Premio
Punto de
Excelencia

 

Perfil biográfico de Carmelo Abadía


  

     En esta tarde somnolienta y pasada por agua que el día de hoy, uno de noviembre, festividad de Todos los Santos, nos depara, me coloco frente al teclado de mi ordenador y comienzo a desgranar este artículo. Hoy, jornada en la que los cementerios se llenan de vivos, gran y antigua fiesta dentro del ritual católico, en mi habitación de trabajo todo está tranquilo y en paz; y también un cierto relax se apodera de mi cuerpo y amaina la tensión natural de mi espíritu. La verdad no es otra que aquélla que dice que cuando me decidí a escribir estas líneas mi estado anímico era tremendamente diferente. La idea se me ocurrió hará unos cuantos días, quizás de ello haga ya una semana; entonces fue cuando en medio de cierta euforia me dio por redactar un artículo de ésos que llaman de opinión, y además con la manifiesta intención de publicarlo en nuestra querida revista Katharsis, que tan recientemente ha cambiado de servidor pero sin perder un ápice de su anterior constitucióny permaneciendo siempre fiel a sus objetivos. Así es que sin más dilación me pongo manos a la obra. Como el artículo lo más seguro me saldrá un poco largo, me consuelo con esto; pues así me veré forzado a gastar en él el tiempo de varios días, con lo cual es bastante posible que tras estos chaparrones que asolan mi calle vuelva el sol radiante a iluminar con su tenue calor otoñal el horizonte y de nuevo el firmamento se llene de luz y mi mente de claridad y renovado entusiasmo. Pero en modo alguno debo detenerme aquí y esperar a que el clima se torne propicio; ya se sabe lo que dice la sabiduría popular respecto a este extremo: "A mal tiempo, buena cara". Pongámonos pues a la obra.

     Tal y como reza el título que encabeza estas líneas, me he propuesto en mi pobreza escribir dos elogios, los cuales dirijo a dos personajes que están vivos y coleando. Sus oficios son dispares, uno es escritor, novelista, para ser exacto; el otro es un político, un hombre de Estado. Sus nombres son, dados por orden respectivo: Carlos Ruiz Zafón y José Luis Rodríguez Zapatero. Espero que mis modestas líneas se encuentren a la altura que estos dos personajes merecen. Como habrá observado el lector que haya tenido la caridad de acompañarme hasta el momento, y espero que siga haciéndolo al menos un rato más en este periplo, en el título aparece la expresión "por una vez". No me gustaría que semejante cláusula verbal te llevase a engaño, apreciado lector, pues no se trata de que el autor de estas líneas, Carmelo Abadía, sea persona que no se deje llevar por la admiración o que no guste de elogiar, incluso hasta el límite, a sus semejantes cuando ellos lo hacen bien. No, nada de eso. Quizás pudiera decirse que tiendo a ser laudatorio hasta extremos exagerados, o sea, que no soy nada miserable o tacaño en cantar las virtudes de los otros. Yo siempre he creído que para ejercitar el arte denigratorio siempre uno se tiene a sí mismo, lo cual, evidentemente, a la par que más justo, suele ir acompañado de mayor conocimiento de causa. ¿Entonces a qué me refiero con esas palabras?. Pues a algo muy sencillo y fácil de explicar. El filósofo Ortega, sea con él mi admiración, escribió cierto día en uno de sus libros que bien pensado el filósofo se ocupa todo el día de hablar y escuchar a los muertos. Todo en Ortega suena paradójico, pero en sus palabras, en cuanto se ahonda un poco, aparecen manantiales de verdades. Efectivamente, Hegel, Platón, Tomás de Aquino, y podría continuar con casi todos los clásicos a los que dedico mis escasas horas de asueto, están muertos y criando malvas hará ya mucho tiempo. E igual me pasa con mi querido Nerval, con Borges, con Henry Miller, y así seguiría hasta lo infinito en una lista que no aportaría nada salvo espacio inútilmente gastado. Por lo tanto, ese "por una vez" que utilizo se refiere a eso, y no a otra cosa. Así es que contra mi últimamente adquirida costumbre bajaré del limbo y hablaré de personas vivas; como dicen los budistas intentaré estar "aquí y ahora". Aunque eso sí, en mi fuero interno seguiré manteniendo la idea de que "aquí" y "allá" no se encuentran tan lejos como en general la gente piensa. Ya ves, querido lector, que el mentirte no se encuentra dentro de mis propósitos.

