Premio
Punto de
Excelencia

 

Nº 3. Agosto 2004/Revista Electrónica Cuatrimestral.

Jaime García-Rodríguez y Alvarez

INTRODUCCIÓN al poema "DELGADINA"

INTRODUCCIÓN al poema "DELGADINA" a cargo de Jaime García-Rodríguez y A.

En torno a Delgadina

      Es el de "Delgadina" uno de los romances que mayor difusión ha tenido en los tiempos y espacios de la lengua castellana. En parte, por lo escabroso e infrecuente del tema: el obsesivo acoso sexual de un alienado que, abusivo padre y jerarca, intenta imponer a su hija el estupro. En parte, por el final ejemplarizante y duro, que nos recuerda, como hacen diariamente los consorcios informativos, que vivimos en sociedades opacas, esporádicamente sacudidas por brotes de crueldad y violencia que rompen nuestra racionalidad bienpensante y abren la puerta a demonios que ignoramos.

      Los estudiosos suelen aceptar como origen de Delgadina la tradición altomedieval, recogida en el llamado "santoral celta", que recrea la historia de Santa Dympna. Este nombre corresponde a la Dymphna o Demfna gaélica, distinta de Damhnat, otra santa irlandesa con la cual es frecuentemente confundida. Dymphna es el homónimo de Dympna, Dimpna, Dimna y, tal vez, de Davnet en la Europa continental, de Daphne en la Gran Bretaña y, ¿Por que no?, de Delgadina en España. La derivación fonética es plausible. Claro que Delgadina podría asimismo aludir a la modalidad de maltrato físico que detallan algunas variantes del romance: "Su padre la pretendía/ Pero ella no lo aceptaba/ Todos los días de fiesta/ Su padre la castigaba/ Con unas varas mas gruesas/ Y con otras mas delgadas".

      Si cabe enlazar nuestra "Delgadina" del romancero con la "Dympna" del santoral, e incluso -licencia que me permito- identificarlas, el tema del rey incestuoso es anterior. Los hechos legendarios de una noble celta cristianizada pueden haber sido utilizados para remachar un tabú común a paganos y cristianos, en aquel violento y sombrío mundo germano-romano que consolida la coronación de Odoacro en el año 476.

      Las culturas occidentales u accidentalizadas ven en el incesto una abominación que atrae desgracias sobre quienes, inadvertida o voluntariamente, en ella incurren. Empero, en los contextos de oscurantismo y superstición que caracterizan la vida de la Alta Edad Media, donde entre otras injusticias subsisten esclavitudes a titulo de servidumbre y el poder señorial se ejerce con pernadas, los mas débiles se hallan siempre a merced de quienes optan por usar su poder de forma desviada o patológica.

      La nada halagüeña visión social que las versiones primigenias del romance nos transmiten tiene que ver con el egoísmo y subjetividad de unos personajes que son, además de cómplices o actores en el drama personal de Delgadina, gentes de su misma casa y linaje, servilmente acomodaticias al poder regiopaterno. Narrada en sobria clave hagiográfica, la actitud de Delgadina nos remite a las protomártires cristianas. Al menos a aquellas en torno a las cuales ha crecido una leyenda. Donde lo fáctico predomina sobre lo legendario -cual sucede con la relación, casi periodística, de los martirios de Felicitas y Perpetua en la Cartago romana- la afirmación moral individual y el derecho a la desobediencia civil, opciones extremas que el mismísimo Saulo de Tarso contempla con gran cautela, pasan a ocupar el primer plano. Delgadina, como sus predecesoras, osa contravenir desde una posición de debilidad extrema las exigencias de un entramado político?social cuyo poder es absoluto.

      Los evangelios cristianos han criticado la ética que prima el bienestar colectivo ignorando las injusticias individuales. La opción de los parientes de Delgadina es, desde la perspectiva neotestamentaria, similar a la de los gerasenos, comunidad cuyo confortable distanciamiento de la teocracia judía es puesto en peligro por una inoportuna curación de Jesús, lo que les empuja a rogarle abandonar su territorio. La insumisión de Delgadina a la doble autoridad real y paterna otorga a su martirio, además de las facetas de afirmación femenina, las calidades proféticas y el universalismo de la radicalidad cristiana. El impensable órdago de Delgadina a un mundo donde lo viril es divino y lo divino es viril, es un triunfo en la partida inacabada por la igualdad entre los sexos. Materia, en definitiva, para la reflexión por parte de una iglesia que se institucionaliza y jerarquiza entre tentaciones sacro?imperiales y constantes peligros de herejía, postergando una meditación sobre el lugar de la mujer en su seno y en el mundo. Delgadina es un eslabón mas en la cadena de intervenciones femeninas que refuerzan la presencia en la Historia del dios monoteísta. Comparte con Judit el obrar decidido frente a los poderosos de la tierra y con Maria el afirmarse audazmente ante el mismísimo ángel de Adonai. Compartirá también con ambas ?como bien supo plasmar Botticelli en la expresión grave de la ejecutora de Holofernes y en los símbolos ominosos que ensombrecen algunas de sus anunciaciones? el peso de haber tomado una decisión densa en consecuencias para su entorno y ella misma. Un recordatorio, en suma, de que la respuesta del "raboni" a la capciosa argumentación saducea sobre el matrimonio leviratico, apunta a un universo definitivo donde la Humanidad no esta ya separada en hombres y mujeres.

