Premio
Punto de
Excelencia

 

Perfíl biográfico de Carmelo Abadía


El doctor Zhivago: la poesía y el mundo.

El doctor Zhivago
               Estimados amigos, una vez más tengo el honor de dirigirme a vosotros para presentaros una nueva película. En este caso, y como afirma el título que precede a estas líneas, se trata de la maravillosa cinta de David Lean "El doctor Zhivago". Nos encontramos ante un verdadero prodigio del cine, ante una auténtica obra maestra del arte. Ningún elogio que pueda hacérsele resultará excesivo. Su título seguro que os sonará a todos, incluso serán muchos los que la hayan visto; o al menos, algunos fragmentos de ella. Quizás de tan popular y conocido que resulta su nombre para algunos continúe siendo una desconocida, al igual que sucede con tantas otras producciones sublimes del séptimo arte, que de tan populares y reiteradas nunca nos hemos sentado ante ellas con todos nuestros cinco sentidos dirigidos al disfrute de su belleza solemne; no hay que ir muy lejos para poneros un ejemplo muy destacado de esto, lo mismo sucede con la clásica "Lo que el viento se llevó", que a día de hoy continúa siendo una gran ignorada para la mayoría de los espectadores, sobre todo jóvenes, lo cual constituye una tremenda pena.

El doctor Zhivago
     En casos como el que nos ocupa, en obras de semejante calidad poética y cinematográfica como son las que adornan a nuestra película de hoy, el Zhivago de Lean, el repetir y jurar mil veces hasta la saciedad que me resultará imposible otra cosa que una leve aproximación tangencial, superficial y de extrema pobreza hacia semejante película nos resultará ocioso. Así será y ningún otro resultado me será dado alcanzar. Así es que poneros las pilas y conseguirla donde sea, en una tienda, en un hipermercado, en el videoclub de la esquina o de un amigo que la tenga. Haced cualquier cosa, porque de verdad que merece la pena. Una vez curado en salud, y repitiendo la costumbre ya adquirida, comenzaremos por la ficha técnica.

