ALMA
MUNDI
Marcos
Manuel Sánchez
ALMA MUNDI
Extracto de la carta encontrada
en el regazo de Plácido Donate, un mes después de
haberle dado por desaparecido:
Me miro en el espejo y me detengo
a pensar. Ya no recuerdo cuando fue la primera vez que lo hice.
Normalmente no tengo tiempo para la reflexión. Y menos cuando
me miro en el espejo del baño mientras me arreglo para ir
al trabajo. Mi cerebro me atrapa en multitud de pensamientos, mil
y un problemas, como ese cliente distribuidor de zumos. Hace cuarenta
días que no paga el muy ladino. El seguro del coche vencerá
la semana que viene. Comprobaré si hay suficiente saldo en
la cuenta. Y el viaje a Bruselas para la reunión de... Si,
esta vez parece que esa convocatoria internacional esconde algo
bueno. Casi todos los agentes de ventas del departamento de espumosos
se darán cita allí. Claro que a todos nos atrae lo
mismo: hacerse valer ante la Junta. Sólo espero que no nos
devoremos unos a otros; me guardaré bien las espaldas...
¡Vaya!, el teléfono sonando justo ahora! No hay cosa
que más me reviente que pegar la cara llena de espuma de
afeitar a ese cacharro.
-Sí, diga...
-Hola hijo, ¿Cómo estás?
-Hola, madre. Estaba intentando afeitarme. ¿Qué tal
papá?
-Sigue con la pierna fastidiada, pero se encuentra bien. Ya sabes
lo exagerado que es...
-Supongo que no le quedarán muchas ganas de volver a hacer
senderismo. Al menos, no por los picos de Europa. ¿Qué
dice Mayte?
-Tu hermana anda tan preocupada como él. Asegura que a los
setenta ya no se tiene edad para ciertas cosas.
-¿Irá a veros a la montaña?
-No va a poder. La tienda no le deja tiempo.
-Vamos, mamá. Empieza el mes de Julio. Hay poco movimiento.
La gente desaparece de Madrid. Lo que pasa es que a ella le apetecerá
más estar con su Daniel del alma.
-Qué le vamos a hacer... ¿Y tú? ¿Vas
a venir?
-Estaré un par de semanas en el extranjero.
-Esta bien, no contaré con vosotros hasta Septiembre. Por
cierto, ¿sabes algo de... Yolanda?
-Nada, excepto que debe sentirse muy feliz por haberse librado
de mí. O es que hay algo que deba saber...
-No. Pero me parece que no debes darte por vencido, hijo. No es
la primera vez que te digo que ella no tiene la culpa.
-¿Culpa de qué?
-De que el trabajo no te haya permitido atenderla como se merece.
-Venga, madre, no me vengas ahora con lo de siempre.
-¿Por qué no pruebas a ser más humilde con
ella?
-Reconozco que no he sido la pareja ideal, pero... Yolanda tampoco
ha puesto mucho de su parte. Es absurdo volver sobre este asunto.
-Yo sólo deseo vuestro bien.
-Es un camino sin salida.
-Plácido, hijo, te vendría bien intentarlo. Estás
encerrándote demasiado en tu mundo y... no dejas que nadie
entre allí. Tu padre está preocupado; ve que te alejas
de nosotros sin motivo.
-No me pasa nada, madre. ¿Es tan malo desear independencia?
-No creo que te haga ningún bien en estos momentos, Plácido.
Precisamente cuando más nos necesitas...
-Vale, madre. No sigas. Mira, ahora he de dejarte o llegaré
tarde al trabajo. Da recuerdos a papá. Y a Mayte. Hasta luego.
Vaya con la familia, siempre haciéndote
sentir culpable. En fin, esto no durará mucho, no. Estoy
deseando que llegue el momento de dar el salto y marcharme lejos,
una casita oculta entre montañas... Ellos tienen una. Que
les aproveche. Hacen que me sienta enquistado, bajo su atento ojo
fiscalizador. ¿Abandonar mis raíces? ¿Y qué?
Lejos quedarán las andanadas verbales de mi padre. «No
pusiste interés, Plácido; permitiste que tu matrimonio
se fuese por el retrete; pobre Yolanda, convertiste su vida en un
pozo vacío. Una vida yerma, sí, Plácido, hijo.
