Abro los ojos y estoy
sepultado de nuevo. Una fina garúa polvorienta recubre
mi cuerpo rígido. En mis ojos aun está el reflejo
de lejanas flores mustias, de lágrimas perdidas, de recuerdos
olvidados
En mis manos se aferra
la frialdad del deseo; empiezan a sentir mis labios, las marcas
de aquel dolor olvidado; en mi piel se dibujan las sombras de
otoño, y la sequedad del invierno, aquélla que sólo
cuando no estuvo presente manifestó el dolor delicado del
placer convocado por las ráfagas del verano perdido entre
tus ojos, y entre mis manos.
Despierto a esos sueños,
invocando tu nombre mil veces maldito, mil veces amado, mil veces
deseado. Mis miembros se estremecen al sentir el rigor de la muerte
y la suavidad de la vida. Mis parpados, enmohecidos, tiemblan
de nuevo como si éste fuera el preludio de un nacimiento
final. Y levanto los ojos, hacia el infinito, preguntando dónde
esta el descanso que los placeres negaron a mis sentidos, y entiendo
ahora que la vida es un continuo yacer en la muerte, y que la
muerte es el continuo renacer del alma. ¿Qué otra
cosa es entonces esta brisa que mi raída mortaja descubre
a mis sentidos? Y se van los recuerdos; te llevas mis estíos
lentamente absorbiendo mis fuerzas finales, y dejas, finalmente,
un monumento a una vida vana efímera y sola, así
como ahora es solitaria la muerte sin esperanza.
Tiemblo al saber de
tu ayer, de tus otoños perdidos, de tus veranos vacíos,
tus amaneceres sin mí y tus tardes sedientas. Dónde
estabas aquella tibia tarde de invierno, en la que buscaba por
las calles el calor de tu vientre, y solo encontré el frío
de tus manos vacías, perdidas de mí y del nuevo
sentir que ya te había negado el amanecer de la noche
?
¿Qué
hacías aquella mañana que desperté pensando
en este final, y cuando tus labios dibujaron el rictus de despedida
eterna, llena de la nueva tentación de no verte junto al
pútrido sentimiento que ahora tengo entre mis piernas,
y que sólo sirve para recordarme que tú fuiste la
que nunca dio la señal de cansancio o de deseo
?
Y luego soñé
con tus ojos vacíos, presagiando este eterno renacer que
dirige para siempre tus recuerdos y que ahora adormece mis pensamientos.
Ahora amanece lentamente.
El cementerio se llena de gente perdida; descubrirán mi
tumba y se apresurarán a cubrirla de flores y tierra, al
no querer aceptar la culpabilidad del eterno sacrilegio que la
luz comete con las sombras, al disiparlas cada vez que la mañana
irrumpe en las almas de la noche.
Y echarán sobre
mi cuerpo la última palada de cielo, y, aun antes de cubrir
mis ojos, veré tu rostro observando cómo se ocultan
tus pecados, tus deseos. Sabiendo que volveré a ti esta
noche, sabiendo que solo duermo otro día hasta que mi eterno
renacer te llamé este anochecer, y vendrás a mí,
para abrir de nuevo mi sepulcro, para satisfacer en mis restos
tu ansia eterna de dolor y de pecado.
Jull Antonio
Casas.
Copyright ©2003 Jull Antonio Casas.