TODO SEA POR LA CAUSA
Antonio José Quesada Sánchez
Ilustración: "El tiro" de M.L Acosta
Creo que fue Trotski quien dijo que aquel que pretendía conseguir un determinado fin no debía hacer ascos a los medios necesarios para lograrlo. Otros eran más cuidadosos con su lenguaje y la frase les salía más redonda: el fin justifica los medios. No sé si es sólo una frase inteligente o no, pero me preocupa por las consecuencias que me pueda traer. Yo, que no he leído a Maquiavelo, como otros hombres de letras de la organización, me conformo con citar a Trotski, a quien tampoco he leído. Como no he leído a Maquiavelo tengo derecho a calificar de “maquiavélico” algo especialmente malvado, así como el no haber leído a Dante me da derecho a calificar de “dantesco” algo terrible. Ventajas de no leer demasiado.
Me da que pensar: es obvio que pretendo obtener determinados fines. Pero, para ello, ¿me puedo servir de cualquier medio? ¿Cualquier medio, repito? ¿Cualquiera? ¿Hay límites en algún sitio? ¿Cuáles son? ¡Dios, qué difícil! ¡Que decida otro!.
Lo malo de las misiones como ésta que me ha tocado otra vez es que te dejan demasiado tiempo solo y te paras a pensar, es inevitable. Y pensar es el peor enemigo para nosotros. En nuestro caso, otros se encargan de pensar para que nosotros actuemos. Es como en la Iglesia o en el Ejército: unos dan las órdenes y otros las cumplen. No es mal negocio para nosotros, no nos podemos quejar: es más fácil cumplir órdenes que diseñar estrategias. Pero cuando uno se queda solo consigo mismo, entonces ya no tiene otra cabeza para pensar que la suya. Entonces vienen las dudas, pues somos nuestro peor enemigo. Entonces llegan los problemas: llega Maquiavelo y llega Trotski. Y, como nos descuidemos, hasta Dante se aparece por allí.
Objetivo fácil esta vez. Tan fácil como que la única dificultad es esperar su salida y lanzarme a por él. Directamente. Es periodista: como no es militar, no tiene un soldadito que le espere en la puerta, cuadrándose, para llevarle a su cueva de torturadores, o escoltas con las cacharras siempre preparadas para repeler acciones. Pero es fácil matar a un periodista. Aunque la espera mata, nunca mejor dicho.
Yo nací aquí. Aquí crecí y quiero seguir viviendo aquí. No soy un extraterrestre: soy el hijo del dueño de una tienda de comestibles que decidió defender su tierra frente al extranjero invasor. Lo dejé todo para saldar mi parte de deuda con Irlanda. La deuda que todo irlandés tiene con Irlanda es luchar por la unificación de la isla. Un día decidí ingresar en el IRA y así lo hice. Hablé con el contacto en mi barrio y me integré. Mi madre lloraba y mi padre me apoyaba de modo crítico. Aunque siempre fue nacionalista, a mi padre no le terminaban de gustar los chicos del IRA, tienen sus propios intereses , decía. Espero seguir viviendo en mi tierra. Pero sin ingleses.
No estoy esperando a un periodista, con rostro, nombre y apellidos. Estoy esperando a un traidor que, desde las páginas de su periódico, legitima la invasión de nuestro país, escribiendo contra nosotros cada mañana. A su manera, es un terrorista. Otros hacen el trabajo sucio en comisarías y cuarteles, y él llega a su redacción perfumado y con las manos limpitas, para escribir sus basuras contra nosotros, llenarnos de mierda y desprestigiarnos ante los ojos de los irlandeses y, a media mañana, tomar algo en el bar. Da la cobertura intelectual y la legitimación que ellos necesitan. Puto terrorista de la pluma, ya se acabó vuestra impunidad. Y todavía tiene la desfachatez de calificarnos a nosotros, a los patriotas, de terroristas. Todo porque queremos una Irlanda libre de ingleses, no gobernada desde Londres, ni donde los periódicos publiquen miserables artículos como los suyos, llenos de odio.
