Los caminos frustrados de la renovación
teatral
Durante las tres primeras décadas
del siglo XX se produjeron diferentes intentos de renovación
teatral por parte de autores tan eminentes como Valle-Inclán,
Unamuno, Azorín, Jacinto Grau y Gómez de la
Serna. La popularidad del teatro comentado hasta aquí, contra
el que se alzaba la obra, más original, responsable y moderna
de estos autores, impidió que pudieran llegar hasta la escena
(y, por tanto, hasta el público) las nuevas formas y problemáticas.
Su obra quedó circunscrita al drama, condenada a una existencia
"literaria" de la que sólo emergerá muchos
años después la poderosa dramaturgia de Valle-Inclán
para fecundar un teatro que, todavía en nuestros días,
no se encuentra a la altura precisa para mostrar satisfactoriamente
las virtualidades teatrales que contiene. Es en sentido teatral,
pues, y no literario, en el que se pueden calificar de "frustradas"
las obras de los autores antes citados, excepto la de Valle, que
resulta simplemente "aplazada". Podría decirse
de ellas en general que "no hay razones técnicas para
que no se representen en un escenario, pero [...] tampoco las hay
para que se representen. Nada tienen que ganar y sí mucho
que perder al exponerse a la luz de las candilejas en un teatro
comercial" (G. Brown, refiriéndose sólo a Azorín
y Unamuno).
Las piezas que Miguel
de Unamuno (1864-1936) escribió para el teatro son una prolongación
del trabajo artístico e intelectual que llevaba a cabo en
sus libros. A ellas traslada su temática literaria y filosófica:
la muerte y la angustia de la desaparición total, el problema
de la personalidad, el tema de la identidad y la soledad en su aspecto
más trágico. Dramáticamente intenta apartarse
de las formas naturalistas para lo cual se apoya en la tradición
de la tragedia clásica (Esquilo y Séneca, sobre todo)
y aplica un procedimiento de renuncia a todo elemento superfluo
u ornamental en la escena, en el lenguaje, en la acción y
en los conflictos, pasiones y caracteres de sus personajes. Este
reduccionismo o concentración esencial de los elementos dramáticos
dota a sus obras de un cierto esquematismo y carácter abstracto
que algunos críticos han señalado como defectos y
hasta como fundamento del fracaso de la dramaturgia unamuniana.
Fedra (1910) es una actualización y cristianización
de la obra de Eurípides. En La esfinge (1898) y en
Soledad (1921) encontramos, respectivamente, temas tan característicos
como el de la posteridad y la paternidad. El otro (1926)
plantea un caso de desdoblamiento de personalidad: un hermano gemelo
mata a otro sin que sea posible determinar quién es el asesino
y quién el asesinado, sin poder separar uno del otro. Como
dice el personaje: "No poder ser solo; ésa es la tragedia."
La noción de la personalidad múltiple, la dualidad
ser-representar o persona-personaje, tan arraigada en la mente de
Unamuno en teatro, sirve de base a su visión del mito de
Don Juan, es decir, a su obra El hermano Juan o el mundo es teatro
(1929). Pedro Salinas la resume asi:
Tal es el nuevo Don Juan que Unamuno
lanza al mundo. Angustiado por preocupaciones de ser o no ser,
de su modo de ser, de su verdad o de su sueño, inclinado
atormentadamente sobre sí mismo para buscarse su secreto
o su belleza, como Narciso, sin fe en sus poderes de seducción,
en los linderos de la realidad y de la vida, este Don Juan es
un gran personaje unamunesco, es en realidad un nuevo personaje
unamunesco, otro ser que camina, acuciado por el trágico
misterio de su personalidad, entre niebla.
Otras obras suyas son El pasado
que vuelve (1910), Raquel encadenada (1922), Sombras
de sueño (1926). Según Borel, en fin, Unamuno
no es un dramaturgo sino "un novelista-ensayista-poeta"
que escribe obras de teatro porque la transposición de la
escena le permite expresar mejor su pensamiento [...] Ello disminuye
ciertamente el valor escénico de [su] obra".