Se entregó a ti sin condiciones ¿Y qué le diste
tú a cambio? Un día a la semana para re-encontraros
tras tus innumerables viajecitos de vendedor de altos vuelos. Que
si esta convención en Paris para jóvenes emprendedores;
que si ahora has de ir a Barcelona a ese curso sobre comercio exterior...
Plácido, hijo. ¿No veías que el matrimonio
se deshacía entre tu egoísmo y su vacío?».
Pretendían que las cosas siguieran su curso apaciblemente,
que nada perturbara sus armoniosas vidas. Nada de eso, padre -pienso
yo-. Mi realidad no coincide con la tuya. Afortunadamente, me siento
libre. Ahora sí. Nada me retiene ya en esta etapa errónea
de mi vida. ¿Qué hay de malo en querer hacerse un
buen sitio en la sociedad? Seguiré adelante con familia o
sin ella.
No he conocido grandes obstáculos en mi trayectoria como
vendedor técnico de Molfruit Limited. Soy responsable
de cuentas importantes para el negocio que mantiene la multinacional
americana en España.
Atiendo la distribución de bebidas refrescantes a cadenas
hoteleras, grandes superficies y centros de ocio. No se puede decir
que esté a disgusto con mi trabajo. Percibo un sueldo que
la Compañía ingresa en mi cuenta con puntualidad todos
los meses. Con él puedo pagar la hipoteca de la casa. Es
un acuerdo al que llegué con Yolanda cuando decidimos romper
hace unos pocos meses. Le he pagado la mitad del valor que tenía
el piso cuando lo compramos el año pasado y sigo pagando
las letras a cambio de ser el único propietario. Me he empeñado
en otro crédito para poder acarrear con todo ello, pero creo
que ha merecido la pena. Cuando llegue el momento venderé
la casa seguramente por el triple de lo que nos costó. Pero
no caeré en la trampa de adquirir otra en una zona donde
el metro cuadrado de suelo se haya triplicado también.Me
apartaré todo lo que pueda de lo convencional. Nada de urbanizaciones
con enormes zonas comunes, piscinas de adultos y niños, "paddle",
tenis y unidades familiares de dos sueldos que aunque no les llegue
para acabar el mes con la despensa suficientemente abastecida, son
capaces de mantener impecables sus todo-terreno y coches de marca,
a los que se les ve subir o de los que se les ve bajar perfectamente
vestidos con su ropa también de marca, en muchos casos adquirida
en esas tiendas que rebajan el precio por tener el género
algún defecto.
Seguramente, con mi nómina segura y las responsabilidades
de mi puesto en Molfruit, muchos aceptarían llegar
a jubilarse en esas mismas condiciones sin mayor problema. En mi
caso, sin embargo, observo que mis jefes me alientan con palabras
de apoyo a mi labor y todo eso, pero esas buenas intenciones no
llegan a materializarse en recompensa alguna. Ni promociones, ni
incremento salarial que no sea el estipulado en uno o dos puntos
por encima de la inflacción.
-«Estimado Plácido, vas por la senda apropiada; en
poco tiempo conseguirás situarte entre los mejor clasificados
dentro del ranking anual. Ya verás como eso acaba
siendo bueno para ti.» Es lo que suele decir Benito Hidalgo,
mi superior inmediato, poniéndome una mano sobre el hombro
y sonriendo desde un rostro carnoso en el que dos ojos como dos
trozos de carbón se hunden en sus cuencas atrapadas entre
tanta masa facial. Créanme si les digo que, a veces, da la
sensación de que sus rasgos cambian por momentos, como una
gran bola de plastilina que unas manos invisibles deformaran a su
antojo.
En Molfruit, las carreras profesionales se desarrollan con
extraña lentitud. Somos un total de doscientos empleados
entre los que hay muy pocos que no tengan un master o galardones
así. Personalmente estoy convencido de que para triunfar
en la vida no hay que tener más que talento. Nada más
y nada menos. Llega un momento en que es inútil atesorar
títulos. En Molfruit seleccionan a la gente mediante
criterios tan aleatorios que no sabes si la capacidad de hablar
correctamente tres idiomas y haber realizado no sé cuántos
cursos de postgrado, significa lo mismo a efectos de contrato y
promoción que haber sacado a duras penas la carrera y chapurrear
el inglés, como les ocurre a la mayoría de los directivos
de la filial española. A ellos no les hacen falta esas herramientas.
