En la hierba, cargada de rocíos verdes,
se extiende sobre el olor cromado de las rosas.
Sus labios son la sangre roja de la floresta;
un jugo de fundido bronce se esponja en el cabello,
y tiene azules lágrimas de mar en la mirada.
Yo me acerco a la belleza indecible;
pienso en un poema que no se puede decir,
ni escribir; el arte se siente, como la mujer.
Está desnuda como una escultura:
Tallada por el sol en el rostro cobre; y por la luna
en las manos plata. El lápiz del alba
le dibuja una esfumada sonrisa de Vinci. Las nubes
bajan su velo de carbón en esos senos.
Pero un rayo desgarra el cielo
y acaricia su paisaje extendido sobre el césped.
La caligrafía arabesca y curva que escribe
su desnuda carne tiene la tinta
de mis amantes venas.
Yo la leo con mis manos, con mis abrazos.
Me besó este poema
en la copa hervida de mi boca.
Y yo vierto las viñas muelles de sus labios
en éstas pobres páginas…
de blanco silencio. |