Premio
Punto de
Excelencia

 

CAPRICHOS NICARAGUENSES

Norbert-Bertrand Barbe


El Miedo


REFLEXIONES SOBRE EL MEDIO

 

A H.P.L.

 

                Hasta donde sabemos, el miedo en sí no ha sido estudiado, sino a través productos que lo pueden inducir; mas dichos productos no son manifestaciones del miedo, sino que lo revelan en algunas de sus formas.

                Nosotros intentaremos, en las pocas páginas que siguen, acercar el problema por otro camino. Más que en una perspectiva filosófica en la que se parte del sujeto pensando para analizar el mundo como prolongación fenomenológica de dicho sujeto, utilizaremos el método freudiano en el que el escritor o científico analiza sus propias reacciones y sentimientos para comprender un fenómeno psicológico particular.

                Es obvio que, instinto (en cuanto reacción innata no implicada por gregarismo alguno) o aprendizaje oculto (en el mismo sentido en que se suele hablar de currículo oculto) por mimetismo educacional, los animales - y en ello los hombres también - conocen el miedo como proceso de advertencia y protección contra el peligro; se manifiesta por ejemplo por el sobresalto de susto cuando aparece de repente a nuestro lado alguien a quien no esperabamos. No reflexionado, este sobresalto revela el trasfondo gregario - o instintivo, animal - que nos queda de remotas orígenes. Es, entre los animales, lo que les hace escabullirse al ver o sentir acercar un depredador.

                Mas este miedo en la vida humana trabaja en vano, ya que el permanente nerviosismo de los animales salvajes - pensamos por ejemplo a los pequeños rodeadores, siempre atentos a todo lo que pasa a su alrededor -, que tiene un rol muy importante en la salvaguardia individual y hasta colectivo del grupo y la especie, no tiene propósito en el marco de la vida humana (salvo en situación de guerra o peligro inmediato). Por lo cual no es de extrañar si este proceso reactivo inconsciente y por lo tanto indomable del espíritu llega a veces a aplicarse a objeto fantasiosos por falta de objetos concretos que justifiquen su permanencia en nuestra herencia genética. Volveremos sobre este punto.

                Pero cabe antes decir que este miedo que, por desembocar sobre preocupaciones o disturbios psicológicos graves, mas de origen meramente fantasiosos, llamaremos desde ahora fóbico, cabe entonces apuntar que este miedo fóbico encuentra, por lo menos entre nosotros, los humanos, un asidero segundario que es la relación edipiana, cuando se expresa dentro del sentimiento de abandono y falta. O sea que, como ya fue a menudo evocado, las personas con propensión suicida tienen en común un fuerte sentimiento de abandono arraigado en la infancia; padres ausentes o que le negaron al niño consuelo y consideración, dándole de sí mismo una pésima imagen, provocan la emergencia de predisposiciones en la edad adulta a reacciones y sentimientos de angustia - o sea miedo fóbico - no justificados por un peligro inmediato concreto, sino por la simple aprensión a la soledad.

                O sea que, en concreto, el miedo original, genético, instintivo o gregario, como quiera llamárselo, se transforma dentro de la vivencia humana en un miedo sin meta ni objeto, el cual sin embargo no deja - dicho miedo - de sobrevivir en nuestra mente, al igual que parte de nuestros antiguos pelos o que nuestras uñas, restos de garras hoy sin uso, y su sobrevivencia (al igual que los pelos implican sudor y obligación de cortarlos cada cuanto) supone en el hombre moderno cuando no tiene miedo real por motivo de peligro inmediato ante sí sentimientos de agotamiento y malestar indefinibles - ya que meramente fóbicos,  los cuales, a su vez, se acrecentan en personas más sensibles o débiles, que sufrieron en su infancia abandono (simbólico o real), ya que el abandono es lo que impide al ego construirse de manera satisfactoria e independiente, pues, el apoyo implícito de los suyos es lo que permite avanzar en la vida sin tener que preocuparse de lo que va a pasar; es el principio, en las sociedades animales, de los cuidadores, que advierten a los demás del peligro, permitiendo al grupo desahogarse sin temor ni limitaciones. Cuando en  la sociedad humana los padres trabajan mal, o más claramente aún fallan, el niño, al encontrarse solo frente al mundo y los peligros, regresa a un estado anterior de miedo tribal, ancestral, de miedo fóbico, necesitado y predispuesto por la falta de cuidado que le fue dado. Ya no se construye como hombre libre, sino como animal salvaje teniendo que cuidarse por sí solo, con sólo el miedo por único compañero permanente.

