El cine que a mí me gusta: Segunda entrega
Amarcord , de Federico Fellini
por
Carmelo Abadía
El cine que a mí me gusta . Segunda entrega: Amarcord, de Federico Fellini.
Amarcord o la exaltación de la vida.
Cuando comienzo a escribir esto la verdad es que me hallo temeroso. ¿Por qué?, os preguntaréis a buen seguro. Por una sencilla razón: porque voy a hablar de una obra maestra y sobre todo temo ya no el estar a su altura sino que mis pobres líneas ni siquiera reflejen una minucia de lo que esta obra expresa. Así es que primero me voy a persignar y voy a solicitar el auxilio de uno de esos maravillosos santos que adornan las iglesias de cualquier pueblo italiano, que reparten dones sin cuento sin reparar en si es un menestral, un obrero, una vieja ama de casa o una triste prostituta el que de rodillas y con lágrimas en los ojos se lo está rogando. Y no creáis que por tratarse de una película tan italiana no alcanza, como todas las grandes obras del espíritu humano, una dimensión universal, todo lo contrario. Quizás junto a "El río" de Jean Renoir, sea la película o la obra cinematográfica que mejor haya conseguido mostrar el fluir equilibrado, armonioso, pero al mismo tiempo caótico y centelleante de las colectividades humanas. Y eso sí, recordad siempre que la cámara de Fellini no está lejos, ni por encima, para conseguir semejante portento, sino que es próxima, cercana y dotada de corazón, palpita al unísono con la vida que muestra, y esto, amigos, constituye ya un verdadero milagro.
Comenzaremos con unas palabras sobre el autor de esta maravillosa película coral. Federico Fellini es uno de los más grandes directores italianos de la segunda mitad del siglo veinte ya finalizado. Su carrera, a la par que brillante fue muy extensa. Escribió guiones y dirigió unas cuantas decenas de películas. Sus comienzos se hallan muy ligados a Roberto Rosellini, indiscutible maestro del llamado
neorrealismo, corriente que hasta el día de hoy sigue siendo fundamental en el cine italiano. Destaquemos el guión extraordinario que el propio Fellini y el igualmente gran cineasta Pier Paolo Pasollini confeccionaron para el film del maestro Rosellini sobre la vida de San Francisco de Asís. Por lo tanto, vemos que nuestro hombre mama y se encuentra implicado en la mejor tradición del cine de su época, e incluso yo me atrevería a decir que del mejor cine italiano de cualquier época. En cuanto a su obra propia, a las películas por él dirigidas, una brevísima enumeración nos servirá de muestra para calibrar la grandeza de su cine:
La dolce Vita, maravillosa película protagonizada por Marcello Mastroianni y la desorbitante actriz sueca Anita Ekberg (me pregunto si algún amante del cine no recuerda la escena mítica del baño de esta Venus escandinava ante los atónitos ojos de hombre insignificante de Mastroianni en la fontana de Trevi; por cierto, del apodo del fotógrafo que acompaña al periodista al que da vida el genial Marcello, al cual todos llaman Paparazzo, procede el término genérico que hoy se usa para designar a los fotógrafos de prensa, en especial de la del corazón, hoy tan en boga);
La strada, la carretera sería su traducción al castellano, otra obra maestra, por cierto que dificilísima de encontrar hoy en día en cualquier formato para su visionado, protagonizada por Anthony Quinn y la esposa de Fellini y gran actriz italiana Julietta Massina; y por último y para no resultar tediosos, mencionaremos un film que en su tiempo, sobre el final de los años sesenta, causó una gran impresión por considerársele tremendamente avanzado para su época, me refiero a su película
Julietta de los espíritus; película a la que por cierto yo siempre he considerado como una obra muy menor del maestro Fellini y un tanto imperfecta, pero que para muchos críticos constituye una obra importante e incluso deslumbrante.
