El esperpento. Luces de Bohemia
Este auténtico género
dramático, el esperpento, hace su aparición en 1920
con Luces de Bohemia, y es la culminación del desarrollo
de un estilo del que pueden rastrearse vestigios desde las primeras
obras de Valle. No conocemos forma dramática más vigente
hoy, cuando el llamado "teatro del absurdo" nos parece
ya gastado y envejecido. En realidad, más que de un género
dramático, se trata de una estética y una visión
del mundo nuevas, que el propio Valle-Inclán caracterizó,
insuficientemente, así:
[Hay una manera de ver el mundo artística
o estéticamente] que es mirar el mundo desde un plano superior
y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores
al autor, con un punto de ironía. Los dioses se convierten
en personajes de sainete. Esta es una manera muy española,
manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo
barro que sus muñecos. Quevedo tiene esa manera. Cervantes
también [...] Y esta consideración es la que me movió
a dar un cambio en mi literatura y a escribir los esperpentos.
(ABC, 7-XII-1938)
Las
risas y las lágrimas nacen de la contemplación de
cosas parejas a nosotros mismos [...] Mi estética es una
superación del dolor y de la risa, como deben ser las conversaciones
de los muertos al contarse historias de los vivos [...] Todo nuestro
arte nace de saber que un día pasaremos [...] Yo quisiera
ver el mundo con la perspectiva de la otra ribera [...] Si nuestro
teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros sería magnífico.
Si hubiese sabido transportar esa violencia estética, sería
un teatro heroico como la Ilíada. (Réplicas de don
Estrafalario en Los cuernos de don Friolera).
El esperpentismo lo ha inventado
Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el
callejón del Gato [...] Los héroes clásicos
reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El
sentido trágico de la vida española sólo puede
darse con una estética sistemáticamente deformada
[...] España es una deformación grotesca de la civilización
europea [...] Las imágenes más bellas en un espejo
cóncavo son absurdas [...] La deformación deja de
serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta.
Mi estética actual es transformar con matemática de
espejo cóncavo las normas clásicas [...] deformemos
la expresión en el mismo espejo que nos deforma de cara y
toda la vida miserable de España. (Réplicas de Max
Estrella en Luces de Bohemia.)
Frente a la Galicia mítica
de las Comedias bárbaras y al grotesco mundo dieciochesco
de las Farsas, Valle elige para sus esperpentos como ámbito
y como tema a la España contemporánea y como procedimiento
la deformación desmitificadora. En las cuatro piezas denominadas
así por el autor encontramos otras tantas imágenes
de la patria reflejadas en el espejo cóncavo de la nueva
estética. Don Friolera y el Juanito Ventolera de Las galas
del difunto, por ejemplo, corresponden a las figuras deformadas
de sendos héroes literarios tradicionales. Pero es preciso
señalar el significado profundo de este mecanismo de "deformación"
que es, en realidad, paradójicamente, un procedimiento de
"revelación". Varios críticos coinciden
en señalar que es la imagen apariencial del mundo la que
es "deformada" precisamente para hacerla coincidir con
su verdadera figura. La deformación de la apariencia nos
da la realidad, una realidad (la historia, la vida española
contemporánea) grotesca y absurda. De ahí el significado
que cobra la vigencia del esperpento hoy, en nuestro mundo, y la
afirmación del sentido, profundamente moralizador de la producción
esperpéntica. Esa "matemática perfecta"
a que se atiene la deformación resulta de la íntima
fusión de una estética y una ética coherentes.
Junto a la deformación está
presente en el esperpento la voluntad estética de lograr
una obra de arte. Ello se refleja sobre todo quizás en el
tratamiento del lenguaje. "En el naufragio esperpéntico
de las cosas sólo se salva la palabra", escribe Salinas.
Los diálogos aparentemente más vulgares y realistas
presentan un alto grado dé elaboración literaria y
todos se plasman en un lenguaje personalísimo, al mismo tiempo
estilizado (heredero, en último término, de la renovación
múdernista) y poderosamente arraigado en las hablas "reales"
(como la madrileña en Luces de Bohemia). Ni de naturaleza
épica ni lírica, como vio también Lorca, la
suya es, según Unamuno, una "lengua de escenario y no
pocas veces de escenario callejero. ¡Cómo estalla en
sus esperpentos!" Sin embargo, es en las "acotaciones"
donde se pone de manifiesto más claramente esta preocupación
estético-estilística. Al "literarizarlas"
Valle produce una hipertrofia, que sigue constituyendo un problema
tanto desde el punto de vista teórico como en la práctica
a la hora de plantearse el montaje teatral de las obras. Y parece
insuficiente la explicación de que se trata de obras escritas
para ser leídas y en las que, por tanto, la acotación
debe suplir (con medios verbales) todo el conjunto escenográfico.
