Premio
Punto de
Excelencia

 

También mereces mi reconocimiento

Freya Hödar Nistal



También mereces mi reconocimiento

     Te tenían como a un par de zapatos, en una vitrina para que toda la gente que por ahí pasaba, pudiera observarte. Tú, dormías, las miradas curiosas te tenían sin cuidado. Eras un bebé, y como tal, requerías de mucho dormir, y así lo hacías sin empacho. Era tan grande el espacio donde estabas, había suficiente agua y comida, estabas limpio y cuidado, lleno del ruido de pájaros, que cada uno en sus etilos, largaba una sinfonía de ruidos, que no era exactamente una canción de cuna, pero... estabas en una vitrina.

     Entré a mirarte y apenas si abriste un ojo, comenzaste a saltar con el llanto a flor de boca, tu hermano te copiaba, todo era un espectáculo. No te tomé en brazos. Tu dueño, me pasó a tu hermano. Tierno arrugado, calientito pero tiritando, él, se acurrucó en mis brazos. Ya decidida para llevarlo conmigo ,di la última mirada a tu entorno. Tus ojos, encontraron los míos, y me hablaste en un torbellino de lamentos, donde me decías entre gritos y suspiros " soy yo el elegido, no te equivoques, mírame bien, es a mí a quien quieres, yo seré esa alegría que buscas, yo soy el indicado para llenar ese vacío".

     Sin saber como, puse a tu hermano en el suelo de esa vitrina, y te tomé en mis brazos. Tu primer agradecer, fue derramar tu alegría en la más extensa orina que en mi han dejado caer. Luego, lamiste mis manos, mordiste mis dedos, y sin saber ni como ni cuando, te metiste dentro de mi cartera, desafiante y alerta como diciendo: " ahora, atrévanse a sacarme de aquí". Ese fue, el más grande signo, el definitivo, el que me decía, que tú eras para mí. Te apropiaste de mi cariño, sólo en el segundo que te miré. Y así fue como pagué tu precio, te compré una camita blanca y mullida, me fui contigo dentro de mi cartera, tomé mi auto y feliz conduje hasta llegar a casa.

     Fuiste recibido con gran algarabía. Pasaste de brazo en brazo, de beso en beso, hasta que te dejaron posarte en el suelo. Ahí, bautizaste la que sería tu casa, con mas orines, que sin importarte, pisaste con desparpajo, para dejar tus huellas en todos lados, y sus olores también. Comenzaba entonces, el fin de un tranquilo sosiego.

     Niños grandes serían tu entorno. Besos, caricias, arrumacos. Eras la novedad que vendría a llenar el vacío, de dos corazones que no sabían como llenarse, pues habían sido transplantados de su país gringo, Estados Unidos, a uno latino, Chile. Ellos dejaban atrás, quince y doce años de colegios, amistades, deportes, rutinas, casa y país, para regresar al lugar de origen de sus padres. Estaban llenos de inconformidades, lánguidos ojos tristes veía yo en cada amanecer, sabiendo que mis palabras, mi enorme cariño, mis ansias de volverlos a ver felices, se tambaleaban en el tiempo de sus cicatrices. Ninguna promesa llenaba entonces, el vacío de sus corazones. Yo sabía lo que estaban sintiendo. Lo sabía tan bien, pero no tenía como transmitirles mi sentir. Aquello que yo viví, cuando fui yo la trasladada a otro país, otro idioma, otras costumbres, otra idiosincrasia, fue duro e irreversible, no habría regreso por muchos años. Así, cuando en mi vientre fueron creciendo y luego los tuve en mis brazos, amamantando con mis pechos sus hambres, dormidos en mi regazo, es como se llenó mi vida de una de las más preciosas cosas que he tenido, después de mi madre y mi marido.

     Pero esto era distinto para ellos. Nuevo idioma, nuevos colegios, nuevas amistades, nueva casa, nuevas rutinas, nuevo todo. Y aunque mi promesa, la que les hice a nuestro regreso, que juntos y de mi mano, enfrentaríamos todo esto, se cumplía al pié de la letra, no tenía como evitar la tristeza que se acomodó en ellos, y que yo sabía sólo el tiempo, el lento transcurrir del día a día, como yo lo experimenté en mi caso, podría ir curando esa añoranza.

     Por eso, cuando te vi en esa vitrina, mi corazón dio un vuelco. Y te usé para provocar la alegría de mi alegría. La alegría de mis hijos. Y así fue. Nombres se barajaron, entre risas y contentos. Unos, eran garabatos, que en Chile no se entenderían, otros, recuerdos que perseguían en sus nostalgias. Hubo al fin un lindo acuerdo.

     Allá, en Washington D.C., Potomac, lugar donde vivimos, mis hijos formaban parte de un "team de natación", donde competían todos los veranos. Eran muy buenos, tenían excelentes records, miles de premios que llegaron a casa en estatuillas que se pusieron en sendas repisas. Varios primeros lugares, orgullo de ambos, cosa que en Chile ya no se repetiría.

     Ese "team" tenía nombre, bandera e himno, y su nombre era Nessie, como el monstruo de la laguna Ness. Y así pasaste a llamarte Nessie, mi perro cocker spaniel inglés de raza, elegante y temeroso nombre para tan pequeño tamaño y porte. Tan pequeño eras, que cabías en las palmas de mis manos. Salía yo a regar el jardín todas las mañanas muy temprano, y tu ibas conmigo, metido en el bolsillo de mi bata de levantarme, donde cómodamente observabas mis quehaceres.

     Si, llenaste un gran vacío, el que tenían mis hijos. No fue un lleno completo, tomó su tiempo el acomodo, pero el tiempo se fue portando bien, hizo el resto de su trabajo.

     Hoy... eres mi más fiel compañero. Me sigues donde mis pasos vayan por esta casa. Me esperas en la puerta del baño, mientras tomo mi ducha, duermes a los pies de mi cama, donde yo vaya si me devuelvo, me topo contigo siguiéndome por todas partes, pues siempre vas tras de mí, sin perderme de vista. Hasta cuando encero, o paso la aspiradora, a la que le tienes terror, ahí estas a mi lado, moviendo tu colita. Sentado a mis pies, mientras escribo en la computadora.

     Es así como he llegado a quererte, es así como nos hablamos con nuestros silencios, con nuestros mirares, nuestros olfatos.

     Hoy eres parte de mi familia, importantes decisiones se toman, considerándote. Sin ti mi querido perro, mi vida sería muy distinta, hoy, eres también mi contento mi querido Nessie.

(Freya)

3 de Agosto, 2004.


FIN

Freya Hödar Nistal

Viña del Mar

Chile.


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