      "Delgadina" es un romance recurrente, cuyas variantes no alteran su esencia, tanto en la América Hispana -continental y antillana- como en los asentamientos sefarditas. De hecho, es fuente reconocible de algunas tonadillas populares iberoamericanas. No faltan curiosidades en el recorrido del romance. Así, en Muros de San Pedro, localidad gallega en la ría de Muros y Noya, la versión que cantaban los corros de ninhas en sus juegos trae aires de goleta colonial y "Delgadina" prefiere llamarse, con un cierto regusto habanero, "Catalina" : "En Cadiz hay una ninha/ Que Catalina se llama/ Re-do-re-mi-fa/ Su padre la pretendía, re-mi-fa/ Pero ella no lo aceptaba, re-mi-fa".

      Podría decirse que la ultima gran difusión de "Delgadina" estuvo a cargo de un lujoso volumen ilustrado de Editorial Molino ("Las Canciones de la Abuela"), publicado hacia 1949 y reeditado sin mucho éxito en 1977, que entre otros temas del cancionero infantil aportaba este, incluyendo un xilófono y unas sencilla notación para musicarlos. Tan curioso libro tuvo buena acogida entre familias indianas, deseosas de transmitir a sus hijos criollos memorias de infancias peninsulares. Pese a su carácter "arcaizante", apuntalado por la ideología en boga en la España de 1949, el libro era el túmulo levantado a tradiciones moribundas que en 1977 apenas despertaban nostalgias comercializables. Mas a pesar de las sensibilidades distintas, sirvió para encaminar a algunos de aquellos "criollitos" hacia el romancero español y el estudio literario de sus fuentes e influencias (entre otros la Licenciada Ramona Trullols, de Santo Domingo, fallecida en 1979 sin poder ver culminado su trabajo en la Universidad de Oswego, N.Y.).

      El año 1949 marca un punto de inflexión entre el ascenso imparable de la influencia norteamericana en las antiguas posesiones españolas del Pacifico y el Caribe y el declive acelerado de las tradiciones hispánicas. El prestigio "imperial" de los EE.UU. emerge en el mundo con la derrota de las naciones del Eje y se refuerza en la cuenca del Caribe, la zona mas colonial y utilitaria del "patio trasero" del poderío norteamericano (que, de Florida a Panama, reclama o posee en aquel entonces Puerto Rico, Guantánamo, las Islas Vírgenes Americanas, las Islas de Swan, Corn, Quita Sueño, Rocador y Serrana y la Zona del Canal).

      En ese mismo año comienzan a popularizarse los gramófonos utilitarios y los "Little Golden Records", una marca de discos norteamericanos para niños. Productos ambos en cuya difusión masiva jugaron los plásticos papel importante. Comercializados agresivamente, el prestigio social de estos productos "modernos" desplazara al cancionero infantil antillano, divulgando temas típicamente anglosajones, de suyo mas comedidos. Durante algún tiempo, los "Little Golden Records" rivalizaran con las canciones tradicionales infantiles recopiladas por los habaneros "Discos Mercurio", en cuya colección "Tus Canciones" se reconocían, entre los temas de Cuba y Centroamérica, romances nuevos, renovados o menores, de origen español.

      La presentación en 1950 de Gabi, Fofo y Miliki en la incipiente televisión cubana será otro exponente de "modernidad", adaptada esta vez a la lengua española. Las composiciones infantiles evolucionaban al margen del Romancero tradicional. Sin detrimento de calidad, todo sea dicho, como bien muestra el repertorio infantil del mexicano "Cri-Cri" (Gabilondo Soler, 1907-1990), cuyos éxitos difundió la radiofonía española a mediados del siglo XX con gran aceptación de los radioyentes, que lo tomaban por un inspirado autor español. Romances como "Delgadina", quedaran confinados en las Antillas al entorno de unas poblaciones rurales de color, pretendidamente "incultas" o, mas exactamente, "pendientes de transculturización".

