Nº 3. Agosto 2004/Revista
Electrónica Cuatrimestral.
Jaime
García-Rodríguez y Alvarez
INTRODUCCIÓN
al poema "DELGADINA"
INTRODUCCIÓN
al poema "DELGADINA" a cargo de Jaime García-Rodríguez
y A.
En torno a Delgadina
Es el de "Delgadina" uno de los romances que mayor difusión
ha tenido en los tiempos y espacios de la lengua castellana. En
parte, por lo escabroso e infrecuente del tema: el obsesivo acoso
sexual de un alienado que, abusivo padre y jerarca, intenta imponer
a su hija el estupro. En parte, por el final ejemplarizante y duro,
que nos recuerda, como hacen diariamente los consorcios informativos,
que vivimos en sociedades opacas, esporádicamente sacudidas
por brotes de crueldad y violencia que rompen nuestra racionalidad
bienpensante y abren la puerta a demonios que ignoramos.
Los estudiosos suelen aceptar como
origen de Delgadina la tradición altomedieval, recogida en
el llamado "santoral celta", que recrea la historia de
Santa Dympna. Este nombre corresponde a la Dymphna o Demfna
gaélica, distinta de Damhnat, otra santa irlandesa
con la cual es frecuentemente confundida. Dymphna es el homónimo
de Dympna, Dimpna, Dimna y, tal vez, de Davnet en
la Europa continental, de Daphne en la Gran Bretaña
y, ¿Por que no?, de Delgadina en España. La
derivación fonética es plausible. Claro que Delgadina
podría asimismo aludir a la modalidad de maltrato físico
que detallan algunas variantes del romance: "Su padre la
pretendía/ Pero ella no lo aceptaba/ Todos los días
de fiesta/ Su padre la castigaba/ Con unas varas mas gruesas/ Y
con otras mas delgadas".
Si cabe enlazar nuestra "Delgadina"
del romancero con la "Dympna" del santoral, e incluso
-licencia que me permito- identificarlas, el tema del rey incestuoso
es anterior. Los hechos legendarios de una noble celta cristianizada
pueden haber sido utilizados para remachar un tabú común
a paganos y cristianos, en aquel violento y sombrío mundo
germano-romano que consolida la coronación de Odoacro en
el año 476.
Las culturas occidentales u accidentalizadas ven en el incesto
una abominación que atrae desgracias sobre quienes, inadvertida
o voluntariamente, en ella incurren. Empero, en los contextos de
oscurantismo y superstición que caracterizan la vida de la
Alta Edad Media, donde entre otras injusticias subsisten esclavitudes
a titulo de servidumbre y el poder señorial se ejerce con
pernadas, los mas débiles se hallan siempre a merced de quienes
optan por usar su poder de forma desviada o patológica.
La nada halagüeña visión social que las versiones
primigenias del romance nos transmiten tiene que ver con el egoísmo
y subjetividad de unos personajes que son, además de cómplices
o actores en el drama personal de Delgadina, gentes de su misma
casa y linaje, servilmente acomodaticias al poder regiopaterno.
Narrada en sobria clave hagiográfica, la actitud de Delgadina
nos remite a las protomártires cristianas. Al menos a aquellas
en torno a las cuales ha crecido una leyenda. Donde lo fáctico
predomina sobre lo legendario -cual sucede con la relación,
casi periodística, de los martirios de Felicitas y Perpetua
en la Cartago romana- la afirmación moral individual y el
derecho a la desobediencia civil, opciones extremas que el mismísimo
Saulo de Tarso contempla con gran cautela, pasan a ocupar el primer
plano. Delgadina, como sus predecesoras, osa contravenir desde una
posición de debilidad extrema las exigencias de un entramado
político?social cuyo poder es absoluto.
Los evangelios cristianos han criticado la ética que prima
el bienestar colectivo ignorando las injusticias individuales. La
opción de los parientes de Delgadina es, desde la perspectiva
neotestamentaria, similar a la de los gerasenos, comunidad cuyo
confortable distanciamiento de la teocracia judía es puesto
en peligro por una inoportuna curación de Jesús, lo
que les empuja a rogarle abandonar su territorio. La insumisión
de Delgadina a la doble autoridad real y paterna otorga a su martirio,
además de las facetas de afirmación femenina, las
calidades proféticas y el universalismo de la radicalidad
cristiana. El impensable órdago de Delgadina a un mundo donde
lo viril es divino y lo divino es viril, es un triunfo en la partida
inacabada por la igualdad entre los sexos. Materia, en definitiva,
para la reflexión por parte de una iglesia que se institucionaliza
y jerarquiza entre tentaciones sacro?imperiales y constantes peligros
de herejía, postergando una meditación sobre el lugar
de la mujer en su seno y en el mundo. Delgadina es un eslabón
mas en la cadena de intervenciones femeninas que refuerzan la presencia
en la Historia del dios monoteísta. Comparte con Judit el
obrar decidido frente a los poderosos de la tierra y con Maria el
afirmarse audazmente ante el mismísimo ángel de Adonai.