El doctor Zhivago
     Nuestra película aparece datada en el año 1965. Su rodaje fue bastante costoso, e incluso, al igual que en otras grandes producciones del maestro Lean, diremos que tortuoso, pues los plazos marcados originalmente para su filmación fueron superados muy en largo. Pero gracias a los buenos oficios del productor, el italiano Carlo Ponti (para quien lo desconozca, diremos que este señor entre otras cosas era también el marido de la actriz Sophia Loren) y al apoyo entusiasta de la Metro-Goldwyn-Mayer, tan maravillosa obra vio la luz. La dirección corre a cargo del director inglés David Lean. Lean, sin duda alguna, uno de los más grandes directores ingleses y, por ende, europeos, de todos los tiempos, poeta del celuloide donde los haya habido, es autor de una gran cantidad de films, tanto en su primera época, lacual transcurre en Inglaterra entre los años cuarenta y cincuenta (entre los cuales destacaríamos sus clásicas adaptaciones de las novelas de Dickens y sobre todo su maravillosa película "Breve encuentro", a la que muchos críticos siguen considerando la mejor cinta británica de la historia), para pasar posteriormente a trabajar con las productoras americanas de más renombre en obras tales como la que nos ocupa, El doctor Zhivago, y otras como ni más ni menos que sus archiconocidas "Lawrence de Arabia", "El puente sobre el río Kwai" o "La hija de Ryan"; ¡qué menuda nómina acabamos de citar, eh!. Me permitiré un pequeño excurso. Durante cierto tiempo, y por mor de aspectos no relacionados en modo alguno con el arte y sí con la política y las ideologías dominantes en los años sesenta y setenta del pasado siglo, se convirtió en lugar común el diferenciar ambas épocas de nuestro director, dando a entender que la época inglesa era soberbia y que, por el contrario, la llamada americana, o también denominada con mucha maldad época de las superproducciones, constituía una etapa de poca calidad y destinada al uso comercial. Gracias a Dios que semejantes periodos ya han pasado a mejor vida y son pocos los que aún recuerdan aquellas sutilezas y aquellos prejuicios escolásticos –marxistas. Así es que hoy en día podemos hacer justicia al maestro Lean y considerar a su denostada experiencia americana como una verdadera cima de su arte. Además, y esto es lo más curioso del caso, durante su presunta venta al capitalismo cinematográfico americano, Lean realiza una serie de películas como la que nos ocupa, y a la que vamos a tomar como modelo para explicar algunos aspectos paradójicos: la mayoría de los actores que en ella aparecen son británicos (tal es el caso de Julie Christie, Alec Guinness, Tom Courtenay, y otros más), el que encarna al personaje central, a Yuri Zhivago, es el actor egipcio Omar Sharif, e igualmente, y sin posibilidad alguna de perdón en el caso de que me olvidara, aparecen en la nómina y con soberbias interpretaciones secundarias un sinnúmero de actores españoles: José María Caffarel, Pepe Nieto y muchos otros cuya enumeración resultaría ociosa; y dejamos para el final de este apartado al terrible, enigmático y jovencísimo en esa fecha actor alemán Klaus Kinski en su papel del anarquista encarcelado y transportado en el tren. Igualmente diremos que el equipo técnico reúne a gentes de medio mundo, pero especialmente británicos y españoles; que los escenarios naturales se ruedan en Europa, sobre todo en la campiña soriana, con el majestuoso Moncayo personificando a los Urales rusos; que incluso la estación de ferrocarril que aparece varias veces en la película es la de la ciudad de Soria. Si a esto unimos que la novela en la que la película se basa, del mismo título que la obra cinematográfica, pertenece al escritor ruso y posteriormente premio Nobel de literatura Boris Pasternak, que el productor es un italiano y así unas cien cosas más por el estilo, veremos las injusticias que durante cierto tiempo hubo de sufrir nuestro director inglés, todo ello, como queda ya dicho, por la intransigencia infantil en materia ideológica de ciertos críticos y por cierto anti-americanismo ingenuo pero estúpidamente combativo. Que sirvan estas líneas como un humilde desagravio a tan gran autor como fue David Lean. La presencia española en la película, repito, es manifiesta. Lo cual para mí constituye un gran motivo de orgullo. Si no me equivoco, todos los maravillosos interiores que aparecen (la casa de la madre de Lara, los escenarios de restaurantes y salones, el estremecedor palacio de hielo de Varikino), todo ello procede del estudio del diseñador de decorados cinematográficos español Gil Parrondo, el cual colaboraba asiduamente con el maestro Lean. Por cierto, no deberíamos dejar de citar que Parrondo es el español que más Oscars ha ganado hasta el momento. En una época de asfixia del cine español debida a la terrible censura del régimen franquista, posibilidades de abrirse al exterior como ésta constituían, sin duda alguna, verdaderas bocanadas de aire fresco, a la par que mostraban la calidad y profesionalidad de nuestro acallado en aquellos tiempos sector cinematográfico.

El doctor Zhivago
     Por todo lo que antecede resultaría estúpido otorgar una determinada nacionalidad a esta película. Eso sí, digamos que resultó ganadora en aquel año 65 de cinco Oscars de la Academia. Contándose entre éstos el de mejor banda sonora original y el de mejor fotografía. Los cuales no supusieron otra cosa que poner las cosas en su sitio y hacer justicia. Respecto a la música, aspecto para mí esencial en casi todas las obras cinematográficas y por el cual yo siento debilidad, digamos que simplemente es perfecta. ¿Quién no recuerda el celebérrimo tema de Lara, que va acompañando y punteando, a veces con fuerza y otras como una simple insinuación que se plasma en los ojos de Zhivago, toda la trama de la historia que se nos cuenta?. El poder evocador de esta música, su carácter mágico, panteísta, y a la vez sencillo y humilde como la balalaika, el tradicional instrumento de cuerda ruso, verdadero hilo y testamento en la trayectoria vital de los protagonistas de esta película, nos sumerge por momentos en un delirio y en un goce poético que se apodera de nuestro espíritu y de nuestros sentidos arrastrándonos dulcemente hasta los límites y los confines del alma, del amor y de la Naturaleza, que infinitamente revive en medio de la desgracia y de los hielos de la Historia; escritas así, con mayúsculas, como lo haría Hegel. El autor de la banda sonora fue el compositor francés Maurice Jarre, al cual también debemos los prodigios de "El puente sobre el río Kwai" y de "Lawrence de Arabia".

