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Ensayos:

YERMA O EL DISCURSO DE LA INTOLERANCIA

Juan José del Rey Poveda



    YERMA O EL DISCURSO DE LA INTOLERANCIA

Al igual que la protagonista de La casa de Bernarda Alba, Yerma –¡qué antropónimo tan motivado, tan caracterizador del personaje; en definitiva, tan literario- es un carácter inflexible, no razonable, que obra según su sentir más íntimo. Cree en lo que un personaje llamado Vecina 1ª. afirma: "No hay en el mundo fuerza como la del deseo" (pág. 90)1. La intransigencia que exhibe hacia su marido –Juan- es brutal, por eso dice de él a dos mujeres: "él no ansía hijos. [...] y como no los ansía no me los da" (pág. 93). No quiere resignarse a no tener descendencia, como le ordena Juan, porque su anhelo es lo contrario e intentará por todos los medios honrosos quedar embarazada.

Su no resignación, su resistencia a lo inevitable –la esterilidad2- es el primer paso que llevará a la tragedia. Al no conformarse sólo con su esposo y/o con un hijo de un familiar, todo conduce a una violencia lingüística hasta que, finalmente, terminará en el asesinato. Lo que no se resolverá con palabras se hará con las manos. Ildefonso-Manuel Gil escribe de Juan: "Es, desde casi el comienzo de la obra, la víctima predestinada. Yerma pide de él lo que él no puede dar y ese inevitable incumplimiento modifica toda su vida hasta conducirlo a la muerte violenta, a manos de su mujer".3 O en palabras de Mª. del Carmen Bobes Naves: "la impotencia de la palabra para establecer acuerdos o para sustentar un modo de convivir humano".4 Por tanto, estamos en el terreno de la violencia, el espacio físico y psíquico de toda tragedia. No queremos dejar de señalar que esta violencia procede tanto de Juan como de Yerma, aunque la de ella es mucho más dura. Por esta razón la obra "avanza en un mundo ficcional de exasperación e impotencia y se desenlaza con la muerte".5

Al comienzo de la obra Yerma resume su sombrío presente: "Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto" (pág. 42). Como no hay felicidad, el tiempo cronológico se vuelve obsesionante:

"JUAN [...] Cada año seré más viejo.

YERMA Cada año... Tú y yo seguimos aquí cada año" (pág. 43).

La causa de la desgracia es la falta de un hijo, que tanto ansía Yerma, pero no su marido:

"JUAN [...] no tenemos hijos que gasten.

YERMA No tenemos hijos... ¡Juan!" (pág. 43).

Vemos que Yerma repite textualmente las palabras dichas por Juan: "cada año" y "no tenemos hijos", el tiempo y el deseo. Como el matrimonio se va rompiendo poco a poco Yerma recurre, como todo héroe trágico, a lo sobrenatural -una conjuradora- para quedar embarazada:

"DOLORES Ahora tendrás un hijo. Te lo puedo asegurar.

YERMA Lo tendré porque lo tengo que tener" (pág. 91).

Debido a que los remedios de la conjuradora no producen el efecto deseado y el tiempo va acabando con las esperanzas de Yerma, ésta y Juan se agreden verbalmente. Véanse la gran cantidad de imperativos y presentes de indicativo con valor de orden que utilizan en sus diálogos y sus significados de agresividad, por ejemplo: apártate, quita, mírame, déjame, sigue, te acuestas, te duermes, etc. El empleo excesivo de esta modalidad lingüística es la manifestación verbal de la ruptura conyugal, al igual que varias afirmaciones radicales, tanto de Juan ("no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad", pág. 78) como de Yerma ("La mujer de campo que no da hijos es inútil como un manojo de espinos, y hasta mala", pág. 81). A veces se llega a un lenguaje escabroso, como cuando Yerma confiesa a dos mujeres: "Cuando me cubre cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto" (pág. 93). Efectivamente, Juan tiene el cuerpo muerto... para el amor. El verbo "cubrir" que emplea Yerma rompe el contexto de realidad de la tragedia, pues no corresponde al modo de hablar de una campesina honrada y acomodada. Su empleo es signo de un odio inmenso, que pronto estallará. Se trata del discurso de la intolerancia: yo soy yo y lo demás debe doblegarse ante mis ideas. En la obra Yerma abusa del empleo del pronombre personal de 1ª persona, porque su voluntad ("estoy segura que") es lo primero: "yo pienso", "yo me entregué"...