Compartirá también con ambas ?como bien supo plasmar
Botticelli en la expresión grave de la ejecutora de Holofernes
y en los símbolos ominosos que ensombrecen algunas de sus
anunciaciones? el peso de haber tomado una decisión densa
en consecuencias para su entorno y ella misma. Un recordatorio,
en suma, de que la respuesta del "raboni" a la capciosa
argumentación saducea sobre el matrimonio leviratico, apunta
a un universo definitivo donde la Humanidad no esta ya separada
en hombres y mujeres.
"Delgadina" es un romance
recurrente, cuyas variantes no alteran su esencia, tanto en la América
Hispana -continental y antillana- como en los asentamientos sefarditas.
De hecho, es fuente reconocible de algunas tonadillas populares
iberoamericanas. No faltan curiosidades en el recorrido del romance.
Así, en Muros de San Pedro, localidad gallega en la ría
de Muros y Noya, la versión que cantaban los corros de ninhas
en sus juegos trae aires de goleta colonial y "Delgadina"
prefiere llamarse, con un cierto regusto habanero, "Catalina"
: "En Cadiz hay una ninha/ Que Catalina se llama/ Re-do-re-mi-fa/
Su padre la pretendía, re-mi-fa/ Pero ella no lo aceptaba,
re-mi-fa".
Podría decirse que la ultima
gran difusión de "Delgadina" estuvo a cargo de
un lujoso volumen ilustrado de Editorial Molino ("Las Canciones
de la Abuela"), publicado hacia 1949 y reeditado sin mucho
éxito en 1977, que entre otros temas del cancionero infantil
aportaba este, incluyendo un xilófono y unas sencilla notación
para musicarlos. Tan curioso libro tuvo buena acogida entre familias
indianas, deseosas de transmitir a sus hijos criollos memorias
de infancias peninsulares. Pese a su carácter "arcaizante",
apuntalado por la ideología en boga en la España de
1949, el libro era el túmulo levantado a tradiciones moribundas
que en 1977 apenas despertaban nostalgias comercializables. Mas
a pesar de las sensibilidades distintas, sirvió para encaminar
a algunos de aquellos "criollitos" hacia el romancero
español y el estudio literario de sus fuentes e influencias
(entre otros la Licenciada Ramona Trullols, de Santo Domingo, fallecida
en 1979 sin poder ver culminado su trabajo en la Universidad de
Oswego, N.Y.).
El año 1949 marca un punto de inflexión entre el
ascenso imparable de la influencia norteamericana en las antiguas
posesiones españolas del Pacifico y el Caribe y el declive
acelerado de las tradiciones hispánicas. El prestigio "imperial"
de los EE.UU. emerge en el mundo con la derrota de las naciones
del Eje y se refuerza en la cuenca del Caribe, la zona mas colonial
y utilitaria del "patio trasero" del poderío norteamericano
(que, de Florida a Panama, reclama o posee en aquel entonces Puerto
Rico, Guantánamo, las Islas Vírgenes Americanas, las
Islas de Swan, Corn, Quita Sueño, Rocador y Serrana y la
Zona del Canal).
En ese mismo año comienzan
a popularizarse los gramófonos utilitarios y los "Little
Golden Records", una marca de discos norteamericanos para
niños. Productos ambos en cuya difusión masiva jugaron
los plásticos papel importante. Comercializados agresivamente,
el prestigio social de estos productos "modernos" desplazara
al cancionero infantil antillano, divulgando temas típicamente
anglosajones, de suyo mas comedidos. Durante algún tiempo,
los "Little Golden Records" rivalizaran con las
canciones tradicionales infantiles recopiladas por los habaneros
"Discos Mercurio", en cuya colección "Tus
Canciones" se reconocían, entre los temas de Cuba y
Centroamérica, romances nuevos, renovados o menores, de origen
español.
La presentación en 1950 de
Gabi, Fofo y Miliki en la incipiente televisión cubana será
otro exponente de "modernidad", adaptada esta vez a la
lengua española. Las composiciones infantiles evolucionaban
al margen del Romancero tradicional. Sin detrimento de calidad,
todo sea dicho, como bien muestra el repertorio infantil del mexicano
"Cri-Cri" (Gabilondo Soler, 1907-1990), cuyos éxitos
difundió la radiofonía española a mediados
del siglo XX con gran aceptación de los radioyentes, que
lo tomaban por un inspirado autor español. Romances como
"Delgadina", quedaran confinados en las Antillas al entorno
de unas poblaciones rurales de color, pretendidamente "incultas"
o, mas exactamente, "pendientes de transculturización".