Como hemos dicho, Fellini mama y domina a la perfección el estilo denominado
neorrealismo, un tipo de cine sin concesiones formales, alejado del estilo entonces triunfante del cine norteamericano, casi similar por su intención y su forma de rodar al género documental, muy apegado a las condiciones reales de su tiempo, con una cierta tendencia al naturalismo y al compromiso político. No debemos de olvidarnos de la época de la que estamos hablando y del compromiso ideológico que casi todos los grandes artistas del momento mantienen con el marxismo principalmente, con el viejo PCI, el partido comunista italiano, o en raras excepciones con otras ideologías reformistas del tenor del socialismo democrático y con ciertas corrientes cristianas progresistas (curiosamente éste será el caso del gran maestro del estilo, dícese Rosellini; entre los títulos de sus filmes, a título ejemplificador destaquemos:
Roma, città aperta;
Germania anno zero o
Stromboli).
Bueno, pues partiendo de estos comienzos y de esta herencia, que en cierta manera nunca abandonará del todo, Fellini va creando su mundo cinematográfico particular, su propia manera de ver la realidad. Igual trayectoria acometerán otros dos grandes maestros contemporáneos suyos e igualmente geniales como son el ya citado Pasollini (autor de un maravilloso
Evangelio según San Mateo) y Luchino Visconti, director por el cual yo tengo una pasión enorme y casi desmedida y sobre cuya obra espero escribir en esta revista un artículo en un futuro, evidentemente si la redactora jefe y Dios, aunque no sé si en este orden o en el contrario, me lo permiten. Vayamos pues hacia el mundo de Fellini.
Definir el mundo de Fellini es tremendamente difícil; y esto por varias razones, pero especialmente por una: su tremenda riqueza. Fellini, al igual que otros grandes cineastas, pongamos el ejemplo de Luis Buñuel, es casi inclasificable. Su estilo es tal, su magia es tan grande, que podríamos decir como decía Carlos Saura sobre el aragonés Buñuel que en torno de él no puede constituirse escuela o haber seguidores, en todo caso malos imitadores. El mundo de Fellini, como el de Buñuel, desborda esos límites estrechos de lo que solemos llamar realidad, traspasa los umbrales de lo onírico, de lo superrealista, del sueño, y a veces de la pesadilla (en el caso de Buñuel efectivamente ocurre tal cosa, pues se trata de un director en el fondo tremendamente emparentado con el barroco español y calderoniano; no así en Fellini, donde la luz y la fuerza de la vida siempre son rotundas y casi jocosas, superando todos los pesares que la existencia humana debe arrostrar, los personales e íntimos y los sociales, históricos y exteriores). Además, y he ahí el maravilloso
leit-motiv de su
Julieta de los espíritus, en Fellini siempre el más allá y el más acá convergen, se entrecruzan; el misterio que experimenta el abuelo de Amarcord en la niebla cuando se pregunta si la muerte será así necesariamente va acompañado de la adoración espontánea a los culos de las mujeres que experimentan los muchachos protagonistas, pues Fellini es también un rendido adorador de la diosa; frente a la mujer, potencia infinita, divinidad nutricia, seducción absoluta, el hombre es un pobre tipo , un pelele a lo sumo. Quizás no haya habido nunca un director no ya tan feminista, sino venusiano. Cualquier mujer, toda mujer, prostituta o virtuosa matriarca, está investida de la cualidad de lo divino, de lo inabarcable y de lo mágico. Más allá y más aquí; lo divino y lo humano; lo vulgar, e incluso lo soez, y lo excelso; pero no contrapuestos, sino juntos de una manera peculiar: lo soez muestra su lado excelso y lo excelso se ríe de sí y muestra su ridículo; la fealdad alcanza su belleza implícita y la belleza nos presenta sus turbios orígenes; y como colofón todo se recompone y se acepta. Decir vida es decir alegría. Siempre. He ahí el tremendo mensaje, la sensación y el estado de ánimo que impregna su cine. Y más todavía en el caso de la película que hoy vamos a analizar, en el caso de Amarcord, película que incluso podríamos calificar de excepcional dentro de una carrera tan
sui generis como la de nuestro director.
Amarcord constituye en sí un género, un punto y aparte, como muy poquitas películas que en el mundo ha habido. Pasemos a ella.