Las reflexiones de Yerma llegan tan lejos que hasta piensa "que no es justo que yo me consuma aquí", encerrada en su casa y vigilada por sus dos cuñadas, a quienes Juan ha traído al hogar para evitar la maledicencia de la gente. El hogar conyugal ya está destruido con la presencia de dos personajes extraños y silenciosos, las dos hermanas. Los rumores, lo que la gente mal pensante crea, son muy importantes en la cultura rural, puesto que pueden terminar con la honra de Juan, personaje que está siempre preocupado por los otros, de ahí que repita constantemente a su mujer frases como: "Así darás que hablar a las gentes" (pág. 64), "No me gusta que la gente me señale" (pág. 79) y "el pueblo lo empieza a decir" (pág. 96). En contraposición, Yerma no da demasiada importancia a lo que la gente piense, por eso puede exclamar: "¡Puñalada que les den a las gentes" (pág. 64), que es un magnífico ejemplo de frase eufemística, tal como corresponde a una señora casada. En relación a este problema, surge la idea de que cuando una mujer habla fuera del hogar comete pecado, crea muy mala fama.y puede destruir la honra. Leamos el siguiente diálogo:

"YERMA Hablar con la gente no es pecado.

JUAN Pero puede parecerlo. [...] Cuando te den conversación cierra la boca y piensa que eres una mujer casada" (pág. 79).

"Hablar" siempre ha sido algo que puede ocasionar algún peligro, pero en una mujer casada no estaba bien visto, sobre todo en el campo. Por otra parte, el sintagma "una mujer casada" provoca la ira de Yerma, quien niega su condición femenina al no tener un vástago:

"JUAN No maldigas. Está feo en una mujer.

YERMA Ojalá fuera yo una mujer" (pág. 65).

Yerma encarna el tópico conservador de que una mujer necesita estar casada y criar hijos, y no se plantea otras posibilidades. Es una representante de un dogmatismo y fanatismo extremos que literariamente comenzó en el siglo XIX con novelas como Doña Perfecta, de Galdós y La Regenta, de Clarín.

La única solución para Yerma es destruir su nombre –"la inhabitada", según su origen etimológico- mediante la procreación, porque de lo contrario alguna gran desgracia sobrevendrá. Ya desde sus inicios ella siente con claridad una premonición funesta: "Si sigo así, acabaré volviéndome mala" (pág. 49). y "Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí" (pág. 50). Ante estos desgraciados signos, Yerma echa mano de las dos posibilidades para evitarlos: el acercamiento sexual al esposo y el recurso a los santos para quedar embarazada. Una tercera vía, la unión con otro hombre, la rechaza porque tiene honra. Al final de la obra se vislumbra la tragedia. Un personaje tan inocente como su nombre, María, intuye lo que ha de suceder: "Ella ha estado un mes sin levantarse de la silla. Le tengo miedo. Tiene una idea que no sé cuál es, pero desde luego es una idea mala" (pág. 100). En este punto, Yerma representa una angustia (palabra que se repite varias veces en la obra), cierta paranoia, una fijación insana en su deseo de procrear. Las últimas páginas, que corresponden a la romería, son el final de un camino que no tiene marcha atrás: Juan, en su papel de marido tradicional, le exige resignación a su esposa y trata de volver a quererla: "A ti te busco. Con la luna estás hermosa. [...] Bésame" (pág. 111). El hecho de pedirle un beso significa el volver a reanudar las relaciones afectivas conyugales. M. Escartín escribe que el beso es "sinécdoque del amor y objeto codiciado por el amante en toda la tradición amorosa occidental".6 Al negarse Yerma a este deseo de Juan, no podrán recuperar su amor. Ante la petición del beso, Yerma se siente objeto y lo expresa lingüísticamente con una comparación grosera, antítesis de dos enamorados: "Me buscas como cuando te quieres comer una paloma" (pág. 111) y con la repetición de un adverbio de negación destruye la posibilidad de convivencia y entonces asesina a Juan.