La llegada de Fidel Castro al poder
en 1959 postergara durante varias décadas no pocos temas
de tradición española presentes en el cancionero de
Cuba, dándose prioridad a los contenidos ideológicos
revolucionarios y a un folclore de raíces africanas que a
menudo tiene mas de creación que de recreación. Empero,
la política de depuración de la lengua española
llevada a cabo desde los estamentos culturales del castrismo ha
favorecido un discreto regreso a las fuentes "clásicas"
de nuestro idioma. En cualquier caso el ejemplo cubano es mera anécdota
y el porvenir global de los romances es mas que incierto. Tal vez
solo sobrevivan en los populares "corridos" iberoamericanos,
en cuyas letras pervive "Delgadina", o en grabaciones
como las del musicólogo español Joaquín Díaz
El primer documento que poseemos sobre la Delgadina "histórica"
es muy tardío. Es un relato de su vida redactado entre 1238
y 1247 por "Petrus", canónigo del templo de San
Aubert de Cambrai, comisionado por el obispo Guido I de Cambrai.
Con dicha biografía "oficial" el purpurado atestigua
y difunde el auge del culto popular -expresado sobre todo a través
de multitudinarias peregrinaciones- que se profesaba a Dympna, doncella
mártir aclamada como santa patrona de los "lunáticos",
en la no muy lejana villa de Gheel (la actual ciudad belga de Geel,
situada a 45 Km al SE. de Amberes, con una población que
ronda los 30.000 habitantes) donde el culto a sus reliquias había
adquirido singular notoriedad desde el "redescubrimiento"
de las mismas.
Era ya un signo de los tiempos afanarse
en transcribir vidas cristianas ejemplares que pudiesen servir de
guía a los creyentes. La "Vitae Sancta Dymphnae"
es casi contemporánea de la estilizada compilación
de hagiografías llevada a cabo por Jacobo de Voragine en
1298, la llamada Leyenda Áurea. Sin embargo, el canónigo
Petrus procura dejar muy claro que para redactar la primera biografía
de Santa Dympna utilizo "datos de primera mano",
es decir: tradiciones orales de su tiempo que se remontaban -detalle
menor en un pensamiento cuya racionalidad es otra- al siglo VII.
Habrá que esperar a la aparición de los "Padres
Bolandistas" -jesuitas ocupados en compilar vidas de santos-
en el siglo XVII para encontrar enfoques mas "científicos"
en la hagiografía. En los Países Bajos españoles
los bolandistas documentan numerosas curaciones atribuidas a la
intercesión de Santa Dympna, especialmente durante el periodo
que media entre 1604 y 1668.
La evidencia material del martirio de Santa Dympna es muy tenue:
Fragmentos de dos sencillos sarcófagos antiguos que contuvieron
sendas osamentas y uno de ellos, además, un ladrillo con
la inscripción en dos líneas "DYMPNA". Ambos
exhumados en la desaparecida cueva que la tradición quiso
reposo de los restos mortales de Dympna y su mentor Gerebernus o
Gerbran.
Los sarcófagos, tallados en caliza cristalina blanca, quizás
un mármol procedente de anteriores sepulturas romanas o de
un primer sepelio litúrgico carolingio, no parecían
provenir de ninguna de las canteras activas en la región
y fueron por ende atribuidos a un enterramiento obra de ángeles.
Las osamentas serian las de un hombre viejo y una joven púber
y menuda, cuya tumba contenía el ladrillo.
A la entrada de la iglesia actualmente dedicada a Santa Dympna
en Geel se exhiben en una vitrina cinco de estos últimos
huesos. El mas conspicuo es una delicada mandíbula inferior,
con algunas piezas dentarias, claramente menor que la de un adulto
pero algo mayor que la de un infante.
De los despojos de Gerbran solo conservo Gheel el cráneo,
pues los "santos ladrones de reliquias de Xanten" se llevaron
apresuradamente a la ciudad renana de Sonsbeck el resto de la osamenta,
facilitando así su entronización como patrón
de esa feligresía de la diócesis de Muenster donde
aun es venerado, atribuyéndose a su intercesión la
curación de sintomatologías gotosas o febriles. Los
piadosos ladrones no dispusieron de suficiente tiempo o sangre fría
para robar los restos de Dympna, la ya popular patrona de Gheel.
Pero habían cumplido dos objetivos: prestigiar a Sonsbeck
con reliquias "de calidad" y sustraer a San Gerbran del
segundo plano al que lo habían postergado los entusiasmos
del culto a Dympna.
