SOBRE
LA LUCIDEZ (CON SARAMAGO COMO EXCUSA)
Antonio José Quesada
Sánchez
Doctor en Derecho
SOBRE LA LUCIDEZ (CON SARAMAGO
COMO EXCUSA)
José Saramago ha vuelto a
sorprendernos con otra de esas novelas-ensayos tan jóvenes
y rebeldes que le caracterizan. Una vez, Pacumbral comentó
que Saramago escribía excelentes novelas que no le pasaban
a nadie. Bueno, más o menos es cierto, pero... ¿y
qué? Ahora bien, ojalá alguna vez viviéramos
algo parecido a lo que ha plasmado en su última novela, "Ensayo
sobre la lucidez". Por mera higiene democrática, por
frescura política: otro gallo cantaría. Esta novela
me servirá de excusa para reflexionar, en unas cuantas líneas,
sobre la lucidez democrática.
Cojamos al toro por los cuernos, ahora que estamos delante y tenemos
estilo. Se plantea, en esta novela, "Sara Mago" (esa portuguesa
calva que inventó aquella Ministra de Kultura), qué
pasaría si en unas elecciones locales un 83 % de los electores
votase en blanco. Sería una auténtica revolución:
les estaríamos diciendo a nuestros profesionales de la política,
a ésos que reparten los dineros públicos y las condecoraciones
y que hablan de Patrias, Culturas y otras metáforas, que
no confiamos en el entramado. Que hasta aquí hemos llegado
con tanto chanchullo sociológico, con tanto negociete, con
tanta comida oficial, con tanto colocar en las listas (cerradas,
por supuesto, no vaya a ser que entre corriente y nos resfriemos)
a los chicos del aparato, que trabajan duro para el partido y, por
tanto, deben salir adelante y cobrar a fin de mes de la teta pública
(ante esto no hay neoliberalismo que valga: amaremos a Friedmann
sobre todas las cosas, tomaremos el nombre de Keynes en vano pero,
ante todo, santificaremos las fiestas y festines con dinero público).
¿Será verdad aquello que decía Sabina de que
el político de hoy era, ayer, el tonto de su clase? Prefiero
no pensar.
No seré yo quien critique
la existencia de partidos políticos, que me suena a entroncar
con ¡Joseantonioprimoderiverapresente! y tampoco es
plan. No es eso, no es eso, que diría Ortega y Gasset.
No es eso: los partidos políticos son necesarios, qué
duda cabe. Pero, ya que admitimos su necesidad, ¿tenemos
que admitir que actúen de cualquier manera y nosotros debamos
estar atados de pies y manos? ¿Cada vez que critiquemos su
funcionamiento deben recordarnos al Invicto Caudillo con el espadón
por delante? No puede ser, no estoy dispuesto a aceptar ese chantaje
sólo por pretender unos partidos políticos menos marrulleros:
una democracia no es votar cada cuatro años, sino comportarse
democráticamente. Es interiorizar valores como la igualdad,
la libertad o la justicia, y no solamente hablar de Igualdad, de
Libertad o de Justicia sin haber olido siquiera esos conceptos.
Trabajo con el Derecho, imaginen si he tenido ocasión de
tratar con defensores de tan Altos Conceptos en sus discursos que
luego tratan con la punta del pie a la señora ucraniana o
colombiana que le limpia la casa o al subordinado laboral. Mi capacidad
de asombro fue desvirgada hace mucho, con nocturnidad y alevosía.
Por eso, creo que meter el dedo en el ojo a esa casta que siempre
tiene un cargo político y que no baja del coche oficial aunque
cambie de un órgano de representación a otro, pues
el partido lo coloca, es democráticamente sano. Ayuntamiento,
parlamento autonómico, congreso de los diputados, senado,
diputación provincial, parlamento europeo... instituciones
por las que unos cuantos pasean y pasan de una a otra, cobrando
a fin de mes con alegría. A éste no podemos colocarlo
para el parlamento andaluz, lo metemos en la lista europea, y que
coma de Bruselas. Al otro déjalo como asesor en la Diputación
pero súbele el sueldo, que no se queje. Y recompensa al chico
que se echó al hombro mi anterior campaña electoral
dejándole que controle alguna concejalía del Ayuntamiento
que no sea la de Urbanismo. Y a correr, que el respetable traga
quina en nombre del sufragio universal.
¿Y eso es democracia real?
Eso es democracia real falseada. Democracia formal que funciona
bien. Democracia con cañerías sucias. Democracia controlada.
Siempre voto. Ha costado mucho que
pueda votar y por eso voto, pero siempre debo taparme la nariz,
para votar al menos malo. Ahora, con Sara Mago, me planteo: ¿y
si, por razones de lucidez, comienzo a votar en blanco?
Me lo pensaré. Aunque posiblemente sea más grave
la cuestión: probablemente esté votando en blanco
por el género humano, del que no espero nada como tal desde
hace tiempo. Y esto ya es más grave, claro.
Antonio José Quesada Sánchez
Profesor de la Universisdad de Málaga.
Doctor en Derecho.
Málaga [España]
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