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Epistolario de Gabriel y Galán
Gabriel y Galán, José María


El amigo Pepe

     Comprendiendo nuestro maestro que su labor más fructífera era con los que iban a abandonar la escuela, nos dedicaba los mejores ratos; casi todos fuimos desfilando: unos, para comenzar los estudios; otros, al comercio, y entre ellos, uno de los predilectos era Pepe, perdió por entonces a su padre, comerciante muy inteligente y emprendedor, que dejaba varios huérfanos y muchos negocios; Pepe tenía unos once años, muy despierto de inteligencia y de corazón tan bondadoso, como educado por su madre, piadosísima en extremo; desde este instante se consagró a su instrucción, y con el afecto que le profesaba, como lo demuestran sus versos y cartas, sacó lo que él quería, un jefe que guiara el comercio y un carácter que hiciera las veces de padre de aquellos huérfanos. En la camilla de su trastienda pasábamos entre las cartas y libros de negocios, con su charla chispeante, largos ratos, comentando sucesos de pueblo y leyendo revistas como la «Lectura Dominical», versos de Zorrilla y novelas de Pereda.

     Tanto cariño todos le teníamos, que sentíamos celos de rivales por ser los preferidos, aunque siempre guardó a todos consideraciones al par que frases mortificantes para enmendar alguna travesura o instinto avieso. Hasta su muerte conservó esta amistad, y en su casa guarda como joyas inapreciables los versos que a él y a su hermana Cándida dedicó...

••••

     Adiós, amigo de mi alma[62]. No voy a tu casa, ni quiero que tú vengas a la mía a despedirte de mí.

     No quiero que nadie me vea llorar, como a solas estoy llorando ahora, ni quiero tampoco verte sufrir al darme tu último abrazo. Dámelo desde tu casa, como yo te doy el mío desde aquí, con todo mi corazón puesto en el pensamiento, y todo el pensamiento puesto en ti. ¿Verdad que nos hemos querido como dos hermanos, más que como dos amigos? Sí, no cabe duda que sí. ¿Verdad que yo he procurado que seas bueno y virtuoso porque te quiero? ¿Verdad que tú has visto en mí algo así como un hermano mayor, y me has pagado con creces mi cariño con tu cariño y mi noble interés con tu inclinación al bien y con tu agradecimiento? Pues ahora, cuando tanto nos queríamos y vivíamos tan dichoso el uno al lado del otro, es cuando tenemos que separarnos, Dios que lo permite sabrá por qué; y tú y yo, que somos por dicha nuestra, cristianos, debemos de conformarnos con la voluntad de Dios.

     Si al darte con tanta pena este cariñoso adiós de despedida pudiera darte con él cuantas virtudes quisiera yo que tuvieses, fueras un santo. Ya ves si sabré quererte bien que antes que para mí ni para nadie te quiero para Dios, que es tu Padre, el Padre de todos, y muy señaladamente de todos los huerfanitos que ya no tienen el que Dios les dio en el mundo.

     Si quieres darme todas las pruebas de cariño en una sola, atiende mi último ruego, que es éste: sé buen cristiano. Yo te lo ruego y te lo pido por Dios, por tu madre, por ti mismo, por tus hermanitos y por todos los que te queremos en el mundo. No te pido más, porque, si eres buen cristiano, lo serás todo después: buen hijo para tu madre, buen hermano de tus hermanos y buen amigo para mí. Ya ves: yo mido la bondad de la amistad por la virtud del amigo que me la da, y es porque creo que es muy difícil ser buen amigo sin ser bueno. Y deseo que lo sean los poquísimos que tengo, porque sé que el que es bueno, es para Dios, y para Dios quiero yo que sean los seres a quien amo.

     Sé bueno, sí; y sé constante en el bien, lo mismo cuando te creas en brazos de la felicidad más grande que sea posible en el mundo, que cuando llores abatido y oprimido por la desgracia y el dolor. Precisamente el dolor y la desgracia parecen el patrimonio de los buenos en este mundo.

     Son caminos que Dios abre para el Cielo. El que en ellos desfallece, el que camina sereno y resignado con la cruz que Dios le ha puesto sobre los hombros y todo lo hace por Dios, hasta Dios llega. Tú no desmayes jamás ante las pruebas que Dios te envíe; pídele ayuda, porque es cosa bien sabida que Dios nos pone la cruz sobre los hombros, y Él nos lleva el mayor peso de nuestra pequeña cruz.

