Ensayos:

Shakespeare: sexo amor y muerte

Shakespeare analizado por Harold Bloom.

Por Milo J. Krmpotic

    ¿Fue o no fue?

    Ingram Frizer era compañero de correrías, cuando no amigo intimo, de Christopher Marlowe, pero eso no le impidió apuñalarlo en el ojo. Sobre Marlowe pesaba, por cierto, una orden de detención que no había llegado a cumplirse. ¿Simuló el autor del Fausto teatral más conocido, valiéndose de sus contactos en el Servicio Secreto, su propia muerte? ¿Se escondió acaso en Italia, desde donde siguió escribiendo obras como Hamlet u Otelo bajo el nombre de su amigo, el empresario Will Shakspeare (sin la e, tal y como aparece el apellido en una de las dos firmas que se le conocen)? La suya es, al menos, una de las identidades suplentes que se han venido esgrimiendo como responsables en la sombra de la genial obra del Bardo. Al fin y al cabo, el Shakespeare de Stratford-upon-Avon no contó con una educación universitaria; no viajó por el continente (donde se ambientan varios de sus dramas), y ni siquiera consta que legara un solo libro de su propiedad. Pero esta primera tesis implicaría una bicefalia creativa para los años comprendidos entre 1589 y 1593, cuando tanto Marlowe como Shakespeare producían sus primeros trabajos. El oxoniense Edward de Vere aparece, pues, como la opción más contundente en el alma de los filo-conspirativos: aristócrata conocedor de las Cortes europeas, De Vere poseyó una copia de la Biblia con 168 marcas que corresponderían a citas utilizadas por el Bardo; recibió además de la reina Isabel y de Jaime I una asignación de mil libras anuales (más de medio millón de euros al cambio actual), sin motivo aparente, hasta el día de su muerte. Que era homosexual, que era hijo de la soberana o que junto a la propia Isabel I fue padre de Southampton (uno de los nombres que se sugieren para el amigo de los Sonetos) son las causas que habrían llevado a esconder una autoría de por sí mal vista en las altas esferas.

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