El esperpentismo no sólo,
como hemos visto, se viene configurando en la producción
anterior de Valle-Inclán, sino que también se puede
considerar hondamente arraigado en el panorama literario y artístico
europeo de fines del siglo XIX y principios del XX, emparentado
con el expresionismo pictórico y literario, el futurismo
italiano, el dadaísmo, Apollinaire, Pirandello, Kafka, muy
particularmente con Alfred Jarry, etc. Es de lamentar que la aportación
de Valle-Inclán no fuera ni sea tenida en cuenta (por desconocimiento)
en todo su alcance, particularmente fuera de nuestras fronteras.
Su resistencia a la traducción no puede justificarlo. El
mejor dramaturgo español del siglo XX nos parece también
el autor cuya creación dramática se aproxima más
al teatro soñado más tarde por Artaud (¡Qué
repertorio el de Valle para un "teatro de la crueldad"!).
Su obra parece contener elementos procedentes o precedentes de todas
las corrientes dramáticas del siglo, incluidos el teatro
épico y el teatro del absurdo y supone una inequívoca
ruptura con la tradición aristotélica en el drama,
la aportación de interesantes formas dramáticas de
"distanciamiento" y antiilusionismo en general, la liquidación
en profundidad del espacio escénico convencional. Lo más
llamativo quizás de su aportación al teatro europeo
sea la interpretación de los dos aspectos, social y existencial,
en que este aparece polarizado (Shaw y Brecht de una parte; Pirandello
y Beckett de otra, para entenderse). Los dos elementos, hombre y
mundo, se encuentran integrados en armónica coordinación
en el teatro de Valle-Inclán, que consigue ser radicalmente
"comprometido" sin renunciar a la fuerza y la autenticidad
vital, que se desarrolla inseparable de la experiencia histórica
y los movimientos sociopolíticos sin ser "didáctico",
que es a la vez "épico" y "dramático",
"político" y "del absurdo", trágico
y crítico.
Luces de Bohemia, la pieza
fundacional del esperpento, puede ser considerada también
la obra maestra de la dramaturgia valleinclanesca. En ella advertimos
una interior dualidad que se manifiesta, formalmente, en una especie
de pugna entre elementos "humanizadores" de raíz
naturalista y otros caricaturescos, distanciadores, en la línea
del grotesco puro, del esperpentismo. En la puesta en escena (cuasi-estreno)
de 1971, en Madrid, los actores que interpretaban a los dos principales
personajes,
serían la encarnación de esos dos polos o imágenes
de la obra: [Carlos]Lemos propondría un Max Estrella humanizado,
caliente, casi sudoroso;[Agustín] González, un don
Latino grotesco, distanciado, gesticulante. La diversidad de sus
interpretaciones correspondería a esta dualidad formal
de Luces de Bohemia
(José MONLEON).
También en el plano de los
contenidoss. podría advertirse una doble dimensión,
trágica y social. La obra contiene, desde luego, una dosis
considerable (que sorprende todavía) de denuncia y crítica
social; es una "portentosa radiografía. de la sociedad
contemporánea y de los años juveniles de Valle-Inclán
en particular", como ha escrito Zamora Vicente, que sostiene
que todo lo que ocurre o se dice en Luces de Bohemia aconteció
y se dijo, en serio, realmente. Pero al mismo tiempo la obra es
la tragedia de un personaje que posee la dignidad de los héroes
clásicos, el artista ciego Max Estrella, "el primer
poeta de España", en un mundo degradado, mezquino y
vulgar donde es imposible. la nobleza, lo extraordinario, un mundo
regido por la estupidez, la arbitrariedad y la injusticia.. Víctima
de una fatalidad. también degradada ("la carta del Buey
Apis") frente a la que no puede ni rebelarse ni rendirse heroicamente,
al "agonista" no le queda sino estallar de impotencia,
de rabia y de vergüenza (impotencia ante El preso en
la escena VI, rabia en el centro del "círculo infernal"
de la escena callejera IXí] y vergüenza al aceptar un
"sueldo" injustificable del Ministro de la Gobernación
[escena VIII], por ejemplo). Su muerte misma, en fin, se verá
degradada: su inseparable lazarillo, su "perro" (como
él mismo le llama), don Latino, le roba la cartera; su muerte
es confundida con una borrachera ("LA PORTERA: Es don Max el
poeta, que la ha pescado") y en su "velorio", clímax
tragicómico de la obra, el "fripón periodista
alemán, fichado en los registros policiales como anarquista
ruso" Basilio Soulinake, se empeña en negar la
muerte del poeta ("¡Mi amigo Max Estrella no está
muerto! Presenta todos los caracteres de un interesante caso de
catalepsia").
