Nº 2. Abril 2004/Revista
Electrónica Cuatrimestral.
Mariana Pineda. 1925
Romance popular en tres estampas
II-V
Escena V
Mariana llega corriendo a la puerta en el momento en que don
Pedro entra por ella. Don Pedro tiene treinta y seis años. Es un
hombre simpático, sereno y fuerte. Viste correctamente y habla de
una manera dulce. Mariana le tiende los brazos y le estrecha las
manos. Doña Angustias adopta una triste y reservada actitud. Pausa.
Pedro: (Efusivo.)
Gracias, Mariana, gracias.
Mariana: (Casi sin hablar) Cumplí con mi deber.
(Durante esta escena dará Mariana muestras de una vehementísima
y profunda pasión.)
Pedro: (Dirigiéndose a doña Angustias.)
Muchas gracias, señora.
Angustias: (Triste.)
¿Y por qué? Buenas noches.
(A Mariana.)
Yo me voy
con los niños.
(Aparte.)
!Ay, pobre Marianita!
(Sale. Al salir Angustias, Pedro, efusivo, enlaza a Mariana por
el talle.)
Pedro: (Apasionado.)
!Quién pudiera pagarte lo que has hecho por mí!
Toda mi sangre es nueva, porque tú me la has dado
exponiendo tu débil corazón al peligro.
¡Ay, qué miedo tan grande tuve por él, Mariana!
Mariana: (Cerca y abandonada.)
¿De qué sirve mi sangre, Pedro, si tú murieras?
Un pájaro sin aire, ¿puede volar? !Entonces...!
(Bajo.)
Yo no podré decirte cómo te quiero nunca;
a tu lado me olvido de todas las palabras.
Pedro: (Con voz suave.)
¡Cuántos peligros corres sin el menor desmayo!
¡Qué sola estás, cercada de maliciosa gente!
¡Quién pudiera librarte de aquellos que te acechan
con mi propio dolor y mi vida, Mariana!
¡Día y noche, qué largos sin ti por esa sierra!
Mariana: (Echando la cabeza en el hombro y como soñando.)
¡Así! Deja tu aliento sobre mi frente. Limpia
esta angustia que tengo y este sabor amargo;
esta angustia de andar sin saber dónde voy,
y este sabor de amor que me quema la boca.
Pausa. Se separa rápidamente del caballero y le coge los codos.)
¡Pedro! ¿No te persiguen? ¿Te vieron entrar?
Pedro:
Nadie.
(Se sienta.)
Vives en una calle silenciosa, y la noche
se presenta endiablada.
Mariana: Yo tengo mucho miedo.
Pedro: (Cogiéndole una mano.)
¡Ven aquí!
Mariana: (Se sienta.)
Mucho miedo de que esto se adivine,
de que pueda matarte la canalla realista.
Y si tú...
(Con pasión.)
yo me muero, lo sabes, yo me muero.
Pedro: (Con pasión.)
¡Marianita, no temas! ¡Mujer mía! ¡Vida mía!
En el mayor sigilo conspiramos. ¡No temas!
La bandera que bordas temblará por las calles
entre el calor entero del pueblo de Granada.
Por ti la Libertad suspirada por todos
pisará tierra dura con anchos pies de plata.
Pero si así no fuese; si Pedrosa...
Mariana: (Aterrada.)
¡No sigas!
Pedro:
... sorprende nuestro grupo y hemos de morir...
Mariana:
¡Calla!
Pedro:
Mariana, ¿qué es el hombre sin libertad? ¿Sin esa
luz armoniosa y fija que se siente por dentro?
¿Cómo podría quererte no siendo libre, dime?
¿Cómo darte este firme corazón si no es mío?
No temas; ya he burlado a Pedrosa en el campo,
y así pienso seguir hasta vencer contigo,
que me ofreces tu amor y tu casa y tus dedos.
Mariana:
¡Y algo que yo no sé decir, pero que existe!
¡Qué bien estoy contigo! Pero aunque alegre noto
un gran desasosiego que me turba y enoja;
me parece que hay hombres detrás de las cortinas,
que mis palabras suenan claramente en la calle.
Pedro: (Amargo.)
¡Eso sí! ¡Qué mortal inquietud, qué amargura!
¡Qué constante pregunta al minuto lejano!
¡Qué otoño interminable sufrí por esa sierra!
¡Tú no lo sabes!
Mariana:
Dime: ¿corriste gran peligro?
Pedro:
Estuve casi en manos de la justicia,
(Mariana hace un gesto de horror.)
pero
me salvó el pasaporte y el caballo que enviaste
con un extraño joven, que no me dijo nada.
Mariana: (Inquieta y sin querer recordar.)
Y dime.
Pedro:
¿Por qué tiemblas?
Mariana: (Nerviosa.)
Sigue. ¿Después?
Pedro:
Después
vagué por la Alpujarra. Supe que en Gibraltar
había fiebre amarilla; la entrada era imposible,
y esperé bien oculto la ocasión. ¡Ya ha llegado!
Venceré con tu ayuda, ¡Mariana de mi vida!
¡Libertad, aunque con sangre llame a todas las puertas!
Mariana: (Radiante.)
¡Mi victoria consiste en tenerte a mi vera!
En mirarte los ojos mientras tú no me miras.
Cuando estás a mi lado olvido lo que siento
y quiero a todo el mundo:
hasta al rey y a Pedrosa.
Al bueno como al malo, ¡Pedro!, cuando se quiere
se está fuera del tiempo,
y ya no hay día ni noche, ¡sino tú y yo!
Pedro: (Abrazándola.)
¡Mariana!
Como dos blancos ríos de rubor y silencio,
así enlazan tus brazos mi cuerpo combatido.
Mariana: (Cogiéndole la cabeza.)
Ahora puedo perderte, puedo perder tu vida.
Como la enamorada de un marinero loco
que navegara eterno sobre una barca vieja,
acecho un mar oscuro, sin fondo ni oleaje,
en espera de gentes que te traigan ahogado.
Pedro:
No es hora de pensar en quimeras, que es hora
de abrir el pecho a bellas realidades cercanas
de una España cubierta de espigas y rebaños,
donde la gente coma su pan con alegría,
en medio de estas anchas eternidades nuestras
y esta aguda pasión de horizonte y silencio.
España entierra y pisa su corazón antiguo,
su herido corazón de Península andante,
y hay que salvarla pronto con manos y con dientes.
Mariana: (Pasional.)
Y yo soy la primera que lo pide con ansia.
Quiero tener abiertos mis balcones al sol
para que llene el suelo de flores amarillas
y quererte, segura de tu amor sin que nadie
me aceche, como en este decisivo momento.
(En un arranque.)
¡Pero ya estoy dispuesta!
(Se levanta.)
Pedro: (Entusiasmado, se levanta.)
¡Así me gusta verte,
hermosa Marianita! Ya no tardarán mucho
los amigos, y alienta
ese rostro bravío y esos ojos ardientes
(Amoroso.)
sobre tu cuello blanco, que tiene luz de luna.
(Fuera comienza a llover y se levanta el viento. Mariana hace
señas a Pedro de que calle.)
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