AITOR EL ROJO
Recuerdo
con bastante cariño aquellos días, para qué
nos vamos a engañar. Teníamos poco, pero no necesitábamos
más: nos bastaba con la escasa partida económica
que manejábamos, con una red de colaboradores que casi
no cobraba por escribir y con la ilusión de sacar cada
semana la revista trabajando en condiciones bastante desfavorables.
El sueño de cambiar el mundo hacía el resto. Los
jóvenes de ahora no sabéis lo que es eso de lo que
hablo, pero bueno, no todos sois iguales queda pensativo.
Lo que me extraña es que yo pueda interesar todavía
a alguien.
Eres un maestro para
muchos, Paco. Y "Caperucita Roja" es un referente para
las revistas progresistas. Teníais mucho ingenio, trabajabais
con pocos medios y en tiempos duros. Erais gente abierta, dispuesta
a debatir, porque la izquierda debe ser eso. Y vuestras portadas
eran excelentes, muy trabajadas. Recuerdo aquella que sacasteis
al morir Franco, que fue tan criticada: aquélla donde se
veía a Franco en el ataúd y con el titular "hemos
matado al fascista de muerte natural". En el Comité
central lo entendieron como una crítica tremenda a su trabajo
durante la clandestinidad.
Y teníamos que
decirlo, hombre: tenía que haber una voz comunista que
dijera a los comunistas algunas cosas. Pero desde dentro, sin
ser agentes del enemigo o con intenciones derechistas, sino para
seguir siendo el referente de izquierdas. Algo parecido había
hecho Sartre unos años antes, pero en este país
no se podía hablar ni de Sartre ni de Sastre, que no nos
dejaban ni bailar sus letras.
Cierto, Paco. Los artículos,
además, eran excelentes. No recuerdo una revista de partido
(porque, nos guste o no, de un partido político dependíais),
donde hayan escrito mayor número de intelectuales, y de
tantas tendencias. Sólo se cerraba la puerta a los fascistas,
y tampoco estaban demasiado interesados en enviar artículos.
Es verdad. Qué
tiempos. ¿Y qué me dices del logotipo?
Muy bueno, Paco. Eso
de sacar a Caperucita Roja con mirada lasciva dirigida al lector,
la bandera soviética como capa, falda minúscula
y enseñando, a su vez, unas bragas rojas, con hoz y martillo
en amarillo, era muy provocador.
Pues no creas, que hubo
compañeras que se enfadaron con nosotros. Decían
que éramos machistas-leninistas, fascistas de izquierdas,
y cosas así. En fin, no sé si era políticamente
correcto. Pero queríamos lograr que el lector se fijase
en nosotros... se queda pensativo. Tampoco hay que
olvidar los reportajes de actualidad que elaborábamos.
Periodismo de investigación lo llamábamos.
Sí, Paco, eso
también fue importante. Abrió campo: la búsqueda
de los vencidos de la guerra en los pueblos de montaña,
la vida de los topos, la vuelta de la URSS de algunos niños
de la guerra, Aitor el Rojo...
Aitor el Rojo... queda
pensativo Paco, con la mirada perdida, pensando en algo demasiado
personal como para confesarlo aquí y ahora.
¿Con qué
edad empezaste a escribir, Paco? intuye la necesidad de
cambiar totalmente el tercio.
Pues mira, yo tenía
16 años. Aunque no empecé a militar realmente en
el PCE hasta los 18, desde los 16 escribía panfletos y
cosas así. Decían que tenía estilo y empecé
a trabajar en "Caperucita Roja". Luego murió
el Viejo, vino la transición, la estafa en la que de alguna
forma participamos, mi alejamiento de los centros de poder y la
fundación de "El Mar Rojo", que tanta fama me
daría. Mi primera novela, un premio en Badajoz, otra novela,
Premio Ciudad de Valencia, y algunas cosas más. "El
País" me sacaba de vez en cuando en su suplemento
literario y una vez me entrevistó, y el ABC decía
que yo estaba muy politizado pero que era un gran escritor. Ya
se sabe: el ABC siempre sienta a un rojo a su mesa cada cierto
tiempo...
...Y eres el referente
para toda una generación de periodistas que nos consideramos
de izquierdas.
Bueno, eso de referente
lo dices tú, ¿eh? Yo me limito a hacer mi trabajo
lo mejor que sé y puedo.