Porque si escasas eran las pruebas de que tales osamentas correspondían
a mártires cristianos, no lo fueron tanto los prodigios que
en los alrededores del enterramiento de Dympna se venían
repitiendo. Basto con ello para que los pobladores de Gheel vieran
en los misteriosos féretros de piedra el santo relicario
de los restos de Dympna y Gerbran, aclamándolos como bienaventurados
de Dios ante los hombres. Pero la santidad de la primera eclipsaba
ya -como hizo en vida- a la del buen mentor que compartió
con ella la amargura del martirio. Dympna, además de sus
taumatúrgicas intercesiones, había comenzado a encarnar
el triunfo de la Sabiduría y la Cordura divinas sobre los
sucedáneos que sin cesar inventa el mundo.
Desde épocas inmemoriales se reza en Gheel/Geel a Santa
Dympna/Delgadina para obtener su mediación en la curación
de las enfermedades mentales -demencia, epilepsia, sonambulismo-
y la posesión diabólica. Su fiesta se celebra cada
15 de Mayo. La iconografía tradicional ha querido representarla
como una virgen coronada que, espada en mano, se yergue sobre un
demonio encadenado a sus pies. Simbología obvia si atendemos
a los relatos neotestamentarios de curación de los posesos
y a la propia trayectoria vital de la santa.
La tradición que en torno a Dympna nos han legado las gentes
de Gheel es mas que evocadora. Pese al trasfondo legendario, hay
en ella toda la sordidez y violencia medievales que los filmes de
Ingmar Bergman han sabido revivir.
En los albores del siglo VII no
pasa desapercibida para ningún lugareño de Gheel la
aparición en la villa de un grupo de forasteros. Llegados
inesperadamente a esta localidad de difícil acceso, aislada
por bosques y pantanos, se afincan en Zammel, uno de los caseríos
que componen el poblado, para hacer allí vida de ermitaños.
Alrededor del caserío rezan, comen y duermen, pasando el
resto del día junto a un cercano oratorio -oportunamente
dedicada a San Martín de Tours-, ocupados en hacer obras
de caridad. En menos de seis meses han organizado un rustico hospitalillo
donde acogen y atienden a locos, tullidos, leprosos y, en general,
a cuanto vagabundo se les acerca. Parecen irlandeses, pero podrían
asimismo ser bretones, britanos o, quien sabe, incluso hasta suevos
de Galicia.
Componen el grupo un matrimonio, algo goliardo, donde el marido
tañe de cuando en cuando una pequeña arpa -sospechosamente
taraceada- mientras la esposa entona himnos y, ocasionalmente, baladas;
una jovencísima doncella que destaca por su caridad con enfermos
y marginados, y un anciano sacerdote que ejerce como prior de la
exigua comunidad. Son forasteros, pero no extranjeros. El territorio
que un día será Bélgica es todavía,
como Irlanda, las Bretaña y Galicia, país de raigambre
celta.
Los conventos de la Isla Verde -Eire,
Erin o Eriu- se han convertido en faro del mundo cristiano.
De sus claustros salen manuscritos y predicadores a evangelizar
las islas y el continente europeos. Los fulgores occidentales de
Irlanda y el destello oriental de Bizancio iluminan aquello que
Roma ignoraba tener en si de eterno. La presencia de cristianos
irlandeses haciendo vida de comunidad en Gheel puede despertar curiosidad
pero no suspicacias. La futura Bélgica es lugar de flujos
y reflujos de Latinidad y Germanidad. Esta además en boga
un amplio movimiento eremítico llegado del Oriente. Y, al
cabo, si algo caracteriza a los irlandeses es su vena monacal y
vocación viajera. Pero hay algo que los pacíficos
habitantes de Gheel ignoran: estos irlandeses no han venido únicamente
para dar ejemplos de piedad o fundar un monasterio.
Son gentes de calidad. La quinceañera que tanto se afana
en llevar consuelo a los enfermos se llama Dympna y es, nada mas
y nada menos que princesa, e hija de un poderoso rey de Erin. Acaso
el mismísimo Señor de Monahan, el que gobierna sus
posesiones desde un castillo de lejano basalto, tajamar de lluvia
y nieblas. Gerbran goza de gran ascendiente sobre la joven princesa,
pues mas que confesor es figura paterna. Confidente de su madre
y capellán de los cristianos de la corte, es el quien ha
bautizado secretamente a Dympna por comisión de aquella y
es el también quien la ha traído hasta Gheel. El matrimonio
acompañante son dos amigos fieles de la jovencita, el juglar
del castillo palaciego, donde todos moraban hace apenas unos meses,
y su esposa.
