BAJO EL SIGNO DE BENAVENTE
La liquidación de la vieja
fórmula del convencionalismo declamatorio y melodramático
es una tarea que de manera "efectiva" realizó en
el teatro español Jacinto Benavente. Es, sin duda, su obra
dramática la que consigue a finales del siglo XIX y principios
del XX actualizar la escena española poniéndola a
tono con el "realismo" imperante en la europea. Esta acción
innovadora, que es preciso reconocerle, cristalizó en la
creación, ya en los primeros años del actual siglo,
de un "sistema dramático" propio y ciertamente
nuevo, que conservó sustancialmente invariable hasta el final
de su larga vida de dramaturgo. Precisamente en la nota preliminar
a la publicación de las cuatro piezas que a sus ochenta y
cuatro años estrenaba la temporada 1950-51, escribe F. C.
Sáinz de Robles: "Puede afirmarse que el teatro de Benavente
es un teatro autónomo dentro de la trayectoria del
teatro español contemporáneo. Un teatro autónomo
con sus virtudes y sus defectos exclusivos". Únicamente
Valle-Inclán y García Lorca consiguieron, como Benavente,
crear, no sólo una obra dramática, sino una dramaturgia.
Si se tiene en cuenta que la de Valle-Inclán no pudo ser
asumida por el raquítico teatro de su época y que
la de Lorca se vio truncada, apenas nacía, por la doble desgracia
de la guerra civil y la muerte de su autor, se comprenderá
cómo el teatro del siglo XX en España discurre "de
hecho" bajo el dominio o el magisterio de la dramaturgia benaventina,
fijada ya prácticamente en 1903. Esta era seguramente la
expresión del compromiso entre un gran autor y el teatro
(público y crítica) mediocre, superficial, sin auténtica
inquietud cultural, de la burguesía. Ello no significa ni
que el drama benaventino ocupe la escena en exclusiva ni tampoco
que resulte indiscutido en el periodo que estudiamos. Las diversas
manifestaciones de la "comedia costumbrista" y el llamado
"teatro poético" coexisten con él durante
las primeras décadas del siglo. Pero incluso los autores
(como Grau, Unamuno o Azorín) que protagonizan un
intento de ruptura con su dramaturgia no dejan de definirse (aunque
por oposición) con referencia a él. No será
hasta los años en torno a la Segunda República cuando
Benavente como dramaturgo sea "dejado de lado" por los
nuevos y más activos escritores. Seria difícil sostener,
sin embargo, incluso en el teatro de postguerra, la inoperancia,
no del autor como tal, sino de su fórmula dramática.
Más bien nos parece detectar una huella demasiado profunda,
y no sólo en los autores del "drama burgués"
o, para entenderse, "de derechas" (Arrabal declara haber
aprendido a construir comedias leyendo a Benavente).
J.J. Amate et al., Literatura española, Madrid,
1985.
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