Premio
Punto de
Excelencia

 

Nº 3. Agosto 2004/Revista Electrónica Cuatrimestral.

Carmelo Abadía

El Dios de lo gratuito

(Poemas)

Rio Zinqueta de Manuel López Acosta,1994, 63 x 52  cm. Oil painting

 

 

bullet EL RÍO
   
  Hoy vuelvo a contemplar el río.
Mi río. Nuestro río.
El de Adolfo Mainar y el mío.

***

Aguas arriba,
junto al recodo,
se desmorona la vieja fábrica
en la que tantos años
trabajó mi padre.

Frente a mí,
dormida,
emerge la isla.

A su espalda,
las siluetas de las montañas
se extienden hasta el infinito.

Aguas abajo,
allá a lo lejos,
el puente de hierro,
orgulloso,
cruza el río.

La tarde es gris
y amenaza lluvia.

***

La primera vez que te vi,
lo confieso, Adolfo,
te odié.

Allí plantado,
fuerte y sano,
hablando con aquel desparpajo
hacías que rieran las mujeres.
Tenías catorce años.

Tu familia
vivía fuera.
Tu padre,
Don Cosme,
era militar.

Al pueblo sólo venías
a pasar los veranos.

Seguí caminando,
cuando por fin llegué
a la pequeña biblioteca
ya te había olvidado.

***

Caía la tarde,
contemplaba el río
desde la playa.
Era mi reino.

A lo lejos
vi tu figura
que se acercaba
paseando por el camino.
Maldito intruso,
niño malcriado.

Volví la cabeza
para no verte si quiera.

Llegó clara
a mis oídos
tu voz.

Aquello era el colmo:
me saludabas;
y yo,
estúpido,
te devolví
el saludo.

No había pasado
mucho rato
cuando charlábamos animados.

Todavía recuerdo aquella,
nuestra primera,
conversación.

Siempre tuviste
ideas propias.

Me decías
que bien pensado
el río era nada.

Cambian sus aguas,
cambian sus orillas,
y así eternamente
sin cese.

Con lógica aplastante,
te respondí
que algo sería
si le llamaban
el río.

Algo o nada,
para nosotros
durante aquellos meses
el río lo fue todo.

Recordarás, Adolfo,
que nunca concertamos cita,
el orgullo nos podía,
pero, ineludiblemente,
puntuales como relojes,
allí nos encontrábamos
cada tarde
de cada día,
hasta que la luz dorada
del crepúsculo
nos imponía
la obligación
de volver a casa.

Un día,
como siempre sucede,
se acabó el verano.

***

Pasaron cuatro años
hasta que Adolfo
regresó al río.

Más alto ;
y por qué no decirlo,
más guapo.

Sobre sus labios
lucía un bigotito
caprichoso.

Había comenzado
sus estudios de derecho.

Su padre,
Don Cosme,
estaba enfermo ;
por eso,
ya no venían al pueblo.

Hoy era una excepción.
Su madre había insistido.

En cuanto pudo,
Adolfo se dirigió al río,
sabía dónde encontrarme.
Parecía feliz.

Aquel día
cuando nos despedimos
apretamos fuerte
nuestras manos.

No sé por qué,
pero sentí
mucha pena
por él.

***

La última vez que te vi,
caminabas con paso lento.

Cuando bajaste a la playa,
nos abrazamos.

Te sentaste junto a mí
en nuestro viejo tronco.

Parecías cansado.

Tu padre
había muerto.

Ejercías de abogado
y te ibas a casar.

Tenías veintiséis años.

Fumábamos en silencio.

Mirabas el río
con ojos sin brillo.

Y yo, Adolfo,
esa tarde
no te pude ayudar.

Estabas allí,
perdido,
la vida te había hundido,
y tú eras el mejor.

Aquella fue la tarde
en la que el río
se tragó
a Adolfo Mainar.

Dulcemente, Adolfo,
te rendiste
a sus aguas
repitiéndome
que no había peligro,
que te dejara.

***

Hoy vuelvo a contemplar el río.
Mi río. Nuestro río.
Ahora estoy seguro.
El río es algo,
y no nada.
Escucha, Adolfo.
Cambió tu rostro
y cambiaron tus días,
pero también
tú fuiste algo,
y no nada;
por eso es
por lo que puedo
en esta tarde
repetir tu nombre.

   

 

Nota:

      KATHARSIS os presenta los once poemas que componen el libro titulado "El dios de lo gratuito". Desde aquí, queremos dar las gracias al autor Carmelo Abadía, que con la generosidad que le caracteriza y de forma totalmente desinteresada, nos ha permitido poder publicar estos poemas de denso contenido, para que podáis disfrutarlos en nuestra publicación electrónica.