      La llegada de Fidel Castro al poder en 1959 postergara durante varias décadas no pocos temas de tradición española presentes en el cancionero de Cuba, dándose prioridad a los contenidos ideológicos revolucionarios y a un folclore de raíces africanas que a menudo tiene mas de creación que de recreación. Empero, la política de depuración de la lengua española llevada a cabo desde los estamentos culturales del castrismo ha favorecido un discreto regreso a las fuentes "clásicas" de nuestro idioma. En cualquier caso el ejemplo cubano es mera anécdota y el porvenir global de los romances es mas que incierto. Tal vez solo sobrevivan en los populares "corridos" iberoamericanos, en cuyas letras pervive "Delgadina", o en grabaciones como las del musicólogo español Joaquín Díaz

      El primer documento que poseemos sobre la Delgadina "histórica" es muy tardío. Es un relato de su vida redactado entre 1238 y 1247 por "Petrus", canónigo del templo de San Aubert de Cambrai, comisionado por el obispo Guido I de Cambrai. Con dicha biografía "oficial" el purpurado atestigua y difunde el auge del culto popular -expresado sobre todo a través de multitudinarias peregrinaciones- que se profesaba a Dympna, doncella mártir aclamada como santa patrona de los "lunáticos", en la no muy lejana villa de Gheel (la actual ciudad belga de Geel, situada a 45 Km al SE. de Amberes, con una población que ronda los 30.000 habitantes) donde el culto a sus reliquias había adquirido singular notoriedad desde el "redescubrimiento" de las mismas.

      Era ya un signo de los tiempos afanarse en transcribir vidas cristianas ejemplares que pudiesen servir de guía a los creyentes. La "Vitae Sancta Dymphnae" es casi contemporánea de la estilizada compilación de hagiografías llevada a cabo por Jacobo de Voragine en 1298, la llamada Leyenda Áurea. Sin embargo, el canónigo Petrus procura dejar muy claro que para redactar la primera biografía de Santa Dympna utilizo "datos de primera mano", es decir: tradiciones orales de su tiempo que se remontaban -detalle menor en un pensamiento cuya racionalidad es otra- al siglo VII. Habrá que esperar a la aparición de los "Padres Bolandistas" -jesuitas ocupados en compilar vidas de santos- en el siglo XVII para encontrar enfoques mas "científicos" en la hagiografía. En los Países Bajos españoles los bolandistas documentan numerosas curaciones atribuidas a la intercesión de Santa Dympna, especialmente durante el periodo que media entre 1604 y 1668.

      La evidencia material del martirio de Santa Dympna es muy tenue: Fragmentos de dos sencillos sarcófagos antiguos que contuvieron sendas osamentas y uno de ellos, además, un ladrillo con la inscripción en dos líneas "DYMPNA". Ambos exhumados en la desaparecida cueva que la tradición quiso reposo de los restos mortales de Dympna y su mentor Gerebernus o Gerbran.

      Los sarcófagos, tallados en caliza cristalina blanca, quizás un mármol procedente de anteriores sepulturas romanas o de un primer sepelio litúrgico carolingio, no parecían provenir de ninguna de las canteras activas en la región y fueron por ende atribuidos a un enterramiento obra de ángeles. Las osamentas serian las de un hombre viejo y una joven púber y menuda, cuya tumba contenía el ladrillo.

      A la entrada de la iglesia actualmente dedicada a Santa Dympna en Geel se exhiben en una vitrina cinco de estos últimos huesos. El mas conspicuo es una delicada mandíbula inferior, con algunas piezas dentarias, claramente menor que la de un adulto pero algo mayor que la de un infante.

      De los despojos de Gerbran solo conservo Gheel el cráneo, pues los "santos ladrones de reliquias de Xanten" se llevaron apresuradamente a la ciudad renana de Sonsbeck el resto de la osamenta, facilitando así su entronización como patrón de esa feligresía de la diócesis de Muenster donde aun es venerado, atribuyéndose a su intercesión la curación de sintomatologías gotosas o febriles. Los piadosos ladrones no dispusieron de suficiente tiempo o sangre fría para robar los restos de Dympna, la ya popular patrona de Gheel. Pero habían cumplido dos objetivos: prestigiar a Sonsbeck con reliquias "de calidad" y sustraer a San Gerbran del segundo plano al que lo habían postergado los entusiasmos del culto a Dympna.