Primero una breve ficha técnica. Según los datos de los que dispongo, podemos decir que dicha película fue rodada en el año 1973. Se trata de una coproducción italo-francesa. Fue producida por uno de los más importantes productores italianos de la época, Franco Cristaldi. El guión fue escrito a medias entre el propio Fellini y Tonino Guerra (autor de infinitos guiones para el cine de su época, siendo uno de los más prestigiosos escritores para el cine de aquellos momentos). La dirección corrió a cargo, evidentemente, del propio Fellini. En cuanto a los actores, digamos que no aparece en la película ninguno de esos intérpretes importantes de aquellos momentos del cine italiano, pues existe una intención manifiesta de dotar al film de una carácter coral evidente, para lo cual la presencia de estrellas o de primeras figuras hubiera podido ser contraproducente. Todos los personajes son importantes, pero la película refleja la vida de todos y ninguno de ellos debe aparecer como el centro de la trama. Y a pesar de ello, la calidad de las interpretaciones desborda el nivel de lo sobresaliente. Hay que hacer una alusión fundamental a uno de los elementos del film: la música. La banda sonora, debida al grandísimo compositor italiano Nino Rota, es soberbia, excepcional, quizás una de las mejores que se hayan compuesto para una película, pues su adaptación es perfecta. Realmente la música de la película se compone de dos melodías: una primera, aunque estilizada responde perfectamente al estándar de la música tradicional de bandas, es alegre, chispeante e incluso diríamos que un tanto populachera y se utiliza para remarcar todos los acontecimientos que ocurren en el ámbito de lo colectivo, aderezados con este tremendo sabor a calle y plaza meridional y mediterránea, que suceden en el pequeño pueblo italiano durante los años treinta en que transcurre el fin; una segunda melodía, que para mí es la más bella, mucho más sugerente, liviana y repleta de un lirismo que casi exacerba los nervios, a la par que de una melancolía y remembranza increíbles. La música siempre es fundamental en un película de cine, y olvidarlo es cometer un craso pecado. Por una vez podemos decir que hubo justicia en el mundo, pues la película recibió el Oscar a la mejor película extranjera en la edición de estos premios de 1974.
Respecto a la estructura de la película digamos que se trata de una concepción absolutamente cíclica o circular. Los primeros fotogramas de la película nos anuncian la llegada de la primavera a través de la aparición en el pueblecito italiano de los milanos, unas semillas o esporas del cardo, si no recuerdo mal. Y junto a sus habitantes asistiremos al paso completo de las cuatro estaciones, hasta llegar a la conclusión en la siguiente primavera, y por cierto, con una boda, simbología evidente del eterno renacer de la vida. Evidentemente esta concepción de la estructura no cabe achacarla al azar, estamos ante un exaltación, una bendita transfiguración del ciclo de la vida, entendida como un círculo virtuoso, mágico y desbordante de su propia sustancia, y todo ello a pesar de los avatares negativos y dramáticos que intentan enturbiar esta alegría de simplemente ser.
La trama de la película, pudiéramos decir que es inexistente, si por trama entendemos el concepto tradicional o habitual de tal. En realidad en la película la forma de unión de sus elementos consiste en la yuxtaposición, y he aquí otro milagro: al igual que esos heterogéneos tipos que son los personajes de la película, ésta consigue una unidad a base de yuxtaponer en un equilibrio armónico ese aparente caos que nos presenta. Diversidad y unidad, caos y orden, de la misma manera que obra la gran madre Naturaleza. Lo cual tiene su correlato técnico en la utilización de travellings que recorren la calle principal, la calle mayor, del pueblo y la plaza, y en cada escena aparece un tipo, el cual es perfectamente definido, y acto seguido la cámara sigue su recorrido y llega a otro personaje, completamente opuesto del anterior, y la suma de todo ello no es el barullo o el desorden o la entropía sino la sinfonía eterna de la vida, muchas voces que se unen para dar a luz al ser humano en toda su grandeza y dignidad. La última vez que vi la película pude contar hasta aproximadamente once historias, las cuales yuxtapuestas forman el tejido, la malla, de la película. En alguna de ellas aparecen los mismos personajes, en otras diferentes, admitiéndose todas las combinaciones que vienen al caso. Entrar en una enumeración de ellas sería ocioso, así es que por fuerza intentaré dar una visión general, unas cuantas paletadas de pintura que me permitan aproximarme a lo que este maravilloso fresco es. No quiero dejarme en el tintero el significado en italiano del título, pues la palabra "amarcord" pudiera traducirse en español por algo así como "m'acuerdo ", lo que viene a hablarnos sobre el carácter popular y dialectal que en esta película se expresa, e igualmente el subtítulo que la acompaña "mis recuerdos" nos acercan al niño Fellini durante su infancia. Y todos sabemos que cuando somos niños nuestra lengua se parece a eso. De todas las maneras, la infancia siempre será la única patria del hombre.