Aquella mañana, la de aquel día en que empezó
todo, miré el reloj con los ojos entrecerrados por el aturdimiento
de haber dormido poco. Al comprobar que habían dado las ocho
media decidí poner rumbo a la oficina sin tomarme un segundo
vaso de café, aunque eso habría contribuido a resucitarme
del todo. Debía asistir a una reunión a primera hora
con mi superior Benito Hidalgo. Me tenía intrigado con el
secretismo que impuso sobre ello, pues no me adelantó ni
una palabra al respecto. De cualquier manera, yo intuía que
se trataba de algo bueno.
Mis jefes han intentado siempre convencerme de que Molfruit Limited
aporta una seguridad y estabilidad en el puesto de trabajo que no
se encuentran en ningún otro sitio. Claro que, corres el
riesgo de empeñar tu vida en ello y al final encuentras que
te has estancado, como si hubieras permanecido todo ese tiempo en
medio de una ciénaga intentando salir a flote, persiguiendo
un objetivo que está ahí delante, retándote.
Siempre a la misma distancia, inalcanzable.
A veces pienso que mi hermana Mayte ha sabido dar con algo mucho
más tangible. La tienda de deportes de la calle Ayala le
está reportando un jugoso beneficio. Ella no fue a la Universidad.
Es un ejemplo de aquellos que no han necesitado una preparación
especial para ganarse bien la vida. Siempre la he admirado por la
facilidad con que parece resolver sus problemas. Espero que le vaya
lo mejor posible con Daniel.
En fin, en esa mañana de finales del mes de Junio llegué
hasta mi mesa dispuesto a iniciar una nueva jornada; eso lo hago
todos los días con buen ánimo. Encendí el ordenador
y antes de que pudiera sentarme, observé la breve figura
de Benito quien, situado bajo el marco de la puerta de su despacho,
se dirigió a mí con un gesto indicando que le acompañara.
-Hola Plácido- me saluda con su sonrisa irregular-. Pasa
y cierra la puerta, por favor.
Me invita asentarme y me hace entrega de un memorando escrito en
inglés.
-Ten, léelo -indica escuetamente. Yo obedezco sin pestañear
y a los dos minutos le miro con expresión de sorpresa:
-Parece que la central quiere lanzar un nuevo producto a escala
internacional y que seremos el primer país en ponerlo a prueba
¿no es cierto?
-En efecto. El Jefe de Ventas para Europa, Marvin Dumas, nos lo
ha asignado como prioridad. Ha establecido como plazo de inicio
de campaña el primer día de Agosto.
-¿Tan pronto? -me oigo decir. Al instante siguiente quiero
rectificar prudentemente-. Es que me parece poco tiempo para emprender
algo así. Los estudios de mercado, las pruebas de paladar...
y poner a punto la línea de producción, ¿Crees
que los de la factoría de Hamburgo la tendrán lista?
-Ya hemos avanzado ese paso. Durante todo este mes he estado haciendo
gestiones con los alemanes y la línea de espumosos tendrá
habilitado un tren para embotellar la nueva bebida a finales de
la próxima semana.
-Un batido "revitalizante". Parece interesante... innovador,
sí.
-Sobre todo en verano, una estación en la que tenemos puntas
de ventas del treinta por ciento sobre el resto del año.
Piensa en eso, Plácido.
-Desde luego, Benito. Es solo que... los grandes clientes demandan
más atención en esta época y la gente de nuestro
departamento se va de vacaciones -reflexiono un momento antes de
continuar-, pero ¡qué caray!
Es una buena oportunidad para aumentar la cifra de negocio.
-Bien, Plácido, bien. A partir de ahora te responsabilizarás
de preparar la campaña -afirmó, rotundo, sin dejar
un resquicio para la duda o la objeción. Pese a ello consigo
reunir la entereza suficiente para decir:
-Ehh, sólo una cosa más, Benito. ¿Quién
colaborará conmigo?