Anda, anda, Paco, no
seas modesto. Por cierto, me interesaría que me respondieras
a una pregunta que me intriga bastante: en toda tu carrera, ¿cuál
ha sido el trabajo más extraño que te ha tocado
hacer? O el más divertido. O todo unido. Bueno, igual necesitas
pensarlo un poco, si quieres dejamos esta pregunta en el aire
y...
No, no, si no tengo que
pensarlo. Lo tengo siempre presente: fue cuando hicimos el reportaje
de Aitor el Rojo, no sé si leíste este trabajo.
Pues no, pero me suena
el caso. Así que tomo nota, porque debe ser algo mágico.
Tú lo has dicho,
mágico. Después de esa experiencia comprendí
que hay que evitar los prejuicios en la medida de lo posible.
Son un lastre que nos impide ver las cosas de modo adecuado. No
es necesario claudicar de lo que se piensa, pero sí no
dejarse llevar por prejuicios. Lo de Aitor me enseñó
a mí esta lección, que hoy te transmito y me hace
sentir viejo: cuando uno da consejos se siente viejo, seguramente
porque ya lo es.
Cuéntame, Paco,
que soy todo oídos.
Sí, pero apaga
el chisme y nos vamos a tomar un café. Dejemos la entrevista
y vayamos a charlar. Luego, si necesitas notas adicionales, te
doy lo que te haga falta. Pero ahora escúchame con tranquilidad:
como si fuésemos dos milicianos en una trinchera, echando
un pitillo y contándose historias de amoríos de
la retaguardia.
De acuerdo.
Salieron y bajaron
al bar de la esquina, porque en los relatos bien escritos siempre
hay un bar en la esquina. La mesa de siempre, lo de siempre para
Paco ("¡qué caro te vendes, Paco!, ya no te
juntas con los pobres..."). El joven se sienta frente a él
y sigue embelesado: estar delante de la persona a la que más
admiras, a tu ejemplo profesional y personal, no es fácil.
No sabes qué hacer. Todavía recuerda cuando Paco
fue torturado y no soltó ni una palabra. Ejemplo para todos.
Más para los periodistas. "Paco, para cuándo
la próxima novela?". "Bueno, ya veremos, ésta
se me resiste". Puede que la tranquilidad no fuese tan posible
en este bar, donde a cada momento alguien saludaba a Paco, le
pedía un autógrafo o le invitaba a algún
acto. Pero merecía la pena bajar al bar de la esquina.
Siempre merece la pena bajar al bar de la esquina en un relato
corto.
Bueno, hijo, escúchame
sin prejuicios, porque lo que te voy a contar te va a dejar de
piedra. Que lo creas o no es asunto tuyo (a lo mejor si me lo
contaran a mi, no lo creería). Pero así me pasó
y así te lo cuento. Llevaba yo cuatro años en la
revista, y al Director se le ocurrió que, aprovechando
ciertos sucesos paranormales, debíamos hacer un reportaje
sobre la figura de Aitor el Rojo, el miliciano vasco muerto en
Málaga...
Niebla de humos
en el bar. Tabaco negro y rubio hermanados en el aire y cervezas
de distintas marcas en brindis por todos lados. Voces. En la calle,
quizás llueva o quizás no, pero no nos importa.
La charla es de lo más informal. Como buen literato, Paco
es ameno, ahorra descripciones inútiles y regala las palabrotas
justas en el momento justo.
*****
Miguel,
esto tiene cojones. El reportaje lo tendríamos que escribir
sobre nosotros en vez de sobre el Aitor éste. ¿Hay
algo más literario que dos materialistas dialécticos,
con todo el ateísmo científico y el marxismo filosófico
que llevamos a la espalda, buscando a un fantasma por las esquinas
de la judería de Málaga?
Paco, hostia, no empecemos
otra vez, que ya me has dado el viaje. Ya sé que esto no
nos llevará a ningún sitio de interés, pero
mira, existen unos rumores, nos hacemos eco de ellos, escribimos
sobre lo que sea sin meternos en mayores historias y ya tenemos
el reportaje: el Jefe contento y nosotros contentos, ¿trato
hecho?.
Hombre, quedaría
muy soso si no entrevistamos al espectro del Aitor éste.