Aunque el padre de Dympna practicaba el paganismo mostrándose
singularmente reacio a la "nueva" religión, había
quedado prendado de la sin par belleza de una princesa cristiana
con la que, finalmente, pudo casarse. La convivencia del matrimonio
transcurre bien, sin grandes sobresaltos, mal que el rey vaya desarrollando
una fijación morbosa por la belleza de su esposa, circunstancia
que no conseguiría aplacar la indiferencia -si no clara aversión-
que la cristiandad le producía. La madre de Dympna, deseosa
de contrarrestar el paganismo del circulo paterno, vela porque la
niña crezca discretamente arropada entre el ejemplo de su
propia fe y la catequesis vigilante de Gerbran, el viejo capellán
cortesano.
Dympna tenia catorce años cuando el fallecimiento de su
madre vino a privarla del mejor de sus tres ángeles guardianes.
El padre, enloquecido de dolor, despacha sin pausa mensajeros con
la misión de encontrar una mujer idéntica a la esposa
muerta. Inútil intento, pues todas las candidatas son rechazadas.
El rey no quiere buscar consuelo en nostálgicas semblanzas,
lo que resultaría patético pero comprensible. En realidad
cree poder valerse de su poder y magias para clonar a la ausente
en cuerpo y alma. Cuando los cortesanos se aperciben de que la atención
del rey, Orfeo enloquecido, no esta ya en los negocios mas pingues
del gobierno, alguien repara en la extraordinaria similitud física
existente entre Dympna y su difunta madre y decide rentabilizar
tal parecido. Es cuando se sugiere al rey matrimoniar con su hija.
La morbosa obsesión real se ve de esta guisa reforzada con
la aun mas enfermiza solución que le proponen. Dympna rechaza
la oferta del antinatural casamiento convirtiéndose, a partir
de ese momento, en victima de un brutal acoso, que resiste con entereza.
Sus propios hermanos y sirvientes le echan en cara su desobediencia,
culpándola de empeorar la condición del rey. Hace
tiempo que Gerbran es consciente de la locura de este y de la maldad
interesada de quienes medran con la mengua de sus facultades y sabe,
por viejo, que una y otra irán a peor. No se hace ilusiones.
Es entonces cuando el sacerdote prepara cuidadosamente un plan de
huida por mar a Amberes, al cual se unirán el juglar y su
esposa cuyas vidas, por cristianos e íntimos de Dympna, correrían
peligro si no parten.
Comienza así el viaje imprevisible
que, a través de la mar gris y los bosques negros del futuro
Flandes -esas encharcadas bruyeres, ricas en ácidos
húmicos, de las que la deforestación apenas ha dejado
trazas- llevara al grupo de exiliados hasta la aparente seguridad
de una Gheel recóndita y perdida. Sin embargo, el rey ha
evolucionado, como previo Gerbran, a peor y descubre, en mala hora,
que los fugitivos tomaron pasaje a Amberes. Allí manda espías,
que no consiguen dar con la pista del grupo allende el puerto. Parecen
esfumados en la muralla vegetal circundante, donde pervive Lug,
el dios pagano de las silvas boreales. Mas han dejado rastros: Gerbran
-no tiene otra opción- ha elegido pasar la noche en la seguridad
cálida de las posadas y ha ido pagando con monedas irlandesas.
No tardaran en averiguarlo los espías reales que, a partir
de ese momento, recorrerán cada albergue y casa de posta
haciendo hablar a los posaderos y escuchando a los parlanchines.
Un aciago día, en la posada de Westloo, cercana a Gheel,
uno de los espías abona el alojamiento y la cuadra de su
montura con plata acuñada en Erin. El posadero mira las monedas
con curiosidad y comenta que, no hace mucho, paso por allí
un grupo de forasteros que pago con idénticos dineros antes
de ir a hacer vida cristiana a un burgo próximo. La descripción
del grupo no deja lugar a dudas: un anciano, una joven virgen y
una pareja. Ya a caballo, cuando pregunta en que dirección
se halla el burgo al cual partieron, la mujer del posadero apunta
a la senda de Gheel. Instante en que, según la leyenda, su
brazo quedo seco y congelado para siempre. Claro que el agente nunca
se apercibió de aquella señal divina, pues cabalgaba
ya rumbo al poblado para comprobar las nuevas por si mismo.
Una vez localizados los fugitivos,
se dio aviso al monarca, que se pone en camino a Gheel con un sequito
de esbirros. Los perseguidores aparecieron por sorpresa entre los
huertos y casuchas que rodeaban el oratorio de San Martín
de Tours, cayendo sobre los perseguidos cuando practicaban, como
cada dia, la caridad. Mas amenazante que nunca, el rey renovó
a Dympna su requerimiento. En ese momento, se alza la voz de Gerbran
exhortando a Dympna a mantenerse firme en sus creencias. No pudo
terminar, pues el rey da orden de que sea decapitado el sacerdote
de inmediato, y así se hace. Su propia hija retoma entonces
el discurso de Gerbran rechazando en nombre de Dios el desvarío
paterno. Ciego de cólera, el monarca ordena que también
se le corte la cabeza. Dympna, sin vacilar, reprocha públicamente
al poderoso señor todo cuanto sus cortesanos han callado.