Lo que más me duele es, precisamente, que este tipo sea irlandés. Bueno, eso dice él, claro: un irlandés no se comporta así con sus paisanos y da tantas armas argumentativas legitimadoras a sus invasores. Dice que es irlandés y católico, pero es unionista, ¿quién entiende esto? Seguro que el Ministerio del Interior de su Puta Majestad le tiene a sueldo. Traidor.
Es normal que le odiemos: él también nos odia a nosotros. Además, en nuestras casas todos tenemos nuestras anécdotas de discriminación por ser patriotas irlandeses: ser torteados en una comisaría, ser postergados en una carnicería o en una cervecería, que unos matones unionistas te den una paliza y te salten tres dientes, alguna cicatriz en el pecho... Todos tenemos historias de ese tipo en nuestras familias. Y cuando empezó la escalada de acciones, también ellos actuaron. ¿O es que los únicos terroristas somos nosotros?. Habría que olvidar demasiadas cosas para que la Paz brillara en esta tierra y los niños no nacieran entre barricadas, murales llamando a la lucha y vehículos ardiendo. Hay demasiado odio.
Esperar. Es la parte dura del trabajo, porque tienes que estar listo en todo momento para entrar en acción, pero preparado también para esperar horas y horas. Hay quien lee novelas. A mí no me gusta: distraen demasiado. Estás pensando en lo que dice tal o cual personaje, o en lo que le pasa al entrar en no sé dónde y ¡zas!, se te va el objetivo y ya la has cagado. Todo el operativo se va a la mierda porque quieres terminar el capítulo. No puede ser. Por eso yo siempre tengo a mano revistas de mujeres desnudas. Es algo agradable a la vista y distrae en la medida justa: lo suficiente para aguantar horas, pero también para estar siempre alerta. Acabas sabiéndote hasta el número de lunares de la tailandesa del reportaje central, pero estás distraído y no piensas en nada.
Cada cual tiene sus métodos para soportar las esperas. Yo tengo el mío, y como nunca me ha fallado, lo respetan. Hay quien dice que un luchador católico no debiera utilizar esos medios, pero bueno, obtener mi fin lo justifica. Creo en Dios: ya me arreglaré con Él por tanto mirar mujeres desnudas durante las esperas en mis misiones.
Va a ser mi tercera misión de este estilo. Ya no me tiembla la mano. La primera vez fue terrible, y eso que me tocó un militar del Ejército de su Puta Majestad. Hasta entonces no había pasado de enredar en las manifestaciones contra los ingleses y ayudar a huir a los chicos mayores. Ahora eran otros los que hacían eso, y yo el que actuaba de verdad.
Le esperaba en el coche y, cuando le vi salir de casa, el corazón se me puso a mil. Curiosamente, no le esperaba ningún soldadito. Saqué la cacharra, bajé del coche, me acerqué a él por detrás y le dije “De parte del IRA”, y le solté un tiro. Cayó al suelo sangrando. Como yo estaba muy nervioso y vi que el invasor todavía se movía, le di dos tiros más, por si no le había matado el primero, y salí huyendo. Un enemigo menos.
Manifestaciones plagadas de banderas tricolores. Piedras contra los protestantes. Piedras de éstos contra nosotros, en sus manifestaciones plagadas de putas banderas de la Unión. Enfrentamientos. Si en Sicilia los niños juegan a pintar con tiza la forma de los cadáveres de las calles, en Belfast todo niño convive diariamente con multitud de frontones pintados llamando a la lucha y siente como una aventura las manifestaciones. En otras partes del mundo los niños juegan a la guerra con espaditas y pistolitas. Aquí los niños son parte de una guerra real.
