Roxana
Heise V.
La noche es una gata de ojos amarillos que espera por ti sobre
el diván, con un ligero toque de whisky en las rocas y un
cigarrillo encendido a punto de quemarme. Ella me arrastra a los
suburbios de mis penas, hasta dejarme olvidada en un rincón
del vestíbulo; entonces araño mi suerte en el auricular
de tu ausencia y muerdo mis labios pensando en LA OTRA, pensando
en aquella que me roba los sueños, mientras resbalo sin querer
por las paredes, ahogando mis sollozos en la foto matrimonial, que
inevitablemente me llena de recuerdos...
Era una condenada a muerte en medio del patíbulo. Aún
escucho la voz del universo, horadando mis oídos como una
polilla gigante. Llevabas un estetoscopio colgando del bolsillo
y tu nombre grabado en el delantal blanco. Apenas me miraste y la
gran polilla se alejó de manera casi mágica. Me invitaste
a pasear por el jardín, el gran jardín de los enfermos
agudos, y te conté los motivos por los que llegué
al lugar. No había nada extraordinario: una chica bien que
lo tiene todo, incluso algunos estudios en la universidad, un padre
muerto y una madre alcohólica... Ah, y un Mercedes esperando
en la puerta de calle. Cogiste tu mentón, (no entiendo por
qué, todos los siquiatras lo hacen) y pediste a la enfermera
que me inyectara. Luego me dejaste medio sedada en manos de aquella
circunspecta muñeca almidonada, en tanto te alejabas diciendo
que tenías dos domicilios pendientes, y yo no comprendía
en qué rincón de la vida pude haberme extraviado.
La noche me lleva hasta tu despacho, esta noche no hay turnos Doctor,
esta noche es una gata que me llena de ira y yo me dejo apaciguar
por los recuerdos, frente a la claraboya que espía mis penas,
simulando ser un fantasma en medio de la guerra.
No hay drogas Dr, exclamé ante tu insistencia, unas pocas
tabletas de Dormonid no hacen mal a nadie, aparte de un toque de
alcohol para reponer fuerzas. ¿Quién de cuando en
B no lo ha necesitado? El estetoscopio amenazaba con caerse al suelo
cuando lo cogí, lo sujeté con energía y lo
guardé en el bolsillo de tu delantal, provocando una leve
turbación en tu rostro. Fue entonces cuando comprendí
que me deseabas, y serías mi amante una noche cualquiera.
Me levanto del suelo, cojo el encendedor que duerme en brazos del
sillón y prendo tantas velas como me es posible. Luego enciendo
la música que comienza a invadir la sala y más allá.
Me dejo mecer, imitando una pluma a punto de levitar sobre las sombras,
cuando viene a mi mente la imagen de LA OTRA, y juro por mi vida
que no lloraré esta vez.
No se trata de esquizofrenia Dr, eso está claro. En estos
casos, hablamos de ciclotimias y otros desórdenes. Por lo
demás la muchacha, no muestra una historia antigua de enfermedad
orgánica..Escuché desde la enfermería toda
esa estúpida cháchara, y me expliqué a mi misma
las razones para el mediocre avance de la medicina. La enfermera
se indignó al sorprenderme, enviándome a mi lugar,
asegurándome que si no me comportaba, me llevaría
a la sección de pacientes crónicos. Sentí que
ella tenía deterioro mental, pero regresé a mi cuarto
sin responder.
Desde la licorera que compraste con tanto amor, una botella de
vermouth me guiña el ojo. No me hago de rogar, necesito adormecer
la ira que invade mi sangre como pólvora al río. LA
OTRA aparece frente a ti; con aquella camisola negra que tanto te
gusta y la noche muestra sus garras de fiera salvaje, mientras me
tiendo en el sofá con una húmeda muestra de amor sobre
las mejillas. Escucho tu voz, nítida y prejuiciosa decir:
No más alcohol, muchacha. Yo bebo como todo el mundo
Dr. ¿Acaso usted no lo hace? Durante el turno de ayer lo
sorprendí bebiendo en la residencia medica. Mal sistema para
ejercer la medicina. Me miraste de modo desafiante, recordándome
una vez más, que sólo era una enferma padeciendo en
aquel infierno.
Acomodo mi cabello, una brisa agradable entra por la ventana y
la figura de LA OTRA comienza a ulular, odalisca desnuda de tus
fantasías. Siento tanta frustración, que enterraría
el veneno de mi dolor sobre tu espalda y te dejaría allí,
con el cadáver de LA OTRA oprimiéndote el corazón.