Al ver el pasmo de los esbirros, incapaces de ejecutar el mandato,
desenfunda la espada y el mismo siega la cabeza de su hija de un
mandoble. Consumada la matanza, los asesinos regresan a Amberes
abandonando los cadáveres en el lugar del crimen. Nadie,
nunca, volvió a saber del rey y su hueste. Ni del juglar
y su esposa ¿Consiguieron escapar? ¿Se plegaron a
la voluntad real? ¿Tuvo el monarca algún momento de
lucidez? Las ruinas de Monahan han guardado bien el secreto.
En cuanto a Gerbran y Dympna, no falto buen samaritano en Gheel
para enterrar los cuerpos -que no la memoria de sus vidas- en una
gruta, no lejos de donde les toco yacer. Tampoco faltaron manos
para erigir un modesto túmulo justo donde los irlandeses
perdieron la cabeza para que otros la recuperasen. Hoy existe un
sobrio monumento, con una cancela que lo cierra. Lo precedieron,
continuándose, estelas, cruceros, efigies y calvarios.
La fama de Dympna comenzó
a extenderse cuando algunos dementes que, a la usanza de la época,
deambulan por despoblados, permanentemente excluidos de la sociedad
"cuerda", se paran a descansar junto a su tumba
y son misteriosamente curados. Para las atónitas gentes de
Gheel no puede tratarse sino una intervención directa de
la mártir. La persistencia del prodigio, repetido una y otra
vez, hace que se exhumen los cadáveres en el siglo XIII para
poder rendir en ellos homenaje a lo sagrado, reapareciendo los angélicos
sarcófagos y el ladrillo con el nombre de la joven. Es la
confirmación de que el Dios nómada que cruza los desiertos
ha acampado en Gheel. En 1349 se edificara un templo en honor a
Santa Dympna que destruirá un incendio en 1489, finalizándose
en 1532 el templo donde hoy se veneran sus reliquias.
Por lo que a la verosimilitud del alivio súbito de la demencia
atañe, vale la pena citar una anécdota que oí
narrar hacia 1963 a D. Francisco Hernández-Pacheco, una de
las glorias de la ciencia española, teósofo emparentado
con Rosso de Luna y catedrático de Geodinámico Externa
en la Universidad Complutense de Madrid. Contaba D. Francisco que
su padre y el solían llevar a un pariente, recluido por su
familia en el manicomio, a tomar baños termales a una zona
de Extremadura situada sobre un macizo granítico con emisiones
de radioactividad natural por encima de los valores regionales.
El enfermo recobraba enteramente la lucidez durante uno o dos días,
antes de recaer en su demencia.
Así nace y toma alas el culto a Santa Dympna, que privada
de la vida por un loco, seguirá velando por todos los alienados
tras los dinteles de la muerte. Mas el verdadero milagro de Santa
Dympna reside en la transformación profunda que experimentan
los que fueron, siquiera brevemente, sus conciudadanos. La sucesión
de peregrinaciones a Gheel, con gentes que conducen a seres amados
de cuya humanidad la sociedad duda, para suplicar su curación
a Dympna, genera un cambio de mentalidad: en Gheel alumbra, por
vez primera en la historia de la Humanidad, en pleno oscurantismo,
la intuición colectiva de que las enfermedades mentales son,
simplemente, enfermedades, susceptibles, por tanto, de tratamiento
y curación.
Las peregrinaciones a Gheel constituirán una de las referencias
del siglo XIII en Flandes y su entorno. Las peticiones de curación
se llevan a cabo en el curso de una novena durante la cual los "poseídos"
permanecen en un lazareto próximo a la iglesia de Santa Dympna.
La capacidad del lazareto es reducida y un gran numero de "poseídos"
y familiares ha de hacer turno fuera, sin lugar donde pernoctar,
bajo un clima, hoy como ayer, inclemente. Es así como los
enfermos y sus guías comienzan ser acogidos por los habitantes
del poblado que les dispensan su hospitalidad, naciendo entonces
la costumbre de hospedar a los enfermos en un entorno familiar.
Antes de terminar el siglo XIII se construyen nuevos lazaretos.
Dichos establecimientos serán embrión de la Hospedería
o Casa de Misericordia fundada en 1476, así como del Hospital
que es construido cuatro años mas tarde. Empero, la gran
mayoría de los dementes sigue encontrando acomodo entre las
familias locales. Esta tradición, que se mantiene, ha ganado
para Gheel el justo titulo de "Ciudad de la Caridad".