     No quiero hablarte de tus graves deberes particulares, porque de sobra sé yo que los conoces. Tú ya sabes que eres la esperanza más grande de tu madre, después de la que tienen en Dios, que es la que la ayuda y alienta a todas horas. Tú bien sabes que ella ve en ti algo así como un segundo padre de tus hermanos, un descanso y un apoyo para ella en el horizonte del porvenir.

     Un hijo que la ayude a ganar el pan que coméis, a educar a tus pequeños hermanos, a conservar y acrecentar vuestro patrimonio honradamente y a sobrellevar sus penas con tus consuelos. ¡Qué infame, qué perverso sería el hijo que no hiciera todo eso por su madre! Tarde o temprano, en esta o en la otra vida, la mano de Dios, de la justicia, caería como un rayo sobre la frente de ese hijo para hundirlo eternamente en el abismo... No, tú no eres de esos, gracias a Dios, ni Dios te dejará de su mano para que lo seas en tu vida. ¡Sé yo que tú no eres de esos! Me lo dicen tus cristianas ideas, me lo dicen tus sanas inclinaciones, me lo dice tu natural propensión al bien, me lo dice el cariño que sientes por tus hermanos y el amor que tienes a tu madre. Y me lo dice, por último, mi corazón, que tiene el presentimiento de que has de ser bueno siempre, amante de tu madre y de tus hermanos, honrado y trabajador.

     Dios te lo premiará y nosotros lo veremos con la más íntima alegría.

     Antes que olvidar cualquiera de esos santos deberes que yo te recomiendo con tan tenaz insistencia, olvídame, olvídame a mí cien veces, pues yo valgo mucho menos que la menor de esas santas virtudes de que te hablo.

     Pero no, no olvidarás tus deberes ni me olvidarás a mí; serás bueno y recordarás toda tu vida lo mucho que te he querido y el bien que te he deseado. Si encuentras pronto un amigo de verdad, como yo lo he sido tuyo, quiérele mucho, muchísimo, pero antes mira bien dónde pones tu cariño, tu confianza y tu amistad; que hay pocos lugares en esta vida donde estén esas tres cosas seguras. Tus mejores amigos serán tus hermanos: tus íntimos confidentes, el confesor y tu madre. No encontrarás en tu vida amigos más leales que los primeros, ni más prudentes y sabios consejeros que los dos últimos.

     Con los demás amigos ten prudencia. No caigas en el peligro de buscarlos, porque siempre es peligroso buscar flores entre espinas. Los que hay buenos, que hay muy pocos, son como los tesoros: no se buscan, se encuentran.

     Y adiós otra vez, amigo del alma. En estas líneas, que no sé si podrás traducir, porque apenas veo lo que escribo, te quisiera enviar la expresión de todo cuanto siento, cuanto pienso y cuanto bueno deseo para ti. Yo confío en que Dios permitirá que nos volvamos a ver; pero si no lo quisiera, la voluntad de Dios es nuestra ley y a ella debemos someternos con entera sumisión.

     Pero también a distancia pueden quererse desde lejos, sin saber si podrán volver a verse en la vida. Y así, hermanos tú y yo. Tú me contarás tus alegrías y tus dichas, y antes que nada, tus penas y tus desgracias, que para eso son los buenos amigos para consolarse en sus penas, aconsejarse en sus más duros trances y participar mutuamente de todas las felicidades y de todas las desventuras. Yo haré lo propio contigo, y uno y otro rogaremos al Señor que nos dé, en todo caso, lo que mejor nos convenga[63].

     Pon tu confianza en Él y adiós.

     Te abraza

JOSÉ MARÍA.

••••

Guijo de Granadilla, 17-12-1899.

     Mi querido amigo: Nunca sospecho que me olvides, aunque tardes mucho en escribirme. Sabía, sin que me lo hubieras dicho, que tenías mucho que hacer, y, por consiguiente, poco tiempo que dedicar a nadie. No desatiendas por nada vuestros negocios y ten para siempre la seguridad de que tanto me complace el saber que vives abstraído en tus tareas, como leer cartas tuyas. Así, pues, escribirás cuando buenamente puedas, y si no puedes hacerlo una vez al mes, lo haces cada dos meses, que conmigo tienes cumplido de cualquier modo.