Al oír esto, los dos tizones que son sus ojos me miran de
arriba abajo:
-Pues nadie, Plácido. ¿Acaso necesitas a alguien?
-detecto un reflejo de cinismo en el comentario.
-No. Olvídalo -titubeo-. Esto... Supongo que nadie en el
departamento sabe nada aún.
-¿De qué? -inquiere con sequedad.
-Sobre la campaña.
-Mira, desde este momento te harás cargo de todo lo referente
a este asunto. Haz lo que estimes oportuno. Me mantendrás
informado cada día de tus progresos y nada más.
-Bien, así lo haré, Benito.
-Adiós Plácido -dice. Se levanta de su sillón
giratorio y me acompaña hasta la puerta.
-Que tengas suerte -concluyó.
***
Francamente, si yo no hubiera deseado cubrirme de gloria ante aquella
oportunidad, la nueva responsabilidad que Molfruit quería
depositar sobre mis espaldas me habría llenado de temores.
He de reconocer que mi ambición por escalar posiciones en
la jerarquía empresarial me motivaba sobremanera. Como también
he de aclarar que, al contrario que los tiburones que pululaban
por el departamento, yo me conducía con excesiva dosis de
un entusiasmo puro que rayaba en la inocencia. Nunca había
concedido importancia al hecho de emplear la cantidad de tiempo
que hiciese falta para contentar adecuadamente a mis jefes. Y eso
me obligaba tanto a desplazarme durante días al extranjero
como a asistir a reuniones que se prolongaban hasta la noche. Esto
pasó factura a mi matrimonio. Mi relación con Yolanda
fue deteriorándose progresivamente hasta que la cosa no tuvo
remedio. Quizás ha sido demasiado ingenuo por mi parte haberme
entregado ciegamente a mi trabajo, confiando en llegar a consolidar
una posición respetada en Molfruit, creyendo que mi mujer
aguantaría aquello estoicamente. Ni siquiera pensaba en que
podría llegar a hacerle daño. Es la misma ingenuidad
que me animaba a ofrecer mi ayuda incondicional a mis compañeros
cuando les veía apurados de tiempo o a hacer favores a quienes
me lo solicitasen. No me consideren un bendito. Nada de eso. Lo
que creo es que me dejo llevar por el impulso, sin reflexionar mucho
en la conveniencia o no de tomar una decisión u otra. Si
puedo echar una mano a quien lo pide, sigo adelante. Probablemente
doy la sensación de ser conformista, como un soldado que
acata todas las órdenes. Si intento cuestionar algo que me
proponen, como ocurrió en el caso de la campaña de
lanzamiento del batido energético, no tardo mucho en mostrarme
sumiso. Quizá sea por instinto de conservación, en
lo que al trabajo se refiere. No contrariar a los jefes suele ser
una actitud prudente. Lo mismo puede trasladarse a una conversación
con familiares o conocidos; basta que muestre disconformidad para
que de inmediato el otro se abalance sobre mí intentando
imponer su criterio como sea, lo cual puede que me indigne, pero
no deseo echar leña al fuego y prefiero no ser beligerante.
Al final, el que pretende avasallar con razones o sin ellas se calma
y se vanagloria de su supuesto triunfo. La fiera se muestra mansa.
En realidad me importa un rábano si el interfecto se siente
ufano a mi costa. Cada cual es libre de continuar por lo que cree
es camino seguro aunque conduzca a un despeñadero ¿Qué
más da? Nadie gana.
El caso es que, tras conocer mi nueva misión de llevar a
buen puerto lo del batido, me puse manos a la obra de inmediato.
En menos de una semana logré recopilar las estadísticas
del mercado de bebidas refrescantes que me resultaban necesarias:
El número de personas que consumen tal o cual brebaje, estimado
según las encuestas más recientes echas en la calle
o en el domicilio de los encuestados por entidades especializadas
y cosas así. Incluso distribuí un cuestionario por
Internet para tener mi propia visión sobre el asunto. El
resultado lo resumí en la reunión de departamento
del diez de Agosto, ante un auditorio compuesto por Benito Hidalgo
y una treintena de compañeros, algunos de ellos ávidos
por descubrir algún punto débil en mi exposición:
-Los casi cincuenta millones de litros de este tipo de bebidas
consumidos en nuestro país -decía yo-, suponen casi
el doble de lo consumido en el período anterior. Teniendo
en cuenta que los medios especializados anuncian que en nuestro
país aún está en pleno crecimiento ese sector
del negocio, el futuro a corto y medio plazo es más que prometedor.