Pues bien, la acción de la película transcurre en un pueblecito italiano situado a orillas de un precioso mar azul, más bien sobre las costas del Adriático que del Tirreno, durante los años treinta, bajo el régimen fascista instaurado por Benito Mussolini. Los fascistas, que no son otra cosa que los mismos personajes del pueblo que cada cierto tiempo se mudan las ropas habituales por las camisas negras, son presentados como ridículos y caricaturescos; sus uniformes, sus arengas, sus poses, se nos presentan como propias de la opereta. Por lo tanto la visión que del régimen que exaltaba la vieja gloria imperial de Roma se nos presenta no es tanto agria o desabrida, sino más bien esperpéntica y risible. Aquí, como en muchos otros casos, Fellini practica la reducción al absurdo de las ideologías más o menos adventicias y artificiales respecto a la auténtica y propia vida a través del humor y de la risa. Eso sí, siempre dejando a salvo al pobre ser humano que ha puesto sobre su piel los emblemas exteriores de esos absurdos que vienen a explicarnos el sentido de la vida y de las cosas. La Vida, así con mayúsculas, siempre triunfa en Fellini. Pero esas letras mayúsculas no nos deben de llevar a engaño, pues esa Vida no es otra que la más próxima, la más auténtica, la más apegada a las pequeñas cosas que dan cuerpo al mundo en el que vivimos. Por cierto, destacaría enormemente la sátira y la comicidad de los diálogos y de las situaciones en las que se nos muestran en acción a estos "gloriosos" y patéticos individuos. Quien vea esta película por primera vez no dejara de sorprenderse del ingenio y de la capacidad hilarante de los que redactaron el guión de esta película. Voy a ser bueno y no adelantaré nada, ni contaré ninguno de aquellos chistes y absurdos que se suceden, y eso que confieso que de buena gana lo haría. Eso sí, es necesario precisar que la descripción del fascismo no es sino un elemento más de la película, que más bien pertenece a la atmósfera en la que la película se desarrolla que a su esencia. En modo alguno nos llevemos a engaño y creamos que estamos ante una película política o testimonial. Nada más lejos de la realidad que eso.
Vamos a tomar como hilo conductor de la ausente trama a "iragazzi", a los muchachos que acuden y soportan el colegio local, y a los que éste también soporta, pues tampoco es que se trate de unas joyas de escaparate, ni mucho menos. Imaginemos las clases: unos cuantos profesores mal pagados y decadentes, con un aire a siglo diecinueve y a algo rancio, acartonados, que repiten a unos infelices de lo más bruto las declinaciones griegas y latinas, las grandezas de la Roma Imperial y del Sacrosanto Nuevo Estado Fascista, que utilizan la dialéctica hegeliana para hablar de las relaciones iglesia-estado y así continuaríamos la lista de los dislates. Mientras nuestros chicos, sucios, mal peinados, gamberros como ellos solos, pero de un entrañable como no se pudiera imaginar, no piensan en otra cosa que en lo propio de la edad: chicas, sexo y culos y además "se tocan", como les dice el cura cuando van forzados a la confesión semanal; aprovechan las expulsiones de clase para fumarse cigarrillos y una vez dentro de las clases para hacer gamberradas, orinarse a través de tuberías hechas con periódicos enrollados, y sobre todo deleitarse con la maravillosa "delantera" de la profesora de matemáticas, mujer dura y fría con cierto aire de estrella alemana del cine de la época, y a la que todos los muchachos consideran "una leona". He aquí el cuadro de los que nos servirán de anfitriones en este pueblo.