El doctor Zhivago
          Respecto a la fotografía de la película, pues tres cuartos de lo mismo. Agotaríamos todos los epítetos positivos llevándolos hasta el extremo. Sencillamente haré constar que nunca en mi vida he visto unas flores de semejante belleza como aquéllas que surcan la campiña soriana, que representa a la estepa rusa en la película; ni unos ojos que hablan por sí solos, que nos lo cuentan todo y que, como dice Lara en un momento de nuestra obra, lo comprenden todo, como son los de Omar Sharif dando vida a Yuri, el poeta y el doctor Zhivago a un tiempo. Y que decir de la hermosura ideal, sin dejar de ser también hecha de humano, demasiado humano, que diría Nietzsche, barro, de Lara, encarnada por la actriz británica Julie Christie. Sus ojos, su rostro, su figura, su talle, así serán las musas, si éstas existen; así debía de ser la belleza de la Laura de Petrarca o de la Beatriz del Dante: algo más que humano que se manifiesta en un ser atado a la carne. No me olvido de que la película está surcada de batallas, de campos helados y cubiertos de nieve, de fastuosos salones, de pequeñas granjas en medio de la estepa, de manifestaciones sociales y de masacres, de grandes movimientos de masas y de individuos en primer plano. Ah, y por cierto, de trenes que silban y escupen humo negro mientras van abriéndose paso entre raíles atestados de nieve ... Hay algo en las imágenes que nos habla, y no sabemos cómo ni qué es esto, sobre el alma eterna de Rusia, sobre su poesía y su tristeza, sobre su humildad y sobre su resignación eterna frente a los autócratas de todo signo que la gobiernan desde los tiempos de un Iván el Terrible hasta quizás el presente ... Todo esto y mucho más nos muestra esa fotografía .

El doctor Zhivago
     Si a esto unimos el carácter épico (en el sentido auténtico del término y no meramente retórico, el cual tristemente tanto abunda hoy en el cine moderno) de la novela de Pasternak, su grandiosidad, su descripción de la Historia esencial de una época y de unos determinados acontecimientos, en este caso la caída de los Zares, la posterior Revolución rusa de 1917 y los sucesivos avatares hasta llegar al régimen stalinista, siguiendo en este procedimiento la vieja y clásica consigna stendhaliana de que la novela es un espejo que marcha por un camino, combinado en todo momento sin perder de vista el factor predominante en ello, como en cualquier otro acontecimiento social, dícese, el factor humano, la eterna antropología del bien y el mal, del orgullo y de la envidia, de lo miserable y de lo excelso, pues bien, el resultado no podría ser más que este film maravilloso sobre el que estamos hablando. Pero no debemos llevarnos a engaño, pues la Historia sólo sirve aquí como un terrible decorado. Sabemos por el filósofo alemán Hegel que la violencia es el motor de la Historia, y, si no, ved todas las guerras que nos asolaron y que todavía hoy en día nos asolan; también fue este mismo pensador de lo prusiano quien nos dijo que al individuo no le cabe esperar otra suerte que el de ser una víctima de la marcha del Espíritu en la Tierra, es decir, de la misma antes citada Historia. Pues bien, frente a ello Lean, a través de Zhivago, nos muestra otra fuerza que opera en el mismo escenario: la Vida que se resiste, la Naturaleza que sólo se eclipsa por un instante pues su intención y su perenne conato no son otros que el de revivir y volver a florecer; y junto a ellos como testigo no mudo, sino poseído por dulce exaltación, el Arte y el Artista, en este caso el Poeta, ese hombre que repite con la ingenuidad absoluta de lo evidente la consigna del pobre Fichte: "Decir vida es siempre decir alegría". Pues el artista lo es a pesar suyo, ya que sin hacer nada para ello sus ojos descubren la belleza, el amor y la vida que hasta en la muerte se esconden, pues todo lo que fenece está luchando de alguna manera por resucitar otra vez. "Es un don", ésta es la última frase que oímos en la película, después de más de dos horas y media de sinfonía y de emoción humana, y así es, porque el Arte no consiste en un oficio, sino en un carisma. Nuestro buen poeta de profesión es médico, doctor. Resulta evidente que el ejercicio aumenta la calidad del resultado en cualquier campo o disciplina, pero la materia prima, el don, el carisma, es algo con lo que se nace, algo que no se elige ni cultiva.