La acción de la obra se desarrolla
en un período de tiempo reducido, próximo a la medida
clásica, desde la "hora crepuscular" de un día
hasta la noche del siguiente. Por el contrario, los lugares escénicos
se multiplican, definiendo una estructura dramática "episódica"
integrada por la sucesión de quince cuadros que Valle denomina
"escenas". El rasgo (común a estos espacios será
también el de su carácter degradado, comenzando por
el "guardillón con ventano angosto" en que malviven
el poeta ciego, su mujer y su hija (Esc. I) y que abandona Max,
acompañado de don Latino, para iniciar un recorrido (que
adivinamos cotidiano y que será el último) por el
Madrid bohemio y nocturno, que tan bien conoció Valle. Las
"estaciones" del auténtico "via crucis"
de Max serán, sucesivamente, "la cueva de Zaratustra",
librería (Esc. II) cuyo dueño, junto con don Latino,
timan al poeta aprovechándose de su ceguera; la taberna de
Pica Lagartos (Esc. III), donde Max empeña su capa para comprar
un décimo de lotería a la Pisa-Bien; la "calle
enarenada y solitaria" (Esc. IV) donde se producirá
el encuentro con los "epígonos del Parnaso Modernista"
y el episodio central de la detención de Max Estrella "por
la arbitrariedad de un legionario, a quien pregunté, ingenuo,
si sabía los cuatro dialectos griegos", dando entrada
a una parte en la que se produce la confrontación del poeta
bohemio con el mundo institucionalizado: en un zaguán del
Ministerio de la Gobernación (Esc. V) del que pasa a un calabozo
(Esc. VI) mientras don Latino y los "niños modernistas
visitan la redacción de El Popular" (Esc. VII), para
terminar entrevistándose en la "secretaría particular
de su excelencia" con el Ministro, que aparece "en mangas
de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto, y los quevedos
pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole
sobre la panza" (Esc. VIII). Todavía, ya libre Max,
el café Colón, donde se encuentra con Rubén
Darío (Esc. IX); un "paseo con jardines" por el
que "merodean mozuelas pingonas y viejas pintadas como caretas"
(Esc. X); "una calle del Madrid austriaco" donde la conciencia
de Max siente la injusticia y la tragedia pesando, como antes sobre
El preso que conoció en el calabozo, ahora sobre "una
mujer, despechugada y ronca, [que] tiene en sus brazos a su niño
muerto, la sién traspasada por el agujero de una bala"
disparada por la policía en una revuelta callejera (Esc.
Xl); y, finalmente, el umbral mismo de su casa, donde muere ante
la insensibilidad y estupidez de su "sombra", don Latino
(Esc. XIII).
Aún asistimos a tres cuadros
finales: el velorio de Max, en el que la aparición de don
Latino, borracho, hace que la fusión de patetismo y grotesco
alcance una cima; la conversación entre el Marqués
de Bradomín y Rubén Darío en el cementerio
con el contrapunto de los dos sepultureros (Esc. XIV), de evocación
shakesperiana; y, para terminar, el triunfo de la mediocridad, la
infamia y la sordidez en la escena tabernaria (Esc. XV) que se desarrolla
en un ambiente de "lobreguez con un temblor de acetileno":
el décimo de Max ha sido premiado y cobrado por Latino, que,
seguramente, se beneficiará también del trabajo literario
de aquél ("¡Yo he tomado sobre mis hombros publicar
sus escritos! ¡La honrosa tarea! ¡Soy su fideicomisario!");
la mujer y la hija del poeta se suicidan, cumpliendo la propuesta
que él mismo hacia ("Podemos suicidamos colectivamente")
al comienzo de la obra, que termina con estas réplicas:
DON
LATINO: ¡Absurdo! ¿Por qué habían de
matarse?
PICA
LAGARTOS: ¡Pasaban muchas fatigas!
DON
LATINO: Estaban acostumbradas. Solamente tendría una
explicación.
¡El dolor por la pérdida de aquel astro!
PICA
LAGARTOS: Ahora usted hubiera podido socorrerías.
DON
LATINO: ¡Naturalmente! ¡Y con el corazón que
yo tengo,
Venancio!
PICA
LAGARTOS: ¡El mundo es una controversia!
