ello ni siquiera indirectamente.

     Si yo fuera menos desconfiado de lo que me han hecho ser, creería con toda mi alma que la espontánea determinación de Cruz[92] sería una laudable aspiración a ponerse en contacto con lo bueno, pues has de saber que yo, para estimular al muchacho con textos vivos que quizás le impresionasen más que consejos abstractos y sermones, le dije de tu conducta cosas bastante buenas, que tú quizás no tendrás, pero que a mí me convenía metérselas al chiquillo por los ojos, ya que por los oídos se le salen con la misma facilidad con que le entran. Cruz me tiene cierto cariño, bastante respeto, y por último, mucho miedo. Y conociendo, como conozco, sus grandes deseos de complacerme, me pregunto: ¿hace todo eso de la amistad contigo por creer de buena fe que la amistad de los buenos es cosa que le conviene, o lo hace para que yo esté tranquilo y aparte de él mi atención por suponerle hecho todo un vir bonus que no necesita, para serlo de verdad, ningún moscón como el cura de su pueblo o como yo que le zumbe a todas horas cerquita de los oídos? Y si no lo hace con el propósito de sacudirse estos moscones (cuyas alas cuando sea menester se convierten en manos) ¿lo hace sencillamente por darme la dedadita de miel para endulzar ciertos amargorcillos de boca que él bien sabe que me ha dado? ¡Ay, ay, que me huele a queso! que el estudiante de Coria es muy listo; sobresaliente en todas sus asignaturas, pero más sobresaliente en el arte de capear temporales tormentosos, con quiebros muy suavecitos, detener zarpazos con caricias, adoptar la postura que más agrade a los que mandan... etc., etc., etc. Lo que él dirá: «la cuestión es no tener disgustos por pocas cosas. La cuestión es vivir en paz. La cuestión es no disgustarme ni disgustarles. Todo por la paz, la paz, la paz; ¡bendita sea la paz!»

     ¿Lo hace todo por la paz suya, que nosotros solemos alterar algunas veces, o lo hace de buena fe, porque se lo pide el corazón, porque desea ser un muchacho virtuoso, formal, buen estudiante, buen seminarista hoy y buen cura cuando acabe sus estudios? He ahí la pregunta o las preguntas que yo me he hecho no sólo ahora, con motivo de ese asunto de la amistad, sino muchas veces más cuando he pensado en el travieso de Granadilla.

     Es cierto que no puedo contestar con absoluta seguridad de acierto tales preguntas. Es cierto que estoy un poco escamado, pero también puede ser cierto que nuestro hombre haya obrado en esta y en otras ocasiones semejantes con absoluta buena fe y con el mejor deseo del mundo. Yo le contesté enviándole los datos que me pedía y diciéndole que yo suponía, por lo que de su carta parecía desprenderse, que quería escribirte y hacerse algo amigo tuyo. Le alabé el gusto y aproveché la ocasión para hablarle de seminaristas, seminarios, amistades, vocaciones y virtudes... que se aparentan y no se tienen, etc., etc.

     Y claro es que me alegro que os escribáis alguna vez, y en latín, para que no le hagáis tanto daño al castellano solamente, porque es de justicia que repartáis la carga por iguales partes entre los dos idiomas. Y entre solecismo y solecismo, cuando el asunto lo permita, puedes también deslizar algún consejillo bueno, decirle que tú no tienes amigos porque hay pocos que lo sean buenos, no hablarle nunca de vicios y siempre de las virtudes opuestas a ellos, etc., etc., y todo con el cuidado que hay que hablar a quien, al cabo, es todavía un chiquillo. Otras veces puedes hablarle de vuestros estudios, de la vocación, de lo sincera que la vocación debe ser para que no se reduzca a fariseísmo místico, de lo que vale la fe viva, de lo conveniente que es a los que no somos ricos prepararnos un porvenir para nosotros y para los que de nosotros necesiten pan algún día, etcétera, etc. Y cuando él te conteste o te diga que a su modo de ser y de pensar se refiera y que merezca la pena de saberse me lo dices en seguida.

     A ver si Dios quisiera que el muchacho fuera bueno, que hiciese sin tropiezos su carrera y que algún día sirva para lo que debe de servir.

     Te abraza tu amigo

JOSÉ MARÍA.

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Guijo de Granadilla.

SR. D. JOSÉ GONZÁLEZ.

