El perro
La tarde era templada.
Junto a la acequia,
por la estrecha vereda
un hombre caminaba.
Al llegar frente al molino de agua,
al lado de una higuera,
encontró un perro
sujeto por una cadena
a una podrida estaca.
Ni ladró, ni chilló,
el cautivo animal;
quedó tranquilo
a sus ojos
mirando fijo.
Grande fue la aflicción
que el hombre sintió.
En un primer momento
en liberarlo de su prisión
el entristecido caminante pensó.
Mas, temiendo que tuviese dueño,
fue la cobardía la que le impidió
cumplir con su primera resolución.
Avergonzado de su debilidad,
implorándole perdón,
dirigió tímida su mirada
a los ojos del infortunado animal.
Y entonces mayor fue el dolor
que asoló su corazón,
pues en el reflejo de aquéllos
pudo nítidamente contemplar
que, si una era la cadena
que al perro sujetaba,
tres eran los yugos
que sobre su cuello pesaban:
el de la culpa,
el del miedo
y el de la pena.
De regreso a su casa,
eran sus pasos rápidos,
y para sus adentros
repetía cual poseso:
"¡soltad al perro,
soltad al perro!".
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