El doctor Zhivago
     Hoy en día en que se escucha tanto hablar en boca de algunos directores si no jóvenes, si un tanto novedosos, del concepto de un cine poético como algo distinto y enfrentado al clásico cine narrativo o teatral, el ver con detenimiento (aquello de "visionar" se lo dejo a los estúpidos, pues es un craso error y un pecado capital contra nuestra lengua, muy propio además de esta nuestra época de ignorante pedantería) la película de Lean de la que estamos tratando pudiera resultar sumamente instructivo. Sobre todo en, digamos, la segunda parte de ella, a partir del retorno de la familia Zhivago a su residencia en el campo, después de atravesar los Urales en aquel tren atestado, los momentos cinematográficos no estrictamente narrativos y aparentemente innecesarios a la conducción de la trama se suceden en una ingente colección de imágenes y sonidos de una belleza arrebatadora. Y lo más sorprendente de todo es que esto se produce en medio de una historia épica, basada en una novela de ésas que llaman río y en las que parece imposible cualquier desviación que nos apartara del hilo principal de los acontecimientos. Lo cual viene a remarcar de forma majestuosa una característica principal en el cine de Lean según mi entender: la predominancia del material poético, del instante estético, sobre el hilo narrativo; y todo ello sin romper la forma tradicional del relato cinematográfico, sin caer en vanos experimentos ni en presuntamente geniales y peregrinas innovaciones condenadas de sí al ridículo del tiempo.

El doctor Zhivago
     Siguiendo el devenir de esta escritura, que más que producir voy acompañando, haremos un breve repaso sobre las actuaciones y los actores que las sostienen. Pues en el cine, y más si éste es épico, hay que considerar como sumamente acertado el mantenerse en la línea que nos marca aquel viejo verso del gran poeta romano Virgilio: "Arma virumque cano"; canto los hechos, mas también a quienes los realizaron, lo cual vendría a ser la razonable traducción del antes citado verso. Los personajes centrales de Yuri Zhivago y de Lara o Larissa, como también a veces es llamada, fueron interpretados magistralmente por el entonces jovencísimo actor egipcio, y estudiante en Londres, Omar Sharif y por la conocidísima actriz del cine británico Julie Christie. Como sobre ellos hemos hecho ya un montón de referencias, pasaremos a citar otros intérpretes, a los cuales por nada del mundo me gustaría olvidar o dejar de lado sin otorgarles al menos alguna pincelada. Comenzaremos por Sir Alec Guinness. Guinness, como siempre, está soberbio; sin duda alguna se trata de uno de los mejores actores británicos de todos los tiempos (y ojo, que de la Gran Bretaña proceden nombres como Charles Laughton, Laurence Olivier o Gary Grant). Su personaje es Yebra, el hermanastro de Zhivago. Muy distinto a su hermano, pero unido a él por un extraño vínculo de amor y odio. Admira a Zhivago, pero al mismo tiempo lo considera un personaje perdido y extraño al mundo. Yebra es un bolcheviquey pertenece a aquéllos que juegan a ganar. Tras la revolución triunfará en el régimen soviético, primero como policía secreta y después ascenderá hasta general. Es a través suyo y en un inmenso flash-back como se desarrolla la película, cuando nuestro camarada general interroga a una joven obrera que pudiera ser su sobrina, la hija de Lara y Yuri Zhivago.

