Trafalgar
(1873) de Galdós o el gusto por la lectura
Juan J. Del Rey Poveda
I.E.S. Nicolás Estévez Borges
(Tenerife)
A la hora de escribir un libro, el autor elabora una lista de
ingredientes o elementos con los cuales construirá la ficción. De
ellos depende su éxito entre los lectores.
El comienzo de la novela Trafalgar
(publicada en 1873) es un anzuelo para el lector, que en parte
se sorprende, pues espera únicamente la narración del combate naval:
Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui
testigo diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por
qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar
la terrible catástrofe de nuestra Marina (1)
(71). Galdós podía haber abordado directamente la batalla, pero
prefirió hacer otra cosa, seguramente porque de esa manera el libro
era más atractivo para el lector.
José F. Montesinos señaló que “la
primera serie de los Episodios es una novela sumamente engañosa.
[...] en todos ellos predomina lo novelesco, aunque lo histórico
sea esencialísimo” (2). Es decir, que historia
y ficción se aúnan para crear un producto artístico. Sin esos dos
elementos don Benito no podría haber logrado una obra como Trafalgar.
El hecho de que el protagonista sea testigo de la acción atrae
el interés del lector, pues aunque es un artificio retórico muy
antiguo crea la ilusión de verosimilitud y esto era muy importante
en el siglo XIX, época dominada por la estética del Realismo. El
lector apetecía relatos realistas bien contados y que le entretuvieran.
Y, ciertamente, si pertenecían a la historia del país era otro motivo
que aseguraba el éxito.
Mediante la narración de su infancia,
el protagonista logra con ello el interés y la piedad -otro artefacto
retórico- del lector, que siente gran lástima de un niño huérfano
y maltratado. Como si fuera un Lazarillo, en este caso decimonónico,
empieza a servir a unos amos bondadosos en Vejer de la Frontera
(Cádiz) (3). Recordemos
que los relatos sobre la infancia gozaban de una gran tradición
literaria, sobre todo desde el siglo XVI. Don Benito, como buen
conocedor del arte y la tradición literarios, se sirve de las obras
más importantes de nuestra literatura para construir su novela.
La bondad de los amos evita que Gabriel se convierta en un maleante
y, a la vez, hace posible que sea el protagonista de Trafalgar,
ya que una acción tan heroica requería un personaje que no fuera
malvado. A este respecto Montesinos escribió que “los Episodios
son más bien una novela antipicaresca, pues Araceli es capaz de
honor” (4). Además,
no olvidemos que siempre los autores del Realismo buscaban un objetivo
moral en su literatura.(5)
Es posible que don Benito pensara que toda la novela no podía construirse
en torno al tema bélico, sino que había que contar más cosas, siempre
relacionadas con Trafalgar. De este modo, el lector sería ganado
y se evitaría su cansancio al no relatar únicamente la cuestión
bélica. Así, no sólo sus amos, don Alonso y doña Francisca, sino
que otros personajes como su hija y Marcial surgen en el libro para
crear un interés en el lector, y por eso se cuentan sus historias,
sus problemas y su pasado. Personajes y acciones están bien conjuntados
para la construcción de la ficción y todo ello encaminado a hacer
interesante la lectura de la obra.
Nos puede llamar la atención que
en una novela de tema único haya tantos personajes y se cuente tanto
de ellos. Y, además, tantos personajes diferentes y todos relacionados
en torno al tema. Gracias a esta variedad se mantiene constante
la atención del lector. Era típico de los autores realistas esta
abundancia de personajes, con los que creaban multitud de perspectivas.(6)
Tenemos, pues, un hecho histórico importante en España y unos personajes
que van a intervenir directa o indirectamente en él. ¿Esto era suficiente
para el lector? Sí y no. Queremos decir que un único tema podía
cansar al aficionado a la lectura. De ahí que Galdós introduzca
en el relato elementos que hagan ameno el libro, con las varias
historias que se cuentan y, paralelamente al asunto bélico, el amor
de la hija de don Alonso hacia el oficial Malespina y el despecho
de Gabriel.
El abundante uso de diálogos en algunos pasajes de la novela sirve
para narrar sucesos del pasado y exhibe el punto de vista de cada
personaje. De esta manera se varía la estilística de la novela,
pues si todo el relato fuera en tercera persona llegaría a cansar.
Además, gracias al diálogo cada personaje habla como sabe y esto
produce un efecto de realidad. Veamos un ejemplo, que se produce
cuando doña Francisca, don Alonso y Marcial discuten sobre la conveniencia
de participar en el próximo combate naval:
-Pues entonces -añadió mi ama-, pueden ver la función desde
la muralla de Cádiz; pero lo que es en los barquitos... Digo que
no y que no, Alonso. En cuarenta años de casados no me has visto
enojada [...]; pero ahora te juro que si vas a bordo... haz cuenta
de que Paquita no existe para ti.