      Porque si escasas eran las pruebas de que tales osamentas correspondían a mártires cristianos, no lo fueron tanto los prodigios que en los alrededores del enterramiento de Dympna se venían repitiendo. Basto con ello para que los pobladores de Gheel vieran en los misteriosos féretros de piedra el santo relicario de los restos de Dympna y Gerbran, aclamándolos como bienaventurados de Dios ante los hombres. Pero la santidad de la primera eclipsaba ya -como hizo en vida- a la del buen mentor que compartió con ella la amargura del martirio. Dympna, además de sus taumatúrgicas intercesiones, había comenzado a encarnar el triunfo de la Sabiduría y la Cordura divinas sobre los sucedáneos que sin cesar inventa el mundo.

      Desde épocas inmemoriales se reza en Gheel/Geel a Santa Dympna/Delgadina para obtener su mediación en la curación de las enfermedades mentales -demencia, epilepsia, sonambulismo- y la posesión diabólica. Su fiesta se celebra cada 15 de Mayo. La iconografía tradicional ha querido representarla como una virgen coronada que, espada en mano, se yergue sobre un demonio encadenado a sus pies. Simbología obvia si atendemos a los relatos neotestamentarios de curación de los posesos y a la propia trayectoria vital de la santa.

      La tradición que en torno a Dympna nos han legado las gentes de Gheel es mas que evocadora. Pese al trasfondo legendario, hay en ella toda la sordidez y violencia medievales que los filmes de Ingmar Bergman han sabido revivir.

      En los albores del siglo VII no pasa desapercibida para ningún lugareño de Gheel la aparición en la villa de un grupo de forasteros. Llegados inesperadamente a esta localidad de difícil acceso, aislada por bosques y pantanos, se afincan en Zammel, uno de los caseríos que componen el poblado, para hacer allí vida de ermitaños. Alrededor del caserío rezan, comen y duermen, pasando el resto del día junto a un cercano oratorio -oportunamente dedicada a San Martín de Tours-, ocupados en hacer obras de caridad. En menos de seis meses han organizado un rustico hospitalillo donde acogen y atienden a locos, tullidos, leprosos y, en general, a cuanto vagabundo se les acerca. Parecen irlandeses, pero podrían asimismo ser bretones, britanos o, quien sabe, incluso hasta suevos de Galicia.

      Componen el grupo un matrimonio, algo goliardo, donde el marido tañe de cuando en cuando una pequeña arpa -sospechosamente taraceada- mientras la esposa entona himnos y, ocasionalmente, baladas; una jovencísima doncella que destaca por su caridad con enfermos y marginados, y un anciano sacerdote que ejerce como prior de la exigua comunidad. Son forasteros, pero no extranjeros. El territorio que un día será Bélgica es todavía, como Irlanda, las Bretaña y Galicia, país de raigambre celta.

      Los conventos de la Isla Verde -Eire, Erin o Eriu- se han convertido en faro del mundo cristiano. De sus claustros salen manuscritos y predicadores a evangelizar las islas y el continente europeos. Los fulgores occidentales de Irlanda y el destello oriental de Bizancio iluminan aquello que Roma ignoraba tener en si de eterno. La presencia de cristianos irlandeses haciendo vida de comunidad en Gheel puede despertar curiosidad pero no suspicacias. La futura Bélgica es lugar de flujos y reflujos de Latinidad y Germanidad. Esta además en boga un amplio movimiento eremítico llegado del Oriente. Y, al cabo, si algo caracteriza a los irlandeses es su vena monacal y vocación viajera. Pero hay algo que los pacíficos habitantes de Gheel ignoran: estos irlandeses no han venido únicamente para dar ejemplos de piedad o fundar un monasterio.

      Son gentes de calidad. La quinceañera que tanto se afana en llevar consuelo a los enfermos se llama Dympna y es, nada mas y nada menos que princesa, e hija de un poderoso rey de Erin. Acaso el mismísimo Señor de Monahan, el que gobierna sus posesiones desde un castillo de lejano basalto, tajamar de lluvia y nieblas. Gerbran goza de gran ascendiente sobre la joven princesa, pues mas que confesor es figura paterna. Confidente de su madre y capellán de los cristianos de la corte, es el quien ha bautizado secretamente a Dympna por comisión de aquella y es el también quien la ha traído hasta Gheel. El matrimonio acompañante son dos amigos fieles de la jovencita, el juglar del castillo palaciego, donde todos moraban hace apenas unos meses, y su esposa.