Sobre Carlos Ruiz Zafón

Carlos Ruiz Zafón

     A finales del siglo diecinueve, el teólogo danés, Soren Kierkegaar, describía en su obra "Temor y temblor" una sentencia que a partir del momento en que la leí siempre he compartido. Venía a decir en aquélla que, pese a la opinión de sus contemporáneos, lo que a su época le faltaba no era razón, sino pasión. Quizás, y para ser fiel al espíritu de la cita, hubiera debido escribir pasión de esta manera: Pasión, con mayúscula. Por ello cuando uno, de repente, inopinadamente, y para que la cosa se complique hasta el absurdo, se encuentra en el escaparate de los libros más vendidos, de los horribles, hablando en general, best-sellers, una novela como "La sombra del viento", como decía, uno se pasma. Pero es que tras llevártela a casa, e iba a escribir leerla, pero la verdad es más bien que la devoras, o quizás sea ella, la novela, la que se adueña de ti; entonces, digo, te quedas absolutamente en fuera de juego. Incluso hay momentos en los que se apodera de ti el más beatífico de los sentimientos, puede decirse que hasta el mundo sonríe: ¡una novela así, llena de poesía, de un lirismo anclado en lo más profundo de la realidad y rebosante de magia que alcance a tantos lectores!. En esos raros instantes vuelves a confiar en el mundo y a creer que aún todo es posible. Pasión, ésa es la palabra exacta, y así se justifica mi cita de Kierkegaard. Pasión por la vida y por la literatura. Ambas fusionadas en torno a una historia bellísima de amor, o más bien debería decir dos historias de amor ambas repletas de hermosura. También el pasado y el presente se funden en ella. El resultado es, simplemente, magnífico. No temas, lector, si acaso no la has leído o quizás ni siquiera has oído hablar de ella; pues no hay nada que yo deteste más que reventar una historia, que contarla por adelantado. Simplemente, y con mis torpes palabras, me conformaré con girar en torno de ella. Antes de nada, una pequeña acotación, una mínima excursión fuera de los límites por los que íbamos transitando.

     Es bien sabido por mis amistades y por las personas que me conocen que yo no soy un lector devoto del género novela. Y la verdad es que he leído muchas, estoy tentado de decir que muchísimas, sobre todo allá por mi ya perdida juventud. E incluso más de uno me habrá oído repetir una cita del "Diccionario del Diablo" del escritor y periodista norteamericano Amboise Bierce que dice que una novela no es otra cosa que un cuento hinchado. Yo adoro los cuentos, y también a los cuentistas. Entiéndase esto bien y sin ningún deje de ironía, pues cuentistas han sido un Poe, un Borges y un Cortázar. Casi nada semejante trío, que de por sí podrían formar toda una nómina de la literatura. Pero aquí voy y me corrijo. Pues hay historias y sentimientos que sí que exigen el género novela, que no son sólo cuentos inflados. Y cuando éstas son buenas son maravillosas. Todavía hoy recuerdo mi primer libro serio, "Zalacaín el aventurero", una novela cuyo recuerdo siempre me acompañará, como siempre te acompaña el recuerdo del primer beso. Su autor, me he olvidado de decirlo, el sublime para mí Baroja. ¿Y que decir de monsieur Henry Beyle, alias Stendhal, y de sus maravillosas creaciones?. Fíjate, lector, que creo que mi primer amor en serio fue Madame de Renard, la mujer para cuyos hijos es contratado como preceptor el protagonista del "Rojo y Negro", el ínclito de Julián Sorel. Todavía hoy me pasmo y escandalizo de cómo éste pueda preferir el éxito y la gloria al amor de esa mujer. Un ingrato, eso es lo que es Sorel. Pero vamos a dejarlo, de lo contrario me enfado, por no decir que me cabreo. Por lo tanto, y evidentemente no necesito seguir citando novelas cuya lectura es imprescindible para todo buen amante de la literatura y de la belleza, veis que mi abominación del género es tan sólo parcial.Y ahora regreso ya al canal principal por él que íbamos navegando.