Y después, ¿quién vendrá? ¿Buscaremos
a Gramsci, al Ché, a Sandino? ¿Por qué no
nos dedicamos al espiritismo político? Ganaríamos
más dinero, seguro. Podemos montar una empresa y nos pateamos
América Latina buscando mártires con los que hablar,
que allí ya se encargaron las derechas de que no faltaran.
Mira, me haría ilusión charlar con Zapata.
Me cago en la Orden,
no me jodas, Paco. Ya es bastante tener que hacer este trabajete
para encima tener que estar aguantándote a ti con tus gracias.
Reserva el ingenio para el reportaje.
Es que es muy fuerte,
hombre. se explaya en un arranque de sinceridad. Esto
no se hace: somos una revista de crítica progresista y
con reportajes como éste pareceremos una revista de ésas
de extraterrestres. Oye, ¿por qué no entrevistamos
en gran exclusiva al secretario general de la Unión de
Comunistas de Saturno? Igual nos ponen la estación MIR
a nuestro servicio, podemos hacer noche en la Luna y luego paseamos
por el anillo con banderas rojas cantando "La Internacional"...
Si vieras la cara que puso mi novia cuando le dije que iba a Málaga
a perseguir a un espectro que, además, es de izquierdas...
Creo que pensaba que íbamos a corrernos una buena juerga
tú y yo.
¿Sabes qué
te digo, Paquito? Vete a la mierda. Coge las cosas y vamos de
una puñetera vez al hotel, que no me gusta estar en medio
de la estación con las maletas, la cámara y todas
las cosas. Y encima aguantarte a ti.
Oye, estos días
vamos a compartir habitación... ¿por qué
no hacemos esta noche una tertulia con Lenin, Stalin y Trotski,
nos tomamos unas cañas y echamos pelillos a la mar por
el pasado? mientras recoge las maletas no ahorra comentarios.
Joder, cómo empieza
esto... No sé si nuestro prestigio saldrá bien parado
de esta aventura. De entrada, ya estoy harto de ti. Y no hemos
empezado.
En Málaga,
como siempre, hacía sol y el tiempo era muy agradable.
A pie marcharon desde la estación al hotel. La alegría
del sur es algo que en el norte ni intuimos.
Miguel y Paco
pasean por la zona de la Alcazaba. Paco conoce Málaga,
y siempre le gustó: la gente era algo descuidada, siempre
a su aire, era sitio de turistas despistados sacando fotos y se
respiraba cierto pasotismo bastante interesante. Ambos conocen
la puerta de la Aduana porque vieron fotos de la guerra, y vieron
cómo en este sitio se armaba al pueblo para combatir a
los fascistas. Se detienen a mirarla de cerca.
Miguel, una vez que ya
hemos dejado las maletas en el hotel y estamos más tranquilos,
por lo que más quieras, háblame del Aitor éste.
Porque lo único que sé de él es que era un
miliciano vasco al que mataron aquí de modo brutal y dicen
que se aparece por la noche cerca de aquí.
Vaya, hombre. ¿Eres
tú el que me exige siempre rigor profesional, y todavía
no sabes quién es el tipo éste del que debemos hacer
el reportaje?
Bueno, por eso te pregunto.
A ver, cuéntame mientras tiramos para La Malagueta, que
es un sitio bonito. -Bajan por detrás del Ayuntamiento
y caminan para la playa de La Malagueta.
En fin, hagamos historia.
Vamos a ver. Aitor era un militante comunista que llegó
a Málaga antes de la guerra desde su Barakaldo natal. Hasta
ahí bien, ¿no, compañero?
Venga, que vamos bien.
Sigue.
Era tipógrafo,
como buen izquierdista. Un tipo interesante, pensaba mucho, pero
tuvo problemas en su tierra: era muy crítico con el nacionalismo
vasco y eso le generó antipatías importantes incluso
en aquellos años. Solía repetir que no sabía
si Euzkadi era una nación, pero que tampoco le importaba
demasiado, porque él era internacionalista. Los problemas
de los de abajo son los mismos en España, Euskal Herria,
Francia, Córcega o donde demonios sea, solía recordar.
Entendía el euskera, e incluso escribía versos en
euskera, pues decía que para engrandecer una lengua había
que escribir buena literatura con ella, y no insultos en las paredes.
