REFLEXIONES
CON BERLÍN DE FONDO
Antonio
José Quesada Sánchez
REFLEXIONES CON BERLÍN DE FONDO
Tengo los pies muertos ya.
Como este tío no pare un rato, yo no seré capaz de
llegar a Berlín -comenta Johnny cansado, mientras sigue la
marcha.
Bueno, pero digo yo que ahora
ya no tenemos tanta prisa, ¿no?
No te creas, ¿no has
visto que han entrado los rusos? Éste tiene órdenes
de que lleguemos lo antes posible o cuando entremos nos recibirá
el Jefe del Soviet de Berlín Este, compañero general
Raskolnikov o algo así, y entonces ya la hemos liado.
"¡Y cuando digo
que quiero esto para lo antes posible quiero decir que lo quiero
para ayer!" -ambos a la vez, imitando al teniente, entre caras
sorprendidas de sus colegas, que les miran-. Ja, ja, ja, ja.
¡Soldados, qué
es ese griterío! ¿Estamos de paseo por el campo, coño?
-el teniente no se ha dado cuenta de su imitación, pero sí
de que hay desorden.
Se hizo un grave silencio. Los veinte
kilómetros a pie hasta Berlín les iban a resultar
eternos.
A mi ya me pesa la mochila,
el fusil es insoportable, las botas me tienen matado... ¿No
hubiera sido más fácil llegar en camiones? Mira que
eso de dejarnos a veinte kilómetros por miedo a posibles
ataques... Además, ¿acaso no pueden ametrallarnos
desde el aire si nos ven ocupando la carretera como vamos? ¿Y
no han visto ya a los rusos colgar la bandera roja en el Reichstag?
Cada vez entiendo menos...
Sí, la verdad es que
sí, macho. Igual esa bandera roja es el problema. Pero esto
de hacernos andar es algo gratuito. Sobra. Bueno, y si al menos
nos encontráramos con alemanas por el camino. Pero, chico,
ni una...
Qué guapas son estas
mujeres, es verdad.
Rubias, altas, bien hechas...
Chico, me sube la temperatura sólo de pensar en ellas, y
no me acuerdo ni de la caminata ni de la mochila ni de los rusos...
¿Estas casado, Johnny?.
Sí, chico, sí,
qué tendrá que ver eso... ¿Y tú?
Sí, yo también.
Mira, ésta es Elsa -abre un portafotos que llevaba colgado
del cuello. Se ve a una bella mujer de rasgos latinoamericanos.
Ummm, es muy guapa. ¿Es
mexicana?
Panameña, pero tiene
ya la nacionalidad norteamericana. Es hija de un militar panameño
que trabaja para nosotros en el canal.
Mi mujer se llama Mary, y es
la típica mujer negra del medio oeste norteamericano.
¿Y estás enamorado
de ella o tienes la mente siempre en otras mujeres?
Claro que estoy enamorado,
pero pienso que cualquier día un nazi cabrón al que
se le crucen los cables me mete un tiro entre ceja y ceja y vuelvo
a casa en una caja de madera. Bueno, tal y como están las
cosas, no necesito ya ni a un nazi cabrón irreductible, sino
que me bastará con un comunista ruso, al que tampoco le faltarán
ganas de hacerlo. Por eso, si se me presentara algo femenino, bueno
es. Sobre todo una rubia de éstas, y dicen que los negros
les gustamos muchos, a ver si es verdad... Al fin y al cabo, si
me matan mañana, eso que me llevé para adelante. ¿Tú
no piensas así?
Mira, yo confío en volver
a casa, y no quiero haber hecho nada que me impida mirar a mi mujer
a los ojos.
¡Ufff, un romántico!
Tú eres de los que creen que los rusos son nuestros amigos,
¿verdad?.
Hombre, han hecho la guerra
con nosotros, ¿no?.
Te diré yo lo que harán
los rusos a partir de ahora si les dejamos: van a sovietizar la
Europa que les dejemos y convertirla en satélite suyo. ¿Te
juegas algo?.
Hombre, no creo. Están
liberando esas tierras...
¿Qué no crees?
No están liberando, están conquistando.
Te veo muy reacio respecto
a ellos, Johnny.