                Resumiendo, por otra parte, el miedo tiene una doble función o vida: por un lado es una premisa a todo ser (miedo fóbico, que en este caso se confunde con el presentimiento, la aprensión - por lo cual el nerviosismo permanente de los rodeadores fuera de su madriguera -); por otro es la consecuencia de la experiencia personal, vivida (no sólo, como hemos apuntado, el abandono, real o simbólico, ya mencionado, sino también el enfrentamiento a personajes o depredadores más fuertes, que, en situaciones concretas de batalla, han podido, en el proceso de educación y crianza del niño, como por ejemplo los niños de clase de edad superior, someter por fuerza bruta al pequeño contra su voluntad).

                Ahora bien, el miedo fóbico, que asalta, sin que sepamos muy bien como y porque, a cada uno de vez en cuando, se puede vencer, y de hecho así lo hacemos todos genuinamente, oponiéndole objetos concretos, igualmente fantasiosos - o mejor dicho simbólicos -, que permiten ponerlo en perspectiva.

                Aun cuando para que haya siempre tortura en las guerras y fuera de ellas, tiene que haber mucho más inconsciencia e incapacidad a ponerse en el lugar del otro en la sociedad humana de lo que suponemos (mas explicándose también el fenómeno, como se propone en la película I comme Icare, por el regreso a un tipo de mente gregaria en cada momento en el que el individuo, voluntariamente o no, vuelve a encontrarse dentro de la jauría), y si todos podemos por rabia u odio matar y descuartizar en un momento de locura, muy pocos de nosotros pudieramos con toda conscienca abrirle el cráneo a otro, para después sacarle con sumo cuidado trozos de cerebro y comérnoslos; mas sin embargo somos millones en haber visto y disfrutado del horroroso final inventado para el segundo episodio de la carrera cinematográfico de Hannibal Lecter, en la cinta de Ridley Scott. Es, de hecho, probablemente, el momento del filme que más haya marcado a los que lo vieron, y que ya se ha vuelto no sólo el momento cumbre de la película, sino también una de las escenas culta de la historia del cinema en general.

                Así podemos sostener que las obras de horror, pero también policíacas (sobre asesinos en serie, o simplemente sobre crímenes), al igual que las noticias de los diarios (fotos de guerras, accidentes, asesinatos, personas gravemente heridas,...), son diversiones para nuestra mente: no sólo, tal como se expresa a menudo, una manera de darse cuenta, experimentar o felicitarse que no nos haya pasado a nosotros, sino a la vez forma apotropaíca de vencer el miedo fóbico antes de que se declare, y también manera de contrarestarlo dándole otro objeto, inmediato éste en vez de fantasioso, en el que se puede focalizar. De ahí el famoso fenómeno ya perfectamente descrito como fascinación mórbida ante los accidentes de la carretera o las horrendas escenas de crímenes y guerra en los diarios y la televisión.

                Sin embargo, hay otro tipo de miedo, que se asenta en el anterior (fóbico) y  su eventual sustrato edipiano: el miedo directo, ante el que no hay remedio ni medicación; éste no sólo, como se suele pensar, es el de los hombres frente a la guerra o el sufrimiento físico (tortura o enfermedad), sino el que se sufre frente a un mal social, que nos hace pequeños, asustados e indefensos: el desempleo.

                Ahí donde la soledad se expresa como mero miedo fóbico (el sentimiento, de origen edipiano, de abandono), el desempleo, que por lo general suele diagnosticarse como una enfermedad mental - manera por la sociedad de negar su responsabilidad, como antiguamente la religión culpaba a los enfermos de su enfermad (si se es enfermo, es porque uno ha pecado y le ha llegado el castigo divino en esta forma) -, en realidad aísla al individuo, y más al hombre que a la mujer: pues, una mujer sin empleo puede tener como excusa social el ser madre, y la verdad ningún hombre se divorciara de una mujer porque ella no tiene empleo, la tradicional relación matrimonial siguiendo siendo, a pesar de la llamada liberación femenina, un contrato en el que el hombre se supone tiene que pagarle a la mujer, no a la inversa.

                Un hombre sin empleo tiene poca chance de encontrar a una mujer, y si acaso ya tiene una, tiene todas de verla abandonarle; igual con los amigos. Además si una mujer en cuanto madre puede dar pesar a la sociedad por no tener empleo, un hombre en cuanto padre se verá reprochado el no dar de comer a sus niños. La verdadera liberación femenina se operará el día en que las mujeres acepten como un hecho de lo más normal llevar el dinero a casa, mientras el hombre - burgués con criados o pobre ocupándose de su hogar - se verá mantenido financieramente por ella, y sin que ello implique una relación de proxenetismo.

                El desempleo es un peligro inmediato que provoca, a diferencia de lo que en general se plantea y sostiene en los círculos tanto sociales, como intelectuales, psicológicos y políticos, un miedo no fóbico (sin objeto u causa), sino de defensa, reacción ya no de reminiscencia hormonal o genética del cuerpo desobedeciendo a las reglas del mundo moderno del hombre (como en el caso del miedo fóbico), mas del cuerpo y la mente uniéndose contra la perdida de control del individuo sobre su propia vida.