Pero la noche es dulce a pesar de todo, a pesar de la cobra que
entra por la celosía y me transforma en la Eva que perdió
a su Adán, por causa de la tentación.
Si estuvieras aquí hablaríamos de tus penas, del
dolor que te convirtió en Papá Noel de los atormentados
y tal vez planearíamos el futuro de nuestro matrimonio. Pero
estoy aquí, con el auricular descolgado sobre la pequeña
mesa y mis piernas rozando el silencio de mis recuerdos.
Te veo claramente caminar por la residencia medica, pareces
un gato insomne rondando su territorio. El guardia era distraído
por un grito que provenía de algún lugar, la enfermera
aquella descansaba en su habitación, mientras los envenenados
huéspedes dormían a merced de sus drogas.
Peiné mi cabello y cubrí mi escasa ropa interior,
con una delgada bata que dejaba entrever toda mi vida. Cuando me
presenté frente a ti no pudiste pedir auxilio, acallé
tu boca con aquel beso que no lograste controlar, como nada de lo
demás.
Por eso la noche es una gata que me guiña el ojo en medio
de tu ausencia. Me pide que no desista, que LA OTRA es sólo
el reflejo de mi misma y bien vale el amor en medio de la guerra.
Además, si la veo alguna vez, haré que desaparezca
para siempre de tu vida.
Me levanto de mi rincón y comienzo a caminar de un lado
a otro aguardando tu llegada. Los pasillos infames parecen desconocerme.
Entro en la habitación; clavo la mirada sobre el delantal
blanco que pende de la percha. Adoro rasgarlo, partirlo en mil pedazos
como si fuera LA OTRA. La aguda tijera se incrusta entre sus fibras,
cuchillo afilado hurgándole las entrañas. Deseo reír,
reír como una loca en medio del patíbulo y así
lo hago. Luego lloro, lloro cuando te escucho decir:
Tu enfermedad requiere de un estricto control de fármacos,
aparte de toda tu voluntad por superar esos estados depresivos.
Debes recordar que en las fases maníacas harás cosas
imprevisibles, que pueden dañar profundamente tu integridad
y la de aquellos que te aman.
Pero de qué integridad me hablaba Doctor. ¿Acaso
no es usted quien daña la mía?
Harta de dar tumbos por los rincones, busco el mismo sofá
y me siento una gata de ojos amarillos, que espera por ti mientras
la noche me deja adormecer en su letargo. Una escuálida lágrima
divide mi mejilla y me siento desfallecer en el cuerpo de LA OTRA,
aquella que has amado con el amor que tenías guardado para
mí.
La llave en la cerradura me anuncia tu presencia. No vienes sólo,
siento pavor. La mujer que sigue tus pasos es la enfermera del pabellón
de agudos. Cierto es aquello de los amoríos entre profesionales
de salud, pero traerla a casa, realmente es una locura.
Me miras de arriba a abajo, igual que aquella vez cuando acudí
a la residencia médica, rompiendo todos tus esquemas éticos.
Seguro tendrás algo que decirme, alguna palabra que pueda
justificarte. Pero nada, sigues de pie, imperturbable, como si el
mundo se hubiera paralizado.
Me preguntas que hago en tu casa, y me confundes aún más.
Te pido una explicación, por faltar a tus promesas matrimoniales
y la loca de la enfermera, quien asegura ser tu esposa, dice que
me encuentro en estado delirante, y asegura que hurté las
llaves de tu casa desde la residencia medica...
Desde la residencia medica, desde la residencia medica...
La noche es una gata de ojos amarillos y no debiste dejarme así,
en medio del salón, mientras LA OTRA danzaba semidesnuda
para ti. Que faltó otra dosis de medicamentos, que es bueno
mantener siempre la relación medico-paciente dentro de ciertos
márgenes, que los desórdenes maniacales se acompañan
de episodios de exacerbación de la libido...
Ella pide una ambulancia y yo sigo sin entender, me enviarás
a ese lugar, al pabellón de agudos, allá en donde
me amaste, en medio del patíbulo...
Del libro DES-ATADOS
Cuentos del desamor
Derechos reservados.
Roxana Heise
V .
Concepción (Chile)
Copyright ©2004 Roxana Heise V.
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