La sombra del viento
          

     Efectivamente, la obra de Ruiz Zafón pertenece a ese grupo de historias que requieren, que merecen y que alcanzan efectivamente la grandeza que la etiqueta de novela exige y plasma. Hecho que, dicho esto entre paréntesis, no suele ser lo habitual en la oferta que el sufrido lector suele encontrar. Aunque hayamos de tener cuidado al hablar en grueso, en largo o en general, pues "La sombra del viento" constituye una obra que supera en mucho a su tiempo; casi podría decirse que está escrita a contratiempo, siendo éste el caso que sucede con toda la gran literatura y demás producciones del espíritu. Quizás a alguien le parezca que estoy siendo sectario, pero la verdad es que hablo con sinceridad y a pie descalzo. Casi siempre es peor callar que hablar y equivocarse. Así pues, no dejemos que el silencio devore a la belleza; y que, como triste resultado, ésta no acabe sino convirtiéndose en flor efímera que sólo alienta por un día, pasado el cual, su perfume se desvanece en la nada sin encontrar otro remedio después que el de una inútil añoranza o el de una tardía alabanza, pues entonces la literatura y el arte no constituirían más que un estúpido capricho, un pasatiempo o el lucrativo negocio de unos cuantos. Y nada más a este respecto.

     Continúo. En "La sombra del viento" se funden dos elementos cuya amalgama da un resultado magnífico, soberbio. Por una parte, se halla la recreación de una ciudad enigmática y hechicera, Barcelona en este caso, desde comienzos del siglo XX hasta los terribles años de la postguerra. Por sus páginas aparecen los sucesos históricos más relevantes, la lucha y la ascensión de las personas y de las clases en conflicto y como colofón la renovación constante de la vida de la ciudad; abundan maravillosos personajes secundarios, algunos incluso no tanto dentro de la trama, llenos de casticismo, si se me permite aplicar este término al asunto que estamos tratando, que hacen que respiremos la vida cotidiana de la época de la misma manera que entra el aire cuando se abre un balcón, pongamos por ejemplo. Pero todo ello como un grandísimo escenario, como un telón de fondo. Evidentemente, todos estos elementos que estoy citando inmediatamente nos llevan al recuerdo del mejor y más genial Eduardo Mendoza, en obras tales como "La verdad sobre el caso Savolta" o "La ciudad de los prodigios". Mas además de esto, por la novela corre un segundo componente, algo que podríamos denominar poético, romántico o quizás, perdóneme el autor, Dumasiano. Él mismo en la novela cita varias veces el nombre de Dumas y de Víctor Hugo, pero yo me inclino más por buscar el parentesco con Don Alejandro que no con el segundo. Y este elemento, conjugado con el primero, y, evidentemente, con la propia ciencia literaria de Carlos Ruiz Zafón, produce un resultado pasmoso: una novela que sin desanclarse de la historia y del realismo, nos envuelve con un halo de magia, de belleza, y, ¿por qué no decirlo?, de misterio, el cual es el ingrediente fundamental del arte, de ese encanto al que se refería el maestro inglés Stevenson como materia esencial de la literatura y de la labor artística en general. En una palabra, una verdadera gozada. Recuerdo que la leí un poco antes de vacaciones, este año fui a París. Como todos vosotros sabéis, París es magnífica, no tiene fin. Pues bueno, recuerdo que mientras paseaba por ella, contemplaba sus monumentos y su belleza casi me aniquilaba, en mi paladar, como la huella de un buen vino, una y otra vez volvía el recuerdo de mi anterior lectura y del pobre Julián Carax. Ya ves, casi podría decirse que estoy comparando una novela con, nada menos, que París. Por buscar algún defecto, alguna mínima imperfección en ella, quizás exista un cierto desajuste cronológico en el transcurso de la novela, pero sin ninguna importancia, quizás sólo detectable por lectores tan "tiquis-miquis" como un servidor. Eso sí, no sé muy bien por qué, pero me da la sensación de haber sido escrita con cierta prisa, con cierta angustia, de ser un parto bastante doloroso para el artífice de ella. Lo más seguro me equivoque, pues al fin y al cabo, ¿qué sé yo de lo que pasó por el interior de su autor en aquellos momentos?.