DON
LATINO: ¡Un esperpento!
EL
BORRACHO: ¡Cráneo privilegiado!
Los personajes de la obra integran
un retablo de "héroes bufos" y payasos trágicos",
"fantoches" y "peleles", representantes de la
ciudad contemporánea en su totalidad, del que se destaca
en primer término la figura del poeta ciego, acompañada
de su "doble", su inseparable parásito don Latino
de Hispalis, "fantástica intensificación de vicios
humanos que en su totalidad forman a un personaje auténticamente
grotesco" que "es toda una subversión de la humanidad"
(Greenfield). Max sufrirá a lo largo de la obra un proceso
que se puede poner en relación con el seguido por el autor
en su vida, proceso de progresiva toma de conciencia y "compromiso"
con la realidad social, abandonando (condenándola) su "torre
de marfil" de artista. Así debe entenderse su exclamación
al encontrarse, en el "circulo infernal" de la escena
XI, con las que son, según El tabernero, "desgracias
inevitables para el restablecimiento del orden":
MAX:
¡Canallas!... ¡Todos!... ¡Y los primeros nosotros,
los
poetas!
En esta misma escena se ofrece una
representación de la sociedad aburguesada de la España
moderna en el coro de personajes (El tabernero, El empeñista,
El retirado), a los que habría que añadir otros como
Pica Lagartos o Zaratustra, pequeños burgueses identificados
con el "orden", instalados en la vulgaridad, insensibles
a la "cólera trágica" de La madre del niño,
solidarios del comentario de don Latino y acreedores de la réplica
de Max.:
DON
LATINO: Hay mucho de teatro.
MAX:
¡Imbécil!
Valle
utiliza la técnica, característicamente paródica,
de la disimulación de nombres conocidos en la construcción
de sus personajes, pero dando algunos datos que permiten a los lectores
familiarizados con el mundo "traspuesto" a la obra reconocerlos.
El modelo para Max Estrella y su familia son el escritor Alejandro
Sawa, que murió ciego y loco en 1909, y la suya. En don Latino
quiere ver Zamora Vicente, en cuyo libro (citado) pueden encontrarse
justificadas y detalladas estas "claves", la otra cara
del propio Sawa, frente a las diversas atribuciones de otros críticos.
Tras don Gay se puede reconocer a Ciro Bayo y tras Zaratustra (nombre
que nos remite al filósofo que tanto marcó a la juventud
del noventa y ocho), al librero Pueyo. Dorio de Gadex es el pseudónimo
que utilizaba Antonio Rey Moliné como poeta y bohemio, una
de cuyas manías era hacerse pasar por hijo de Valle-Inclán.
Ya se señaló antes a Julio Burelí como la contrafigura
del Ministro. Basilio Soulinake es el ruso emigrado Ernesto Bark,
anarquista, amigo de Sawa, que escribió de él: "hombre
al que mi rostro social no fue antipático y que es inmensamente
hombre de corazón y de cerebro". Tras el personaje mencionado
como El Buey Apis sugiere Zamora Vicente ver al P. Coloma, novelista
"oficial", en cuya novela Pequeñeces se
llama así al Ministro de la Gobernación. En el Marqués
de Bradomín, de la escena XIV, se produce la identificación
de autor y personaje. Todavía El preso, cuando dice llamarse
Mateo, parece evocar la figura de Mateo Morral, el anarquista que
arrojó una bomba al paso del cortejo nupcial de Alfonso XIII.
Lo mismo que de los personajes cabria
decirse de los hechos. En lo anecdótico podría
citarse la correspondencia entre la escena Ide la obra y la realidad
de que al fracaso de los intentos de Sawa por publicar su última
obra, Iluminaciones en la sombra, "y una carta donde
le retiraban una colaboración de sesenta pesetas que tenía
El Liberal, le volvieron loco los últimos días.
Una locura desesperada. Quería matarse", según
carta de Valle-Inclán a Rubén Darío. En otro
orden de cosas, el clima de la escena XI parece trasunto de la realidad
inmediata de las escenas callejeras que se producen en el Madrid
de 1920. Varias muertes de niños, similares a las de la obra,
se producen este año y el siguiente. En lo que se refiere
a la construcción de la obra "el prodigio de Ramón
del Valle-Inclán ha sido el de ensamblar, en un área
temporal reducidísima, recuerdos de diversas épocas"
-según Zamora Vicente- "y fundirlos con el presente
atenazante, y sacar de esa amalgama la dolorida, ejemplar lección".
J.J. Amate et al., Literatura española, Madrid,
1985.
|