Éstos están tan
locos con los discursos y las liberaciones que no se dan cuenta
de que los rusos van a su aire. Es más, te voy a decir algo
que, salvo que me equivoque mucho, será realidad en un par
de años (Dios quiera que no, pero soy pesimista): cuando
la guerra haya terminado, los países liberados por los rusos
pasarán a estar gobernados por partidos comunistas, y Europa
se dividirá en dos partes, separadas como por una especie
de cortina que coincida con las fronteras de estos países
con los de la Europa libre. Una cortina de hierro electrificada,
claro, para que la gente no huya del paraíso rojo. Ya lo
verás.
Estás obsesionado, Johnny,
qué mentalidad. Te pareces a algunos senadores que conozco.
No creo que sea para tanto. Ya has oído al Presidente decir
que...
¿El Presidente? El Presidente
no tiene ni idea. ¿Sabes tú quien sabía tratar
a esta gente?
¿Quién?
Churchill. Ése sí
tenía una gran cabeza y tenía a raya a Stalin. No
me gustan estos asiáticos, Mike. Los rusos no se han bajado
del caballo y hacen la guerra como Gengis Khan, aunque se crean
europeos. Pero no lo son: los europeos tuvieron a Kant y a Hegel
y éstos ni los han olido.
No me salgas por ahí,
Johnny. Primero te quieres acostar con la primera alemana que se
te ponga a tiro, luego que no te gustan nuestros aliados... Eres
el soldado ético ideal.
¡Ay, Mike! Inocentes
como tú son el campo de cultivo para que manden los mariconcillos
que sientan sus culos limpios en el Senado y no tienen ni idea de
lo que es la vida. Mira, en último término será
un grupo de soldados el que salve la civilización occidental,
no olvides eso nunca. Ya verás cómo los mariconcillos
del Senado acaban llamándonos dentro de unos años
para intimidar a los tovarich. Si me dejaran, una vez comprobado
que Hitler está muerto, seguiría la guerra hasta entrar
en Moscú. Si no lo hacemos ahora, lo tendremos que hacer
después, ya lo verás. O lo tendrán que hacer
otros después.
Yo seré inocente, pero
a ti te veo demasiado desconfiado, Johnny. No sé cuándo
eres peor, si cuando buscas hembra con la que ser infiel a tu mujer
o cuando enmiendas la plana al Presidente inventando cuál
debe ser nuestra política exterior.
Recordaré esta conversación
siempre, Mike. Algún día me darás la razón.
Deberías ser negro para saber cómo funciona el mundo.
Yo vine aquí no para defender a mi país, que también
me discrimina, sino para acabar con el racismo de Hitler, que es
un peligroso ejemplo que no quiero que se extienda. Pero tenemos
en casa todo revuelto, no lo olvides: los negros somos los judíos
del Presidente americano. ¿No te extraña que yo sólo
recupere derechos cuando hay guerra y puedo volver a casa en el
mismo ataúd que tú? Si estuviéramos en mi pueblo,
tú irías en un asiento del autobús y yo en
otro, y en un bar tú orinarías en un sitio y yo en
otro. Fíjate que curioso: y venimos aquí a decirle
a Hitler que no discrimine judíos, que eso no está
bien...
Se corta la conversación. Se
corta toda posible conversación de la tropa.
¡Atención, compañía!
Vamos a hacer noche en aquella granja y mañana seguiremos
camino. Nos acomodaremos en el pajar, ¿de acuerdo? ¡A
ver, el italiano ése que hablaba alemán, Gianni! ¡Dónde
carajos está Gianni!.
¡Aquí, mi teniente!
-sale de un lateral de la masa de hombres y da un taconazo.
Vamos a adelantarnos para hablar
con los dueños de la granja. Mientras, vosotros, acercaos
a la granja pero sin entrar, ¿de acuerdo?.
¡Sí, señor!
-todos a la vez.
Vamos, Gianni.
Y marcharon.
A la mañana siguiente, a las
siete, estaban todos en pie, arreglando sus cosas para salir. Se
distribuyeron pedazos de pan con mantequilla, para que durante el
camino cada cual desayunase algo. Mike miró para todos lados,
pero no veía a Johnny. Se ponen en marcha, y entonces llega
Johnny, corriendo y poniéndose en su sitio el uniforme. Afortunadamente,
el teniente no se había dado cuenta todavía de la
tardanza.