     Bueno, señor Zafón, voy concluyendo su elogio. Una pena que no le dieran el premio Planeta de este año (ya habrá visto que he escrito "dieran" y no "ganara", pero quien tenga oídos que entienda) . Me alegro en el alma de su éxito masivo. No sé si éste se repetirá en un futuro. Tal vez sí o tal vez no. Yo desearía que fuera sí, pero no se preocupe si el número de sus lectores no vuelve a alcanzar las cotas escaladas en esta tacada. Consuélese pensando que siempre habrá un cierto número de lectores como yo, esperando ávidamente a que usted nos cuente esas maravillosas novelas de las que habla en su libro, esas maravillosas novelas de Carax, todavía hoy perdidas. Por favor, señor Zafón, encuéntrelas y cuéntenoslas; sepa que siempre lo estaremos esperando y siempre será recibido en nuestra casa con agrado. Ah, y si se diera el caso de que este artículo cayera en sus manos, perdóneme por mis torpes palabras. Muchas gracias.

Sobre José Luís Rodríguez Zapatero

     Creo que antes que nada y por cumplir con el decoro mínimo que debe exigírsele a alguien que habla, elogiosamente o no, de un político, de un hombre de Estado, como es el caso de nuestro Presidente del Gobierno, debo hacer confesión pública y plenaria de mis ideas, vamos, enseñar el plumero, para que nadie se llame a engaño. Lamentablemente, hoy en día proliferan aquéllos que tiran piedras, o caramelos, según sea el caso, y esconden la mano. Evidentemente, no es mi caso. Tampoco te asustes, lector, que seré breve, pues como decía el divino Wittgenstein en su Tratactus: "todo lo que puede decirse puede ser dicho fácilmente; y de lo que no se puede hablar es mejor callar". A pesar de que cada día me voy volviendo más algo así como un cartujo, siempre he intentado no pertenecer a ese género de canallas que pudiéramos designar como "los villanos en su rincón cultivando el egoísmo absoluto". Más bien siempre he tratado de ser, con el decir de Albert Camus, "un solitario solidario". En mi juventud, durante mis estudios y adolescencia, fui muy influenciado por dos corrientes ideológicas que ya por aquel entonces estaban un poco en desuso, el Marxismo (mejor sería denominarlo Materialismo Histórico para ser exactos y congruentes) y el Existencialismo. Evidentemente sus huellas han quedado perennes en mí; claro está que, como diría Ortega, pensar es seguir pensando. Ya adulto, tuve militancia política. Exactamente, milité en el Partido Socialista Obrero Español. Hecho del cual en modo alguno me arrepiento. Recuerdo que por aquel entonces me gustaba decir en mis conversaciones, con cierto tono de broma, que me había convertido en un socialdemócrata o "socialtraidor", tal y como el bueno de Lenin tildaba en su época al socialismo democrático. Y es que siempre me ha caracterizado un cierto humor macabro, el cual sobre todo uso con mi persona, claro está. Tras un tiempo, incluso ocupé algún pequeño cargo en él, lo dejé bastante desesperanzado. Simplemente me ocurrió aquello que con tanto gracejo contaba el escritor Torres Naharroen pleno siglo XVIII sobre sus avatares de estudiante; venía a decir algo así como que comenzó a estudiar Teología y perdió la Fe, después comenzó Derecho y dejó de creer en la Justicia, y, por último, se metió a cursar Medicina y en aquellas aulas tan frías perdió la salud. Más o menos, salvadas las distancias, algo parecido me ocurrió. Lo cual evidentemente no significa que no tenga mis ideas, aunque en general sólo sea creyente y no practicante, por lo menos en el momento presente.