     Mi querido Pepe[93]: Tienes a veces aprensiones de criatura. Sí, hombre, sí. ¿Por qué no he de contestarte con el cariño de siempre? Ya lo hubiera hecho si hubiese tenido una hora de sesenta minutos que dedicarte, porque menos no quería. Y hoy te escribo, sin que la holgura haya venido, porque vienes todo apurado en tu última. Leí tu crítica y ¡mejor hubiera sido por lo visto, haberte contestado con una cartita lacónica, que esperar día de vagar para consagrarte un buen rato!

     Me pones bien puesto el gorro, al suponer que mi amistad está pendiente de un hilo tan sutil como el que representa cualquier molestia que una crítica tuya me pudiera ocasionar. Sería gracioso el suceso. ¿No he sido yo quien te he pedido sinceridad al escribir mis cosas? ¿No me dices que de ellas usaste? ¿Pues qué más debes tú hacer, ni qué más puedo yo pedirte?

     Y cuenta que estoy hablando como si tu crítica de mi libro último me hubiese levantado la piel en tiras. Pero precisamente, si algo hay en ella que yo pueda recusar es su demasiado fuego, su afectuoso entusiasmo, que palpita debajo de cada línea, de cada letra, y me lleva a pensar en el amigo y a olvidarme de que un crítico me habla. Esto, en cuanto a mi persona a secas, y en cuanto a mi persona literaria. En punto a afirmaciones y negaciones, ya es otra.

     Convenimos, generalmente, en sentidos, mas no en criterios al considerar las cosas, o por lo menos, algunas cosas de las que dices con motivo de mi libro.

     No te apuntaré más que alguna, porque no es cosa de que yo me permita hacer crítica de crítica, aunque la mía, como más arriba he insinuado, no había de referirse a la tuya en la parte que está dedicada a la cosa literaria, a no ser en algún detalle.

     Ejemplos: Que cante el vicio, que ya cantó la virtud. Que fustigue aquél, ya que siempre he puesto a ésta sobre mi cabeza y a ella le consagré mis amores. Que tu deseo es que haga lo primero, después de hecho lo segundo.

     Pues bien: yo creo que todo ello es uno, mirado desde dos puntos de vista, eso sí. Creo que estoy haciendo lo que deseas y me aconsejas. Mira el fondo de las cosas y verás cómo es verdad. Porque amar mucho la luz ¿no es detestar las tinieblas? Adorar la libertad ¿no es odiar la tiranía? Hacer amable la virtud ¿no es una condenación del vicio? Cada himno al bien es un salivazo al mal. Son dos procedimientos para lo mismo, con la ventaja para el mío de que me doy, o le doy a los demás, atracones de aire limpio y no festines de carne que hiede a muerta. Esto último en literatura, ya te lo he dicho en otras ocasiones, lo considero más fácil que aquello, y hasta más accesible para todos y de mayor efectismo.

     Pero estas no son razones, son miras de orden más inferior. Sólo podrás argüir que el ataque al vicio, de frente y a tiro limpio, es de mayor eficacia, al menos para las gentes incultas, que la guerra santa que yo le pretendo hacer: que las llagas se curan mejor con cáusticos que con bálsamos... Algo hay de verdad en ello -pues yo lo proclamo donde quiera que la vea-, pero siempre ha de resultar que enfrente de esa verdad, que es muy relativa, hay otra que no lo es tanto: espíritus amamantados en el amor al bien, llevan más noble base de educación moral que los criados en las bascas que produce la podredumbre del mal. Eso para la vida de la cabeza. Para la del corazón, tampoco hay duda: en la vida sentimental, más hace el bálsamo que cura deleitando, que el cauterio que cura hiriendo.

     El enfermo (continúa el símil), el podrido, el desesperado, necesita y quiere mejor, y hasta le aprovecha más que le canten las excelencias de la salud que lo feo de sus culpables miserias.

     Otra cosa: dices que en breve he de agotar el tema[94] y por fuerza he de buscar inspiraciones en otro.

     Si el tema es de verdad poesía, no se agotará jamás. Yo sí podré agotarme mañana, pero el venero del sentimiento de lo bello y de lo bueno, es inagotable, como que viene de un océano que no tiene hondón ni orillas... Llámalo Dios.

     Que amo los tiempos en que la digestión de los poderosos era tranquila, gracias al estado de incultura de los pobres, esto es sencillamente que me cuelgas un mochuelo que no he matado. Yo amo la tradición, sí; la amo en lo que tiene de bella y de sustanciosa, que de estas dos cosas tiene, y no muy poco.