      Aunque el padre de Dympna practicaba el paganismo mostrándose singularmente reacio a la "nueva" religión, había quedado prendado de la sin par belleza de una princesa cristiana con la que, finalmente, pudo casarse. La convivencia del matrimonio transcurre bien, sin grandes sobresaltos, mal que el rey vaya desarrollando una fijación morbosa por la belleza de su esposa, circunstancia que no conseguiría aplacar la indiferencia -si no clara aversión- que la cristiandad le producía. La madre de Dympna, deseosa de contrarrestar el paganismo del circulo paterno, vela porque la niña crezca discretamente arropada entre el ejemplo de su propia fe y la catequesis vigilante de Gerbran, el viejo capellán cortesano.

      Dympna tenia catorce años cuando el fallecimiento de su madre vino a privarla del mejor de sus tres ángeles guardianes. El padre, enloquecido de dolor, despacha sin pausa mensajeros con la misión de encontrar una mujer idéntica a la esposa muerta. Inútil intento, pues todas las candidatas son rechazadas. El rey no quiere buscar consuelo en nostálgicas semblanzas, lo que resultaría patético pero comprensible. En realidad cree poder valerse de su poder y magias para clonar a la ausente en cuerpo y alma. Cuando los cortesanos se aperciben de que la atención del rey, Orfeo enloquecido, no esta ya en los negocios mas pingues del gobierno, alguien repara en la extraordinaria similitud física existente entre Dympna y su difunta madre y decide rentabilizar tal parecido. Es cuando se sugiere al rey matrimoniar con su hija. La morbosa obsesión real se ve de esta guisa reforzada con la aun mas enfermiza solución que le proponen. Dympna rechaza la oferta del antinatural casamiento convirtiéndose, a partir de ese momento, en victima de un brutal acoso, que resiste con entereza. Sus propios hermanos y sirvientes le echan en cara su desobediencia, culpándola de empeorar la condición del rey. Hace tiempo que Gerbran es consciente de la locura de este y de la maldad interesada de quienes medran con la mengua de sus facultades y sabe, por viejo, que una y otra irán a peor. No se hace ilusiones. Es entonces cuando el sacerdote prepara cuidadosamente un plan de huida por mar a Amberes, al cual se unirán el juglar y su esposa cuyas vidas, por cristianos e íntimos de Dympna, correrían peligro si no parten.

      Comienza así el viaje imprevisible que, a través de la mar gris y los bosques negros del futuro Flandes -esas encharcadas bruyeres, ricas en ácidos húmicos, de las que la deforestación apenas ha dejado trazas- llevara al grupo de exiliados hasta la aparente seguridad de una Gheel recóndita y perdida. Sin embargo, el rey ha evolucionado, como previo Gerbran, a peor y descubre, en mala hora, que los fugitivos tomaron pasaje a Amberes. Allí manda espías, que no consiguen dar con la pista del grupo allende el puerto. Parecen esfumados en la muralla vegetal circundante, donde pervive Lug, el dios pagano de las silvas boreales. Mas han dejado rastros: Gerbran -no tiene otra opción- ha elegido pasar la noche en la seguridad cálida de las posadas y ha ido pagando con monedas irlandesas. No tardaran en averiguarlo los espías reales que, a partir de ese momento, recorrerán cada albergue y casa de posta haciendo hablar a los posaderos y escuchando a los parlanchines.

      Un aciago día, en la posada de Westloo, cercana a Gheel, uno de los espías abona el alojamiento y la cuadra de su montura con plata acuñada en Erin. El posadero mira las monedas con curiosidad y comenta que, no hace mucho, paso por allí un grupo de forasteros que pago con idénticos dineros antes de ir a hacer vida cristiana a un burgo próximo. La descripción del grupo no deja lugar a dudas: un anciano, una joven virgen y una pareja. Ya a caballo, cuando pregunta en que dirección se halla el burgo al cual partieron, la mujer del posadero apunta a la senda de Gheel. Instante en que, según la leyenda, su brazo quedo seco y congelado para siempre. Claro que el agente nunca se apercibió de aquella señal divina, pues cabalgaba ya rumbo al poblado para comprobar las nuevas por si mismo.