El doctor Zhivago
     Igualmente, y superdestacado, se encuentra el papel que lleva a cabo con una maestría y una sobriedad increíble el gran actor norteamericano Rod Steiger. El que en otra ocasión también memorable diera vida al hermano de Marlon Brando en "La ley del silencio" de Elia Kazan aquí encarna a Víctor Komaroski, un turbio hombre de negocios, amante de los placeres y bon vivant donde los haya, amigo siempre de los que triunfan y carente de cualquier escrúpulo moral. Sucesivamente, y también, para más escándalo y crudeza en la situación, simultáneamente, él será el amante y protector de la madre de Lara y después de ésta misma, ni más ni menos que cuando ella sólo cuenta la temprana edad de diecisiete años. La filosofía de su personaje queda reflejada magistralmente en uno de sus diálogos cuando le viene a decir a Lara aquello de que los hombres se dividen en dos: los primeros son los que sirven a grandes ideales, son nobles y generosos, pero, indefectiblemente, hacen infelices a las mujeres; y después están los segundos, y entre ellos se cuenta él. Decir que es un tipo ruin y despreciable tampoco sería ajustarse a la verdad, simplemente sería reducirse al tópico. Es también un personaje complejo, tal y como lo suelen ser los seres humanos. Repito, Steiger está fantástico en su papel.

El doctor Zhivago
     Y por último destacaría a otro de los personajes esenciales, a mi juicio, de la película. Se trata de Pasha–Strelnikov. En este caso es el actor británico, bastante menos conocido que los anteriores, Tom Courtenay el que se encarga de dar vida a este joven muchacho, idealista, revolucionario e ingenuo hasta la médula, sobre todo en los asuntos más oscuros y escabrosos de la psicología humana, al que el tiempo y la amargura de la vida convertirán desde el enamorado Pasha en el terrible y solitario Strelnikov, verdadero verdugo sin piedad, héroe aclamado y temido de los bolcheviques, mito de la guerra contra los blancos contrarrevolucionarios, cuyo solo nombre inspira el terror de los humildes campesinos; en él se muestra aquello que Camus bautizó como la terrible conducta que suele seguir la inocencia radical una vez mancillada. En torno de este personaje se podría construir toda una historia. Ni que decir tiene que también Courtenay está soberbio.

El doctor Zhivago
          En un breve apartado destacaremos igualmente el trabajo de los secundarios, muchos de ellos españoles, y de algunos otros que no lo son tanto, secundarios, me refiero; como, por ejemplo, Geraldine Chaplin, que da vida a Tonia, la mujer de Zhivago. Para mí ésta es una actriz que nunca ha sido de mi devoción, pero aquí, en esta película, no podía ser menos, su interpretación resulta bastante creíble y solvente. La que sí constituye una verdadera presencia de lujo es la aparición del a veces histriónico, pero siempre tremendo y enigmático actor alemán Klaus Kinski. El personaje que interpreta del anarquista cínico y encadenado al que llevan "voluntario" a un campo de trabajo, ése que repite que en ese tren él es el único hombre libre y que los demás no son más que un rebaño y unos lacayos, le viene como anillo al dedo al que fuera emblema y martirio del director también alemán Werner Herzog. Un gozo el verle. Como he comentado anteriormente, la presencia española es abundante. Hay que recordar, por ejemplo, la aparición de José María Caffarel en el papel del encargado del vagón del tren que conduce a nuestros protagonistas de vuelta a su casa tras los Urales; o a un Pepe Nieto dando vida a un maravilloso pope de luengas barbas, del que sería imposible pensar que no era un auténtico ruso.