En su compañía vamos a recorrer todo el entramado físico y moral que forma el pueblo, esta comunidad de personas que van llevando su vida adelante a través de todos los avatares que les suceden, tanto propios como impuestos desde fuera, como quizás durante siglos lo hicieron sus antepasados, pues nos encontramos entre pueblos viejos, de sangre latina y celta, tal como nos dice uno de los ocasionales narradores que aparece en la película y que no es otro que el abogado local, un señor de mediana edad, erudito, cultivado, amante de la historia, un tanto retórico, elegante y discreto, y que además conoce la idiosincrasia del lugar a fondo y de nada se espanta. Un pueblo y una raza viejos, en una palabra, al que ya la vida no engaña.
La primera persona que vamos a conocer es una hermosísima mujer, su nombre es Ninola, pero todos la llaman "La Gratisca" o "Gradisca" . Verdadera estrella o icono sexual para niños y mayores, auténtica reina de la "passegiata" o paseo ritual de domingos, sábados y demás fiestas, esta mujer de unos treinta años, imitadora entusiasta de las estrellas del cine americano de la época, romántica empedernida, espera desde hace años que aparezca en su vida su Gary Cooper, su Ronald Coldman, y mientras tanto entretiene su existencia entre los rituales locales y la sala de cine. De vez en cuando se le salta alguna lágrima. Todos los muchachos la desean y la persiguen, se enamoran de ella, incluso le gastan bromas, pero sin olvidar que ella viene a ser algo propio de ellos, algo así como un elemento del patrimonio municipal. Hay una escena maravillosa en la película, un sueño sensual de uno de los muchachos, en el que la "Gradisca" aparece hermosísima en la sala del cine, contemplando con un deleite y un romanticismo increíbles escenas de la película
Beau Gest, protagonizada por uno de los galanes románticos claves del cine de los años treinta, el Gary Cooper que estará en los Cielos, parafraseando el título de una de las películas de la directora española Pilar Miró, la claridad la inunda, una luz de una transparencia casi imposible de imaginar, las volutas de su cigarrillo se elevan y se confunden con los átomos de luz que provienen del proyector, lleva un vestido blanco y su piel morena y hermosa da un contraste magnífico, y allí al fondo, sobre el blanco y el negro, el rostro del galán, vestido de legionario extranjero francés, mirando al horizonte lejano y seguro de su próxima muerte .... Simplemente excepcional. Cine sobre el cine, influencia del cine sobre la realidad, el cine como vehículo de vida y único referente cultural en una época y en un lugar; podríamos abrir un campo extraordinario de reflexión, pero por razones obvias no podemos entrar por semejantes derroteros. Ahora, simplemente consignar una cosa, la sombra de Fellini es alargada, y si no, una vez vista
Amarcord, comparadla, no con ánimo malvado sino positivo, con una maravillosa película italiana muy reciente y estupenda, me refiero a
Cinema Paradiso.Vosotros mismos veréis.
En el mismo paseo en el que conoceremos a "la Gradisca", nos iremos encontrando con todo el resto del pueblo: los padres y madres de familia caminando y controlando a sus revoltosas proles; los trabajadores de fiesta; los buhoneros, el músico ciego y medio loco y todos aquellos elementos marginales pero al mismo tiempo totalmente integrados en el funcionamiento de una sociedad sana; los señoritos del pueblo, fanfarrones y desocupados, algunos de ellos perfectos inútiles, vividores todos, en italiano son llamados "i vitelloni" (por cierto que Fellini dirigió una película igualmente fantástica de igual título y protagonizada entre otros por el grandísimo actor romano Alberto Sordi); los atareados burgueses y todos los demás pilares esenciales de la comunidad, incluyendo a los decadentes aristócratas que todavía reciben el título de condes, familia prototípica compuesta del viejo conde, su hermana, todavía más vieja y vestida de monja y una hija pálida y que constantemente fuma. ¡Fresco maravilloso, portentoso y vivo!.
