Tiene labios como si el ocaso los besara,
rojos como las venas del clavel y la malva.
En la noche relumbra blanca como la luna,
untada la piel tanto de estrella como de lirio.
De sus ojos caen lágrimas, como monedas
de vidrio, a la lectura sensual de un poema.
Cuando me habla, su palabra es ocre;
el murmullo que el viento diseña en las ramas
del árbol que se obsesiona
en la melancólica idea del otoño.
En el jardín acuñado por el sol de su corazón,
brota el jugo de sus narcisos cuando me ama.
Bebo del ardiente viñedo de su boca;
las uvas del pezón, el oro leonado del cabello.
Mis pupilas flotan como la palabra o como el aire:
Viajan por el mar en el que la espuma nieva,
salado de pez, de caracola y encrespadas algas.
Suben el rocío esmeralda de la montaña,
con su corona de tristes osarios de rocas.
El mundo entonces se desnuda
como la verdad y la mentira.
Algo universal pero no complejo anida
al verle sus colores, sus flexibles formas-
semejantes al dulce río que huye, sí,
de mis manos que son siervas de Eros.
En el viento está tu alma, en tu cuerpo mis ojos…
¡Y qué bello es ver al mar, la montaña, la nube,
que arden en la amada filosofía de su desnudez! |