Nº 2. Abril 2004/Revista
Electrónica Cuatrimestral.
Mariana Pineda. 1925
Romance popular en tres estampas
III-V
Escena V
Pedrosa viste de negro, con capa. Su aire frío debe hacerse
notar.
Mariana:
Me lo dio el corazón: ¡Pedrosa!
Pedrosa:
El mismo
que aguarda, como siempre, sus noticias.
¿No os parece?
Mariana:
Siempre es hora
de callar y vivir con alegría.
(Se sienta en un banco. En este momento, y durante todo el acto,
Mariana tendrá un delirio delicadísimo, que estallara al final.)
Pedrosa:
¿Conoce la sentencia?
Mariana:
La conozco.
Pedrosa:
¿Y bien?
Mariana: (Radiante)
Pero yo pienso que es mentira.
Tengo el cuello muy corto para ser
ajusticiada. Ya ve. No podrían.
Además, es hermoso y blanco; nadie
querrá tocarlo.
Pedrosa: (Completando.)
¡Mariana!
Mariana: (Fiera.)
Se olvida
que para que yo muera tiene toda
Granada que morir. Y que saldrían
muy grandes caballeros a salvarme,
porque soy noble. Porque yo soy hija
de un capitán de navío, Caballero
de Calatrava. ¡Déjeme tranquila!
Pedrosa:
No habrá nadie en Granada que se asome
cuando usted pase con su comitiva.
Los andaluces hablan; pero luego...
Mariana:
Me dejan sola; ¿y qué? Uno vendría
para morir conmigo, y esto basta.
¡Pero vendrá para salvar mi vida!
(Sonríe y respira fuertemente, llevándose las manos al pecho.)
Pedrosa: (En un arranque.)
Yo no quiero que mueras tú, ¡no quiero!
Ni morirás, porque darás noticias
de la conjuración. Estoy seguro.
Mariana: (Fiera.)
No diré nada, como usted querría,
a pesar de tener un corazón
en el que ya no caben más heridas.
Fuerte y sorda seré a vuestros halagos.
Antes me daban miedo sus pupilas.
Ahora le estoy mirando cara a cara
(Se acerca.)
y puedo con sus ojos que vigilan
el sitio donde guardo este secreto
que por nada del mundo contaría.
¡Soy valiente, Pedrosa, soy valiente!
Pedrosa:
Está muy bien.
(Pausa.)
Ya sabe, con mi firma
puedo borrar la lumbre de sus ojos.
Con una pluma y un poco de tinta
puedo hacerla dormir un largo sueño.
Mariana: (Elevada.)
¡Ojalá fuese pronto por mi dicha!
Pedrosa: (Frío.)
Esta tarde vendrán.
Mariana: (Aterrada y dándose cuenta.)
¿Cómo?
Pedrosa:
Esta tarde;
ya se ha ordenado que entres en capilla.
Mariana: (Exaltada y protestando fieramente de su muerte.)
¡No puede ser! ¡Cobardes! ¿Y quién manda
dentro de España tales villanías?
¿Qué crimen cometí? ¿Por qué me matan?
¿Dónde está la razón de la Justicia?
En la bandera de la Libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
¿Y he de permanecer aquí encerrada?
¡Quién tuviera unas alas cristalinas
para salir volando en busca tuya!
(Pedrosa ha visto con satisfacción esta desesperación de Mariana
y se dirige a ella. La luz empieza a tomar el tono del crepúsculo.)
Pedrosa: (Muy cerca de Mariana.)
Hable pronto, que el rey la indultaría.
Mariana, ¿quiénes son los conjurados?
Yo sé que usted de todos es amiga.
Cada segundo aumenta su peligro.
Antes que se haya disipado el día
ya vendrán por la calle a recogerla.
¿Quiénes son? Y sus nombres. ¡Vamos, pronto!
Que no se juega así con la Justicia,
y luego será tarde.
Mariana: (Fiera.)
¡No hablaré!
Pedrosa: (Fiero, cogiéndole las manos.)
¿Quiénes son?
Mariana:
Ahora menos lo diría.
(Con desprecio.)
Suelta, Pedrosa; vete, ¡Madre Carmen!
Pedrosa: (Terrible.)
¡Quieres morir!
(Aparece, llena de miedo, la madre Carmen; dos monjas cruzan
al fondo como dos fantasmas.)
Carmen:
¿Qué pasa, Marianita?
Mariana:
Nada.
Carmen:
Señor, no es justo...
Pedrosa: (Frío, sereno y autoritario, dirige una severa
mirada a la monja, e inicia el mutis.)
Buenas tardes.
(A Mariana.)
Tendré un placer muy grande si me avisa.
Carmen:
¡Es muy buena, señor!
Pedrosa: (Altivo.)
No os pregunté.
(Sale, seguido de sor Carmen.)
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