¿Dónde has estado,
hombre?
Toma, anda, guárdate
esta manzana para luego -comenta, ofreciéndole una linda
manzana.
¿Pero de dónde
has sacado esto? -sorprendido, es de gran calidad-. No veía
una manzana así desde antes de la guerra.
Pues ya la ves ahora, hombre.
¿Sabes? -tono de confidencias- Me las ha dado la hijita de
los dueños de la casa donde hemos estado...
¡No me fastidies! ¿Has
estado con ella?
Sí, chico. Uffff, un
volcán... Le he dejado una tableta de chocolate y unas medias
transparentes que le han encantado. Chico, era guapísima,
rubia, alta, con un par de buenas ejem... y cuando te diga una cosa
te caerás de espaldas...
¿Qué? -intrigado.
Era tan rubia que tenía
rubio hasta el...
Buenoooo -le interrumpe-, anda,
déjame tranquilo que me va a subir la temperatura. Tu mujer
estaría orgullosa de ti: acostándote con alemanas
a cambio de unas medias de dos dólares, robándole
sus manzanas y trapicheando. No sólo tu mujer: tu país
estará orgulloso, seguro. Pensaba yo que lo de los relojes
sería algo aislado...
No es delito quitar el reloj
a un cadáver, ¿eh?. No dañas a nadie. Además,
si no se lo quitas tú se lo llevará otro...
Es increíble -Mike miraba
a Johnny con ojos de desencanto -¿A
esto hemos venido a Europa, a robar a hombres muertos y a gozar
a mujeres vivas?.
Hemos venido a eliminar a un
criminal, a no poder eliminar a otro porque los políticos
no nos dejarán, y a sobrevivir y evitar volver a casa en
una caja de pino como héroe. Eres demasiado inocente, Mike,
no se puede ir así por la vida. Debieras haber nacido negro,
y así habrías perdido esa virginidad moral que te
paraliza. ¿Sabes lo que es el agua destilada?
Sí.
Sabrás que es un agua
tan pura que no se puede beber. Pues así es tu bondad: hay
que ser bondadoso, pero no de un modo tan ideal que no seas humano.
Hay que ser humanamente bondadoso, para llegar vivo hasta mañana.
Acostándote con pobres
mujeres por tabletas de chocolate, robando relojes a los muertos
en la carretera, quitándote de en medio cuando hay algo peligroso
que hacer... Tu bondad me abruma. Sí, es cierto que llegarás
vivo a mañana, eso sí.
Mike, cuando vine aquí
tomé la determinación de terminar esta campaña,
no de volver como héroe de mi país con los pies por
delante. En tiempos de paz, sobrevivir es vivir conforme a tus principios.
En tiempos de guerra, revueltos, para sobrevivir hay que bordear
esos principios. ¿Eres capaz de andar en línea recta
cuando el mundo es redondo?
No tienes arreglo, Johnny.
Dejemos eso, compañero,
y mira qué vemos por allí -comenta señalando
el horizonte.
Era Berlín. Por fin. La cantidad
de cuestiones que se solucionaban viendo Berlín...
Además, piensa que para
mi esto no es más que una batalla. Ahora tú y yo vamos
juntos, pero en cuanto vuelva a casa y me obliguen a no mezclarme
contigo, volverá la lucha contra el racismo. La misma que
me ha traído al corazón de Europa.
Vale, vale, lo que tú
quieras... -se aburre y mira para la ciudad.
(Cambiando de tema) Seremos
las primeras tropas no rusas que entren en la capital. Nos estarán
esperando los tovarich, ¿no?. ¿Les saludamos con el
puño en alto? Tú verás que nos encontraremos
con las Juventudes Comunistas dirigiendo el tráfico en la
ciudad...
Bueno, y si eres tan defensor
de los derechos de los negros, ¿no te convendría aliarte
con los comunistas? Aprovecha ahora...
No te equivoques, yo vengo
de África, no de Rusia. Y así como no quiero ser esclavo
de los blancos tampoco quiero ser esclavo de un Estado que me diga
hasta la hora en que tengo que ir al baño. Por mucho que
mi estafador no se llame Excelentísimo Señor Presidente
de los Estados Unidos de América, sino Compañero Secretario
General del Partido Comunista de no sé dónde, que
suena más cercano a mi.