Puede que encontremos una mina en nuestro nuevo producto.
Una voz familiar intervino para poner en duda lo anterior:
-Sí, pero la competencia tiene
copado el ochenta por ciento del mercado y tendremos que luchar
contra esa realidad. La mina puede convertirse en explosiva y estallar
en nuestras manos- se atrevió a afirmar Javier Gómiz,
el principal candidato a supervisor de zona -¿Cuánto
crees que nos costará poner en marcha el proyecto hasta hacerlo
rentable?
El ladino de mi jefe podría haber informado a los allí
presentes que la idea procedía de la Central en Estados Unidos
y que yo era un simple empleado con la única responsabilidad
de cumplir órdenes, pero, como descubrí más
tarde, se lo guardó a buen recaudo con una doble intención:
que yo demostrara saber defenderme para no servir de carnaza para
los lobos y a la vez permitir que voces imprudentes, excesivamente
arrogantes o bien entrenadas para descalificar, dejasen palpable
si yo, Plácido Ruán, contaba o no con las simpatías
de unos y otros. De ello sacaban provecho los superiores para escoger
a las futuras figuras promocionables que resultaran menos conflictivas.
-¿Quién formará el equipo y cuánto
durará la campaña? -escupió el supervisor Ronaldo
Asís, encarnizado oponente de todo aquél que aparentara
querer destacar en Molfruit.
Contesté sin inmutarme:
-Únicamente yo he sido designado para sacar adelante la
campaña, que empezará el uno de Agosto -el exagerado
gesto de escepticismo con el que Ronaldo reaccionó a mis
palabras fue acompañado por un murmullo general.
-¿Tú ...sólo?- inquirió con tono incrédulo.
Media hora más de diatribas con otros que siguieron el ejemplo
de Javier Gómiz, permitió por fin desvelar el enigma:
-Plácido -dijo Amelia Cifuentes, encargada de publicidad-,
¿has tenido en cuenta que en este país la cantidad
de gente que practica deporte no es mayoritaria? Esos cincuenta
millones de litros son la suma de un buen número de bebidas
que no deberías meter en el mismo saco.
-Nuestro producto cubre ampliamente todo el espectro -repuse sin
dudar, aunque cada vez más convencido de que allí
en medio crecía la confusión como consecuencia de
los manejos de una malintencionada mano invisible.
-El nuevo refresco -continué- es resultado de los estudios
de la Central de Atlanta. Allí lo tienen que tener muy claro
para haberse decidido a dar este paso, amiga mía.
-Entonces... ¿no se trata del "Action Beverage"
que llevan promocionando en Europa desde hace meses?
-No sé por qué pensabas eso.
-Vamos, Plácido. Los que estamos aquí lo sabemos.
Y tú el primero
-apuntó Javier Gómiz.
-Siento contrariarte, Javier -repuse-, pero el producto es tan
nuevo que aún no tiene nombre y España será
el primer lugar donde se lanzará, a modo de prueba.
Me pareció que todos se miraban unos a otros; algunos se
revolvían incómodos en sus asientos. Otros hacían
gestos como si aquello hubiese sido un golpe a traición,
astutamente urdido por mí para comprometerles ante Benito
y los demás. Desde luego, algunos lamentaron sus públicas
críticas y miraban al suelo, supongo que buscando la mejor
forma de encogerse sobre sí mismos en un desesperado intento
por volverse inmateriales.