Pero tuvo problemas con el PNV: decía de sus miembros que
eran de la misma calaña ideológica que las derechas
españolas, que tenían el mismo miedo a los comunistas
y a los cambios sociales, o más miedo que ellos todavía,
y que su única diferencia era que llevaban txapela y algunos
te decían al verte cosas cosas como "agur", "egunon",
"gabon" o se llamaban Patxi, Xabi, Antxon, Mikel o Nekane.
Él podía decir estas cosas, porque era vasco, pero
siempre decía que no quería ser un vasco de verbena.
Decidió irse de Euzkadi y quería ayudar allí
donde estuviesen los pueblos más desgraciados de España:
pensó ir a Galicia, a Extremadura o a Andalucía.
Y al final vino para acá.
Vaya mente abierta, chico.
Para entender el laberinto vasco de esa forma y en esa época
ya hay que tener visión...
Pues sí, la verdad,
y no le faltaron cojones, además. Será habitual
en su vida. Aquí se instaló, comenzó a trabajar
en una imprenta cerca de Calle San Juan, se conectó con
las organizaciones comunistas y empezó a escribir en las
revistas progresistas. Firmaba con su nombre de guerra de toda
la vida, que resaltaba todavía más en el sur: era
"Aitor el Rojo".
Ahí es nada, toda
una declaración de principios. Parece un pirata, jejeje.
Cuando se sublevaron
los generales, se encuadró en las milicias y comenzó
a compaginar su labor en la imprenta con la de articulista y con
la tarea típica del frente.
Y supongo que sería
un miliciano ejemplar, sin prevalerse de privilegio alguno y de
los que evitaron muertes inocentes que iban a ser provocadas por
descontrolados.
Efectivamente, estás
en lo cierto. A más de uno y a más de dos salvó
la vida. A veces entrando en conflicto con su propia gente. Que
luego nadie se lo reconociera es otro tema. En las guerras ya
se sabe, es lo que pasa. Cuando entraron los nacionales no le
dio tiempo a salir, siquiera: le delató un cura, e inmediatamente
fue capturado. Ni le juzgaron: se lo llevaron cuatro señoritos
falangistas a Gibralfaro, y como era conocido por su carácter
abierto pero también por su valentía, se rieron
de él, debatieron con él sobre política (es
un decir: fue una especie de intento fallido de confesión
de errores, según parece) y, después, lo castraron
todavía vivo, para que fuese consciente de lo que ocurría.
Le mataron y, una vez muerto, le sacaron los ojos y le cortaron
las manos.
Hijos de puta. Mira que
hicieron daño a los de abajo. Cuando me acuerdo de que
Franco se comprometió, durante el asedio de Madrid, a que
no cayera una sola bomba en el Barrio de Salamanca, mientras los
barrios obreros ardían y estaban plagados de muertos, me
hierve la sangre. Oye, pero fíjate qué simbólico
lo de Aitor: quisieron impedirle ver y escribir, aún después
de muerto.
Pues ésa es su
historia.
Bueno, pero algo más
habrá, porque si no, no estaríamos aquí.
Claro, hombre. Lo de
las apariciones. Dicen que desde entonces se aparece algunas noches
por la zona de la judería de Málaga, que era una
zona donde él solía ir a pasear de noche y a fumar
en pipa. Todavía hoy. Dicen que lleva una enorme mancha
roja en la entrepierna, producto de la herida, aunque conserva
sus ojos y sus manos, según dicen los que aseguran haberle
visto.
Imagino que tendremos
que patearnos la zona, y haremos entrevistas a gente que le conoció
y todo eso, ¿no?
De eso se trata. Los
compañeros de Málaga nos han concertado ya varias
entrevistas con ancianos que le conocieron, y con personas que
aseguran haberlo visto como aparecido, y yo creo que sería
interesante ir también para la judería alguna noche
a ver si hay suerte.
Eso va a ser lo más
grande, Miguel: perseguir a un fantasma rojo en noches de luna.
Igual podemos sacar algún poemario también de aquí.
Me cago en diez, no hay
quien te aguante. Oye, ¿por aquí no había
un sitio llamado "La casa del Guardia" donde ponían
vinos?. Dímelo y haz algo útil esta tarde...
Está lejos de
aquí, pero merece la pena el paseo. Anda, vamos. Así,
además, no tendrás que aguantar que hoy estoy muy
susceptible. Ya lo estás comprobando.
*****
Comenzamos la
ronda de entrevistas para obtener los datos oportunos para el
reportaje. Entrevistas, entrevistas, entrevistas. Escuchar a uno,
a otro y al de más allá, cada uno con su cantinela
particular. Primero a los que le conocieron.