Yo crecí junto a un inmenso dibujo de una pareja de niños sonrientes cogidos de la mano, protegidos por un encapuchado provisto de una metralleta, y el lema “el IRA pelea para que goces de una Irlanda unida”. No tenía más que salir a la calle y ya estaba allí el IRA protegiéndome. Siempre dijimos que el niño se parecía a David, mi compañero de clase en la escuela. Lo mató la policía en un tiroteo hace año y medio. No era mala persona, aunque tuviera sus cosas, como todo el mundo.
Un enemigo menos, sí. En las guerras matas o te matan, son las reglas del juego. Sí. Pero, entonces, ¿por qué no pude pegar ojo durante tres noches, después de matar al pájaro éste? ¿Estaba seguro de haber obrado bien? Es cierto que quiero a los ingleses fuera de mi tierra, pero yo terminé con la vida de una persona concreta, con nombre y apellidos, y eso es diferente. Alguien que respiraba, que amaba a su mujer y a sus dos hijos, alguien al que encantaba el fútbol, que no podía soportar a su suegra ni la música rock, según leí. Dejó de respirar cuando yo decidí que debía morir. Se acabaron para él los fines de semana en el campo, las vacaciones en el pueblo de Escocia de donde era su mujer o los análisis periódicos a que debía someterse para controlar el nivel de glucosa en sangre. Todo porque a mi me dio la gana.
Era un enemigo, cierto, pero no es lo mismo que a ese enemigo lo mate otro que no que lo mate uno mismo.
Bueno, pues que se joda, que no se hubiera metido a colonizar mi tierra. Yo no tenía nada contra John McDavid, sino contra el Teniente McDavid, soldado de su Puta Majestad. Yo no hice nada a John McDavid: simplemente acabé con la vida de un enemigo de Irlanda, un Teniente del Ejército, un caído en combate. Que le llore su Puta Majestad, que para eso le hacía el trabajo sucio en Irlanda.
Sí, lo que sea, pero yo no pude dormir. Aunque ya me lo dijo un compañero, el Lobo, bastante experimentado: “la primera vez que mates vomitarás varias veces, tendrás mala conciencia permanente, no podrás comer tranquilo durante varios días, te darás asco, no dormirás bien durante varias noches... La segunda vez sufrirás todo eso pero los efectos pasarán antes: si no podías sentarte a la mesa con calma durante diez días, ahora serán seis, y si no pudiste dormir bien durante ocho noches, ahora serán cinco. El tercer muerto se convierte en rutina, casi, y a partir del cuarto ya llegas a casa y te preparas una pizza mientras bebes una cerveza tras otra y buscas fútbol en televisión desde el sofá”.
Es cierto: después de mi segundo ejecutado estaba nervioso, pero menos. Es más, estaba tan excitado por causa de las revistas pornográficas que llevaba horas mirando que cuando subí a casa me masturbé mirando el reportaje central dedicado a la Miss Escocia de no sé qué año, una pelirroja impresionante con un cuerpazo de escándalo. Algo que ya no podría hacer el policía al que maté de otro tiro por la espalda media hora antes. Otro torturador de su Puta Majestad vestido con otro uniforme. “De parte del IRA”, y descerrajé un tiro certero (las prácticas iban convirtiéndome en un buen pistolero). Mejoraba ya: un solo tiro preciso y ganas de volver a casa para eyacular todo lo que llevaba dentro.
Creo en Dios y creo estar llamado por Dios para cumplir una misión: liberar Irlanda de los protestantes. Hasta entonces no descansaremos. Tengo bastantes compañeros de organización que son o han sido sacerdotes. Por tanto, no debemos ser tan malos, digo yo. Somos irlandeses, católicos y republicanos, y queremos gobernarnos nosotros mismos, y no que nuestro Jefe de Estado sea un Rey extranjero.
Es cierto lo que me dijo el Lobo: ahora es mi tercera vez y no tengo esas dudas de antes. Esto es una guerra. Aunque no puedo evitar pensar más de la cuenta, claro. Mis dudas son otras: ya no me planteo si esto está bien o mal, pero, ¿estaré beneficiando la independencia de Irlanda matando gente? Esta duda me corroe, porque no soy capaz de responder inmediatamente que sí, y me preocupa. ¿Cómo nos tratarán los libros de Historia de Irlanda?
