"SEMBLANZA DE LA II REPÚBLICA EN EL SETENTA Y CINCO ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO Y SETENTA DEL COMIENZO DE SU DOLOROSA Y TRÁGICA MUERTE"

SEMBLANZA DE LA II REPÚBLICA EN EL SETENTA Y CINCO ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO Y SETENTA DEL COMIENZO DE SU DOLOROSA Y TRÁGICA MUERTE

 

       La II República Española, proclamada la tarde del 14 de abril de 1931, por el Gobierno Provisional constituido al efecto, conforma un periodo capital y único de la Historia contemporánea de España. Periodo en que el dinamismo trepidante de la vida cotidiana ofrece el más vivo contraste con el inmovilismo bobalicón y artero de la época que le precede y el silencio estremecedor de las décadas que le siguen. Hombres y hechos que se suceden vertiginosamente son buena muestra de de la completa transformación que se intenta y acomete, tanto de las estructuras tradicionales del pais como de la conciencia de una sociedad que despierta y echa a andar tras un amplio periodo de anquilosamiento, retraso y parálisis. Tal es la importancia de cuanto en estos años ocurre que, lejos de perder interés con el paso del tiempo, aumenta su trascendencia a medida que una perspectiva más amplia nos permite valorar en toda su magnitud unos fenómenos que tan directas repercusiones siguen teniendo en la vida de todos los españoles.

       El 14 de abril de 1931 marca en España la divisoria entre lo viejo y lo nuevo, dado lo antagónico de las fuerzas políticas que antes y después pugnan en el seno de una sociedad que, tras centurias enteras de indiferencia y de abulia, cuando no de opresión, se siente libre y ganada por el ansia de vivir. De repente y al calor luminoso y festivo de su nacimiento entre canciones y alegría desbordante, los pueblos de España adquieren plena conciencia de su atraso, del profundo desfase entre sus estructuras económicas y sociales y las necesidades apremiantes de una nación moderna y en marcha, queriendo avanzar impetuosamente para salvar la profunda distancia que los separa de quienes caminan en vanguardia. Para bien o para mal, el soplo de la libertad hace que todo entre de pronto en discusión y quede sujeto al más riguroso análisis. Ideas y costumbres tradicionales son cuestionadas por caducas y estériles, para ser sustituidas por otras diametralmente opuestas, mientras los conservadores, aferrándose a sus posiciones habituales, se aprestan a combatirlas. Es un estallido de fuerza, de savia nueva y de juventud protagonizado por un pueblo que vive en un lustro lo que no ha vivido en dos siglos.

       En una explosión de incontenible vitalidad, trata de cambiar todo en la superficie y en el fondo del país: ritos, modas, relaciones sociales, comportamientos individuales y sentimientos colectivos. En una sociedad en plena ebullición, la mujer abandona el gineceo en que lleva siglos recluida y marginada y comienza a incorporarse al trabajo productivo alcanzando con el derecho al sufragio la plena igualdad política con el hombre. Se lucha denodadamente por la desaparición de las rígidas divisiones que separan y enfrentan a las clases sociales. Los trabajadores conocen sus derechos y los exigen como justicia debida y no como limosnera concesión de patronos y propietarios. Se defiende como signo de modernidad la separación de la Iglesia y el Estado con el objetivo de poner término a la secular influencia de aquella sobre éste. Los partidos políticos de la Restauración se hunden en el olvido surgiendo nuevas agrupaciones de izquierdas y derechas. Hay un ansia irrefrenable por adquirir mayores conocimientos y cultura; todas las escuelas que se crean –y nunca se habían creado tantas en España en tan corto periodo de tiempo- resultan insuficientes, mientras que el analfabetismo comienza a descender vertiginosamente gracias a la acción decidida de los poderes públicos y de los partidos políticos y sindicatos que convierten sus sedes en escuelas de alfabetización de la clase obrera. Todo esto en medio de las dificultades y angustias de una crisis económica internacional, acentuada en España por la evasión masiva de capitales y por las maniobras y sabotajes de unas oligarquías que ponen todo su afán en hacer fracasar al nuevo régimen impidiendo su afianzamiento y consolidación.

       Mientras el Gobierno provisional dicta las primeras disposiciones y establece el estatuto jurídico de la nueva República, las Cortes Constituyentes reúnen en su seno a la inmensa mayoría de lo más granado de la intelectualidad española del momento. Hombres y mujeres que, imbuidos buena parte de ellos de las ideas liberales del siglo XIX parecen resueltos a dotar a España, por vez primera en su Historia, de un verdadero régimen de libertades sin trampa ni cartón, con sufragio universal y abolición definitiva del caciquismo del régimen de la Restauración, convirtiéndola de paso en un país moderno y progresista que no mirara hacia el pasado sino al futuro, abierto a todas las grandes innovaciones y revoluciones de su tiempo: cambio de estructuras y mecanización del campo y revolución en el transporte, en la industria, en la educación y en la mejora moral y material de los españoles.

       De este modo, trascendida por encima del tiempo y del espacio, la II República Española, en su espíritu y en su significado, sigue viva entre los españoles setenta y cinco años después de su nacimiento y setenta después del doloroso y dramático comienzo de su muerte. Entre 1931 y 1936 un pueblo viejo de siglos como el español, se transfigura y rejuvenece con el elixir de la libertad, viviendo de prisa de prisa y un tanto a la desesperada su mayor aventura como pueblo en un periodo agitado y fecundo, en que no falta, su parte amarga de dolor; pero en que hay por encima de todo, libertad. Libertad incluso para gritar ese dolor, echándoselo en cara a quienes lo ocasionan. Precisamente esa libertad acentúa y magnifica, al divulgarlo, el desgarrado dramatismo existente en esos años decisivos. Pero, en realidad, ¿es mayor o menor del que España sufre antes de su proclamación y después de su muerte?

       En el primer tercio del siglo XX, el pueblo español sufre brutales desigualdades sociales, una guerra en África que lo desangra cebándose especialmente con los más desfavorecidos, masas hambrientas y analfabetas, campesinos parados ocho meses al año y obreros mal pagados con jornadas laborales interminables, enfermedades endémicas como la tuberculosis o el paludismo, bajo nivel de vida y un sinfín de penalidades. A partir de mil novecientos treinta y nueve ¿acaso resultan dichosos los años triunfales de la posguerra con sus hambres, sus racionamientos, sus estraperlos, sus cárceles atiborradas de gente y sus muertos?.

Laureano Rodríguez Liáñez
Profesor de la Universidad de Sevilla
En el 8 de marzo, día mundial de la mujer trabajadora
laureano@us.es
SEVILLA (ESPAÑA)

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