     También yo estoy ahora ocupadísimo, y aún lo estaré más todavía, con motivo de la recolección de la aceituna, operación que se nos une en esta época con las que ordinariamente tenemos y con otras que parece que resucitan cuando menos tiempo hay.

     No podré pasar en mi pueblo las ya muy próximas Navidades, como tenía proyectado, y dejaré el viaje para más adelante, cuando las cosas no apuren tanto. Ya ves cómo andamos todos; y sin duda alguna, es mejor y más conveniente vivir así, siempre muy atareados, cocíos en obra, como dicen en mi pueblo, que vagar por las plazas, tomando el sol de los holgazanes, los cuales, como no se ocupan en cosa buena, tienen que ocuparse en algo malo. Testigos de mi afirmación, si tuvieran oídos para escuchar y lenguas para contar lo que oyen, serían las columnas de la plaza de esa villa, y las de todas las villas del universo.

     Me dice tu mamá[64] que estás muy bien de salud y que no te conocería si te viera. ¡Vaya si te conocería! Aunque te hayas puesto redondo de puro gordo y alcances la talla de un recluta disponible, te conocería en seguida tu amigo.

     Aquellos versos titulados «Soledad», que hace años te envié desde mi pueblo los han publicado en el Correo Josefino[65]. Te lo digo porque, como realmente eran tuyos, la publicación de ellos sin tu consentimiento constituye un delito castigado en el Código, aunque yo creo que tú sabrás perdonar a los que con la mejor intención del mundo los publicaron... No ha sido cosa mía, sino de Mariano, el cual se los leyó al señor director de un Colegio de vocaciones eclesiásticas que hay en Plasencia. Este señor dijo a Mariano que los iba a publicar, para lo cual me pidió el último mi permiso y perdón. Yo se lo otorgué sin decir nada, no hacer esperar tanto al señor que quiso darlos a la publicidad, pues demasiados reparos le había yo puesto ya respecto a correcciones que necesitaban los referidos versos antes de darlos a luz. Volvió a decirme Mariano en otra segunda carta lo propio que en su primera, y cuando vi que la cosa iba ya a degenerar en descortesía por mi parte, les di el permiso.

     El señor aquél me envió hace unos días un número de la revista con los versos y una atentísima carta pidiéndome más, y diciéndome que me pagaría en oraciones lo que le envíe. Por ahora no me es posible mandarle nada, porque no tengo tiempo disponible para ello, y así se lo dije a él, prometiéndole algo si alguna vez me lo permitían hacer mis muchas ocupaciones.

     Porque es una grandísima verdad que yo no puedo dedicarme a cosas de pluma por absoluta falta de tiempo, y sin embargo, «tú que no puedes llévame a cuestas».

     Lo digo porque Luis[66] me tiene frito también con peticiones de versos. Hace pocos días le envié unos de Zorrilla para que se le calmara algo la sed, y para no gastar yo tiempo; y de nada me sirvió mi estratagema, porque me dijo que sí, que le habían gustado mucho pero... que los quería que fuesen míos. Amor de hermanos que ciega. Y para mandarle algo, he sudado un disparate, a causa de la falta de tiempo y de lo trabajosos que son los partos poéticos de mi rebelde mollera. Me río ahora mismo al pensar que a lo mejor me estaba hablando el vaquero de un choto que se ha quedado «pellejuino y na relambio», o el porquero me hablaba de algún garrapo «zamarrio y arrecogío», mientras yo hacía tres oficios a un mismo tiempo: oír al que hablaba, mirar al choto o al cerdo y componer y escribir en la cartera una redondilla[67]. Y claro, así saldría ello. Pero así se lo envié.

     Os deseo muy felices salidas y entradas de año, con positivos provechos materiales y espirituales, y os felicito anticipadamente las Pascuas, deseando que las paséis todo lo bien que yo quiero.

     Repetiremos este año, ya que Dios nos tiene con vida y con salud, el brindis de Nochebuena, que entre nosotros ya no es nuevo. Yo, a las diez en punto de la noche del Nacimiento brindaré y beberé a tu salud una copita (que no hace perder el ayuno), y tú harás lo propio, hayas o no hayas cenado. Después, a la hora del Rosario, si no esperas a del Nacimiento, rezarás y rezaré un Padrenuestro para que Dios haga de nosotros lo que sea su voluntad.

