Mundo oscuro
No sabes, Alicia,
cómo me alegro
de que hayas muerto.
Hasta aquella tarde
nunca sospeché el porqué,
pero nunca te pude ver
como a una mujer.
No te rías, Alicia;
fuimos novios
y era la edad de la pasión,
bien lo sé;
fundimos nuestros cuerpos
muchas veces,
en eso tienes razón;
pero nunca te tuve, Alicia,
siempre quedabas lejos,
más allá,
no sé dónde,
mucho más allá
incluso de ti.
Y fue aquel domingo
cuando lo descubrí.
Recuerdo la tarde gris;
nuestra cita,
como siempre,
era clandestina.
Habíamos quedado
en un café.
Yo, como de costumbre,
me adelanté.
Decidí esperarte
en la calle;
crucé a la acera de enfrente
y en un portal agazapado,
casi como un malhechor,
me escondí
para verte de verdad;
tanto era
lo que te quería.
Por dónde supuse
llegaste;
caminando tranquila
bajo las arcadas,
con aquella trenquita azul;
sin darte cuenta, Alicia,
desprendías luz.
Y entonces súbitamente
por primera vez te vi,
mi pequeña colegial;
tu verdad, Alicia,
era aquella chiquilla,
nada más.
Sin poder remediarlo,
crucé la calle a la carrera,
te alcancé,
¡Cómo te reías, Alicia!,
y nos besamos.
Ya en el café,
sin saber por qué,
te empecé a decir
algo que parecía
no tener sentido.
"Alicia, te decía,
eres tan buena
que no deberías vivir,
ni haber venido
a este mundo oscuro";
y tú, mientras,
sonreías.
Y era tu sonrisa
la que delataba
que no eras tú
quien su niñez
conservaba,
sino que a ti
ella te guardaba.
No te diste cuenta
porque con hábil disimulo
lo encubrí,
pero desde aquella tarde
cuando te acariciaba
en mis manos
siempre había reparo.
Hoy se cumple un año
y nada te reprocho.
Te fuiste, Alicia,
a dónde debías;
a esos mundos
espléndidos de sol
a los que pertenecías.
No derrames lágrimas;
por favor, no llores,
que no es éste
un poema triste,
que es alegre.
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