Nº 2. Abril 2004/Revista
Electrónica Cuatrimestral.
Mariana Pineda. 1925
Romance popular en tres estampas
I-VI
Escena VI
Fernando:
Sentiría en el alma ser molesto...
Marianita, ¿qué tienes?
Mariana: (Angustiada exquisitamente)
Esperando,
los segundos se alargan de manera
irresistible.
Fernando: (Inquieto)
¿Bajo yo?
Mariana:
Un caballo
se aleja por la calle. ¿Tú lo sientes?
Fernando:
Hacia la vega corre.
(Pausa)
Mariana:
Ya ha cerrado
el postigo Clavela.
Fernando:
¿Quién será?
Mariana: (Turbada y reprimiendo una honda angustia)
!Yo no lo sé!
(Aparte)
¡Ni siquiera pensarlo!
Clavela: (Entrando)
Una carta, señora.
(Mariana coge la carta ávidamente.)
Fernando: (Aparte.)
¡Qué será!
Clavela:
Me la entregó un jinete. Iba embozado
hasta los ojos. Tuve mucho miedo.
Soltó las bridas y se fue volando
hacia lo oscuro de la plazoleta.
Fernando:
Desde aquí lo sentimos.
Mariana:
¿Le has hablado?
Clavela:
Ni yo le dije nada, ni él a mí.
Lo mejor es callar en estos casos.
(Fernando cepilla el sombrero con la manga; tiene el semblante
inquieto.)
Mariana: (Con la carta.)
¡No la quisiera abrir! ¡Ay, quién pudiera
en esta realidad estar soñando!
¡Señor, no me quitéis lo que más quiero!
(Rasga la carta y lee.)
Fernando: (A Clavela, ansiosamente.)
Estoy confuso. ¡Esto es tan extraño!
Tú sabes lo que tiene. ¿Qué le ocurre?
Clavela:
Ya le he dicho que no lo sé.
Fernando: (Discreto.)
Me callo.
Pero...
Clavela: (Continuando la frase.)
¡Pobre doña Mariana mía!
Mariana: (Agitada.)
¡Acércame, Clavela, el candelabro!
(Clavela se lo acerca corriendo. Fernando cuelga lentamente la
capa sobre sus hombros.)
Clavela: (A Mariana.)
¡Dios nos guarde, señora de mi vida!
Fernando: (Azorado e inquieto.)
Con tu permiso...
Mariana: (Queriendo reponerse.)
¿Ya te vas?
Fernando:
Me marcho;
voy al café de la Estrella.
Mariana: (Tierna y suplicante.)
Perdona
estas inquietudes...
Fernando: (Digno.)
¿Necesitas algo ?
Mariana: (Conteniéndose)
Gracias... Son asuntos familiares hondos,
y tengo yo misma que solucionarlos.
Fernando:
Yo quisiera verte contenta. Diré
a mis hermanillas que vengan un rato,
y ojalá pudiera prestarte mi ayuda.
Adiós, que descanses.
(Le estrecha la mano.)
Mariana:
Adiós.
Fernando:
Buenas noches,
Clavela:
Salga, que yo le acompaño.
(Se van.)
Mariana: (En el momento de salir Fernando da rienda suelta
a su angustia.)
¡Pedro de mi vida! ¿Pero quién irá?
Ya cercan mi casa los días amargos.
Y este corazón, ¿adónde me lleva,
que hasta de mis hijos me estoy olvidando?
¡Tiene que ser pronto y no tengo a nadie!
¡Yo misma me asombro de quererle tanto!
¿Y si le dijese... y él lo comprendiera?
¡Señor, por la llaga de vuestro costado!
(Sollozando.)
Por las clavellinas de su dulce sangre,
enturbia la noche para los soldados.
(En un arranque, viendo el reloj.)
¡Es preciso! ¡Tengo que atreverme a todo!
(Sale corriendo hacia la puerta.)
¡Fernando!
Clavela: (Que entra.)
¡En la calle, señora!
Mariana: (Asomándose rápidamente a la ventana.)
¡Fernando!
Clavela: (Con las manos cruzadas.)
¡Ay, doña Mariana, qué malita está!
Desde que usted puso sus preciosas manos
en esa bandera de los liberales,
aquellos colores de flor de granado
desaparecieron de su cara.
Mariana: (Reponiéndose.)
Abre,
y respeta y ama lo que estoy bordando.
Clavela: (Saliendo.)
Dios dirá; los tiempos cambian con el tiempo.
Dios dirá. ¡Paciencia!
(Sale.)
Mariana:
Tengo, sin embargo,
que estar muy serena, muy serena; aunque
me siento vestida de temblor y llanto.
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