Negociación política. Es necesaria, claro que sí, pero a veces parece que no entendieran otro lenguaje que el de la pistola. Como sigamos así no sé qué podremos presentar en la mesa de negociación. Además, el debate sobre nuestro desarme lo plantean de modo falso: nosotros debemos dejar las armas, eso ante todo, pero, mientras, el Estado sigue haciendo su trabajo y los grupos protestantes también. Perfecto: ¿quién protege entonces a los católicos?. Así no se puede, no debemos caer en la trampa. Y eso lo defienden una y otra vez estos terroristas informativos, mercenarios de la columna periodística a sueldo de Londres.
Ahí sale. A por él. Me acerco por detrás, sin prisa pero seguro. “De parte del IRA, traidor”, se da la vuelta y le meto la bala entre las cejas. Se forma un agujero sanguinolento del que empieza a brotar sangre. Me recuerda a las mujeres hindúes, con ese ojo que se ponen ahí. La mirada se pierde y queda un momento tambaleándose y mirándome con ojos perdidos hasta que cae sobre su maletín. Por si acaso, le meto otro tiro en la cabeza, aprovechando que no hay nadie cerca y puedo hacerlo para quedarme más tranquilo. Está muerto. Mis deberes están hechos. Ahora toca informar a los de arriba y que reivindiquen el atentado, aclarando las causas. Pero acabo de cargarme a un rival que nos estaba haciendo mucho daño. Más que un batallón de policías entero.
Subo al coche y vuelvo para casa. La policía y las ambulancias ya acuden para allá. Menos mal que no había testigos, porque yo no uso pasamontañas nunca y me podrían haber reconocido. Eso del pasamontañas da mucho el cante y sólo queda bien en las películas. O al mexicano ése, que vive del pasamontañas y de los escrititos.
Hogar, dulce hogar. Hoy no tengo ganas de masturbarme, sino de darme un buen baño. He sudado mucho, no termino de acostumbrarme del todo a matar. No tengo el más mínimo cargo de conciencia por lo que he hecho, pero cansa: no debo tener cargo de conciencia, esto es una guerra y mañana podría pasarme a mi. Somos combatientes. Sí me dolería causar víctimas inocentes en esta lucha, y cada vez que se producen lo paso muy mal. Pero éste era un traidor.
Preparada la ducha, pongo la radio para escuchar las noticias mientras me introduzco en el agua, que está a una temperatura ideal. “Última hora desde Belfast: se confirma la muerte en atentado del periodista John McGregor, uno de los más prestigiosos periodistas y analistas políticos de Irlanda del Norte, que se ha caracterizado durante su trayectoria profesional por sus fuertes enfrentamientos con el terrorismo nacionalista y el Sinn Fein. McGregor fue asesinado de dos balazos en la cabeza a la puerta de su casa, cuando se dirigía a su trabajo. Nadie ha asumido todavía la autoría del atentado, pero todo apunta a que estamos ante un nuevo atentado del IRA que, tras romper la última tregua, vuelve a atentar contra una persona que le ha hecho mucho daño desde la prensa. McGregor, católico, estaba casado y deja viuda y tres hijos”.
“Misión cumplida”, pienso mientras me relajo en la bañera. Por cierto, ahora que me acuerdo, hoy es miércoles, y no he ido todavía a comprar al mercado esta semana. Quizá sería bueno pasarme por allí, aunque fuera un momento. Necesito verduras y algo de fruta fresca, porque se acerca el fin de semana y no tengo nada en
Antonio José Quesada Sánchez
Profesor de la Universisdad de Málaga.
Doctor en Derecho.
Málaga [España]
Copyright ©2006 Antonio José Quesada Sánchez.
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