Cuando finalmente Benito Hidalgo dio por concluida la reunión,
me sentí aliviado, si bien do podía evitar una extraña
sensación de vértigo, como si hubiera estado a punto
de precipitarme por el borde del precipicio ante el que alguien
me había conducido para ponerme a prueba. Ahora eran otros
los que se veían en situación de equilibrio inestable,
perdidos en un mar de dudas. "¿Qué habrá
pensado Benito cuando cuestioné la capacidad de Plácido
para enfrentarse sólo a la campaña?" -se decía
Ronaldo Asís mientras notaba un hormigueo que le recorría
el estómago de arriba abajo. Amelia Cifuentes se interrogaba
sobre consecuencias similares: "No he debido criticar el criterio
elegido por ese mamarracho de Plácido para elaborar sus malditas
estadísticas, pues es el mismo que ha utilizado la mismísima
central de Jersey. Ahora me he quedado con el culo al aire... ¿Repercutirá
esto en mi clasificación en el Ranking?
El único que permanecía sereno tras la reveladora
conferencia era Javier Gómiz, a quien puede definirse como
una clase de animal omnívoro con la inusitada capacidad para
cambiar el color de la piel o incluso mudarla con tal de obtener
lo que busca. Abocado a un puesto de cierto privilegio por sus buenas
relaciones con Mario Izquierdo, Director General de Molfruit España,
S.L., Javier Gómiz sentía sus espaldas bien seguras.
Don Mario se graduó en Empresariales en el mismo año
que el tío segundo de Gómiz, un preboste miembro del
Consejo de Administración de un gran banco, con quien compartió
muchas ocasiones de fiesta y desenfreno a lo largo de su carrera
universitaria. La insolente actitud ante la vida de Gómiz
era consecuencia directa de la facilidad con que habitualmente conseguía
superar todos los obstáculos gracias al oportuno respaldo
de su tío, quien hacía tiempo que llegó a hartarse
de acudir allí donde su sobrinito lo necesitara para sacarle
del atolladero al que sus relajadas costumbres solían conducirle.
Se lo dijo claramente: "No volveré a mover un dedo por
ti, Javierito. ¿Lo has entendido? " Fue su andanza más
reciente. Y la última. Había contraído deudas
de juego por valor de cien mil euros en el Casino de Torrelodones,
adonde solía acudir cada dos por tres animado por una racha
de buena suerte que le mantendría atrapado entre los verdes
paños de las mesas de los crupieres, convirtiéndose
aquel centro de ocio y despilfarro en su segunda morada después
de la oficina. Apenas aparecía por su casa del barrio de
Moratalaz, un destartalado apartamento ubicado en una apartada callejuela
próxima al Arroyo de la Media Legua, donde frondosas acacias
ocultaban el triste aspecto de unas paredes de ladrillo viejo ajado
por el implacable castigo del tiempo. El ejecutivo aspirante a la
gloria adquirió el piso hace un par de años, cuando
aún no había sucumbido a las tentaciones del bacarrá
o la ruleta y se vio beneficiado por un blandísimo crédito
hipotecario inferior al tres por ciento. Hasta que fue ascendido
a la posición que en pocos años podría conducirle
al cargo de supervisor, Javier no había necesitado disponer
de casa propia. Vivía en casa de sus padres, un pequeño
piso del barrio de Esperanza, a todo tren y cómodamente instalado
como una garrapata aferrada al cuello de su can favorito. No había
fin de semana que durmiese en casa, por más que su apurada
madre insistiera con el ahínco derivado de la ansiedad maternal
por conocer el paradero de su retoño."Javierito, que
te pierdes. Cada vez que sales por ahí a esos sitios de copas
y música rara me tienes con el alma en vilo. Y tu padre no
aguantará mucho más. El otro día me dijo que
iba a hablar contigo en serio. No sé que es lo que le ronda
por la cabeza pero ... Javierito, que ya no eres un crío."
En efecto, los treinta años recién cumplidos por el
hijo de Doña Maria y Don Antonio, tenían crispado
a este último ante lo que consideraba una excesiva dosis
de caradura del único descendiente que consiguió tener
el matrimonio. Los intentos posteriores resultaron completamente
vanos, aunque Don Antonio habría sido el hombre más
feliz del planeta de haber podido aumentar la prole. Pensaba en
ello sobre todo ahora, cuando la falta de responsabilidad de su
hijo único le había demostrado en tantas ocasiones
que como no sentara la cabeza terminaría por arruinar su
vida junto a alguna de las mulatas que frecuentaba en sus salidas
nocturnas, por las deudas de juego o por las dos cosas a la vez.
