Una de las situaciones más difíciles
de afrontar en la humanidad es el momento de decir adiós.
Nos aturde el hecho de sabernos impotentes ante una partida, no
nos gusta despedirnos y se nos quebranta el alma. La muerte es la
ausencia más significativa, con ella muere no solo la persona
que amamos, sino un pedazo nuestro.
Hace unas semanas una de mis mejores
amigas murió de una enfermedad muy agresiva. Yo, así
como su familia y amigos cercanos teníamos fe en que todo
iba a salir adelante. Alexa tenía 17 años y el cáncer
la devoró ferozmente, sin piedad alguna. Cuando me enteré
de la pérdida se me partieron los ojos para que por sus grietas
pasaran las lágrimas que no lograban expulsar el dolor que
me embargaba.
Pensé muchas cosas, nunca había
perdido a un amigo y jamás imaginaba que a una edad tan joven
podría suceder una situación tan lamentable. Un tiempo
antes de que muriera ella se mostraba fuerte, completamente fusionada
con el espíritu y la mente, decía no saberse viva
pensando estar muerta, o muerta pensando estar viva. Su enfermedad
la llevo a comprender que existen cosas en esta vida que van más
allá de lo que imaginamos, que son etéreas y que en
muchas ocasiones no miramos por estar poniendo atención a
otros asuntos que no dejan más que vacíos.
Cuando se cumplió el novenario
la iglesia se encontraba colmada de gente que la perpetuaba, yo
me hinqué ante el altar y ante mi Dios logré verla,
viví en un segundo toda nuestra amistad y fue ahí
cuando comprendí que somos seres inmortales; simplemente
abandonamos la masa corpórea pero nuestra esencia es la misma.
Cada vez que permitimos a alguien entrar
a nuestra vida, le abrimos una puertita pequeña y muy profunda
donde se enciende una luz que se mece trémula en nuestro
interior. Las velitas guardan las memorias, las risas, los besos,
los abrazos, las vivencias y las miradas de aquellos a quienes jamás
olvidaremos.
Ahora sé que decir adiós
es tan solo un paso, es permitir que nuestros seres queridos continúen
y se liberen de todo lo que nos atrapa en la Tierra. Debemos tener
claro que mientras uno viva y recuerde, esas personas estarán
presentes. Todas esas ánimas tan especiales que han cruzado
la puertita interna de nuestros corazones y que andan por ahí
volando nos cuidan, iluminan nuestros senderos y alimentan el fuego
de las velitas que brillaran por siempre en la eternidad.
Paola Valverde Alier.
Costa Rica (Centro América)
Copyright ©2003 Paola Valverde Alier.
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