La comedia costumbrista
Responde al intento llevado a cabo
por algunos autores de construir una fórmula dramática
que desarrolle, dignificándolos, los elementos del teatro
musical (zarzuela) y, sobre todo, del llamado "género
chico" (sainetes en un acto con partes dialogadas alternando
con números musicales), que lograba cotas muy altas de popularidad
en los años finales del XIX con obras como La verbena
de la Paloma (1894). Se trataba en definitiva de la versión
escénica, degenerada desde el punto de vista literario, del
cuadro costumbrista de tradición romántica y presentaba
rasgos característicos similares: predominio del "ambiente",
interés por lo pintoresco, personajes sin caracterizar (es
decir, "tipos"), substrato ideológico conservador,
etc. El "género chico" había nacido en la
escena española con la revolución de 1868 y moriría
alrededor de 1910.
Carlos Arniches (1866-1943) es el
autor, sin duda, más popular del "género chico",
al que se dedicó dilatadamente desde sus comienzos como autor
teatral en los momentos álgidos del "género",
especializándose en costumbres madrileñas (El santo
de la Isidra, 1898). La estructura dramática fundamental
de sus piezas, elaborada a partir de la tradición del sainete
madrileño, presenta la forma de un triángulo de fuerzas:
el chulo, el mozo humilde y bueno y, por último, la mujer
que ambos se disputan, cúmulo de virtudes populares. El desenlace
repetido será, claro está, la derrota o el ridículo
del chulo con el triunfo de los valores positivos: la honradez,
la bondad, etc., que representan los otros dos personajes. El mérito
fundamental que la crítica ha coincidido en atribuir a esta
producción es el de haber creado (no trasladado a
la escena) un lenguaje dramático divertido y rico, lleno
de fuerza teatral, cuya originalidad responde a una "dislocación
expresiva" conseguida mediante la deformación humorística
de vocablos y expresiones. Entre las piezas más acabadas
de su producción sainetesca se encuentran Las estrellas
(1904), La flor del barrio (1919) y Los milagros del jornal
(1924). En la segunda etapa de su producción elabora
Arniches un modelo dramático nuevo, la "tragicomedia
grotesca" (término de José Monleón), más
amplio y de estructura más sólida que el sainete y
que rompe con la manipulación del ambiente falsamente popular
de éste, abriéndose, desde el punto de vista ideológico,
a una cierta crítica social. Estéticamente, destaca
sobre todo la consecución de la caricatura grotesca como
resultado, no de la mezcla, sino de la "simultaneidad"
del elemento trágico y el cómico en una misma situación
o personaje (como ocurre también, salvando las distancias,
en el "esperpento" valleinclanesco). Junto a obras como
¡Que viene mi marido! (1918), Los caciques (1920),
La heroica villa (1921) o Es mi hombre (1921) destaca
dentro de la tragicomedia grotesca, como la mejor obra de Arniches,
La señorita de Trévelez (1816). Todo un sector
de la crítica, con Pérez de Ayala y Salinas a la cabeza,
ha elogiado primero y revalorizado después (sobre todo a
partir de la celebración de su centenario en 1966) la labor
teatral de Arniches. Dramaturgos actuales como Lauro Olmo y Carlos
Muñiz participan en el intento de "recobrar" su
teatro también desde la práctica dramática
incorporando deliberadamente procedimientos característicos
de este autor a sus propias creaciones.
Los hermanos Serafín
(1871-1938) y Joaquín (1873-1944) Alvarez Quintero realizaron
un trabajo de adaptación del sainete, sobre la base estética
de un naturalismo ingenuo, a su Andalucía natal, de la que
ofrecen una visión risueña y en la que cualquier conflicto
aparece desterrado. Ellos son los creadores, lo mismo que Arniches,
de un "falso" hablar madrileño, de la imagen de
una "Andalucía rosa", despreocupada, graciosa y
alegre, que tenía que triunfar e imponerse (dada la situación
de nuestra sociedad y nuestro teatro) en la misma medida en que
falseaba la tremenda realidad andaluza. Desde el punto de vista
formal, puede decirse que renovaron el género chico en su
abundante producción de piezas cortas (sainetes, pasos, comedias
en un acto, etc.) y elevaron la categoría literaria del lenguaje.
Su teatro, en el que
no encontramos ni caracteres en los personajes ni verdaderos conflictos
en la acción, concede prioridad al ambiente, al cuadro costumbrista,
cuya "pintura" se aborda desde un punto de vista sentimental
y pintoresco. No se puede dejar de reconocer, sin embargo, una notable
habilidad a los Quintero en la construcción teatral de sus
piezas, único punto en que podría fundarse una más
que dudosa supervivencia de su obra, de la que pueden recordarse
algunos títulos: El patio (1900), Las flores
(1901), Las de Cain (1908), Puebla de las mujeres
(1912), Mariquita Terremoto (1930), etc.
Pedro Muñoz Seca (1881-1936)
representa la derivación del género chico, con influencia
del "vaudeville", hacia una forma nueva, el "astracán".
Se trata de la búsqueda del efecto cómico a toda costa,
prescindiendo de la calidad literaria y rozando en contrapartida
las capas más profundas de la vulgaridad y la chabacanería.
Se comprenden así los éxitos obtenidos por las "astracanadas"
de Muñoz Seca que, desde el punto de vista ideológico,
se caracterizan por ser, en palabras del profesor Gerald G. Brown,
"burdas adulaciones al filisteismo burgués y a la propaganda
política de derechas".
J.J. Amate et al., Literatura española, Madrid,
1985.
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