     Últimamente tengo preocupadas a las amistades, pues todos los libros que leo son de marqueses, condes y demás autores reaccionarios, no me refiero a derechistas, sino a auténticos reaccionarios y pensadores de lo aristocrático. Y es verdad que adoro a Visconti y que considero "El gatopardo", también me refiero al libro del conde de Lampedusa, ¿ves cómo te lo decía, un conde que saco a colación?, como decía antes de perder el hilo, considero a ese libro un verdadero ejemplo de tratado sobre política. Pero espero que los que me conocen no se lleven a engaño. Yo, más que un rebelde, siempre he sido un revolucionario. Y estoy orgulloso ... Además, nadie cambia, como le dicen al personaje protagonista, encarnado por Terence Stamp, de la maravillosa película de Pilar Miró "Beltenebros". Lo único que uno hace, esto ya es mío, es continuar en la misma línea, eso sí, yendo hacia peor. Pero tampoco esto es malo, pues el arte, siguiendo la definición que nos dio Henry Miller, no consiste en otra cosa que en llegar hasta las últimas consecuencias. En resumen, que ya lo dijo Rimbaud: il faut changer la vie.

     Tengo observado que casi en el mismo momento de nacer aparecen en escena dos tipos de personas. Hay unas que a partir de ese momento se sienten a gusto con el mundo que les rodea (sea cual sea el régimen, el país, la época histórica y las demás circunstancias del medio que les haya caído en suerte), van creciendo y, oye, que todo les parece bien, que, en conjunto, aceptan el statu quo existente. En cambio, las otras, pues todo lo contrario, su vida es una pugna, quizás una pasión inútil, frente y contra el mundo. Y ya tienes los dos tipos ahí, en danza. Unos lo aceptan todo y otros no perdonan nada. Unos diciendo que siempre han sido así las cosas y los otros repitiendo que algo habría que hacer para remediarlo. Conservadores y revolucionarios frente a frente. Las terceras vías, las de los llamados reformadores, siempre acaban en fracaso, pues al fin y al cabo carecen de soporte y sólo son imposibles componendas y humo en el aire. Y uno no elige, simplemente te encuentras con lo que eres. Mi lado, evidentemente, no es otro que el de los disidentes, el de los que no se conforman. Y lo más seguro siga así hasta que me muera; en la siguiente vida, trataré de cambiar, pero también me da la impresión de que no lograré tan buen propósito, ¡qué le voy a hacer!. Así que éste soy yo, éste viene a ser mi retrato político. Por lo tanto, una vez descontado lo que pueda ser debido al instrumento, paso al elogio propiamente dicho a nuestro presidente Zapatero. Siento haberme extendido tanto y perdóname, buen amigo lector, si he pecado un poco de egolatría, que nunca ha sido ésa mi intención. Ahora sí, y dicho sea esto entre paréntesis, algo que no quisiera olvidar es el señalar, lo cual añadirá salsa a este guiso, que ha sido precisamente en las filas y en las huestes de la izquierda donde he conocido a los mayores conservadores con los que por desgracia he topado en mi vida; entre ellos los más deletéreos, según mi gusto, son aquéllos que aúnan una parodia de progresismo de salón con unos opíparos ingresos, procedentes de cuantiosos sueldos y emolumentos, a ser posible provenientes de entidades sin ánimo de lucro y revestidas ellas de la mejor fama dentro del ámbito de lo social, constituyendo una verdadera fauna de "vividores de la solidaridad", que ellos entienden en un sentido muy peculiar. Es mi deber no dejarme nada dentro del tintero, incluso so pena de molestar a más de uno. Espero que los semejantes elementos me perdonen por lo que ellos, sin duda, denominarían mi estrechez de miras y mi zafia vulgaridad. A pesar de los pesares, esta gente está ya tan curtida que en sus rostros ni en broma encontrarías nunca el menor atisbo de sonrojo. Quédense pues ellos allí en su paz y sigamos a lo nuestro.