      Una vez localizados los fugitivos, se dio aviso al monarca, que se pone en camino a Gheel con un sequito de esbirros. Los perseguidores aparecieron por sorpresa entre los huertos y casuchas que rodeaban el oratorio de San Martín de Tours, cayendo sobre los perseguidos cuando practicaban, como cada dia, la caridad. Mas amenazante que nunca, el rey renovó a Dympna su requerimiento. En ese momento, se alza la voz de Gerbran exhortando a Dympna a mantenerse firme en sus creencias. No pudo terminar, pues el rey da orden de que sea decapitado el sacerdote de inmediato, y así se hace. Su propia hija retoma entonces el discurso de Gerbran rechazando en nombre de Dios el desvarío paterno. Ciego de cólera, el monarca ordena que también se le corte la cabeza. Dympna, sin vacilar, reprocha públicamente al poderoso señor todo cuanto sus cortesanos han callado. Al ver el pasmo de los esbirros, incapaces de ejecutar el mandato, desenfunda la espada y el mismo siega la cabeza de su hija de un mandoble. Consumada la matanza, los asesinos regresan a Amberes abandonando los cadáveres en el lugar del crimen. Nadie, nunca, volvió a saber del rey y su hueste. Ni del juglar y su esposa ¿Consiguieron escapar? ¿Se plegaron a la voluntad real? ¿Tuvo el monarca algún momento de lucidez? Las ruinas de Monahan han guardado bien el secreto.

      En cuanto a Gerbran y Dympna, no falto buen samaritano en Gheel para enterrar los cuerpos -que no la memoria de sus vidas- en una gruta, no lejos de donde les toco yacer. Tampoco faltaron manos para erigir un modesto túmulo justo donde los irlandeses perdieron la cabeza para que otros la recuperasen. Hoy existe un sobrio monumento, con una cancela que lo cierra. Lo precedieron, continuándose, estelas, cruceros, efigies y calvarios.

      La fama de Dympna comenzó a extenderse cuando algunos dementes que, a la usanza de la época, deambulan por despoblados, permanentemente excluidos de la sociedad "cuerda", se paran a descansar junto a su tumba y son misteriosamente curados. Para las atónitas gentes de Gheel no puede tratarse sino una intervención directa de la mártir. La persistencia del prodigio, repetido una y otra vez, hace que se exhumen los cadáveres en el siglo XIII para poder rendir en ellos homenaje a lo sagrado, reapareciendo los angélicos sarcófagos y el ladrillo con el nombre de la joven. Es la confirmación de que el Dios nómada que cruza los desiertos ha acampado en Gheel. En 1349 se edificara un templo en honor a Santa Dympna que destruirá un incendio en 1489, finalizándose en 1532 el templo donde hoy se veneran sus reliquias.

      Por lo que a la verosimilitud del alivio súbito de la demencia atañe, vale la pena citar una anécdota que oí narrar hacia 1963 a D. Francisco Hernández-Pacheco, una de las glorias de la ciencia española, teósofo emparentado con Rosso de Luna y catedrático de Geodinámico Externa en la Universidad Complutense de Madrid. Contaba D. Francisco que su padre y el solían llevar a un pariente, recluido por su familia en el manicomio, a tomar baños termales a una zona de Extremadura situada sobre un macizo granítico con emisiones de radioactividad natural por encima de los valores regionales. El enfermo recobraba enteramente la lucidez durante uno o dos días, antes de recaer en su demencia.

      Así nace y toma alas el culto a Santa Dympna, que privada de la vida por un loco, seguirá velando por todos los alienados tras los dinteles de la muerte. Mas el verdadero milagro de Santa Dympna reside en la transformación profunda que experimentan los que fueron, siquiera brevemente, sus conciudadanos. La sucesión de peregrinaciones a Gheel, con gentes que conducen a seres amados de cuya humanidad la sociedad duda, para suplicar su curación a Dympna, genera un cambio de mentalidad: en Gheel alumbra, por vez primera en la historia de la Humanidad, en pleno oscurantismo, la intuición colectiva de que las enfermedades mentales son, simplemente, enfermedades, susceptibles, por tanto, de tratamiento y curación.

      Las peregrinaciones a Gheel constituirán una de las referencias del siglo XIII en Flandes y su entorno. Las peticiones de curación se llevan a cabo en el curso de una novena durante la cual los "poseídos" permanecen en un lazareto próximo a la iglesia de Santa Dympna. La capacidad del lazareto es reducida y un gran numero de "poseídos" y familiares ha de hacer turno fuera, sin lugar donde pernoctar, bajo un clima, hoy como ayer, inclemente. Es así como los enfermos y sus guías comienzan ser acogidos por los habitantes del poblado que les dispensan su hospitalidad, naciendo entonces la costumbre de hospedar a los enfermos en un entorno familiar. Antes de terminar el siglo XIII se construyen nuevos lazaretos. Dichos establecimientos serán embrión de la Hospedería o Casa de Misericordia fundada en 1476, así como del Hospital que es construido cuatro años mas tarde. Empero, la gran mayoría de los dementes sigue encontrando acomodo entre las familias locales. Esta tradición, que se mantiene, ha ganado para Gheel el justo titulo de "Ciudad de la Caridad".