El crimen de Yerma es doble y así resuelve un conflicto irresoluble, tal como corresponde a una heroína. Por un lado, acaba con un matrimonio de conveniencia (su amor es Víctor) que no le da el fruto por el que tanto suspira: un hijo. Por otro, muerto el marido ya no hay posibilidad del hijo, pues su devoción a la honra así lo exige. El final es claro, luminoso, eterno. Yerma se sitúa en la realidad sin posibilidad de modificarla: "Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo, ¡yo misma he matado a mi hijo" (pág. 111). Este recurso a la muerte es muy lorquiano, no olvidemos a este respecto otra tragedia, La casa de Bernarda Alba. Dos muertes han sucedido a la vez: el amor conyugal y el posible nacimiento de un hijo. Al no aceptar Yerma a Juan cae en su propia trampa: tampoco procreará.

El mundo para Yerma son sus ideas inflexibles, totalitarias, por eso aniquila a lo que representa otra opción. La conducta de la mujer, que no es compatible con la del esposo, sólo se podría haber resuelto con un hijo, pero era imposible tal nacimiento, pues el sino estaba trazado ya desde el título de la tragedia. El tener un hijo habría sido la salvación y lo demás –el marido, la gente del pueblo- no importaba. Hay una desmesura de héroe clásico en la actuación de Yerma, un irracionalismo7 que vemos en las siguientes reflexiones suyas: "Yo quiero tener [observemos la fuerza del pronombre personal con el verbo querer].a mi hijo en los brazos para dormir tranquila, y óyelo bien y no te espantes de lo que digo: aunque ya supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón" (pág. 92). La gente murmura por esa desmesura, ese anhelo irracional: "Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los tiene, ¿por qué esa ansia por ellos?" (pág. 92). Ese anhelo de Yerma es el hilo conductor de la acción dramática, a un tiempo salvación y condena de un personaje conflictivo. D. Pérez Minik comentó que "en Yerma, otra tragedia conservadora, la mujer pervive también. El marido perece. Perece muy simplemente por una pasional razón: es el marido que vive con su mujer y que no da a aquélla la superior felicidad moral de un hijo"8. Tal vez F. García Lorca nos quisiese mostrar a través de su teatro cómo algunos deseos pueden conducir a la muerte cuando no se consiguen.

Sin duda, a los espectadores de esta tragedia sorprende la fuerza de Yerma y el desenlace. Como nuestra heroína no ve salida a su problema, ella misma pone fin. Y poner fin significa la muerte, una palabra terrible. Era inútil su "resistencia al destino".9 Yerma hizo lo que sentía y por ello destruyó lo otro, la otra posibilidad. ¿Ésta es la idea que nos quiso transmitir Lorca?

 

Notas:

  1. Seguimos la edición de F. García Lorca, Yerma. Edición de Ildefonso-Manuel Gil. Madrid: Cátedra, 1995. Todas las citas de la obra proceden de esta edición.

  2. F. Ruiz Ramón escribió lo siguiente: "Toda la tragedia [...] estriba en esa resistencia al destino", en su libro Historia del teatro español. Siglo XX. Séptima edición. Madrid: Cátedra, 1986, pág. 201.

  3. F. García Lorca, Yerma. Edición de Ildefonso-Manuel Gil. Madrid: Cátedra, 1995, pág. 31.

  4. Mª. Del Carmen Bobes Naves, El diálogo. Estudio pragmático, lingüístico y literario. Madrid, Gredos, 1992, pág. 285.

  5. Mª del Carmen Bobes Naves, op. cit., pág. 286.

  6. Véase su Diccionario de símbolos, publicado en la editorial PPU.

  7. F. Ruiz Ramón también se ha servido de este vocablo cuando comenta que "Yerma se sigue negando a asentir a su condición de excepción [...] fundada en una razón que no responde ya a la racionalidad: «Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo»". En su obra citada, pág. 203.

  8. D. Pérez Minik, Debates sobre el teatro español contemporáneo. Escritos teatrales I. Prólogo de A. Sastre. Viceconsejería de Cultura y deportes del Gobierno de Canarias, La Laguna, 1991, pág. 260.

  9. F. Ruiz Ramón, op. cit., pág. 201


Juan José del Rey Poveda

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