     Pero la gran tradición que yo amo, no es esa que tú dices: eso es amar la propia barriga con endiosamiento y con grosería; eso, además, es un crimen: el crimen de vivir apoyado en el embrutecimiento de los demás y desear que perdure para que no se interrumpa la digestión, etc., etc.

     Y luego si tú crees que la resignación cristiana no tiene otros fines, en cuanto a los pobres, que el de aquietarlos para que no den estacazos a los ricos... estás fresco. Quisiera verte mover a más hondura en el estudio de estas cosas, ¡Por Dios Crotontilo, que yo te quiero más, mucho más que la mitad de tus lectores juntos, y deseo que no sonrían los que saben pensar cuando lean algunas de tus afirmaciones, como la de que la resignación no debe reputarse virtud sino dignidad.

     No digo yo la resignación cristiana, que tiene mucha más miga de la que el vulgo le da, pero ni siquiera la resignación filosófica, se parece a eso que dices. Lejos de eso, todo espíritu resignado, revela algo que es magnífico; como que le pone por encima de todo accidente de la vida, como que es un vencedor, etc., etc., porque me voy a ir muy lejos y no hay tiempo.

     Consejo por consejo (¡yo te agradezco siempre los tuyos!) yo te doy otro: que escribas, sí, pero que no escribas mucho del gran problema social.

     Ni tú ni yo lo abarcamos (ni creo que ningún otro español, por supuesto), y tenemos que parar en decir unas veces tonterías, otras errores, y siempre vulgaridades. Para tamaños problemas, no basta que tengamos corazón. Este sólo puede llevarnos a maldecir los desequilibrios sociales, a decir que va a haber palos, cosa que estamos ya fatigados de oír, y a predicarlos a los pobres fáciles cosas, que no sabemos a punto fijo, si a la larga habrán de perjudicarles. Por lo pronto el veneno de la más cobarde de las adulaciones que se les ha suministrado a grandes dosis por una burguesía amedrentada está ya dando sus frutos, pero no los frutos buenos de una legítima protesta a la que tenían derecho, sino los frutos naturales de cierta pasión avasalladora... y más avasalladora en gentes que, según dices, no aceptan ya... ni el infierno ni la gloria: zarandajas que estorban (¡ya lo creo que estorban!) y se han suprimido como si se tratara de las Diputaciones provinciales o de las Audiencias territoriales, que cuando no sirven se suprimen, y en paz.

     Basta ya, y observa que todo lo que te he dicho, a lo menos en lo que te contrarío, no se refiere a tu crítica literaria de mi pobre libro, sino a esas otras materias en que te enfrascas después de charlar del libro.

     Yo no leo lo que llevo escrito. Fácilmente he sido duro en la forma, pero me queda remordimiento si así fuera, porque mi afecto vale más que una cortés parsimonia en el empleo de las palabras que se dirigen a un buen amigo.

     A un buen amigo que te abraza y que lo es

GALÁN.

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     Mi querido amigo[95]: Regreso de un viaje de negocios de ganadero y encuentro tu última carta en casa.

     De golpe te lo diré: si el amor del marido y la mujer no producen otra cosa que montoncillos de carne para gusanos, no hay tal amor, amigo mío.

     Nuestros hijos son algo más que los hijos de la carne. Ya ves que los lobos tienen también sus hijuelos. Estos sí que nacieron de lo que son, de carne y hueso; pero de amor no vinieron. El amor ¿no es algo más que el instinto? Pues algo más nos dará. Ahí tienes un argumento. Y no hace falta. La fe se pide y se da: no se crea ni se inventa. El que la pida que tenga el alma dispuesta, digna para recibirla, y que la pida, no a lo filósofo, sino a lo hijo de Dios. Aquí no valen filosofías. Esas se dejan para las cosas mentidas, las que hay de la muerte acá. Esta dirá la línea, y ¿no ves cómo toda la humanidad pensante no ha hecho otra cosa que dar ridículos brincos ante la linde y caer de espaldas también ridículamente?

     Dios castiga muchas veces al hombre de razón, abandonándole a ella, y es claro, que con ella como con los ojos de la cara, no se alcanza cosa alguna fuera del radio de acción...

     El «pedid y se os dará» es un trato completo de estas cosas.

     Piensa poco y ama mucho, y sin tratar de aprender, aprenderás más amando que pensando.

