Carente de preocupación

El pasado martes
en un bar del centro
me encontré
con el célebre hombre
carente de preocupación.

No me pareció
ni alto,
ni guapo,
ni joven,
ni rico.

Estaba tomando un café.

Al acabar, se levanta.
Confiado
se dirige al mostrador,
pues no es él,
sino sus piernas,
las que lo sostienen.

Paga su consumición.
Y algo le dice al camarero.
Lo hace tranquilo,
porque no es él
quien sus frases construye,
sino que simplemente
deja que el lenguaje
a través de su boca hable.

Al rato,
abre la puerta
y se marcha sosegado,
pues no es
entre sus manos
donde está el destino,
sino que sabe
que es Otro
quien mueve los hilos.