Yo le conocí y era un
hombre justo. No me cobró el trabajo que me hizo porque
vio que en mi casa se pasaba necesidad. Un gran hombre, sin duda.
A mi padre le rebajó
tres pesetas porque tenía que comprar comida para mi madre,
embarazada y con seis hijos.
A mi me invitaba a café
cada mañana. Decía "vamos" y yo, por decencia,
le repetía que ya había desayunado, pero no era
así. Aunque me notaba la cara de hambre, nunca me lo hizo
ver, y me llevaba a la cafetería diciendo "a tu edad,
un segundo café por la mañana viene fenomenal".
Era un hombre grande.
Salvó del pelotón
de fusilamiento a un cura que era buena persona y ayudaba a los
necesitados. Luego fue otro cura el que le denunció, aunque
éste era un hijo de perra.
Política. Humanidad. Humildad. Datos, datos, datos. Monotonía.
Los que le habían
visto de aparecido no eran muy diferentes tampoco en sus testimonios.
Iba yo por Pedro de Toledo a
casa de mi cuñada una noche y veo a lo lejos la figura
de alguien muy erguido y con una gran mancha roja en el pantalón.
"¡Aitor el rojo!", pensé, porque ya mi
cuñada me había hablado de él. Venía
andando tranquilamente, como quien pasea. Sin embargo, me asusté
y di media vuelta corriendo.
Un señor con aspecto extraño me pidió fuego
para su pipa por calle Cister. Estaba algo pálido y lucía
una mancha roja en el pantalón bastante peligrosa. "¿Está
herido?" le pregunté, y me contestó "no
se preocupe, es que estuve matando un pollo en casa". Dio
las gracias y se fue. Estaba muy pálido. Luego supe que
era él, el Rojo.
Una y otra vez. Testimonios
muy parecidos. Una y otra vez.
Mira, Miguel,
yo creo que ya tenemos material de sobra. Con esto podemos montar
ya el trabajo, ¿no te parece? Porque no querrás
que también vayamos buscando al fantasma por la Alcazaba,
¿verdad? Mira, yo echo de menos a mi novia, y ya lo tenemos
todo, ¿te parece si mañana por la mañana
volvemos a casa?
Me parece bien, Paco,
pero... esta noche me interesaría que volvieras tarde.
Es que, ya sabes... hoy conocí a una malagueña morena
y le dije que estaba aquí alojado, yo solo, que era representante
de productos farmacéuticos. En fin, ya me entiendes...
Tremendo. ¿Y a
qué hora quiere el caballero que vuelva? A ver, calcule
usted cuánto tardará en convencer a su dama para
la cópula, galán norteño. Cuánto tiempo
necesita para hacerlo, al menos, un par de veces, no se sobrevalore
el señor...
¡Joder, Paco! Que
yo soy soltero, coño, entiéndeme. Pareces un santurrón...
Bueno, ahí te
quedas galán, para que te afeites, te eches colonia, estés
muy guapo y triunfes. Hasta luego.
Y me fui, qué remedio.
Cené en Tormes, por calle San Agustín, comida casera.
Parecía que, en cualquier momento, me iba a salir el Lazarillo
con su ciego. Cerca, el Obispado ("anda que éstos
siempre han sabido administrar la caridad. Si Jesucristo volviera
al mundo lo mataban otra vez, para seguir gestionando bienes en
su nombre. En el Vaticano la propia Guardia Suiza le pediría
los papeles"). Estaba bonita la catedral a esa hora, y completita,
con su cruz dedicada a José Antonio y todo (sin apellidos
sólo hay un José Antonio en este país). Y
me vino a la mente la idea: ¿por qué no adentrarme
en la judería, a dos pasos de allí? Más científico
por mi parte imposible: sólo creería aquello que
pudiese comprobar. A ver si Aitor se me aparecía. Y me
encaminé para allá, pensando que así debía
actuar un científico: sin supersticiones, comprobando lo
que quería creer. Aunque con la convicción de que
Miguel estaba pasándolo mejor que yo.
Cogí por Pedro de Toledo y tiré hacia el fondo.
Todo estaba muy oscuro, y las casas tenían un aspecto amenazante,
no sé por qué. Desemboqué en un jardincito
que nunca supe cómo se llamaba, en calle Alcazabilla, donde
había una estatua de un tal Iben Gabirol o algo así.