                Ahí donde reside la paradoja es en eso de que el miedo fóbico como el miedo al desempleo son provocados por objetos fantasiosos, ya que tanto el objeto fóbico (en general la soledad) como el desempleo son productos sociales, o sea sin justificación para la sobrevivencia del individuo o la especie; al igual que, al nivel psicológico, el miedo fóbico se arraiga en el miedo necesario a la sobrevivencia del individuo en el estado salvaje, mas desconectado de su utilidad original, el desempleo es la forma social moderna de deshacerse de los débiles, no es una necesidad ya que no lo impone la naturaleza (más radical e igualitaria, ella, como la muerte, mataba a los representantes de todas las clases), pero al parecer sí un gusto tribal perpetuándose en nuestras llamadas sociedades civilizadas.

                El que se muere de hambre y ante los ojos de todos mendiga en la calle, sin ningún otro lugar donde ir a vivir, al igual que los supliciados en plaza pública de la edad media, chivo expiatorio, justifica para todos el estado de hecho, haciéndonos ver a la vez lo bien que estamos, aun cuando se nos paga mal y vivimos plagados de deudas, y que el salir del sistema de uso de nosotros por nuestros amos los capitalistas es el mayor castigo que le pueda ocurrir a uno - un mal que, como se suele decir, no se le desearía a su peor enemigo -.

                El discurso moral y religioso se superpone, para encubrirla, a la situación real, desmultiplicando desde el Primer Mundo asociaciones para los niños del Tercer Mundo cuando es el mismo Primer Mundo quien mantiene al Tercero en una situación de dependencia, de la misma manera que tanto en el Primer como en el Tercer Mundo se mantiene a la mayoría en la miseria, para el uso de una escasa clase dominante; lo admitimos todos implícitamente (pues, nadie se rebelda, no hay revoluciones, no hay barricadas en ninguna parte que se levanten) porque seguimos desde nuestra mente reptiliana, con principios gregarios, en los que el más fuerte es quien tiene que dominar. No importe que la fuerza se defina cuantativamente en cuestión de músculos o de dinero.

                De lo mismo, el enfocar la cuestión de la miseria desde la de los niños pobres es trasladar un dato meramente burgués (el tiempo de la infancia como educacional y escolar) a una realidad que no lo es: de hecho, no vale menos la vida de un hombre que la de una mujer, ni la de ninguno de ellos que la de un niño; y si de tiempo o esperanza de vida se trata, preguntémonos si valdrá más la vida de un niño de 10 años a quien la genética le otorga 40 años más de vida o la de un hombre de 36 que puede vivir hasta los 95.

                Las asociaciones y fundaciones del Primer Mundo recaudan fondos, para dos metas: uno pagar a sus propios empleados (y también su publicidad); y dos dar a los gobiernos de los países pobres (cuando los gobiernos y ricos de los países pobres tienen proporcianalmente tanto sino más dinero que los de los países ricos).

                A pesar del número de ONG en Nicaragua, no hay menos niños trabajando en la calle, y si acaso hubiera menos, no sería porque más niños tendrían para vivir dignamente, sino porque, como en los países ricos, la guardia les impidiera con uso de la sempiterna fuerza molestar a la gente en medio de la ciudad. La miseria no se eradica, se esconde.

                El miedo a la vida por los ricos - y en general los que no son realmente pobres - se cura mediante consultas a psicólogos y la diversión (el entretenimiento) al leer, ver o escuchar obras de terror - el miedo fóbico, cuando no se implementa en cicatrices edipianas de la infancia, no siendo más que un disturbio esporádico, una dolencia poco punzante -, mientras la vida, en cuanto peligro de muerte permanente (muerte psicológica: muerte a sí, y muerte física: heridas y propiamente dicho muerte del cuerpo), le da miedo al que vive en la pobreza: en el primer caso el miedo es una premisa inoperativa, curable, ya que provocada por la inadecuación parcial del instinto humano a su modo de vida contemporáneo, en el segundo es una consecuencia, un dolor, una manifestación de un mal concreto.

                En conclusión, el miedo original, herencia genética y mimetismo aprendido de los adultos en la naturaleza para protegerse, en cuanto órgano u herramienta atrofiado, al igual que la apendicitis, se ejercita en contra del individuo en la sociedad moderna, mas es también el trasfondo filogenético que, en la ontogénesis personal de cada ser humano viene a prefigurar (genéticamente) y preparar (educacionalmente) la reacción de miedo frente a los objetos concretos cuando éstos se presentan a nosotros, definiéndose como explícitamente peligrosos.

               

Norbert-Bertrand Barbe

Dr en Literatura Comparada.

Francia.

Copyright ©2005 Norbert-Bertrand Barbe

 

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