Jarchas
y lírica tradicional:
IMAGEN Y ESTILO EN EL VILLANCICO
MARGIT PRENK ALATORRE *
IMAGEN Y ESTILO EN EL
VILLANCICO
Salvo pocas excepciones, las jarchas se mueven en un estrecho
recinto, el recinto de los sentimientos de ciertos sentimientos
de la mujer. Todo ocurre dentro de ella; no hay, casi, situación
exterior. Ni una alusión a la naturaleza, que en las cantigas
d'amigo y los villancicos amorosos es presencia constante; tampoco
ese ambiente "estrictamente urbano" que veía
Spitzer [1955]: la calle se siente tan poco como el campo. Lo
único verdaderamente tangible en la mayoría de las
jarchas son los sentimientos del yo que habla y la presencia muda
de sus interlocutores; sobre todo la del objeto de su preocupación:
el amado, cuya actitud y conducta suele reflejarse en el espejo
del monólogo.
En este clima abstraído del mundo exterior los nombres
de persona aparecen en seis textos están como
fuera de sitio, pues introducen un elemento anecdótico
y concreto allí donde todo es vago y general. Lo es también
el espacio y lo es el tiempo, casi siempre proyectado hacia el
futuro dolorida o jubilosa, la actitud de la mujer es básicamente
de espera y deseo, pero un futuro impreciso, intemporal.
[En los villancicos castellanos], las imágenes tomadas
de la naturaleza suelen ser mucho más que un mero elemento
decorativo: suelen estar cargadas de un valor simbólico,
quizás inconsciente, que hunde sus raíces en un
fondo común de la humanidad. Esos símbolos "arquetípicos"
surgen una y otra vez, como por sí solos.
Enbiárame mi madre
por agua a la fonte fría:
vengo del amor ferida.
En la poesía folklórica de muchos países
y épocas la fuente es el lugar donde se encuentran los
amantes, y esto no es por mero azar. "La fuente ha
dicho Eugenio Asensio es un símbolo cargado de intrincadas
sugerencias, en las que domina la idea de renovación y
fecundidad." Así el cantarcillo
A mi puerta nasce una fonte:
¡por dó saliré que no me moje!
nos traslada a regiones recónditas del alma humana. En
otro cantar los amantes se lavan mutuamente la cara, símbolo
de su unión erótica: "En la fuente del rosel
/ lavan la niña y el donzel. // En la fuente de agua clara
/ con sus manos lavan la cara. / Él a ella y ella a él
/ lavan la niña y el donzel". [...] Relacionado con
este conjunto de símbolos está el de lavar la camisa
del amado, "rito que simboliza una mágica intimidad
con él" (E. Asensio): "A mi puerta la garrida
/ nasce una fonte frida, / donde lavo la mi camisa / y la de aquel
que yo más quería".
Igualmente arraigada en el "subconsciente colectivo"
está la identificación del amor con el mundo vegetal.
La primavera hace florecer los amores a la par de las plantas:
"Ya florecen los árboles, Juan, / mala seré
de guardar . . . ". Una doncella sueña un sueño
misterioso. que le "floreçía la rosa, / el
pino so ell agua frida", símbolos de amor y fecundidad.
Los amantes se encuentran en un jardín florecido:
Yo m'iva, mi madre,
las rrosas coger,
hallé mis amores
dentro en el vergel.
"Las rosas coger": otro símbolo antiquísimo
y universal que, convertido en cliché, pierde mil veces
su original sentido. La rosa es la doncellez (o la doncella misma);
el hombre la "corta" (desflora la planta), o la muchacha
se la ofrece; menos directamente, la muchacha corta flores para
darlas a su amigo. Los frutos desempeñan el mismo papel:
"Por las riberas del río / limones coge la virgo ...
/ para dar al su amigo".
Pero toda entrega amorosa encierra un peligro: hay que pagar
por ella. Y esta idea se expresa con un símbolo varias
veces repetido: el de la prenda que debe darse a cambio de las
flores o frutas hurtadas: "Entrastes, mi señora, /
en el huerto ageno, / cogistes tres pericas / del peral del medio,
/ dexaredes la prenda / d'amor verdadero". [...] La naturaleza
también desempeña un papel predominante en las metáforas,
que debemos distinguir de los símbolos, aunque a veces
se entrecruzan con ellos. Son pocas las que hay en la antigua
lírica de tipo popular, y la mayoría consiste en
una simple comparación: "Mis penas son como ondas
del mar, / qu'unas se vienen y otras se van . . . ", o este
casi refrán: "Más prende amor que la çarça,
/ más prende y más mata". (A su parentesco
con el refranero debe la lírica popular algunas imágenes
de doble fondo: "Porque duerme sola el agua / amaneze elada".)