Y allí estaba: el mismísimo
Aitor sentado en un banco de piedra, con aspecto triste, la mirada
perdida y una gran mancha roja en la entrepierna. Me acerqué
a él.
¿Tendría
usted fuego, amigo?
Sí, claro. Tenga
y me ofreció fuego. Me senté junto a él.
No te importará
que te acompañe, ¿verdad, Aitor?
Para nada si los
espectros pudiesen sorprenderse, yo diría que éste
lo hizo. ¿Me conoces?
Estoy aquí por
ti. Tengo que escribir sobre ti. Pero tengo problemas de creencias:
según mi ideología, tú no deberías
existir. Yo no debo creer en tu existencia actual.
¿Otro ateo? Madre,
somos legión. No te preocupes, que Dios no existe. Es una
forma de engañar a las beatas para que dejen algo en el
cepillo, y a los enfermos para que vayan tranquilos a la muerte.
No más. Pero sí existe un Más Allá,
eso sí.
Vaya... se me notaba
descolocado, no esperaba esto.
Oye, no te preocupes,
yo tampoco creía. Pero es bonito, te explico cómo
es. Cada uno tiene su Más Allá: depende de la vida
que llevara y de sus intereses en la tierra.
Explícate, Aitor,
no te entiendo.
Es fácil.... esto...
¿cómo te llamas?
Paco, perdona por no
presentarme le di la mano. Estaba frío.
Pues es fácil,
Paco. El Más Allá no es más que la prolongación
de la vida, pues desarrollarás aquello que te interesara
en vida. Para bien o para mal, claro. Si uno es aficionado a los
libros y fue una buena persona, su Más Allá será
disfrutar de los mejores libros, todo lo que nunca pudo imaginar.
Si fue mala persona, será estar sin libros, o rodeado de
libros pero de escasa calidad, y eso le acarreará sufrimiento.
Interesante. Puedo creer
en esto y seguir sin creer en Dios y todo. Interesante...
Algunas Eternidades son
graciosas: conocí a unas personas que intentaron en su
vida trepar a toda costa en sus trabajos y su Más Allá
ha sido convivir en una oficina cerrada desde fuera con otras
personas iguales a ellas. Tenías que ver las puñaladas
que se daban por trepar... ¡jajaja!. Una Eternidad así
es insoportable.
No pude disimular la sonrisa: imaginaba el Más Allá
de Miguel...
¿Y el tuyo, Aitor,
cómo es?
El mío es algo
difícil, porque fui muy inconformista siempre, supongo
que me conocerás. Yo vivo rodeado de libros, muchos y maravillosos,
pero sufro mucho: tengo la impresión de que no tengo tiempo
de leerlos, porque cuanto más avanzo en mis lecturas, más
libros y más interesantes aparecen en mi casa ultraterrena.
Estoy condenado a aprender eternamente, y conforme más
cosas sé, más disconforme estoy con lo que me rodea.
Por las noches suelo venir a pasear para despejarme, y así
tengo algún contacto con la gente. No quiero asustar a
nadie, pero necesito charlar de vez en cuando con alguien. Para
eso necesito ateos: personas que hablen conmigo de igual a igual
y sin creer en mi existencia. Los otros rezan, se asustan... y
no hay quien charle.
Pues es un placer para
mi. Me he informado sobre tu vida, y te admiro. Además,
debo escribir tu historia para una revista. ¿Me das permiso
para contar esta charla?
Por supuesto, Paco. Nadie
te va a creer y sonrió irónicamente, mostrando
una hilera de dientes blancos y muy bien situados.
Bueno, pero quiero hacerlo.
Por cierto, Aitor: ¿te duele algo? dije mirando su
entrepierna ensangrentada.
No. Si lo dices por la
herida, no, no te preocupes, no duele. Me conservo como en el
momento en que dejé la vida. Sabrás que después
me mutilaron más, pero ya estaba muerto, así que
no influyó en mi aspecto de ultratumba. Menos mal, porque
no sé qué hubiera hecho sin ojos.
Fueron unos hijos de
puta. Y el cura más: se supone que debe servir a los demás.
Al cura me lo encontré
cuando murió. ¿Sabes cuál fue su Eternidad?