     Vayamos pues directos al elogio. Para todos aquéllos que nos cupo la desventura de nacer en aquella época que los sociólogos han bautizado como el "tardofranquismo" (la cual tiene muy poco que ver con versiones dulces y edulcoradas que últimamente sobre ella han circulado en determinadas series de televisión y en otros medios afines), y si a esto se le une el haber aparecido en el mundo en una condición humilde y en una de esas pequeñas comunidades (no sé por qué ahora se llama así a los pueblos, debe de ser fruto de la impoluta y triunfante corrección política norteamericana, imagino) perdidas en cualquier rincón de nuestra vieja España, sí, ésas de vida asfixiante, de clausura peor que monástica, hipócritas hasta la médula, caciquiles hasta el desenfreno, de uniformidad impuesta a macha martillo, donde el haber hablado del desarrollo de la personalidad te hubiera reportado un par de bofetadas de la autoridad de turno, bien familiar, política o escolar, en resumen para todos aquéllos que en nuestra infancia sufrimos el martirio de aquel mundo y de aquella Escuela Nacional castrante y perniciosa en sus heridas para toda una eternidad, para todos éstos, repito, la libertad es algo que no tiene precio, algo que valoramos en su justa medida, algo por lo que sí merece la pena morir y también vivir. Cualquier ataque, o su amenaza siquiera, nos pone la piel de gallina. Así pues, en estos últimos años, durante el anterior gobierno de la derecha, muchos de nosotros comenzamos a percibir que el cielo se iba cubriendo de negros nubarrones. La verdad es que no llegó a llover, pero los más ya teníamos en nuestras manos preparados los paraguas. Y en esto, y para no ser infieles a la verdad diremos que también debido a un luctuoso y terrible atentado que sucedió en este país, la movilización de una parte de la ciudadanía nos trajo un nuevo gobierno y una ilusión renovada. Y todo como debe ser, a través de las urnas y de los votos. Así pues José Luís Rodríguez Zapatero ascendió a la jefatura de un nuevo ejecutivo. Y una de sus primeras medidas nos dejó a todos sin aliento, tan sorprendidos que, como vulgarmente se dice, casi nos caemos de culo; sencillamente el buen hombre cumplió su promesa, algo casi inaudito en un hombre público, en un político, días más tarde las tropas españolas se retiraban de Irak. La emoción fue indescriptible. La mayor parte de los españoles habíamos pedido esto semana tras semanadesde nuestras casas y también en las calles. Incluso diría que entre muchos se desató la euforia. Solamente por esa medida, señor Presidente, se ganó usted un lugar en mi cielo. Después el tiempo fue pasando. Todavía a día de hoy su mandato ni siquiera ha consumido un año, a lo máximo seis meses largos. ¿Qué podemos esperar?. Por una parte, y aunque a veces se producen milagros, sería injusto pedirle peras al olmo. Vivimos en un capitalismo globalizado, además de que las políticas económicas son severamente fiscalizadas desde Europa en aspectos esenciales como el déficit público, la intervención estatal en sectores productivos, y así un largo etcétera; por mor de lo cual nos tememos que a lo máximo que podemos aspirar en medio de esta jungla liberal en la que existimos es a un cierto keynesianismo atenuado y, al mismo tiempo, atenuante de los desmanes que la libre oferta y demanda suelen producir. Pero en los aspectos sociales y de libertades públicas debemos exigirlo todo. Especialmente son agradables sus medidas en política de derecho de familia, y sobre todo la legislación tendente a igualar a los homosexuales con el resto de la población. Existe una deuda histórica, muy difícil de saldar por otra parte, respecto a este sector de la población. Secularmente, y no sólo dentro del ámbito cultural judeo-cristiano, se les ha perseguido y reprimido con una crueldad rayana en la locura y simplemente por un delito tan insignificante como inexistente: el de no comportarse en un ámbito de lo humano como la media lo hacía. Por cierto, la comunidad gay y también la de lesbianas se caracterizan allí en los lugares que habitan, pongamos el caso de la zona de Chueca en Madrid, por su respeto a los demás y su ausencia de conductas violentas. Algo que deberíamos aprender los heterosexuales. Yo, no lo niego, tengo predilección por ellos. Creo que en el reconocimiento de sus libertades y derechos nos va mucho a todos. Como no voy a apoyarles yo, que estoy tan alejado de la mayoría que soy hasta poeta. Por lo tanto, querido señor Zapatero, tiene también en este aspecto mis parabienes. Ahora, si ya también consiguiera encauzar el problema eterno de la vertebración territorial de España y algún que otro cabo suelto que va quedando, como el caso de la jerarquía católica y de su intransigencia, ya nos podríamos dar por satisfechos del todo.