La comparación puede establecerse por medio de un paralelismo:
Quebrántanse las peñas
con picos y açadones,
quebrántase mi coraçón
con penas y dolores.
O, dando un paso más hacia el lenguaje figurado: "Lávanse
las casadas / con agua de limones; / lávome yo, cuitada,
/ con ansias y dolores". Otra traslación, derivada
de la asociación del amor con el mundo vegetal:
Dame del tu amor, señora,
siquiera una rosa;
dame del tu amor, galana,
siquiera una rama.
La identificación de la amada con una planta condujo a
una de las poquísimas metáforas en que la idea básica
encarna plenamente en una imagen concreta y se funde con ella:
Arrimárame a ti, rosa,
no me diste solombra.
El desamparo expresado en una breve e intensa imagen poética.
[...]
¿Dónde está, por ejemplo, el secreto de
la intensidad que emana de tantos cantarcillos? Intensidad, tensión,
énfasis.
No puedo apartarme
de los amores, madre,
no puedo apartarme.
Suprimamos el tercer verso, que no añade nada al sentido.
El efecto es otro; queda la aseveración pura, neutral.
La carga de pasión parece descansar sobre todo en la repetición,
al final, de las primeras palabras. El poeta acentúa con
la repetición el elemento subjetivo "no puedo apartarme"
y hace pasar a segundo término el resto de la frase; pero
a la vez toda ella se contamina con la intensidad que emana de
la repetición: el cantarcillo entero ha subido de tono.
[...] Hay cantarcillos que consisten en dos o tres palabras varias
veces repetidas: "So ell enzina, enzina, / so ell enzina",
"Vayámonos ambos, / amor, vayamos, / vayámonos
ambos", "Trébol florido, trébol, / trébol
florido", "Anda, amor, anda, / anda, amor".
Un efecto análogo y a la vez diferente nos producen los
can-tares que repiten las primeras palabras variándolas:
"Vos me matastes, / niña en cabello, / vos me avéys
muerto", "En Avila, mis ojos, / dentro en Avila",
y aquellos pareados cuyo segundo verso repite los elementos del
primero invirtiéndolos, a veces con alguna alteración
o supresión: "Del amor vengo yo presa, / presa del
amor", "Del rosal vengo, mi madre, / vengo del rosale",
"Por el río me llevad, amigo, / y llevádeme
por el río". Subsiste el énfasis, aunque ya
sin el efecto de martilleo que produce la repetición textual.
[...]
El goce en la repetición es tan característico
como el empleo de giros fijos: la continua invocación a
la madre, el llamar a la amada o al amado mis ojos, mi vida, mi
alma, vida de mi vida, y hablar de mi lindo amigo, mi buen amigo,
mi lindo (dulce, buen, garrido) amor; el atán garrido y
atán lozano; el ¿qué haré? y no puedo
olvidar; el agora viene, o irme quiero, o vámonos, o viera
estar; la noche escura, las riberas de aquel río, y tantos
otros. Con ellos hay que asociar los personajes preferidos: la
niña virgo o niña dalgo o niña en cabello,
la doncella, la serrana y la pastora, la moza o mozuela o zagala,
la morena, la señora y dama, la casada o malcasada; el
caballero, el marido, el barquero, pastor, villano. También
los nombres que suelen adoptar los personajes: Catalina, Isabel,
Juana, Leonor y María, o Juan, Pedro; y los lugares predilectos:
Sevilla, Granada, Castilla, España... [...]
Pero volvamos al "No puedo apartarme...". Hemos visto
cómo la repetición de esas palabras al final de
la frase origina un cambio de tono, dando de pronto carácter
enfático a lo que era una simple aseveración sin
especial carga afectiva. En un extenso grupo de cantares se logra
un efecto parecido por medio de un procedimiento distinto: el
empleo de una frase enfática exclamación o
interrogación después de un comienzo en tono
reposado:
Madre mía, amores tengo:
¡ay de mí, que no los veo!
Si eres niña y has amor,
¿qué harás quando mayor?
Margit Frenk Alatotre
* Margit Frenk Alatotre, Entre
folklore y literatura (lírica hispánica antigua),
El Colegio de México, México, 1971, pp. 55-63.
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