Mención aparte merece la historia que desarrolla la vida de la familia de dos de los muchachos de los que venimos hablando .También podíamos haber tomado a ésta como hilo conductor de nuestro relato, pero no lo hemos hecho, así es que en cierto modo vamos a subsanar semejante grieta con un breve comentario. Se trata de una familia amplia. La madre, la gran madre, pilar y bastión del hogar; el padre, bondadoso, gritón y dramático maestro de obras; los niños, revoltosos y pícaros; el abuelo, viejo y chocante; el tío, inútil y señorito encantador; y el servicio, una chica simpática y completamente perteneciente a la casa. Familia latina, casa llena de gritos, discusiones de sainete, padres que persiguen a hijos para castigarlos, mucho amor, cierta tendencia al melodrama y a la ópera bufa, pero, en el fondo, el hogar que siempre se va a añorar, la madre que siempre se va a llorar, el padre al que siempre se tendrá por el mejor de los hombres .... Nada más.
Mientras voy escribiendo estas líneas cada vez más me doy cuenta de que ni siquiera miles de mis pobres palabras podrían rozar la belleza de las imágenes de esta película. Hacedme caso, dejad de leerme y si podéis , corred a verla.Voy acabando.
En la primera entrega de esta serie de artículos de cine que publica la revista Katharis, si lo recordáis, acababa mi primer artículo destacando una cuantas secuencias de la película. Brevemente haré aquí lo mismo, he elegido solamente cuatro para no resultar excesivamente gravoso, pues este artículo excede ya de las dimensiones de lo que suele ser aconsejable cuando se escribe una reseña de cine. Vamos allá.
Evidentemente y también necesariamente, la primera escena o secuencia a resaltar es la archiconocida que suele denominarse la de "la estanquera de Fellini". En ella se narra la primera experiencia sexual de uno de los chicos protagonistas con la estanquera del pueblo. Esta mujer es una verdadera Venus paleolítica , adornada con un físico excesivo y un par de pechos tremendos. Si toda mujer es inabarcable, en el caso de ésta la verdad es mayor. ¿Quién no recuerda al pobre muchacho congestionado y ahogándose entre semejantes exuberantes pechos mientras la mujer le repite aquello de: ¡chupa, chupa, no soples !?. Escena de una comicidad inenarrable, verdadera joya del género .
La siguiente que voy a destacar es de una naturaleza tremendamente distinta . Podríamos calificarla de metafísica. Es aquélla en la que el abuelo tras salir de casa, se interna en la espesa niebla y se pierde en ella. Mientras tanto el hombre va pensando que quizás aquello sea la muerte, que la muerte sea así, que desaparezca todo y uno se encuentre solo, sin la gente, las casas, los pajarillos ... Una escena maravillosa.
La tercera es aquélla magnífica en la que la gente del pueblo sale en barcas hacia el mar para esperar ver pasar por la noche un transatlántico, el Rex es su nombre. Rodada al cien por cien en estudio, se recrea una noche ficticia en el mar, con unos cielos crepusculares de un rojo púrpura e incendiado extraordinarios, muy similares estos cielos a los que solía utilizar en sus películas el gran maestro John Ford. Estas secuencias acaban con una igualmente portentosa: la aparición en la niebla de las luces del transatlántico y de la maqueta que lo simula. Escena increíble, dotada de una poesía y de una tristeza inigualables.
Y por último , mi favorita. Ni más ni menos que cuando los muchachos acuden en invierno hasta el viejo hotel, donde en verano han visto bailar a los turistas y a demás gente distinguida, entonces comienza a caer la nieve, sopla el viento, y los chicos, poco a poco, como en un trance, se ponen a bailar imitando a los bailarines que vieron en el estío. Entonces suena esa música de la que ya hablé, repleta de lirismo, de añoranza, de poesía, y cada uno de ellos, a cada cual más feo y contrahecho, va realizando sus pasos de baile, todos ellos extraños y extravagantes, pero que por un increíble milagro consiguen la coreografía más maravillosa que imaginarse pueda. Desorden y armonía.Y diciendo esto me repito .
Bueno, amigos cinéfilos, hasta aquí hemos llegado. Espero que todos disfrutéis de unas buenas vacaciones en este caluroso verano. Para acabar me permitiréis que cite una frase, que quizás no venga en absoluto a cuento, del maestro Fellini. Decía ésta que si una vez y durante unos segundos la gente nos callásemos, quizás el mundo nos descubriría su secreto. Así que eso voy a hacer; ya me callo; mas tan sólo dos palabras: Hasta siempre.
Carmelo Abadía
Alfajarín.
Zaragoza, España.
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