La Tempestad
Antonio
Casas
LA TEMPESTAD
La lluvia ya deja de caer, dejando
la calle empapada de recuerdos líquidos, derramados apenas
en un segundo de ambición perdida. Poco a poco las gotas
de la ventana resbalan hasta perderse para siempre en la vorágine
de la tempestad ya ida, sin esperanza de regresar a la fuente de
nubes etéreas, aquellas de las cuales me despedí en
el momento que empezaron a brillar los rayos del guardián,
cuando sentí en mi cuerpo la pesadez que me iba conduciendo
hacia él, cual inexorable destino de la tempestad.
Ahora estoy en el charco del olvido,
muy alejado de las esferas eternas que disfruté con deleite,
cuando tú estabas conmigo, sorbiendo de mis manos aquella
delicada ofrenda de pasión y deseos innominables, que yo
llamo absolución eterna, sin posible regreso al pecado ya
dejado y aun mencionado, sin ningún rastro de dejar aquel
vicio divino de tu recuerdo. Alejado de ti, y sin esperanza de volverte
a ver y, aún más, sabiendo que si te veo me rechazarás
con la misma intensidad que un día me ofrendaste tus labios
para saber si lo que sentíamos era amor o sólo curiosidad
juvenil, curiosidad por conocer nuestros cuerpos, por tocar nuestros
deseos.
No sé si estás hoy
en Lyón, la Eterna Lyón, ciudad de mis sueños,
ciudad de tus recuerdos. No sé si en este momento piensas
siquiera en que existí por un fugaz momento en tu vida y
si tienes presente aquel recuerdo recóndito donde tomé
tus manos y tu cabello mientras mis ojos acariciaban tu cuerpo delatando
mi presencia enamorada; aun tengo en ese lugar que te prometí
la flor que arrancamos juntos pensando que la vida nunca separaría
nuestras manos y nuestros labios; aun en mis ojos queda el reflejo
de tu sonrisa y la paz de tu mirada.
Te vi algunas veces, pero tu mirada
estaba ausente. No sé por qué pienso que ni siquiera
reparaste en mí, estando a mi lado. ¿Puede morir así
el amor? Después de jurarse eterna pasión, después
de intercambiar todo aquello y todos aquellos minutos que aun están
grabados a fuego en mí y que llevaré a la fría
tumba, invocando tu nombre cien veces mientras exhalo mi ultimo
suspiro, siempre pensando en ti, siempre sabiendo que mientras este
azul cielo exista, tal vez estas nubes que ahora pasan sobre mí
pasarán sobre ti y derramarán un tu rostro la lágrima
que ahora ya no puedo derramar por nadie, ni por ti, pues ya se
secó la fuente de amargura, sin esperanza en tempestad.
Quiero seguir recordándote;
así dormida en mis brazos, perdida en mis ojos, cautiva en
mis labios. Quiero sentir de nuevo en mi mente aquella oscuridad
de tu puerta, cuando te buscaba a medianoche tan sólo para
verte un momento y saber que allí estabas, linda y dormida
entre los tules de mis recuerdos. Seguiré viviendo en tus
noches, esperando la complicidad de las sombras para volver a ti,
en tus sueños, y decirte así que aun estoy contigo
y que no podrás, aunque lo quieras, borrar el recuerdo de
tu piel; no podrás hacerlo mientras vivas y aun así
muerta yo estaré al lado de tu tumba, llevando la flor que
cortamos juntos aquella noche clara de tempestad.
Ahora que brilla el sol de la mañana
comienzo a evaporarme junto con todas las lágrimas derramadas
por el cielo; aun la naturaleza gime tras aquel llanto sublime que
rasgó el apacible descanso de la noche y tú enjugas
tu cabello de algunas otras gotas afortunadas, en las cuales así
hubiera estado yo; ni siquiera te hubieras dado cuenta, pues no
cuentas conmigo en tus sueños ni en tus pesadillas. Sólo
fugazmente paso ante tus ojos cuando empieza a sonar la tempestad.
Jull Antonio
Casas.
Peru (Arequipa)
Copyright ©2003 Jull Antonio Casas.
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