El doctor Zhivago
                    Bueno, en las anteriores entregas del Cine que a mí me gusta adquirí la costumbre, sobre más o menos el final del comentario de la película de la que estuviese tratando, como decía, adquirí la costumbre de reseñar o destacar alguna que otra escena o conjunto de fotogramas que a mí especialmente me agradara o me hubiera impactado. En la película de la que estamos tratando abundan momentos verdaderamente memorables, por ello, y para evitar tontas enumeraciones que no nos llevarían a nada, esta vez vamos a contradecir nuestro temprano hábito. Únicamente, y más que otra cosa por su rareza y su, digamos, abierta contradicción con las reglas de la narrativa del clasicismo cinematográfico americano, podríamos llamar a éste también "fordiano" en claro homenaje al gran director John Ford, vamos a extendernos brevemente en una escena con una toma de ésas que suelen ser llamadas "imposibles" en el argot de los críticos y cinéfilos. Concretamente nos referimos a una que se halla incardinada dentro de las que abarcan la representación del entierro de la madre del todavía niño Zhivago. La escena transcurre en un pequeño cementerio en medio del campo, casi junto a unos árboles, sopla un viento que mece las copas de éstos, van llegando los popes, los pocos deudos que acompañan a la difunta y a su lado aparece el infante apesadumbrado y expectante ante la extrañeza de lo que ocurre. Entonces la cámara nos muestra el ataúd descubierto de la madre, el rostro de ésta aparece dominado por una palidez cerúlea, producto de la muerte; lleva una especie de mantilla blanca de encaje; el efecto que nos produce su cara nos recuerda a esas imágenes a tamaño natural de Vírgenes que adornan las iglesias de España, mas también por sus adornos fúnebres tiene algo de novia que va hacia el altar o de niña que hiciera su primera comunión. En resumidas cuentas, que presenta una extraña belleza para la cual me resulta difícil encontrarle el adjetivo adecuado. La acción prosigue, los popes rezan, el niño se ensimisma viendo el cielo y las altas cimas de los árboles, a las que el viento azota cada vez con más fuerza; de repente a sus oídos llegan los estruendos de la tierra cayendo y cubriendo la caja funeraria en su tumba y entonces, como surgida de la nada, aparece la toma imposible: vemos el perfil y la cara de la madre tal y como se halla dentro de su última morada en la tierra; dura un segundo y al que escribe siempre le ha producido una tremenda impresión la tal secuencia, incluso parece que sea una imagen subliminal, debido a su brevedad, a su huidiza presencia. Evidentemente, el concepto de imposible hace referencia a un aforismo clásico dentro de la cinematografía tradicional: "Nunca puede haber una secuencia tomada por una cámara desde un punto en el que no pudiera situarse un ojo de una forma más o menos natural", algo así vendría a rezar dicha regla del clasicismo cinematográfico que enfatiza el hecho de que la cámara debe siempre situarse en el lugar preciso en que pudiera estar la mirada de un espectador presente o potencial. Este tipo de malabarismo escénico siempre ha estado muy cuestionado; recordemos como ejemplo las críticas que recibieron películas como "Ciudadano Kane" y otras de Welles por parecidos motivos. Lo que ocurre es que a veces, escasas por cierto, la transgresión de la norma produce efectos espectaculares, y aquí tenemos un ejemplo notorio de esto.

El doctor Zhivago
     Bueno, queridos amigos, hasta aquí hemos llegado. Recordando lo que os decía al principio de este artículo, no me ha cabido otra posibilidad que la de la mera aproximación tangencial, que la de hacer este triste esbozo, a una obra tan maravillosa como es la película "Doctor Zhivago". La única intención que había en quien ha escrito esto era y continúa siendo la de animaros a que aquéllos que ya la conocéis volváis a verla y que aquéllos que todavía no lo hayan hecho la disfruten ahora por primera vez. Imagino que este artículo aparecerá en el número de diciembre de la Revista katharsis, que teóricamente debería coincidir con las Navidades, pero, debido a que últimamente andamos con serios retrasos, los cuales se subsanarán lo antes posible por el mínimo respeto que debemos a nuestros lectores, es muy posible que no se produzca semejante coincidencia en el tiempo; mas, a pesar de ello, permitidme que os felicite a todos vosotros y que os desee un feliz y próspero Año Nuevo. Esperemos que ese don del Arte del que tanto hemos hablado en este artículo nos alcance, aunque sólo sea un poco, a todos nosotros.

El doctor Zhivago
     Antes de acabar del todo, una dedicatoria y unas pocas líneas más. Hace un tiempo y por unos avatares de la vida que no vienen al caso, conocí a unas personas de procedencia rusa que por motivos de todos bien conocidos, especialmente la grave crisis económica y social que aqueja a aquellos territorios, tomaron la difícil y amarga decisión de emigrar a la Europa rica. A estas personas y a todas aquéllas que como ellas se han visto obligadas a hacer algo parecido dedico este pobre y sencillo artículo. Muchas gracias y hasta la próxima entrega.

 

Carmelo Abadía
Licenciado en Derecho
Alfajarín.
Zaragoza, [España].

Copyright ©2005 Carmelo Abadía.


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