Desde luego, no sé cómo
te prefiero, si como ladrón de cadáveres y fornicador
de mujeres rubias y guapas, o como analista político preclaro.
Llámame superviviente.
Con eso me conformo. Pero esto que vemos de los rusos a nuestro
lado es un teatro. Al tiempo.
Salen a recibirnos tropas rusas. El
teniente se presenta ante la autoridad soviética y los soldados
confraternizamos con los soviéticos. Son muy delgados y sus
ojos son claros y huidizos. Parecen temer siempre algo, sea la llegada
de los comisarios políticos o que les corrompamos con fotos
de bailarinas americanas medio desnudas, ¡yo qué sé!.
Son correctos, pero se les nota algo distantes con nosotros. Parecen
tener miedo de siglos que no han terminado de exorcizar.
Nos ofrecen un tabaco ruso pésimo
(mucho fanatismo hay que tener para hacer la guerra fumando esta
mierda: el comisario político debe hacer un trabajo excelente).
Nosotros les correspondemos con tabaco americano, mucho mejor. Uno
de ellos saca una botella de vodka y me ofrece. Aquello es alcohol
puro, no me sabía a nada. Ahora entiendo aquello que leí
a Gogol en "Taras Bulba" de que los cosacos, cuando no
guerreaban, bebían vodka hasta caer al suelo y allí
dormían la borrachera, cayeran donde hubieran caído
(en casa, en una cuneta, bajo un árbol...). Esto entran ganas
de beberlo hasta caer al suelo, no por placer. Debe ser útil
hasta para desinfectar heridas.
Toma, tovarich, pega un trago
a esto -dije alargándole una botella de whisky, para que
probara algo bueno.
Espasiva, me respondió mientras
tragaba con deleite, y añadió una parrafada en ruso
que no entendí, pero tenía que estar alabando la bebida,
pues me pidió permiso o algo así para ofrecer a un
colega suyo. Entonces llegó el comisario político
y se quedó con la botella, para ver si la bebida de los decadentes
burgueses tenía efectos ideológicos sobre su tropa,
supongo.
Y así terminó el primer
acto de esta función de teatro, con la toma rusa de Berlín,
y comenzaba el segundo acto de la misma obra, la administración
de la victoria, con esta pequeña farsa entre supervivientes
que no hablaban el mismo idioma, y no sólo a lenguas me refiero.
Lo bueno que nos queda a los viejos es que podemos reflexionar sobre
si estábamos equivocados o no en nuestras predicciones. Esto
no podrán hacerlo los compañeros que se quedaron por
el camino, por muy Héroes de la Patria que se les considerara.
Me quedé corto en mis reflexiones: cuando entré en
Berlín, con dos relojes en la mano izquierda, un blanco inocente
a mi lado y el recuerdo del sexo rubio de una alemana gigante en
la mente, nunca pensé que nos acabaríamos peleando
con los rusos hasta para llegar antes a la Luna o que los negros
íbamos a dar tanta guerra, afortunadamente, hasta arrancar
nuestros derechos.
Lástima que todo esto no lo viera Mike, ya que un ruso le
mató unos días más tarde de nuestra entrada
en Berlín. Me hubiera gustado conocer su opinión sobre
todo esto.
Fue un error, según estableció la investigación
oficial, pues le confundieron con un soldado de las SS y dispararon.
Pasó a ser otro Héroe de la Patria que retornaba en
cajón de pino adornado con Cruz al Mérito Militar
con distintivo de no sé qué color. Con viuda llorosa
esperando su llegada. Viuda a la que nunca fue infiel, porque estaba
hecho de otra pasta, además.
A menudo me acuerdo de él y se lo comento a Mary: yo sobreviví
y él no. Me dolió mucho: ese blanco inocente era mi
amigo, y no era malo. Era inocente, sin más. Si alguien mereció
una bala en el cerebro nunca fue él, aunque estas cosas pueden
pasar cuando eres demasiado confiado.
Antonio José
Quesada Sánchez
Dr. en Derecho
Málaga (España)
Copyright ©2004 Antonio José Quesada Sánchez.
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