     Jesús[68] parece un rollo de manteca.

     El catálogo de sus habilidades es muy largo de contar y por eso lo suprimo. Sólo te diré que cuando le pregunto dónde está Dios, señala al cielo con el dedo índice muy extendido y se queda un momento con los ojos muy abiertos, como queriendo decir: «¡qué grande es Dios!» Sabe también cómo tiene puestos los brazos el Cristo de la ermita, sólo que de esta sabiduría abusa mucho, pues en cuanto yo le reprendo por algo de los muchos estruyos[69] que suele hacer, pone corriendo los brazos como el Cristo de la ermita para que no le riña más y me ponga yo contento. Bien sabe él que así nos desarma a todos y le cae una lluvia de besos en vez de una de sermones.

     Da muchos besos a tus hermanos y recuerdos de Desideria para tu mamá.

     Y recibe un abrazo de tu mejor amigo,

JOSÉ MARÍA.

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24 de Junio de 1900.

     Mi querido amigo[70]: Recibí tu última con la de tu madre. Aplazo la contestación a esta última hasta que Desideria lo determine. Copiándola muy de prisa, te envío adjunta una de las últimas composiciones que escribí, y que acaso conocerás ya por N., que la vio en Plasencia. Si N. no tiene copia de otra, cuyo título es «Vocación», yo te la remitiré también, siquiera para que te distraigas un rato.

     Tengo un proyecto que voy a comunicarte, aunque no es cosa que me agrada echar a vuelo las campanas antes del día de la función, parque se me suelen aguar casi todas las fiestas que me preparo a disfrutar con mucha anticipación.

     El proyecto que acaricio es el de ir a Salamanca en los días de las ferias de Septiembre próximo, y he ahí una excelente ocasión para vernos, siempre que te fuese concedido por tu madre el permiso correspondiente para ir a Roma la chica.

     El proyecto, como todos, está sujeto, ¡ay!, a muchas contingencias, relativas unas a la salud propia y a la de la familia, y a giros inesperados que pudieran tomar los negocios de casa.

     Pero haciendo estas salvedades, la verdad es que la idea existe, y que yo la realizaré si Dios no dispone otra cosa en contrario. Y basta de proyecto, no sea que en fuerza de acariciarlo se haga arisco y no se deje convertir en grata realidad.

     Tienes buena memoria. Sí. El 27 del actual cumplo años. ¡Treinta, hijo, treinta, treinta! Treinta millones de gracias porque te has acordado de ello.

     Ando estos días tomando baños en el río y aprendiendo a nadar. Mi profesor de natación es mi vaquero[71], que nada como una tenca y tiene toda la paciencia que es menester para dominarme a mí en el agua.

     Saluda a todos, y recibe un abrazo de tu verdadero amigo que te quiere mucho,

JOSÉ MARÍA.

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 [62].- Esta carta está dirigida a su discípulo D. José de la Fuente, uno de sus amigos más queridos después; es una de las más delicadas y exquisitas del poeta.

 [63].- No fueron en balde los consejos del maestro y amigo siendo aprovechados por quien no sólo es un comerciante honrado, sino un alcalde desinteresado e inteligente.

 [64].-  La virtuosa señora doña Bernabea Atienza, madre de D. José de la Fuente, alcalde hoy de Piedrahita.

 [65].- Esta composición que figura entre las suyas, titulada «A solas», nos la envió a Piedrahita, y estando en Plasencia se la enseñé a D. José Campos, colaborador del «Correo Josefino».

 [66].- El hermano menor del poeta, labrador que también hace versos.

 [67].- Muchas de sus composiciones las hacía sin tachar, en el campo, cuando iba a sus tareas.

 [68].- El Hijo mayor, a quien se refiere en «El Cristo Bendito».

 [69].- La palabreja «estruyos» la decía un hermano de su amigo, que era muy travieso, llamado Joaquín de la Fuente.

 [70].- Está dirigida a D. José de la Fuente.

 [71].- Este fiel criado fue el que le inspiró un cuento en el que demuestra que si hubiera vivido podría haber escrito en prosa, como lo hizo en estos primeros ensayos.

 


Seleccionado y editado por Mariano de Santiago Cividanes

Edición digital basada en la edición de Madrid, Fernando Fe, 1918


 

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