En alguna medida y salvando los contextos, la Guadalupana es al
México indígena, aplastado e invadido, lo que la doncella
de Gheel es al Flandes de la exclusión social. Los enfermos
mentales buscan curación en Gheel y las gentes de Gheel se
abren a esta población marginada, estableciendo con ella
nexos duraderos.
La intuición nacida en Gheel
al calor de una leyenda sigue siendo materia de reflexión
para nuestro tiempo. Tzvetan Todorov (Devoirs et Délices,
2002) ha meditado sobre el sentido de las diferencias humanas y
su moralidad histórica. En su reformulación de un
humanismo perdurable ha querido explicitar que las enfermedades
degenerativas mas destructivas e insufribles -para la victima y
el espectador- no pueden justificar la búsqueda de pretextos
excluyentes para desposeer a los que las padecen de su inalienable
condición humana. En la estela de la lucha contra el Nazismo,
Martín Buber, filosofo del "Tu" y el "Yo",
discurre -recientes todavía las eugenesias y racismos del
nacional-socialismo- sobre como la subjetividad interesada de unos
puede anular la humanidad objetiva de otros, pervirtiendo el entramado
social que el verdadero progreso necesita.
Resulta estremecedoramente próxima
la frívola crónica sobre el desplome accidental de
un puente en la Praga de los Ausburgos, donde el periodista se congratulaba
de que en vez de algún respetable dignatario del Imperio
Austro-Húngaro tan solo hubiese muerto un vulgar panadero.
Chateaubriand (Le Genie du Christianisme), mucho antes de
venirse el puente abajo, y Alejandro Casona mucho después
(La Sirena Varada), abordaron en sus literaturas el tema
del valor intrínseco de cada vida humana. Mil años
antes los aldeanos de Gheel actuaban con una lucidez que solo tuvo
Kafka en Austria-Hungría.
En un interesante articulo que recogen
varias paginas de Internet, Richard Cross [http://www.philia.ca/actions/geel.htm],
explica los fundamentos del llamado "Proyecto de Investigación
sobre Geel", cooperación pluridisciplinar entre
las universidades de Lovaina y Columbia, iniciada en 1966 para estudiar
los distintos aspectos de la "Colonia de Geel". Se trata
de alcanzar una mejor comprensión de esta praxis de origen
medieval para darle apoyo y llevar tan asequible modelo en otros
entornos culturales.
En el articulo de Cross se cuestionan
planteamientos psiquiátricos arcaicos que la sociedad mantiene
vigentes por comodidad o conveniencia (Geel Kolonie: City of
"Fools"?, 1998) y se examina la profunda huella dejada
por el breve y legendario paso de Santa Dympna por la ciudad flamenca
de Gheel (el "Geel" de la moderna ortografía neerlandesa).
Cross critica la supervivencia de
los tradicionales "manicomios" : "Aunque casi
la mitad de los disminuidos y enfermos mentales internados en nuestras
instituciones no deberían hallarse en estas de existir otras
opciones, la sociedad ha decidido que lo mejor para ellos (y, desde
luego, para nosotros) es recluirlos en centros que nos eviten los
remordimientos de conciencia ¿Que importancia tiene que la
mortalidad sea en dichas instituciones diez veces superior a la
del resto de la población o que el régimen de reclusión
hospitalaria permanente acabe agravando las sintomatologías
patológicas de involución, dependencia, apatía
y regresión social?".
El párrafo precedente sirve
de presentación a la existencia de alternativa para un gran
numero de pacientes crónicos de bajo riesgo, innecesariamente
enclaustrados, que no manifestando tendencias homicidas ni suicidas,
no constituirían una amenaza real para la comunidad de la
cual han sido excluidos. Se trata de un simple tratamiento de régimen
abierto, basado en familias de acogida, dirigidas y coordinadas
por autoridades locales, que no es sino la llamada "terapia
ciudadana de Geel", aplicada en dicha ciudad desde el comienzo
de las peregrinaciones a la tumba de Santa Dympna.
Entre el retiro comunal de Dympna
en las afueras de Gheel y el del neurólogo y educador Jean-Ovide
Decroly (1870-1932) en las afueras de Bruselas median diez siglos
de praxis humanista. El legado de Dympna es, sin pretenderlo, implementación
"avant la lettre" de las ideas revolucionarias
sobre la educación especial y la influencia de los factores
externos en las discapacidades mentales que comenzaron a surgir
en los siglos XVIII y XIX.
En contra de lo que pudo creer alguno
de los asistentes a la solemne liturgia de Accion de Gracias celebrada
en la iglesia londinense de Saint Clement Danes para conmemorar
el tercer centenario de la conquista de Gibraltar, Dios no es británico.
