Ensayos:
El significado de "democracia"
Bertran
Russell
El
significado de "democracia"
Todo el conjunto que forman las palabras
de las controversias políticas, a pesar de que cada una posee
un significado definitivo en el diccionario, tienen, en el uso,
significados que varían según la filiación
política del que las emplea y que sólo coinciden en
su capacidad para provocar violentas emociones. La palabra "libertad"
significó, en su origen, principalmente, la ausencia de dominación
extranjera; más adelante, vino a querer decir las restricciones
al poder real; después, en la época de los "derechos
del hombre", equivalió a diferentes consideraciones
en las que se creía que todo individuo debería quedar
libre de la intervención gubernamental; y, por último,
en las manos de Hegel, llegó a ser la "libertad verdadera",
que se reducía a poco más que el gracioso permiso
para obedecer a la policía. En nuestra época, la palabra
"democracia" está experimentando una transformación
similar: se utilizó para designar al gobierno que representaba
a la mayoría, junto con alguna libertad personal escasa e
indefinida; más adelante, llegó a significar las aspiraciones
del partido político que representaba a los intereses de
los pobres, en razón de que los pobres son, en todas partes,
la mayoría. En la etapa siguiente, representó las
aspiraciones de los dirigentes de ese partido. En la actualidad,
en toda Europa oriental y en una gran parte de Asia, quiere decir
el gobierno despótico de los que fueron, en épocas
anteriores, los campeones de los pobres, pero que, ahora, limitan
semejante causa a provocar, exclusivamente, la ruina de los ricos,
excepto cuando son ricos "democráticos", en el
nuevo sentido de la palabra. Este es un método de agitación
política muy potente y útil. Los hombres que se han
acostumbrado a oír una palabra determinada, con cierta emoción,
durante mucho tiempo, propenden a sentir la misma emoción
cuand6 oyen esa misma palabra, aunque su significado haya cambiado.
Si, dentro de algunos años, se necesitan voluntarios para
un viaje experimental a la Luna, se obtendrán más
fácilmente si se bautiza otra vez al satélite con
el nombre de "Hogar, dulce hogar".
Una parte de la educación debería estar dedicada,
como se hace en la ciencia y en la filosofía científica,
a enseñar a los jóvenes el empleo de las palabras,
en su significado preciso, y no rodeadas de una vaga neblina emocional.
Yo sé, por experiencia, que la tarea de la filosofía
científica es, en la práctica, eficaz a este respecto.
Dos o tres años antes del estallido de la última guerra,
asistí a un congreso internacional de filosofía científica
que se celebró en París. Los asistentes pertenecían
a muy diversas naciones, cuyos gobiernos se encontraban comprometidos
en ásperas disputas que parecían insolubles en la
práctica, sin esperanza de arreglo que no fuese el de la
fuerza. Los miembros del congreso, en el tiempo que dedicaban a
sus deberes profesionales, discutían abstrusos problemas
de lógica o de teoría del conocimiento, en apariencia,
sin relación alguna con el mundo y sus problemas; pero, en
su tiempo libre, debatían todas las cuestiones más
manoseadas de la política internacional. Ni una sola vez
vi a ninguno de ellos dejarse llevar por prejuicios patrióticos
ni dejar de otorgar, por pasión, la atención que merecían
los argumentos adversos a sus intereses nacionales. Si aquel congreso
hubiese emprendido el gobierno del mundo, y hubiera sido protegido
por los marcianos del furor de todos los fanáticos a quienes
habrían ultrajado por ello, podrían haber llegado
a decisiones justas, sin ser obligados a ignorar las protestas de
las minorías indignadas, en sus deliberaciones. Si los gobiernos
de los países a que pertenecían lo hubieran querido,
podrían haber educado a la juventud en un espíritu
de imparcialidad semejante. Pero no lo quisieron así. Los
gobiernos, por lo que se refiere a las escuelas, a lo único
que están dispuestos es a fomentar los gérmenes de
irracionalidad, de odio, de desconfianza y de envidia, que fructifican,
con demasiada facilidad, en los espíritus humanos.
La pasión científica es tan virulenta y tan natural
en el hombre, que el empleo exacto del idioma no puede empezarse
a enseñar, con buenos resultados, en la esfera política
inmediatamente; es más fácil empezar con palabras
que susciten, comparativamente, pocas pasiones. El primer efecto
de la preparación en la neutralidad intelectual puede, muy
bien, parecer cinismo. Pensemos, por ejemplo, en la palabra "verdad",
una palabra que algunos usan respetuosamente y otros, como Poncio
Pilato, la emplean mofándose de ella. Al principio, el que
aprende, tiene que sentirse extrañado al oír afirmaciones
como ésta: "la verdad es una propiedad de los juicios".
Esto ocurre porque, el que aprende, esta acostumbrado a pensar que
los juicios no son ni grandiosos ni ridículos.
O tomemos, ahora, la palabra "infinita"; la gente dirá
que una mente finita no puede comprender lo infinito, pero, si se
le pregunta: "¿Qué quiere usted decir con 'infinito',
y en qué sentido es finita una mente?", perderá
en seguida sus nervios. En realidad, la palabra "infinito"
posee un significado perfectamente preciso, que le ha sido asignado
por las matemáticas, y que es tan perfectamente comprensible
como cualquier otra cosa en matemáticas.
La experiencia en la práctica
de despojar a las palabras de contenido emocional, sustituyéndolo
por un significado lógico claro, mantendrá al hombre
en una posición firme, cuando desee conservar la .cabeza,
en medio de la inundación de la propaganda excitada. En 1917,
Wilson proclamó el gran principio de la autodeterminación,
según el cual toda nación tenía derecho a regir
sus propios destinos; pero, desgraciadamente, se olvidó de
añadir a ese principio, la definición de la palabra
"nación". ¿Era Irlanda una nación?
Claro que sí. ¿Era Ulster una nación? Los protestantes
decían que sí y los católicos que no, y el
diccionario no decía nada. Hasta hoy la cuestión sigue
estando indecisa y las controversias con referencia a ella están
sujetas a la influencia de la política de los Estados Unidos
en la Gran Bretaña. En Petrogrado, como entonces se llamaba,
durante el gobierno de Kerensky, cierta casa aislada se proclamó
nación, luchando justamente por su libertad y pidiendo al
presidente Wilson la concesión de un parlamento independiente.
En este caso, sin embargo, se consideró que se iba demasiado
lejos. Si el presidente Wilson hubiese tenido una preparación
en lógica exacta, habría añadido una nota a
pie de página, advirtiendo que una nación debería
contener un mínimo determinado de individuos para ser considerada
como tal. Pero esto habría introducido arbitrariedad en su
principio y le habría despojado de su fuerza retórica.
Bertrand Russell
[Bertrand Russell, Retratos de memoria y otros ensayos,
Traducción del inglés por Manuel Suárez, Aguilar,
colección Literaria, Madrid, 1960, pp. 165-167]
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