Azorín
(1873-1967), sin embargo, abordó el género dramático
con la pretensión específica de llevar a cabo una
experiencia de renovación teatral, de sentido netamente antinaturalista,
siendo lo fundamental para él "el apartamiento de la
realidad". La alternativa es un teatro antirrealista, abierto
a la expresión del mundo de la subjetividad y el subsconciente;
en definitiva, en la línea del surrealismo que ocupaba los
escenarios europeos. Su producción dramática fundamental
fue escrita entre 1926 (Old Spain) y 1930 (La guerrilla)
y no deja de resultar curioso que coincida su actitud literariamente
más vanguardista con la época de su instalación
ideológica en un conservadurismo definitivo (que se manifiesta,
por ejemplo, en su apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera). En
Comedia del Arte (1927) se presenta la contraposición
de realidad y ficción, de arte y vida, concluyéndose
que la verdadera realidad es el arte. El tema del tiempo, central
en Azorín, desempeña un papel importante y aparece
el tratamiento (tan inferior al de Pirandello) del "teatro
dentro del teatro". Sus dos mejores obras son Angelita
(1930) y la trilogía Lo invisible (1928), que se desarrollan
en una atmósfera de sueño (similar a la de las novelas
que Azorín escribió en este período),
donde se presentan personajes y acciones simbólicas. Mediante
el artilugio de una sortija "máquina del tiempo",
se propone en la primera una meditación sobre el tiempo,
construyendo la acción dramática en función
del tiempo teatral. Lo invisible desarrolla el tratamiento
del tema de la muerte en un prólogo y tres piezas en un acto:
La arañita en el espejo (la muerte como premonición),
El segador (la muerte como presencia inminente) y Doctor
Death, de 3 a 5 (la muerte como tránsito entre dos realidades),
todas ellas estrenadas por separado en 1927. En el teatro de Azorín
se advierte "un desnivel, insalvado e insalvable, entre las
ideas dramáticas y su realización" (Ruiz Ramón).
Jacinto Grau (1877-1958)
es, frente a los dos autores estudiados antes. un dramaturgo profesional.
Empeñado en combatir la trivialidad burguesa instalada en
el teatro español. comenzó contraponiendo a la fórmula
benaventina un teatro de pasión y aliento trágico,
en la misma línea que su amigo Unamuno, con obras como Entre
llamas (1905), El conde Alarcos (1907) y El hijo pródigo
(1917). En ellas, sin embargo, se advierte cómo la adopción
de la forma trágica no responde a una necesidad intrínseca
del tema, es decir, no sirve de cauce a la expresión de una
visión trágica del mundo. El lenguaje destaca por
las cualidades poéticas que consigue en una prosa muy estilizada.
Su obra más famosa es la "farsa tragicómica"
El señor de Pigmalión (1921), en la que se
advierte ya una tendencia a la conceptualización que caracterizará
su obra posterior. En 10.1 ya se habló del eco que despertó
esta obra, antes de representarse en España, entre personalidades
del teatro europeo de la talla de Dullin, Artaud, Capek y Pirandello.
Tras un prólogo en que satiriza a los empresarios teatrales
españoles, alérgicos al arte, Grau trata el mito de
Pigmalión en clave de farsa, planteando la relación
entre el artista y sus criaturas, que ya había abordado Unamuno
en Niebla y que sabría llevar a la escena con un máximo
de eficacia teatral Pirandello por las mismas fechas. El desenlace
vendrá dado por la rebelión de los muñecos
contra su creador, al que matan para conseguir la propia libertad.
En dos obras trató el dramaturgo catalán el tema de
Don Juan, en Don Juan de Carillana (1913) y en El burlador
que no se burla (1930). Esta última representa un límite
de la tendencia al drama "intelectual": en una serie de
escenas inconexas que ofrecen diversos aspectos del carácter
del personaje aborda Grau la exploración de la esencia donjuanesca.
En ella se advierten influencias del teatro expresionista alemán,
que se proyectará también sobre la producción
posterior, que terminará, tras la fase, menos interesante,
de 1929 a 1945 (Los tres locos del mundo, La casa del diablo,
Destino) con tres farsas que parecen enlazar con El señor
de Pigmalión: Las gafas de don Telesforo, Bibi Carabé
y la mejor de las tres, En el infierno se están mudando
(1958).
El nombre de Ramón
Gómez de la Serna (1888-l%3) ocupa un lugar en este panorama
de disidentes del teatro que se hacía en España a
principios de siglo, más por la significación renovadora
de su obra dramática que por la importancia de ésta,
inferior a las revisadas antes. Entre 1909 y 1912 escribe diecisiete
piezas breves (La utopía, Beatriz, El drama del palacio
deshabitado, etc.), en las que se advierte la presencia de elementos
simbolistas, modernistas, dadaístas y presurrealistas, junto
a un marcado pansexualismo. Después de una larga interrupción
estrenará en 1929 Los medios seres y publicará
su última pieza, Escaleras, en 1935. Su obra, carente
de consistencia dramática, significa para la historia teatral
española un baluarte más de resistencia y de protesta
antinaturalista.
J.J. Amate et al., Literatura española, Madrid,
1985.
|