Lo cual no le impide actuar con un sutil sentido del humor ¿Como
explicar si no, el que pioneros de la psiquiatría moderna
como Philippe Pinel (1745-1826) -"Recherches et Observations
sur le Traitement Moral des Alienes", 1799-; Jean-Marc
Gaspard Itard (1774-1838) -"De l'éducation d'un homme
sauvage, ou des premier développements physiques et moraux
du jeune sauvage de l'Aveyron", 1801- o Eduard Seguin (1812-1880),
puedan, en ultima instancia, ser considerados epígonos de
una santa legendaria?...
A mediados del siglo XIX, con la
acelerada industrialización de Bélgica y el abandono
de una secular vida rural -transición analizada por Ángel
Ganivet siendo vicecónsul de España en Amberes entre
1892 y 1895-, la gestión de la Colonia-Sanatorio de Geel
pasa de manos de la Iglesia Católica a las de la Administración
belga. Esta circunstancia sirvió para dar difusión
a la "terapia ciudadana de Geel", que hasta entonces
no pasaba de curiosidad local. Así, por ejemplo, en la ultima
década del siglo XIX, encontramos a un antiguo director laico
de la Colonia-Sanatorio de Geel, el Dr. Parigot, intentando introducir
en la Costa Este de los Estados Unidos la característica
terapia familiar de esa ciudad. Habrá, sin embargo, que esperar
a nuestros días para ver públicamente reconocidos
por la comunidad científica internacional los beneficios
de la "terapia ciudadana de Geel".
Aunque la ciudad alberga uno de
los mejores hospitales psiquiátricos de Europa, en Geel sigue
siendo significativo el numero de hogares dispuestos a albergar
personas afectadas por algún tipo de enfermedad mental. Son
las autoridades sanitarias las que deciden, tras una serie de pruebas,
si un enfermo puede mejorar o no con la "terapia ciudadana".
Cuando así sucede, se selecciona cuidadosamente la casa y
familia mas adecuadas para cada enfermo, llevándose a cabo
un seguimiento. En ningún caso podrán alojarse mas
de dos enfermos -siempre en habitaciones individuales- en una misma
casa. Los enfermos, cualquiera que sea su procedencia, toman residencia
jurídica en Flandes, disfrutando con ello de los beneficios
sociales de dicha Comunidad Federal. Según el censo de 1959,
uno de cada diez habitantes de Geel era un paciente en acogimiento
(59% discapacitados mentales, 29% esquizofrénicos, etc.).
No se le escapan a Richard Cross los riesgos de burocratización
creciente que, asociados a las ideas del "Estado de Bienestar"
vigentes en nuestra Unión Europea, podrían acabar
dando al traste con el espíritu original de la terapia "dympnica".
Uno de los propósitos del "Proyecto de Investigación
sobre Geel" es procurar que esto no ocurra.
Lo normal es que los pensionistas enfermos se integren totalmente
con las familia que los albergan e incluso permanezcan con ellas
toda la vida, como un pariente mas. Las familias de Geel que acogen
voluntariamente enfermos mentales, han sido equiparadas a cuantas
lo hacen con menores de edad protegidos por instituciones tutelares
belga y perciben, en igualdad de trato, idéntica subvención
oficial. En la calle nadie parece darse por enterado de los comportamientos
atípicos que dichos enfermos pueden ocasionalmente manifestar
en tiendas o cafés. Son, en cualquier caso, insignificantes
y los incidentes violentos o son escasos o no existen.
Las gentes de Geel viven y mueren
en la aceptación de las limitaciones ajenas y en la experiencia
del amor y del dolor humanos. Una leyenda les ha conferido el don
de Dympna: dar esperanza o curación al desahuciado. Es la
misma leyenda cuyos ecos alcanzaron España y se esparcieron
mas allá del Atlántico, proclamando las virtudes heroicas
de Delgadina. Pese al ara agradecida con que Calpurnia Abana honro
a las ninfas del Ourense romanizado por aquella "visión
que tuvo", las hadas acuáticas que poblaban las
fuentes termales de As Burgas ya se han ido para siempre. Dympna,
en cambio, permanece con nosotros.
Permítaseme, como colofón,
parafrasear una frase tomada de "Las Leyendas de los Santos",
amena pero sólida obra del mayor hagiógrafo contemporáneo,
el bolandista belga Hippoliyte Delehaye (1859-1941), y afirmar que:
"las leyendas son los templos que la comunidad cristiana
erige a sus santos patronos para honrarlos y mantenerse en comunión
con sus principios".
Jaime García-Rodríguez y A.
Jaime Garcia-Rodriguez
y A.
Waterloo, Bélgica.
Copyright ©2004 Jaime Garcia-Rodriguez y A.
Para cualquier comentario, consulta o sugerencia, pueden dirigirse
a la Redacción de la revista enviando un e-mail a nuestra
dirección electrónica:
Revista
literaria Katharsis.com
|