Estaba condenado a sentarse a una mesa y ver cómo a otros
le servían manjares y a él unas pocas verduras.
¡Tendrías que haber visto cómo sufría,
y el mal aspecto que presentaba!
¿No le echaste
nada en cara?
Mira, aquí no
tengo sitio para el rencor. Nunca lo tuve, menos ahora. Fui irónico:
le dije "padre, gracias por segarme la vida cuando no estaba
corrompido por nada: así puedo disfrutar de un Más
Allá puro". Me miró con tristeza y siguió
su camino.
Y seguí hablando con Aitor hasta las seis de la mañana.
De todo: de política, de religión, de sexo, de la
vida, de la muerte... De repente, vi que estaba clareando, y debía
marcharme. Me daba pena dejarle allí solo: no era un fanático
resentido por su muerte, sino un hombre renacentista, capaz de
pasar de Botticelli a Mao y de Uslar Pietri a Lázaro Cárdenas
en menos de medio segundo. Experto en el siglo XV italiano, además.
Por mi no te preocupes,
ya amanece, y me acaban de traer un buen montón de obras
de Borges y Cortázar que parecen excelentes. Así
que debo marchar ya para casa, pues voy a estar ocupado. Lo malo
es que sufro, porque tengo a Benedetti y a Martín Luis
Guzmán postergados. No doy abasto: ellos siguen escribiendo
y me cuesta seguirles.
Aitor, ha sido un placer.
¿Sabes? Es precioso haber charlado contigo, aún
cuando creyera firmemente en tu inexistencia.
A veces las cosas no
son lo que parecen.
Pero piensa que se me
ha caído un mito y siento cómo se tambalean alguna
de mis convicciones. Debo dejar asentar lo aprendido esta noche
y ver cómo influirá en mi.
Sí, Paco, pero
no renuncies a lo bueno en lo que crees. Piensa que te estoy describiendo
el Más Allá, pero Dios no existe, también
te lo estoy confirmando. Si existiera un Cielo, además,
tendría que ser para los que, como nosotros, nos damos
a los necesitados sin mirar más. Sigue firme: queda mucho
por hacer en la tierra, compañero.
Sí, compañero
-no sé por qué, esta camaradería me emocionó.
Nos dimos un fuerte abrazo y le vi alejarse por calle Alcazabilla
para abajo, mientras el camión de la basura hacía
su trabajo y alguien regaba la calle en plena madrugada. Antes
de que volviera el trasiego de coches propio de la mañana.
Volví al hotel y Miguel estaba despierto. Preocupado, una
vez terminada su cita.
¿Dónde andabas?
preguntó inquieto. Estaba preocupado.
Por ahí tomando
algo y pensando en Aitor. Vengo cargado de ideas para el reportaje.
Supongo que no me habrás echado demasiado de menos, ¿verdad?
Si te parece, me echo un rato y cuando me levante volvemos a casa,
¿vale?
Me miró con cara de extrañeza, como pensando "qué
habrá bebido éste".
La semana siguiente, "Caperucita Roja" publicaba el
reportaje más leído de su historia, sobre la figura
de Aitor el Rojo: pensamiento, vida y... milagros.
*****
¿Volviste
a verle, Paco?
Volví un par de
veces, y charlamos sobre muchas cuestiones. Le gustó el
reportaje (¡lo recibió!). Sin embargo, dejó
de aparecer por la judería malagueña. Seguramente
tenía muchos más libros por leer que de costumbre.
Recuerda que ésa era su Eternidad.
Seguramente comenté
fascinado. Esta historia no me la esperaba. Paco, eres la
persona más interesante que he conocido nunca.
Sin duda has conocido
pocas, muchacho. Ya tienes material para tu trabajo, ¿no?
Tengo material para más
de un trabajo, Paco -le comenté agradecido.
Salimos del bar. No pudimos abonar la consumición, porque
no nos lo permitieron: estábamos en casa. Paco siempre
estará en casa en el bar de la esquina.
Nos abrazamos, él volvió
a casa y yo doblé la esquina. Mi artículo también
fue un éxito, y confieso que he ido a Málaga a pasear
por calle Alcazabilla a altas horas de la noche. Sin embargo,
nunca encontré a Aitor el Rojo. Pero no desespero. Soy
joven.
Antonio José
Quesada Sánchez
Málaga (España)
Copyright ©2003 Antonio José Quesada
Sánchez