-¡Mujer! -exclamó con aflicción mi amo-. ¡Y he de morirme
sin tener ese gusto! (págs. 100-101).
Este ejemplo nos muestra la pericia de Galdós para representar
el habla de cualquier personaje, con toda su naturalidad. Esto era
básico para los escritores que defendían el Realismo literario.
Y era algo que atrapaba al lector, cansado de que en las novelas
no se hablara como sucedía en la realidad.
La conciencia que tiene don Benito de evitar el aburrimiento del
lector aparece explícitamente:
Pero cortemos, que el lector se cansa de reflexiones enojosas
sobre lo que a un solo mortal interesa (106).
Respecto a los diálogos, son muy interesantes los del viejo Malespina
cuando cuenta su vida de militar. En sí no son importantes por sus
hipérboles, sino por lo que se puede leer entre líneas. En ellos
relata diversos enfrentamientos militares:
-Pues cuando yo estuve en Madrid el año último -prosiguió
el embustero-, me hicieron proposiciones para desempeñar la Secretaría
de Estado. La Reina tenía gran empeño en ello, y el Rey no dijo
nada (pág. 128).
La historia de Rosita y el joven Malespina es algo que viene muy
bien en cualquier novela, pues el amor es un tema que siempre entretiene
al lector y le predispone favorablemente hacia el libro. Y, además,
el hecho de que el joven tenga que ir al combate eleva el interés
por la tensión que se crea. Era un elemento que no podía faltar
en una buena historia.
Llegados a este punto, hay que recapitular. En primer lugar, la
novela gira en torno a la batalla. En segundo lugar, las historias
de los personajes que intervienen directa o indirectamente en el
combate. Y, en tercer lugar, la larga serie de reflexiones sobre
política, muy del gusto de los lectores liberales, que son bastante
directas y no se andan con rodeos a la hora de denunciar situaciones
injustas. Leamos el siguiente ejemplo:
-¡Qué faltos estamos, amigo don José María -dijo mi amo-,
de un buen hombre de Estado a la altura de las circunstancias,
un hombre que no nos entremeta en guerras inútiles y mantenga
incólume la dignidad de la Corona! (pág. 128).
Estos comentarios políticos no serían nunca del gusto del lector
tradicional de libros escapistas y que políticamente era conservador.
De ahí la importancia de que don Benito los incluyera en la novela,
y que los introdujera en un lugar apropiado, no forzadamente. Con
ellos conseguía que la historia oficial no tapase el sentir de los
ciudadanos.
Un cuarto elemento, imprescindible para conseguir la recreación
histórica, es la descripción. Decimos que es necesaria porque, al
ser el tema central de la novela una batalla naval, tiene que haber
descripción de los barcos más importantes, como el Santísima Trinidad.
Y motivos como el peinado de los oficiales son vitales para la recreación
histórica, aunque no libres de la ironía del narrador:
Los oficiales hacían su tocado, no menos difícil a bordo que
en tierra, y cuando yo veía a los pajes ocupados en empolvar las
cabezas de los héroes a quienes servían, me pregunté si aquella
operación no era la menos a propósito dentro de un buque, donde
todos los instantes son preciosos [...] Pero la moda era entonces
tan tirana como ahora, y aun en aquel tiempo imponía de un modo
apremiante sus enfadosas ridiculeces. Hasta el soldado tenía que
emplear un tiempo precioso en hacerse el coleto (pág. 148).
El final del libro también rompe las expectativas del lector, puesto
que no acaba con el combate naval, sino que después de que sucediera
éste se cuentan las historias de los supervivientes y, para terminar,
la decisión que toma el protagonista:
Mi propósito era inquebrantable. Sin perder tiempo salí de
Medinasidonia, decidido a no servir ni en aquella casa ni en la
de Vejer. Después de reflexionar un poco, determiné ir a Cádiz
para desde allí trasladarme a Madrid (pág. 237).
Trafalgar, pues, es un libro que atrajo -y atrae- al lector
por su especial trabazón de elementos y sus interesantes historias.
Se ha convertido en un clásico que leerán con agrado las sucesivas
generaciones de lectores.
Notas:
(1) Todas las citas de Trafalgar corresponden a la siguiente
edición: Benito Pérez Galdós, Trafalgar, edición de Julio
Rodríguez Puértolas. Madrid: Cátedra, 1996.
(2) José F. Montesinos, Galdós. Segunda edición. Madrid:
Castalia, 1980.
(3) En una novela que recrea un episodio histórico los topónimos
no pueden ser inventados, sino que deben existir realmente.
(4) José F. Montesinos, op. cit., pág. 88.
(5) Los escritores realistas tenían muy en cuenta la ideología
liberal y, por eso, con su arte pretendían la reforma de la sociedad.
(6) Aunque, en realidad, siempre guiaban al lector hacia una lectura
liberal de la realidad.
Juan J. Del Rey Poveda
I.E.S. Nicolás Estévez Borges
(Tenerife)
© Juan J. Del Rey Poveda 2004
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