      Son once poemas que inducen a la reflexión sin un hilo conductor especifico, se podría decir que cada poema constituye en sí mismo una metáfora de la vida. En ellos se expone con aparente sencillez, lo difícil que resulta intentar controlar de forma eficaz la trayectoria de nuestra vida, siempre en manos de factores imprevisibles y de un destino caprichoso que nos somete a los avatares del azar.

      Leyendo estos asombrosos poemas no podemos evitar pensar en el Destino y no viene mal recordar un poco la tradición mitológica que en cierto modo esta implícita en ellos. Los griegos llamaban Anagké, a una especie de divinidad, o más bien fuerza suprema, considerada superior no solo al mundo, sino a los mismos dioses. Si analizamos nuestras vidas siempre encontraremos de alguna forma esta presencia inexplicable e incomprensible también definida como Moira, personificación del destino que pertenece a cada ser humano, según el lote de dichas y desdichas que le haya correspondido al azar.

      Las Moiras son divinidades que suelen ser representadas como tres hermanas que, más que velar sobre el destino de los hombres, vigilan que este se cumpla. En sus orígenes abstractos e impersonales, la Moira -nombre que en griego significa "la porción asignada"- era tan inflexible como el Destino, y todos, hombres y dioses, estaban sometidos a ella: nadie podía transgredir su ley sin poner en peligro el orden del mundo. Cuando llega "la hora" del Destino, el propio Zeus solo está autorizado a retrasar su cumplimiento, nunca impedirlo.

      De las epopeyas homéricas se desprende la imagen de una trinidad con doble genealogía: según una, las tres diosas serían hijas de Zeus y Temis y por tanto hermanas de las Horas; según otra, son hijas de Nicte, la Noche, y pertenecerían por tanto a la generación preolímpica. Representadas en lo sucesivo como tres ancianas hilanderas -Cloto "la hilandera", Láquesis "la suerte" y Átropo "la inflexible"-, miden la vida de cada ser humano desde su nacimiento hasta su muerte con ayuda de un simbólico hilo de lana que la primera hila, la segunda devana y la tercera corta llegada "la hora". Las moiras no tienen mitología propiamente dicha, siendo la transposición imaginaria de una concepción filosófica y religiosa del mundo. En Roma recibían el nombre de parcas.

      Los poemas de Carmelo se hacen eco del misterioso enigma del destino del ser humano, pone al descubierto la imposibilidad de controlar el destino de nuestra vida, sometida muchas veces a los vaivenes caprichosos de fuerzas superiores que escapan a nuestro control. Los poemas de Carmelo son en esencia un grito desgarrado, podemos planificar nuestro futuro, asumir la responsabilidad de nuestros propios actos pero... ¿Podremos controlar nuestra propia vida?


      "El dios de lo gratuito" es el último de los libros de la trilogía poética de Carmelo Abadía, que hemos tenido la suerte de ofreceros a lo largo de nuestros anteriores números. Cómo sabéis, Katharsis no tiene ningún interés comercial ni mantiene ningún acuerdo con las editoriales, dicho esto, me gustaría sin embargo, recomendaros que si sois amantes de la buena poesía os compréis los tres libros de esta maravillosa trilogía. Podéis adquirir las ediciones en papel a un precio muy asequible en la dirección que os facilito abajo. Seguro que disfrutaréis añadiendo esta obra poética en vuestra biblioteca.

Si además sois aficionados a los buenos RELATOS, estoy segura que disfrutaréis muchísimo con el libro de narraciones cortas del mismo autor titulado "Una noche de fiesta", que recoge dos narraciones breves de gran intensidad.

El autor ha publicado sus obras en ediciones deauno.com en el Portal literario de libros digitales elaleph.com, Portal dedicado al fomento y difusión cultural, donde se puede acceder a ellas en la siguiente dirección: http://www.elaleph.com/

Podéis adquirirlas en la editorial a través de los siguientes enlaces:

Ojos de nómada de Carmelo Abadía Ojos de nómada
de Carmelo Abadía

ediciones deauno.com
El jardín de las flores imposibles de Carmelo Abadía El jardín de las flores imposibles
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ediciones deauno.com
El dios de lo gratuito de Carmelo Abadía El dios de lo gratuito
de Carmelo Abadía

ediciones deauno.com
una noche de fiesta de Carmelo Abadía

UNA NOCHE DE FIESTA - Carmelo Abadía

Colección: Relatos
Libros En Red, 2003

 

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