      En alguna medida y salvando los contextos, la Guadalupana es al México indígena, aplastado e invadido, lo que la doncella de Gheel es al Flandes de la exclusión social. Los enfermos mentales buscan curación en Gheel y las gentes de Gheel se abren a esta población marginada, estableciendo con ella nexos duraderos.

      La intuición nacida en Gheel al calor de una leyenda sigue siendo materia de reflexión para nuestro tiempo. Tzvetan Todorov (Devoirs et Délices, 2002) ha meditado sobre el sentido de las diferencias humanas y su moralidad histórica. En su reformulación de un humanismo perdurable ha querido explicitar que las enfermedades degenerativas mas destructivas e insufribles -para la victima y el espectador- no pueden justificar la búsqueda de pretextos excluyentes para desposeer a los que las padecen de su inalienable condición humana. En la estela de la lucha contra el Nazismo, Martín Buber, filosofo del "Tu" y el "Yo", discurre -recientes todavía las eugenesias y racismos del nacional-socialismo- sobre como la subjetividad interesada de unos puede anular la humanidad objetiva de otros, pervirtiendo el entramado social que el verdadero progreso necesita.

      Resulta estremecedoramente próxima la frívola crónica sobre el desplome accidental de un puente en la Praga de los Ausburgos, donde el periodista se congratulaba de que en vez de algún respetable dignatario del Imperio Austro-Húngaro tan solo hubiese muerto un vulgar panadero. Chateaubriand (Le Genie du Christianisme), mucho antes de venirse el puente abajo, y Alejandro Casona mucho después (La Sirena Varada), abordaron en sus literaturas el tema del valor intrínseco de cada vida humana. Mil años antes los aldeanos de Gheel actuaban con una lucidez que solo tuvo Kafka en Austria-Hungría.

      En un interesante articulo que recogen varias paginas de Internet, Richard Cross [http://www.philia.ca/actions/geel.htm], explica los fundamentos del llamado "Proyecto de Investigación sobre Geel", cooperación pluridisciplinar entre las universidades de Lovaina y Columbia, iniciada en 1966 para estudiar los distintos aspectos de la "Colonia de Geel". Se trata de alcanzar una mejor comprensión de esta praxis de origen medieval para darle apoyo y llevar tan asequible modelo en otros entornos culturales.

      En el articulo de Cross se cuestionan planteamientos psiquiátricos arcaicos que la sociedad mantiene vigentes por comodidad o conveniencia (Geel Kolonie: City of "Fools"?, 1998) y se examina la profunda huella dejada por el breve y legendario paso de Santa Dympna por la ciudad flamenca de Gheel (el "Geel" de la moderna ortografía neerlandesa).

      Cross critica la supervivencia de los tradicionales "manicomios" : "Aunque casi la mitad de los disminuidos y enfermos mentales internados en nuestras instituciones no deberían hallarse en estas de existir otras opciones, la sociedad ha decidido que lo mejor para ellos (y, desde luego, para nosotros) es recluirlos en centros que nos eviten los remordimientos de conciencia ¿Que importancia tiene que la mortalidad sea en dichas instituciones diez veces superior a la del resto de la población o que el régimen de reclusión hospitalaria permanente acabe agravando las sintomatologías patológicas de involución, dependencia, apatía y regresión social?".

      El párrafo precedente sirve de presentación a la existencia de alternativa para un gran numero de pacientes crónicos de bajo riesgo, innecesariamente enclaustrados, que no manifestando tendencias homicidas ni suicidas, no constituirían una amenaza real para la comunidad de la cual han sido excluidos. Se trata de un simple tratamiento de régimen abierto, basado en familias de acogida, dirigidas y coordinadas por autoridades locales, que no es sino la llamada "terapia ciudadana de Geel", aplicada en dicha ciudad desde el comienzo de las peregrinaciones a la tumba de Santa Dympna.

      Entre el retiro comunal de Dympna en las afueras de Gheel y el del neurólogo y educador Jean-Ovide Decroly (1870-1932) en las afueras de Bruselas median diez siglos de praxis humanista. El legado de Dympna es, sin pretenderlo, implementación "avant la lettre" de las ideas revolucionarias sobre la educación especial y la influencia de los factores externos en las discapacidades mentales que comenzaron a surgir en los siglos XVIII y XIX.