     De todo corazón se lo digo, le deseo la mejor de las suertes en estos tragos, que son los de todos nosotros también. Y no se preocupe si oye muchos ladridos en su torno, pues, como decía Goethe, será señal inequívoca de que cabalgamos hacia el futuro. Para acabar este apartado de los deseos no me gustaría olvidarme de uno que en cierta manera no concierne a nuestro actual presidente. Me refiero a uno que se dirige a la hoy oposición del Partido Popular. Desearía que, al igual que ocurre en otros países, tal como Francia, por poner un caso, el hecho de que gobernara la izquierda o la derecha no supusiera intranquilidad para ninguna de las partes que componen la población, que pudiéramos respirar aliviados pensando que ambos garantizan el derecho inalienable de los ciudadanos a ser lo que son, diferentes pero no enfrentados. Creo que en el caso español tal circunstancia no se da, y, según mi entender, la responsabilidad de tal hecho se concentra en una derecha que no ha roto con el pasado y su herencia. Es una pena, pues al fin y al cabo todos los españoles vamos en el mismo barco.

     Apreciado lector, creo que debería ya llamarte amigo , pues me has acompañado a través de estos meandros de mi escritura, me voy despidiendo. Como habrás visto, este artículo, al igual que el resto de mi vida, me ha salido bastante imperfecto. Bueno, pues no hay más cera que la que arde. Recordarás que al principio dije que había comenzado a escribir un día de Todos los Santos con el cielo cubierto y pasado por agua. Pues cuando lo acabo, efectivamente y tal como mi presagio decía, el sol brilla otra vez, a lo menos en el cielo. En la tierra continúan los nubarrones. El señor Bush por fin ganó las elecciones otra vez, sí, ése, Bush, el americano, el genuino; Dios nos pille a todos confesados (¿acaso hubiera sido mejor para los súbditos del imperio que hubiera ganado el otro , el llamado Kerry?, vete tú a saber). Pero ni aun a pesar de todo, nadie nos podrá quitar las ilusiones y la alegría, porque cuando este artículo vea la luz en nuestra revista Katharsis ya estaremos en Navidad. Yo disfruto de estas fechas como un niño. Espero que todos vosotros también. Mi más cariñoso saludo y Feliz Navidad en este año 2004.

 

Carmelo Abadía
Licenciado en Derecho
Alfajarín.
Zaragoza, [España].

Copyright ©2005 Carmelo Abadía.


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