     Si quieres de veras creer, creerás, sí no dejas de quererlo. Dispón a ello el corazón y el espíritu y abandona lo demás en manos de Dios, que Él proveerá.

     Pero para lograr ese don especialísimo de la fe, no te pongas a hacer piruetas con la razón, porque sobre no conseguir en definitiva más que una caída lastimosa sobre el polvo del camino, estás con ello negando implícitamente la eficacia de la fe. Y el que se empeñe en que con su razón ha de bastarle, que no ande pidiendo más, porque se contradice de un modo lastimoso.

     Reza y ama, y verás cómo vences a la duda, esa telaraña que unos de seguro ven, y otros de seguro fingen. En cuanto el alma se hace sencilla, ya está coronada con la fe, sin saber cómo ni cuándo.

     A la señora razón ocupémosla aquí abajo. Es tanto lo que le falta que hacer, que no tiene hecha la milésima parte de la obra. ¡Qué ridícula es esa vulgar afirmación de que la fe acorta el vuelo de la razón!

     ¡Está buena la razón para volar por arriba, sin haber aprendido a correr por aquí abajo!

     Me ha complacido muchísimo la entereza con que has recibido el golpe.

     De Leopolda, ya lo esperaba yo así. De ti, no tanto; no por nada, sino porque tu temperamento, tus ideas, hacían de ti materia dispuesta más fácilmente a las derrotas morales.

     Este es el lenguaje de amigos buenos.

     Si no lo quieres lo sustituiré por otro, no con el de los amigos malos no, eso nunca, sino con el idioma universalmente hablado, que no es traición, pero tampoco pureza. No tendrás ese mal gusto, ni me darás ese disgusto.

     Tu Trini está en el Cielo, y lo demás ¿qué te importa?

     No tienes que rezar para que Dios la perdone, porque era un ángel sin pecado. ¿Qué otro consuelo como ese?

     Ahora, a vivir para los hijos que te quedan, y para su amante madre, que todos te necesitan. Yo te agradezco con toda el alma que en tus coloquios espirituales con la hijita que se fue, te hayas acordado de este buen amigo tuyo, que está muy necesitado de que hablen a Dios por él los que ya viven con Dios.

     De por aquí no hay noticias que te interesen. Una, sin embargo, te daré: que ayer precisamente vino una comisión de la Zarza de Granadilla, pueblo natal de tu amigo Eloy Bejarano[96], a rogarme la asistencia a una fiesta que en honor de tu colega piensan celebrar en aquel pueblo dentro de poco tiempo, en el mes próximo.

     Tratan de nombrarlo hijo predilecto del pueblo, darle un banquete, poner una lápida en el edificio del Ayuntamiento, y no sé qué más. Bejarano trabajará por venir el día de su cumpleaños, 11 de Agosto, y tal vez le acompañe, si para entonces viene a Montemayor el general Polavieja.

     Querían que yo hiciese y leyese la biografía de Bejarano. Le dije al médico (Fermín Sánchez Pastor, que era de la comisión), que eso era cosa mejor para otro médico, y que yo hablaría algo para el pueblo. ¿Por qué no te encargas tú de la biografía? Ya sé que no estás para fiestas, pero eso había de servirte en cierto modo de saludable distracción. En fin, no sé cómo resultará su proyecto.

     De prisa y sin hilación te he escrito, porque no he querido que estas líneas pierdan el correo de hoy.

     Saluda a Leopolda, besa a tu gente pequeña y recibe un apretado abrazo de tu amigo

JOSÉ MARÍA.

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 [90].- En el artículo, D. César Real, abogado de Salamanca, decía que G. y Galán, al hablar de fecundidad y de vida lo hace no en el sentido que los naturalistas franceses, sino en el tono espiritual y religioso propio de sus cristianas creencias.

 [91].- Ávila

 [92].- Cuñado del poeta.

 [93].- No se confunda con D. José de la Fuente.

 [94].- No falta quien dice que G. y Galán se murió a tiempo; parece que se anticipa a esta opinión y contesta en el párrafo a continuación.

 [95].- Esta carta está dirigida a D. José G. Castro, a quien se le había muerto una niña.

 [96].- El doctor Bejarano es muy conocido por los elevados cargos que ha ocupado.


Seleccionado y editado por Mariano de Santiago Cividanes

Edición digital basada en la edición de Madrid, Fernando Fe, 1918


 

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