      En contra de lo que pudo creer alguno de los asistentes a la solemne liturgia de Accion de Gracias celebrada en la iglesia londinense de Saint Clement Danes para conmemorar el tercer centenario de la conquista de Gibraltar, Dios no es británico. Lo cual no le impide actuar con un sutil sentido del humor ¿Como explicar si no, el que pioneros de la psiquiatría moderna como Philippe Pinel (1745-1826) -"Recherches et Observations sur le Traitement Moral des Alienes", 1799-; Jean-Marc Gaspard Itard (1774-1838) -"De l'éducation d'un homme sauvage, ou des premier développements physiques et moraux du jeune sauvage de l'Aveyron", 1801- o Eduard Seguin (1812-1880), puedan, en ultima instancia, ser considerados epígonos de una santa legendaria?...

      A mediados del siglo XIX, con la acelerada industrialización de Bélgica y el abandono de una secular vida rural -transición analizada por Ángel Ganivet siendo vicecónsul de España en Amberes entre 1892 y 1895-, la gestión de la Colonia-Sanatorio de Geel pasa de manos de la Iglesia Católica a las de la Administración belga. Esta circunstancia sirvió para dar difusión a la "terapia ciudadana de Geel", que hasta entonces no pasaba de curiosidad local. Así, por ejemplo, en la ultima década del siglo XIX, encontramos a un antiguo director laico de la Colonia-Sanatorio de Geel, el Dr. Parigot, intentando introducir en la Costa Este de los Estados Unidos la característica terapia familiar de esa ciudad. Habrá, sin embargo, que esperar a nuestros días para ver públicamente reconocidos por la comunidad científica internacional los beneficios de la "terapia ciudadana de Geel".

      Aunque la ciudad alberga uno de los mejores hospitales psiquiátricos de Europa, en Geel sigue siendo significativo el numero de hogares dispuestos a albergar personas afectadas por algún tipo de enfermedad mental. Son las autoridades sanitarias las que deciden, tras una serie de pruebas, si un enfermo puede mejorar o no con la "terapia ciudadana". Cuando así sucede, se selecciona cuidadosamente la casa y familia mas adecuadas para cada enfermo, llevándose a cabo un seguimiento. En ningún caso podrán alojarse mas de dos enfermos -siempre en habitaciones individuales- en una misma casa. Los enfermos, cualquiera que sea su procedencia, toman residencia jurídica en Flandes, disfrutando con ello de los beneficios sociales de dicha Comunidad Federal. Según el censo de 1959, uno de cada diez habitantes de Geel era un paciente en acogimiento (59% discapacitados mentales, 29% esquizofrénicos, etc.). No se le escapan a Richard Cross los riesgos de burocratización creciente que, asociados a las ideas del "Estado de Bienestar" vigentes en nuestra Unión Europea, podrían acabar dando al traste con el espíritu original de la terapia "dympnica". Uno de los propósitos del "Proyecto de Investigación sobre Geel" es procurar que esto no ocurra.

      Lo normal es que los pensionistas enfermos se integren totalmente con las familia que los albergan e incluso permanezcan con ellas toda la vida, como un pariente mas. Las familias de Geel que acogen voluntariamente enfermos mentales, han sido equiparadas a cuantas lo hacen con menores de edad protegidos por instituciones tutelares belga y perciben, en igualdad de trato, idéntica subvención oficial. En la calle nadie parece darse por enterado de los comportamientos atípicos que dichos enfermos pueden ocasionalmente manifestar en tiendas o cafés. Son, en cualquier caso, insignificantes y los incidentes violentos o son escasos o no existen.

      Las gentes de Geel viven y mueren en la aceptación de las limitaciones ajenas y en la experiencia del amor y del dolor humanos. Una leyenda les ha conferido el don de Dympna: dar esperanza o curación al desahuciado. Es la misma leyenda cuyos ecos alcanzaron España y se esparcieron mas allá del Atlántico, proclamando las virtudes heroicas de Delgadina. Pese al ara agradecida con que Calpurnia Abana honro a las ninfas del Ourense romanizado por aquella "visión que tuvo", las hadas acuáticas que poblaban las fuentes termales de As Burgas ya se han ido para siempre. Dympna, en cambio, permanece con nosotros.

      Permítaseme, como colofón, parafrasear una frase tomada de "Las Leyendas de los Santos", amena pero sólida obra del mayor hagiógrafo contemporáneo, el bolandista belga Hippoliyte Delehaye (1859-1941), y afirmar que: "las leyendas son los templos que la comunidad cristiana erige a sus santos patronos para honrarlos y mantenerse en comunión con sus principios".

Jaime García-Rodríguez y A.


Jaime Garcia-Rodriguez y A.

Waterloo, Bélgica.

Copyright ©2004 Jaime Garcia-Rodriguez y A.

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