"¿Es que no eres capaz de entablar una relación
formal con una chica de tu propio país?", solía
cuestionarle Don Antonio, exasperado por aquella debilidad, una
más a añadir a la larga lista de lindezas atribuibles
al angelito. El rechazo que producía Javier Gómiz
en su propio padre se correspondía con el efecto que causaba
sobre todo aquel que llegaba a conocer un poco su superficialidad,
propia de una manera de ser que eliminaba cualquier intento de profundizar,
de interesarse por las inquietudes que pueden atenazar a uno en
un determinado momento y que te inducen a buscar ayuda en una voz
amiga. Una voz a la que escuchar y que te escuche, alguien a quien
confiar miedos y algún secreto de vez en cuando, alguien
que te hable con sinceridad para hacerte sentir mejor, aflojando
el nudo de las preocupaciones que oprimen el alma. Javier no era
una voz amiga. Más bien se trataba de un muro que se interponía
entre tú y la realidad impidiéndote ver claro. Quien
se acercara a él con intención de obtener respuestas
no encontraba nunca una opinión, un comentario que comprometiera
a Gómiz en nada en absoluto. Era un hombre vacío de
recursos para nadie. Repleto de ideas para ayudarse a sí
mismo. Las pocas ocasiones en que hemos coincido y que nos han permitido
intercambiar palabras ajenas al ámbito estrictamente laboral
han tenido como escenario la barra del Goya, un bar del parque empresarial
donde Molfruit tiene instaladas sus oficinas. Ahora que hago memoria
sobre aquellos días de relativo acercamiento entre los dos,
me sorprendo al descubrir que no conozco prácticamente nada
de la vida de este personaje, ni de la de ningún otro, en
el fondo. La gente... son algo impredecible, como yo mismo.
No es que yo sea muy exigente con la vida que me ha tocado vivir.
No, lo que sucede es que algo se ha roto en mi interior. Un resorte
ha puesto en marcha un maligno mecanismo y he dejado de ser dueño
de mí. No encuentro ningún consuelo para mi conciencia
y lo necesito. Quiero descargar de mi mente este fardo insoportable
que es mi afán de venganza. Por despecho sé que sería
capaz de cometer actos de los que me acabaría arrepintiendo.
Y ya he empezado. El primero en sufrir las consecuencias de mi desatino
ha sido mi jefe. Don Félix no ha podido soportar que hayan
vaciado todos los armarios de su despacho y extraído de su
PC el disco duro. Qué decepción al comprobar que sus
agendas, tanto la electrónica como la de mano han desaparecido
sin dejar rastro. El desgraciado notó un agudo dolor en el
pecho que se le extendió por los brazos y finalizó
en un infarto fulminante. El siguiente en caer por su propio peso
fue Adámez... Mi viejo Adámez. Ese sí que era
un buen fichaje. Trepó al puesto de supervisor en tan poco
tiempo que le dieron una mención honorífica...ja,
ja. El pobre ingirió una dosis de cianuro como para acabar
con un bisonte. Alguien la colocó distraídamente en
su plato favorito: setas de cardo. Tampoco resultó falto
de interés el cese en este teatro que es la vida, de mi estimada
y servicial Irene. Ella sola se forjó el sobrenombre de la
comecocos. A todos acababa encandilando. Hasta el día en
que dio conmigo y la ayudé a abandonar sus miserias encerrándola
en la sauna del gimnasio. Estoy seguro de que me lo agradecerá,
aunque ahora esté tan lejos que no pueda oírla.
Pero el que más favorecido ha salido de todo este aprendizaje
he sido yo. He conseguido aficionarme a una gratificante actividad:
impartir justicia en este mundo pervertido, donde nadie mueve un
dedo por otro, ni obra sin buscar el propio interés. Y nadie
que no juegue a eso interesa. Ya no me planteo si he de entrar en
acción, porque ya lo he hecho. Sólo me preocupa el
siguiente paso que voy a dar, a quién he de liberar. Demasiados
corazones de piedra. En esta vida prieta de egoístas desalmados...
¡Qué vaguen como almas en pena los desalmados de la
tierra!
Marcos Manuel
Sánchez .
Ciudad-Real (España)
Copyright ©2004 Marcos Manuel Sánchez .
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